Kent State/Jackson State:
Grito de batalla de una generación30 aniversario de los asesinatos de mayo de 1970
Obrero Revolucionario #1053, 7 de mayo, 2000
Hace treinta años, una tempestad política sacudió a Estados Unidos y siempre se vinculará a la memoria de los mártires de las universidades de Kent State y Jackson State.
En la segunda quincena de abril de 1970, el presidente Nixon ordenó una nueva escalada en la guerra de Vietnam; ordenó invadir a otro país más y cruzar la frontera a Camboya con la misión de destruir las bases de apoyo y rutas de abastecimiento de las fuerzas revolucionarias. Al mismo tiempo, trazó planes para redoblar la represión contra la oposición en Estados Unidos a la guerra. A las inevitables protestas se les iba a responder y aplastar con violencia franca. A los ojos de los imperialistas estadounidenses, la situación había llegado a un punto en que las protestas internas contra la guerra constituían un obstáculo concreto a sus estrategias globales. El otoño anterior más de un millón de personas fueron a protestar en Washington; miles y miles de jóvenes se radicalizaban y vinculaban la cuestión de la guerra con las tareas mayores de tumbar al imperialismo. La respuesta imperialista a este creciente reto fue la misma que a la lucha de liberación negra: tropas, balas y sangre.
En los cuatro días después del 30 de abril, el día que Nixon anunció la invasión, estallaron protestas militantes en las universidades y barrios de jóvenes a través del país. Kent State fue característico de lo que sucedía simultáneamente en docenas de universidades... hasta que el curso de los acontecimientos dio un giro siniestro en Kent. El 1º de Mayo de 1970, miles de estudiantes descartaron sus libros y tomaron las calles de Kent en oposición a la invasión de Camboya. Enormes hogueras iluminaron las calles y los jóvenes rebeldes destruyeron los bancos, esos inconfundibles símbolos del capitalismo. El 2 de mayo, el edificio del Centro de Entrenamiento de Oficiales de la Reserva (ROTC) en la ciudad universitaria fue incendiado; se impidió la entrada de los bomberos hasta que se volvió cenizas. Esa noche, el gobernador del estado de Ohio tomó decisiones irrevocables en consulta con los más altos niveles del gobierno. Mientras los estudiantes desafiaban un toque de queda, recorriendo la universidad y librando batallas callejeras con la policía, la Guardia Nacional invadió. Algunos estudiantes salieron heridos a bayonetazos; varios miembros de la Guardia Nacional salieron heridos a pedradas y botellazos.
En la madrugada del 4 de mayo quedó claro que lo único que logró el despliegue de fuerza del gobierno fue fortalecer la resistencia de los estudiantes: 3000 personas se reunieron en la universidad al mediodía. Sonó furiosamente la campana de victoria desde Blanket Hill y muchas voces gritaron "¡Huelga! ¡Huelga!". Las autoridades llegaron y ordenaron dispersarse. Una hilera de soldados de la Guardia Nacional se puso de rodillas y apuntó sus rifles directamente a la multitud. Los estudiantes permanecieron firmes, desafiando la orden de fuego. La Guardia Nacional disparó gas lacrimógeno, pero los estudiantes agarraron los cascos calientes con las manos envueltas en trapos y se los devolvieron. A las 12:24, mientras algunos estudiantes lanzaban gritos de desafío derecho a los rifles, la Guardia Nacional abrió fuego. La salva asesina duró trece segundos; se derramó sangre. Cuatro estudiantes quedaron muertos, nueve heridos.
En una semana, la policía se metió a la universidad Jackson State del estado de Misisipí, con un estudiantado completamente negro, a apagar la sublevación antibélica. En una residencia estudiantil acribillada, dos estudiantes más quedaron muertos.
Un grito de batalla
Instantáneamente, estos asesinatos se transformaron en un símbolo de la brutal determinación del gobierno a defender su imperio a cualquier precio. Los nombres de Jackson State y Kent State se transformaron en el grito de batalla de una oleada de lucha: en las universidades que ya estaban en huelga se atizó la ira y universidades de todas partes se lanzaron a la huelga, incluso instituciones antes tranquilas, rurales y aisladas, hasta que muchas simplemente cerraron sus clases y reconocieron que la vida se había entregado a la lucha política contra la guerra de Indochina y contra la opresión nacional del pueblo negro.
