Es hora de hablar y actuar en defensa de Amadou
Margot Harry
Obrero Revolucionario #1044, 27 de febrero, 2000
Me encuentro en la avenida Wheeler. Cuatro blancos armados disparan. Amadou, te van a aniquilar.
Sucedió en un instante. Las balas quedaron suspendidas en el aire, como si una fuerza las detuviera. Entonces sentí la presencia de otros, oí voces conocidas, sentí su tormento. Un ejército de vidas robadas.
Oí los gritos de los 11 militantes de MOVE asesinados por la policía de Filadelfia hace 15 años; les ordenaban a las balas que pararan. Anthony Báez, un joven puertorriqueño, cuya sonrisa solo conozco en fotos familiares pues murió a manos de un policía del Bronx, estira la mano para parar una bala. Por cada una de las 40 balas que descargan, otra vida robada corre a pararlas. Qué valientes son. Están el chavo Nicholas Heyward, Jr., de apenas 13 años, a quien mató un agente del departamento de vivienda de Nueva York... Lamar Grable... Tyisha Miller... Angel Castro... Kelsey Hogan... Justin Smith... Mark García... Kuan Chung Kao... Esequiel Hernández.... Negros, latinos, gente de color, jóvenes y no tan jóvenes; hablan diferentes idiomas, pero ahora, en este momento, nadie los oye.
Las balas se nos quedan mirando: duras, frías, de metal letal, repartidas por la policía de Nueva York, hechas para matar, clavos que sostienen a un sistema que es el que debe morir. Fulminantes rayos mortíferos del sistema. Los policías llegan, como siempre, para imponer su voluntad. Sembrar miedo. Mantener las cosas tal como están. La noche no oculta nada.
La fuerza de las balas puede más que las voces de aquellos a quienes ya les robaron la vida. Las balas desgarran a Amadou. Le perforan la aorta. El corazón sigue latiendo pero no bombea y la sangre se derrama por el interior. Las balas le impactan en la espina dorsal. Amadou, estás cayendo, pero la ráfaga sigue, una tempestad de acero que te hace trizas.
Estalla una tormenta de protestas contra el asesinato de Amadou. Arrestan a más de 1000 manifestantes y les toca enjuiciar a los policías asesinos. Pero los que arman, entrenan y dan cuerda a los policías no pueden hacer justicia.
El juicio televisado ha sido un foro para justificar el asesinato de Amadou. Los policías pintaron a Amadou como sospechoso porque sacó la cara por la puerta y miró de un lado a otro de la calle. Dicen que se alejó cuando lo llamaron. Dicen que no alzó las manos. Dicen que tenía una pistola. Dicen que lo vieron disparar. Dicen que temieron que los matara. Dicen que asumió una pose de combate. Dicen que dispararon y dispararon porque las balas no surtían efecto. Dicen que pensaron que uno de los policías recibió un disparo.
Mil voces, enfurecidas, gritan en mi cabeza. Nos advierten: prepárense.
Amadou no tenía pistola. No podía disparar lo que no tenía. Los policías son unos asesinos mentirosos. Lloraron para las cámaras, furiosos porque los enjuiciaron. Mataron a Amadou otra vez y piensan salirse con la suya.
Un abogado de los policías dijo que Amadou era un "perpetrador" y la fiscalía no protestó. Ambos lados están de acuerdo en que hay que pintar al Bronx como malo, lleno de criminales, de drogas. Piden que todos miren a Amadou desde la óptica de los policías: todos son sospechosos. La policía dice que tiene que hacer esas cosas para protegerlos: a los buenos ciudadanos del jurado y de la clase media en general. Pero en realidad protegen otra cosa. Los fiscales no atacan y destripan las mentiras de los policías porque sería atacar su propio pellejo. El sistema tiene un programa para protegerse: intimidar, criminalizar, encarcelar y matar a los oprimidos. Todas las delegaciones de la ciudad están viendo el juicio por la tele. El juicio es una señal: sigan haciendo lo que están haciendo.
Veo el cuerpo sin vida de Amadou. Las balas caen de su cadáver al piso a la entrada de su apartamento. No tenía pistola, solo una billetera. Me imagino a los policías revisando como locos el apartamento para ver si encuentran algo que justifique el robo de otra vida. Oigo el interrogatorio del compañero de cuarto de Amadou, a quien no le han dicho que lo mataron. Puedo ver a uno de los policías asesinos darle una paliza a un joven en la avenida Boyton horas antes de disparar contra Amadou. Puedo ver a otro de los policías asesinos dispararle a Patrick Bailey, a quien dejó sangrar en Brooklyn, y luego salir absuelto por las autoridades locales y federales. Al jurado no le dijeron esas cosas.
Han derramado la sangre de Amadou. Han bañado el martillo del juez en sangre. Es como si le hubieran dado al jurado una pistola y ordenado: vayan, mátenlo ustedes también.
El veredicto vendrá pronto. Es hora de abrazar firmemente la vida robada de Amadou, hablar y actuar por él y por las demás víctimas, y elevar el precio político por robarse esas vidas.
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