La inquisición de Chicago:
Tortura a manos de la policiaVirus X
Obrero Revolucionario #1072, 1 de octubre, 2000
"Primero degradan al individuo.... Luego, lo vuelven completamente dependiente. Crean una situación de desesperanza e impotencia, para luego aplicar una metodología que va de golpizas al submarino mojado [un método de asfixia]".
Dr. Antonio Martínez, psicólogo especializado en casos de tortura,
en la audiencia de Darrell Cannon, sobreviviente de tortura policialPor un año, se han realizado audiencias sobre la tortura policial en los tribunales del condado de Cook, en Chicago. El propósito es determinar si la confesión de Darrell Cannon de un homicidio ocurrido en 1983 fue producto de tortura.
El testimonio ha sido intenso y contundente. Está en juego la libertad de Darrell y de muchísimas personas más, víctimas de un vil grupo de policías.
Desde 1972, una pandilla de policías torturaba a los detenidos en el Southside de Chicago. Dirigidos por el teniente Jon Burge, de la zona policial dos, los agentes cometieron toda clase de atropellos: golpizas, culatazos, simulacros de ejecuciones, asfixias y choques eléctricos. Los superiores evidentemente lo toleraban si no lo aprobaban pues ascendieron a los responsables y, cuando surgieron denuncias, taparon la verdad. Así fue la situación por casi 20 años, hasta que las críticas y las protestas populares provocaron el despido de Burge en 1993.
Hasta la fecha, se sabe de 60 víctimas de Burge, casi todos hombres negros; uno tenía solo 13 años. Muchos tuvieron que dar confesiones que los llevaron a la cárcel y más de una docena fueron condenados a muerte.
En el último año, Ronald Kitchen y Madison Hobley, otros dos hombres torturados por la pandilla de Burge, también tuvieron audiencias. Asimismo, el 10 de agosto, la Suprema Corte de Illinois falló que seis condenados a muerte deben recibir nuevos juicios, sentencias, argumentos escritos o audiencias, debido a tortura policial, trampas por parte de los fiscales o una defensa inadecuada. Dos de esos condenados a muerte-Aaron Patterson y Derrick King-fueron torturados por la pandilla de Burge; en ambos casos, la confesión sacada a la fuerza fue clave para condenarlos. A Patterson lo condenaron en 1986 y a King en 1979 (por homicidio los dos); ahora es probable que les hagan un nuevo juicio. La Suprema Corte mencionó que a los agentes involucrados en el caso de Patterson los han acusado muchas veces de tortura; además, dijo que si le hacen un nuevo juicio a Patterson y aceptan todas las pruebas que tiene ahora, probablemente saldrá libre.
Darrell Cannon confesó porque la policía le metió una escopeta en la boca varias veces, lo golpeó con una linterna y le dio choques eléctricos en la boca y las partes privadas. Ha cumplido 18 años de una condena perpetua.
Aunque Darrell ganó la lucha por una nueva audiencia hace más de dos años, no empezó sino hasta este verano. Lo que se ha visto en el tribunal es poco común: los investigadores de la policía han confirmado que la policía tortura a los detenidos. Los médicos han presentado los métodos y los efectos de la tortura, sea en un país del tercer mundo o en una delegación de Chicago. Y por último-y eso es lo que ha causado mayor impacto-cinco valientes hombres se presentaron a contar en el tribunal lo que sufrieron a manos de Burge y compañía.
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Gregory Banks entró al juzgado con lentitud. Tenía puesto el uniforme anaranjado de los presos, con las manos y las piernas encadenadas. El juzgado era muy pequeño, redondo y un vidrio de plexiglás separaba a los espectadores. Gregory habló en voz baja, pero su dolor era patente.
Fue el 29 de octubre de 1983. Hacía seis horas que lo arrestaron, pero Gregory Banks no confesaba. Eso era evidente. Los agentes Charles Grunhard, John Byrne y Peter Dignan estaban frustrados de golpearlo y... nada. No podían sacarle las palabras que querían. Le pusieron una pistola .45 en la boca, lo tiraron al suelo, le dieron patadas por todas partes, lo golpearon con una linterna, pero nada. Habría que usar otros métodos.