Los centros del ROTC y las instituciones de investigación estratégica y militar fueron atacados y destruidos en docenas de universidades. Los estudiantes, en busca de nuevos conocimientos políticos y de oportunidades de debatir líneas opuestas, se apiñaban en conferencias. Liberaron edificios enteros y los convirtieron en centros de actividad día y noche. Se formaron escuadrones de activistas para crear cartelones y folletos, escribir volantes y distribuirlos a otros universitarios, en las secundarias e incluso en las fábricas. Negros revolucionarios y proletarios vieron la oportunidad de entrar al terreno sagrado del mundo académico, por primera vez, no para escuchar sino para enseñar, llevando a nuevos círculos la realidad espantosa de la naturaleza de clase de su propio país y de su estructura social. Fue un enorme festival de los oprimidos, prendido por el ataque del gobierno a un ejército revolucionario de Asia, atizado por la sangre derramada aquí, lleno de resolución y desafío. ¡Fueron días magníficos!
En ese entonces y hoy, las voces del imperialismo han moldeado una versión "oficial" de estos acontecimientos. Han tergiversado asquerosamente la historia de Kent State y la presentan como "una tragedia en que los miembros de la Guardia Nacional, jóvenes y honestos, tuvieron que balacear a sus iguales en defensa propia"... una versión que no por accidente omite las ideas del crimen, responsabilidad y terror del gobierno. Además, los medios de comunicación nacional de ese entonces (y los historiadores burgueses desde entonces) simplemente borraron a los mártires negros de Jackson State, enfocándose únicamente en Kent State, aunque en todas partes el movimiento trazaba vínculos entre las dos universidades. También borraron el hecho de que en casi todas las universidades en huelga por la invasión de Camboya se demandaba la libertad de los dirigentes del Partido Pantera Negra. Los lazos que se forjaban entre el movimiento contra la guerra y la lucha de liberación negra aterrorizaron a los imperialistas en ese entonces e incluso hoy día los quieren borrar de la historia.
A fines de la década del 70, se hicieron planes para borrar para siempre la memoria de la masacre de Kent State construyendo un gimnasio en el lugar de la confrontación del 4 de mayo. En 1977 y 1978, universitarios de todo el país (la mayoría estudiantes de secundaria durante los días de 1970) se trabaron en combate con la policía de motín de Kent, derribaron las cercas de construcción y ocuparon repetidamente el viejo campo de batalla; así reavivaron la memoria y las lecciones de Kent State y Jackson State para una nueva generación de rebeldes. Pero con el paso del tiempo se construyó el gimnasio.
Jamás perdonar, jamás olvidar
Hoy, treinta años después de los asesinatos, las lecciones de Kent State y Jackson State conservan toda su importancia. La masacre de seis estudiantes desarmados tuvo un efecto diametralmente opuesto de lo que esperaba el gobierno: desencadenó a literalmente millones de personas que antes se mantenían a distancia de la lucha debido a su propia pasividad o a falsas ilusiones sobre este horrendo sistema mundial. La lección más esencial fue que toda lucha auténtica contra la opresión tropezará con la oposición más encarnizada del gobierno y tendrá que orientarse hacia la lucha, no hacia súplicas. En algún punto de dicha lucha, el movimiento tendrá que darse cuenta del hecho básico de que el poder del gobierno se asienta en la fuerza de las armas y de que hay que hacerle frente con lo mismo.
En cierto sentido, los imperialistas conspiraron para "traer la guerra aquí". Los golpes violentos de su maquinaria estatal tuvieron ese efecto. Kent State y Jackson State avivaron la consigna popular de "¡Traer la guerra aquí!", para transformar la guerra de Asia en una iniciativa revolucionaria en las mismas entrañas de la bestia. Tales expresiones de derrotismo revolucionario e internacionalismo son parte del valioso legado de la época de Vietnam, de los asesinatos de Kent State y Jackson State, y de la oleada de protesta después de esos asesinatos. La importancia de estos legados no ha disminuido, no simplemente porque en general el presente debe descansar en los hombros del pasado con el fin de mirar más al futuro, sino porque este sistema y la necesidad de preparar una revolución se nos presentan hoy con más urgencia.
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