De Democracia: żEs lo mejor que podemos lograr?

La desigualdad es la esencia de la "igualdad ante la ley"

Bob Avakian

Obrero Revolucionario #1065, 6 de agosto, 2000

En octubre de 1999, el Partido Comunista Revolucionario,EU, anunció un proyecto de un año: elaborar un nuevo Programa-un Programa marxista-leninista-maoísta-que trazará el camino hacia el triunfo de la revolución en Estados Unidos.

En ese anuncio invitamos a unirse a este proyecto y solicitamos la colaboración de mucha gente en el trabajo de investigación socioeconómica y de la estructura de clases de este país, así como la oportunidad de debatir nuestro análisis político y nuestra visión de la nueva sociedad y la estrategia para crearla. Pedimos comentarios y observaciones sobre el actual Programa (de 1981), así como sugerencias para el nuevo.

Para contribuir a este proceso, el Obrero Revolucionario está publicando una serie de artículos: pasajes del actual Programa, escritos de Bob Avakian (Presidente del PCR,EU) y otros escritos de los órganos del Partido, con el fin de explicar ciertos principios marxista-leninista-maoístas, así como el análisis del Partido de la sociedad y el proceso revolucionario.

A continuación continuamos la serie con otro pasaje del libro Democracia: żEs lo mejor que podemos lograr? de Bob Avakian.

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Como hemos visto, la igualdad ante la ley es uno de las pilares fundamentales del concepto burgués de democracia. El derecho es presentado como una fuerza neutral, que afecta a todos por igual, prescindiendo del lugar ocupado en la sociedad y además como emanado, en última instancia, de la voluntad del pueblo, debido a que es elaborado por sus representantes elegidos. Además de lo que ha sido demostrado con relación a las elecciones-que refuta claramente la idea que las leyes son hechas por los representantes de todo el pueblo y muestra que, por el contrario, son elaborados por los representantes de la clase dominante-la realidad es que en cualquier caso las leyes deben reflejar y servir a las relaciones económicas subyacentes y a los intereses de la clase que domina en todas esas relaciones. De otra forma, si las leyes estuvieran en conflicto con las relaciones de propiedad fundamentales, la base económica de la sociedad sería completamente alterada y la sociedad no podría funcionar.

Imaginamos, por ejemplo, que aunque los artículos de primera necesidad continuaran siendo producidos como lo son en la sociedad capitalista-a través de un proceso donde los trabajadores intercambian opresivamente su fuerza de trabajo por salarios y son empleados con los medios adecuados por los capitalistas que luego se apropian del producto y realizan su precio en el mercado-al mismo tiempo las leyes establecieran que nadie tiene que pagar por tales artículos, y que nadie puede tomar de ellos más de lo necesario. Una situación tal choca inmediatamente como absurda, absolutamente impracticable, lo que es una expresión de la verdad básica que las relaciones sociales de producción subyacentes (la base económica) deben determinar y determinarán la naturaleza de la superestructura ideológica y política, incluyendo el derecho. Para alcanzar una situación donde las personas puedan realmente obtener las cosas que necesitan sin tener que pagar un precio por ellas se requiere un sistema económico fundamentalmente diferente, una sociedad radicalmente diferente correspondiente a semejante cambio fundamental en el sistema económico-todo un mundo nuevo-que solo puede ser conseguido a través de la revolución proletaria mundial. Pero en tanto que las relaciones del capital continúen dominando la sociedad, las leyes de esa sociedad reflejarán y reforzarán aquellas relaciones.

Esta es la razón de por qué "en el mundo real" de la sociedad capitalista, es del todo legal para una compañía rehusarse a contratar gente debido a que no puede emplearla lucrativamente, aunque esto pueda significar que las personas desempleadas (y tal vez sus familias) estarán hambrientas y sin hogar; mientras que al mismo tiempo, es completamente ilegal para aquellas personas ocupar parte de la propiedad de esa compañía para protegerse, o tomar comida o ropa de otros negocios sin pagar por estos-aun si ellos y sus familias mueren de hambre y frío. Esa es la razón de por qué es legal para una compañía financiera confiscar el carro de alguien que se atrase en sus pagos, aun si lo necesita para trabajar y ganar su subsistencia; la razón del por qué es perfectamente legal para una compañía de servicio público interrumpir la calefacción de la gente en los días más fríos del invierno si no ha pagado sus facturas, y así sucesivamente. Y todo esto sin tener en cuenta el modo en que interpretan y aplican en la práctica la policía, los tribunales y en general las autoridades establecidas, lo que está consignado en las leyes. Por ejemplo, aunque la ley permite teóricamente a un negro pobre llevar un revólver y utilizarlo en su propia defensa, es muy probable que tenga que pagar con su vida si se encuentra con la policía. Y necesariamente lo más probable es que el asesinato de un negro por la policía será declarado "homicidio justificado" independientemente de las verdaderas circunstancias. En efecto, la policía en Estados Unidos asesina cientos de personas negras cada año, y la gran mayoría de víctimas están desarmadas (aunque es una ardid común de la policía colocar un arma cerca de la víctima después de que ha cometido el asesinato, o afirmar que se pensaba que podría haber tenido un arma, etc). Tales asesinatos legales de oprimidos ni siquiera son de competencia exclusiva de la policía: recientemente se ha visto la aprobación y fomento estatal de "vigilantes" y otros reaccionarios para limpiar las calles de aquellos que son vistos como amenazas del orden establecido, ya sea que están comprometidos conscientemente en actividades políticas o que en general sean ingobernables. Igualmente, el bombardeo de clínicas de aborto en Estados Unidos no llega a ser declarado por el gobierno como actos terroristas-y en efecto, los ejecutores de estos bombardeos no son reprimidos sino animados desde los más altos niveles del gobierno-mientras las personas que "invaden" las fábricas productoras de armas y arrojan sangre sobre las armas para la destrucción masiva, son arrestadas y tildadas de "terroristas".

