¿De quién será el futuro?
Michael Slate
Obrero Revolucionario #1037, 9 de enero, 2000
La víspera del año nuevo en Los Angeles reinó el frío, la sombra y la lluvia, con mucha, mucha tranquilidad. Llovió por primera vez en la temporada y por ello probablemente mucha gente no salió a la calle. La alcaldía organizó cinco grandes fiestas de barrio con motivo del nuevo milenio. Las fiestas parecían chéveres: artistas, puestos y celebraciones especiales de cada parte del mundo de donde proceden los angelinos. Al final, iban a iluminar el famoso letrero en la cima de los cerros de Hollywood. Esperaban un millón de personas y anunciaron que solo admitirían a 100.000 personas a cada evento. Pero a media noche, había solamente un total de 2000 personas en las cinco fiestas. El alcalde le echó la culpa al público "aguafiestas" por no animarse a ir.
Fui al concierto de Ozomatli en el puerto de San Pedro. La banda derrochó su acostumbrada energía y dio un concierto de alto nivel, pero había poca gente. Había tantos polis como pachangueros. Nos requisaron con detectores de metal cuando entramos; bloqueaban las entradas, vigilaban los corredores y se ubicaron estratégicamente aquí y allá. Mientras esperaba que comenzara el concierto, me puse a reflexionar cómo se desenvolvió la situación del nuevo milenio, las cuestiones que concentra para el futuro, y lo que se puede aprender sobre las masas y sobre los gobernantes estudiando su manera de celebrar.
Las autoridades organizaron una fiesta que podía atraer a cientos de miles de personas a celebrar el futuro, sus esperanzas y sus aspiraciones. Como esta posibilidad las espantó, terminaron aguando su propia fiesta desde el comienzo. Dos semanas antes, el jefe de policía, Bernard Parks, anunció que despacharía a las calles el mayor número de policías en la historia de la ciudad dispuestos a parar problemas antes de que empezaran. Apostaron la Guardia Nacional cerca de la ciudad, de modo que pudiera ocupar las calles en un dos por tres... Se anunció que esculcarían a todos los que fueran a las fiestas. En una palabra, sería como festejar en la cárcel, ¿y qué chiste tiene eso? Comenzó a llover y un locutor radial comentó que las autoridades estaban felices porque la lluvia limitaría la cantidad de pachangueros.
Pasé el día 31 recorriendo Watts y otros barrios pobres. En las calles lluviosas, observé a los sin techo con sus carritos llenos de latas y botellas. Una señora encontró un viejo calentador de agua y lo subió a su carrito con la esperanza de venderlo para comprar una cena y un cuarto caliente para la noche.
Pasé el último día del milenio hablando con proletarios negros y latinos, hombres y mujeres, inmigrantes y nacidos en el país, jóvenes y mayores, en lavanderías, mercados y peluquerías. Les pregunté cómo iban a celebrar el año nuevo, sus esperanzas para el futuro, qué mundo querían. En una peluquería por la carretera Imperial, cerca de los multifamiliares, un grupo de jóvenes negros se ponían guapos para la noche. Les pregunté qué mundo querían en el nuevo milenio y qué esperaban que les deparara el futuro, y todos comenzaron a gritar sus respuestas al unísono. Un peluquero quería paz y amor, que todos vivieran juntos en paz. Un compañero dijo que quería ver libres a todos los presos y otro dijo que quería ver el fin de la supremacía blanca. Un peluquero, rasurando la cabeza de un cliente, dijo que quería un fin a la guerra, balas y hostigamiento policial.
Oí estas respuestas vez tras vez; nadie quería enriquecerse, tenerlo todo ni nada por el estilo. Todos querían un mundo mejor para sus hijos, para el pueblo. Que se traten bien entre sí, educación y libros para todos, invertir en vivienda para que nadie tenga que vivir en la calle, hospitales para que todos tengan atención médica, y empleos para que todos puedan trabajar y comer. Querían paz y armonía entre todos, que todas las nacionalidades se unan para crear un mundo hermoso y nuevo. Los que no tienen nada quieren una vida mejor para todos. Una latina de 20 años de edad lo dijo así: "Todos queremos Justicia para el pueblo, nada más".
Luego, fui a una fiesta organizada por unos chavos revolucionarios. Una compañera latina, que se volvió revolucionaria en el movimiento estudiantil chicano, habló del futuro con muchas expectativas: "Quiero cambios, muchos cambios. Al estar en la lucha, aprendí mucho. Quiero que haya una revolución en este milenio, quiero vivirla. Quiero que todos tengan techo y que no haya hambre. Quiero que se acabe la opresión de la mujer. Quiero una nueva sociedad, un mundo nuevo, algo diferente. De la lucha aprendí que existe otra cosa para nosotros y que puede haber cambio. Existe algo mejor para nosotros y es posible obtenerlo".
Un chavo revolucionario de Watts agregó: "En el año nuevo quiero que haya más lucha contra este jodido sistema. Lo vimos este año el 22 de octubre; es hermoso que se declare que esta porquería tiene que terminar. La Batalla de Seattle fue chévere. No va a salir en la radio o tele, pero este milenio terminará con avances para el pueblo. Mira cómo celebramos, cómo nos reunimos, de todas las nacionalidades por igual, es hermoso. Calurosos deseos mutuos de otro feliz año nuevo, sin peleas, balas ni nada. Esto es chido. Al sistema le da miedo, le da miedo nuestra unión de todo el pueblo de todas partes. Pero alienta las esperanzas revolucionarias, tenemos esperanzas y la revolución es la solución".
Dos visiones del futuro: una le tiene miedo y el otro lucha por alcanzarlo. ¿Quién se merece el futuro? ¿A quién le pertenece el futuro?
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