El detective Dignan sacó una bolsa de plástico. Dijo: "Esto es para los niggers". Le puso la bolsa sobre la cabeza y la apretó en los hombros. Gregory empezó a asfixiarse. Al contar la experiencia, dijo: "No podía hacer nada. Estaba impotente, desamparado. Me hubiera muerto". Unos minutos después, los agentes le quitaron la bolsa de plástico y salieron del cuarto de interrogación. Gregory quedó en el suelo, jadeando.
A los diez minutos, regresaron para una segunda vuelta con la bolsa de plástico. Esta vez, Gregory les dijo lo que querían... y acabó en la cárcel. Pasaron siete años hasta que los tribunales anularon la condena.
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David Bates estaba un poco nervioso mientras esperaba fuera del juzgado. Adentro, tendría que recordar un momento de la vida que jamás quería volver a vivir. Lo arrestaron más o menos cuando arrestaron a Gregory Banks; lo acusaron del mismo delito y le dieron el mismo tratamiento. Recibió una condena que le arrebató diez años de vida. Aunque más tarde ganó un pleito contra la policía, nada podrá devolverle el tiempo perdido... ni borrar las memorias de esa experiencia.
A las 8 de la mañana del 28 de octubre de 1983, arrestaron al adolescente David Bates, lo llevaron a la delegación y lo encadenaron a una pared. Grunhard y Byrne estaban entre los primeros policías que lo interrogaron. Durante la primera sesión de "preguntas", le dieron bofetadas y patadas en los testículos. En la segunda sesión, le dieron más bofetadas y más golpes. En la tercera, sacaron la bolsa de plástico y lo golpearon en el estómago para que tuviera que aspirar; así la bolsa se le pegó más a la boca y la nariz. David casi pierde el conocimiento. Le quitaron la bolsa y continuaron los golpes y las preguntas. Luego le pusieron la bolsa otra vez, para ahogar sus gritos. David recordó: "No podía respirar. Tenía 17 ó 18 años y era mi primera experiencia de esas. Me agarró puro terror, de la delegación, de los policías. No sabía que podían hacer esas cosas. Me traumatizó".
En la última sesión, la policía lo amenazó. Un detective le dijo: "Sabemos qué hacer con niggers como tú"; agregó que iba a regresar en la noche. David se dio por vencido. "Creí que moriría esa noche si regresaban. Tenían el poder de hacer lo que querían, eso lo dejaron en claro".
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Una meta importante de la defensa durante la audiencia fue demostrar que los tres agentes que torturaron a Darrell Cannon-Grunhard, Byrne y Dignan-cometían un padrón particular de brutalidad. El testimonio lo comprobó. La tortura brutal de David Bates y Gregory Banks ocurrió unos cuantos días antes del arresto de Darrell. Para Alonzo Smith, la tortura ocurrió casi un año antes, en enero de 1983.
Las penas de Alonzo Smith no empezaron con un arresto, sino con una visita voluntaria a la delegación. La policía fue a su casa a hacer preguntas sobre un homicidio y puso la casa patas arriba. Alonzo fue a la delegación a aclarar la situación, pero terminó encadenado a una silla en el sótano. Ahí Dignan y Byrne le hicieron una inquisición. Dijo uno: "Ya me cansé de perder el tiempo. Vamos a estar toda la noche. Me vas a decir lo que queremos o no sales de aquí".
Le dieron un macanazo en la ingle, patadas en el estómago y golpes en las manos y las piernas. Le pusieron una bolsa de plástico en la cabeza y volvieron a golpearlo. Al respirar, la bolsa se le pegó a la boca; Alonzo perdió el conocimiento y cayó al suelo.
Alonzo despertó cuando lo pusieron de nuevo en la silla con la bolsa de plástico sobre la cabeza. Dijo en su testimonio: "Me sentía perdido. Todo el día les dije la misma cosa, que no tenía la culpa.... Que no maté a nadie, pero no me creían. Me sentía perdido". Otra vez le dieron patadas y golpes; otra vez despertó en el suelo. Como temblaba, uno de los detectives le dijo: "¿Qué haces, será un nuevo baile de los niggers?".
La tercera vez que le iban a poner la bolsa, vio su sangre en ella y se llenó de pánico. Gritó: "Ya basta, ¿qué quieren?". Decidió decirles lo que quisieran. Los detectives le dijeron que si no lo hacía, lo iban a llevar de nuevo al sótano para matarlo. Alonzo no les dio pleito. Ha pasado 16 años en prisión.