Finalmente, en una esfera más amplia, el derecho refleja el poder del Estado para obligar a las personas a tomar parte de sus fuerzas armadas, y asesinar a otros cuando se lo ordene tanto en su "propio país" como en cualquier otro lugar del mundo. En última instancia, esta violencia legalizada también persigue el propósito de proteger y reforzar las relaciones de propiedad básicas del capital y fomentar la acumulación capitalista-que especialmente en esta época del imperialismo, es un proceso internacional que se disputa en la arena mundial.

En resumen, los aparatos estatales-las fuerzas armadas en particular pero también los tribunales y el sistema legal, la burocracia, etc.-están en manos de una clase, la clase que domina en las relaciones económicas de la sociedad. Este Estado no es ni puede ser neutral. Ni es el instrumento de intereses privados particulares o de individuos especialmente poderosos (aunque, claro está, existen líderes de una clase, en una época dada). En otras palabras, el aparato estatal es un instrumento de dominación de clase, una máquina para la opresión de las clases dominadas y explotadas económicamente: refuerza la dictadura de la clase dominante sobre las clases explotadas y oprimidas, y será utilizada por esta clase para suprimir cualquier resistencia real a sus mandatos, cualquier reto serio a sus intereses y al orden establecido que los refleja y los sirve, independientemente de qué individuo en particular esté en el poder. Como Raymond Lotta incisivamente lo ha resumido:

"El Estado es una estructura objetiva de la sociedad cuyo carácter está determinado no por el origen de clase de sus principales líderes sino por la división social específica del trabajo del cual aquel es una prolongación, y las relaciones de producción a las que en últimas debe servir y reproducir".

En una sociedad basada en las relaciones burguesas de producción-con el antagonismo fundamental de clase entre la burguesía y el proletariado-es imposible que la superestructura (incluyendo las leyes y los tribunales, la policía el ejército, la burocracia y todos los aparatos de gobierno al igual que las ideas, los valores, las costumbres, etc.) no sustenten y refuercen tales relaciones de producción y la división del trabajo que caracteriza y resulta indispensable para esta sociedad, aunque esto signifique la explotación y opresión de las masas populares y la violencia masiva para defender y perpetuar tal sistema y los intereses de su clase dominante. Para eliminar semejante demencia y destrucción, para transformar las condiciones que les dan origen es necesario transformar totalmente las relaciones de producción y la división del trabajo-la base económica de la sociedad. Sin embargo, esto solo puede ser hecho a través de una revolución en la superestructura-la lucha por apoderarse del poder político de la clase dominante, por medios militares-la guerra revolucionaria del proletariado, en alianza con las demás masas oprimidas, para derrotar las fuerzas armadas de la burguesía, destrozar y desmantelar su aparato estatal, reemplazándolo por un Estado nuevo y radicalmente diferente, la dictadura del proletariado como una transición hacia la abolición de la división de las clases y del Estado.

Es imposible, sin embargo, llevar a cabo una "revolución pacífica". Revolución significa la transformación de la base económica y la superestructura de la sociedad; esto requiere el reemplazo de una clase dominante por otra. Ninguna clase dominante ha "dimitido" voluntariamente para abrirle paso a la clase que surge para reemplazarla. Esto es verdad no solo de la sociedad y su transformación en las épocas recientes, cuando la revolución no significó más que el reemplazo de una clase explotadora por otra. Mucho más válida resulta para la revolución de esta época, la revolución proletaria, cuyas metas son la abolición de todas las relaciones de explotación, de toda la opresiva división del trabajo y de todas las instituciones y formas ideológicas que reflejan la división de la sociedad en clases. Pensar en llevar a cabo tal revolución en forma pacífica-particularmente en esta época cuando se dirige contra la maquinaria de violencia y destrucción masiva controlada por los Estados burgueses y contra las clases dominantes que han demostrado repetidamente su absoluta determinación de mantenerse en el poder prescindiendo del costo en masacres y miseria humana-es cuando menos la cumbre de la estupidez. Promover tal noción como un programa político y oponerla a la necesidad de la revolución proletaria violenta es un engaño de la más grande magnitud.


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