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Los fiscales no encontraron casi nada que decir. Trataron de desacreditar al testigo con algo del pasado o señalaron pequeños errores en el recuerdo de incidentes de hace más de diez años. Pero no lograron cambiar el testimonio de nadie.
A Philip Adkins lo arrestaron a las cinco de la mañana el 7 de julio de 1984. Por decir que no sabía nada sobre un homicidio, lo llevaron a un estacionamiento, donde lo golpearon en el estómago y le dieron macanazos. Lo golpearon una y otra vez en los codos, las rodillas, la espalda, las costillas y la ingle. Philip hizo un esfuerzo por no perder el conocimiento. Al final, se orinó y se cagó en la patrulla.
Philip casi no podía caminar cuando al fin llegaron a la delegación. Un chota le dijo que si no se levantaba, lo iban a llevar otra vez al estacionamiento para despacharlo. Lo encadenaron a la pared; Philip vomitaba y vomitaba. Lo presentaron en una línea de sospechosos y por fin lo llevaron al hospital. Ahí la policía no permitió que su familia le sacara fotos de las heridas. En el juicio, fue condenado a raíz de una declaración que negó haber hecho o firmado. Ha pasado 10 años preso.
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En su testimonio como experto en cuestiones de tortura, el Dr. Robert Kirschner describió los métodos preferidos por diferentes gobiernos: en Centro y Sudamérica, la asfixia; en Turquía, colgar de los brazos; en Israel, sacudidas violentas; y en muchísimos países, simulacro de ejecución.
En la zona dos de Chicago, se emplearon la mayoría de esos métodos y choques eléctricos con un aparato llamado el "teléfono Tucker". El Dr. Kirschner dijo que en la Escuela de las Américas enseñan a usar choques eléctricos a torturadores de varios países y que el ejército los empleó para interrogar a los vietnamitas durante la guerra de Vietnam. El teniente Burge fue policía militar en un campo de prisioneros de guerra en Vietnam.
A Melvin Jones lo arrestaron el 15 de febrero de 1992. Pasó cuatro días en el cuartel general de la zona dos encadenado a una silla. Durmió muy poco y no le permitieron comer ni ir al excusado.
Burge, jactándose de que podía quebrar a cualquiera, le dijo a Melvin Jones que torturó a varios jefes de pandilla y los hizo arrastrarse por el suelo. Cuando Melvin pidió ver a su abogada, Burge se rió: "Esa puta no entra aquí". Agregó: "Solo tienes dos derechos: el derecho a un madrazo y el derecho a confesar".
En determinado momento, Burge entró con una caja que tenía alambres y enchufes, le ordenó a Melvin Jones pararse y bajarse el pantalón. Dijo: "Espero que hayas hecho el amor anoche". Con un alambre, tocó el radiador y salieron chispas. Luego le tocó a Melvin el pie, la ingle y el pene. El dolor fue horrible. Melvin no pudo más que gritar: "¡Ay, dios mío!".
Eso no era suficiente para Burge, quien le cortó la cabeza con una grapadora. Luego le encañonó la cara con un revólver y apretó el gatillo varias veces. Otro chota agarró a Burge para separarlos y "animó" a Melvin Jones cooperar. Melvin no quiso confesar nada, pero la policía afirmó que contestó. Melvin Jones pasó siete años preso hasta que los tribunales anularon la condena.
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Al final de su testimonio, el Dr. Kirschner dijo que en el tiempo que fue médico forense del condado de Cook, habló con varios detectives que admitieron que sabían de las torturas de Burge en la zona dos y, lo que es más, que le mandaban los detenidos de otras zonas que no cooperaban. Así que la tortura sistemática y generalizada, aunque fuera la especialidad de Jon Burge y compañía, era útil a todo el departamento de policía.
El 3 de agosto, el juez de la audiencia rechazó el testimonio de Melvin Jones y varias otras víctimas de Burge y compañía, y solo aceptó el testimonio de los torturados por los mismos agentes que torturaron a Darrell Cannon. Los abogados van a apelar. Todavía no se sabe qué conclusión saldrá de la audiencia, pero la realidad de la tortura policial ha salido a la luz de una manera contundente y el veredicto sobre eso está claro.
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