De nuestro corresponsal
Arizona:
La guerra contra los inmigrantes y la resistenciaParte 2: Conexiones en la frontera
Obrero Revolucionario #1074, 15 de octubre, 2000
En 1994, el Servicio de Inmigración y Naturalización (INS) inició la Operación Guardapuerta (Gatekeeper), una escalada de la guerra contra los inmigrantes que militarizó la frontera San Diego/Tijuana con vallas de acero, grandes faros y "tecnología de vigilancia". Ahora una nutrida Patrulla Fronteriza, con jeeps, helicópteros y equipo de visión nocturna, se mueve en una amplia zona militar a este lado del muro, y el ejército y la Guardia Nacional están apostados en varios puntos. Los que cruzan se ven obligados a arriesgar la vida en los desiertos y en zonas montañosas muy apartadas, y muchos han muerto de insolación y deshidratación. El 1º de octubre, en una protesta con motivo del sexto aniversario de la Operación Guardapuerta, grupos pro inmigrantes leyeron los nombres de más de 600 inmigrantes que han perdido la vida en el sur de California.
Actualmente, la mayor concentración de indocumentados que cruzan la frontera se encuentra en el estado de Sonora, México, y la mayor cantidad de detenciones de la Patrulla Fronteriza se registran en el sur de Arizona cerca de Tucson. Un equipo del RW/OR viajó a esa región y entrevistó a activistas, inmigrantes y residentes sobre la intensa represión de la Migra y la lucha contra ella, como el "nuevo ferrocarril subterráneo" que ayuda a los indocumentados que cruzan. Este es el segundo artículo de nuestro corresponsal.
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En la frontera de Arizona y el estado de Sonora, México, se encuentran las ciudades gemelas de Nogales, Arizona, y Nogales, Sonora; Douglas, Arizona, y Agua Prieta, Sonora; y Naco y Bisbee, Arizona, y Naco, Sonora, que ahora están separadas por grandes muros de muchos kilómetros en el desierto a ambos lados de la frontera. Si bien el desierto de esta región no es tan terrible como el de California, muchos inmigrantes han muerto aquí. Según el INS, se registraron 58 muertes en la zona de Douglas en los últimos 12 meses y podrían ascender a 200.
Ese trágico saldo ha suscitado una respuesta. Una señora de unos 50 años le dijo al RW/OR: "Si uno ve a una persona en la carretera y es evidente que está mal, deshidratada y con hambre, y que ha pasado unos tres días ahí, ¿a poco no va a darle un aventón? ¡Qué remordimientos tendría si lo dejara ahí a morirse! Y sabiendo que ha pagado todo lo que tiene para llegar a este lado, ¿cómo lo va a entregar a la Patrulla Fronteriza? Es muy sencillo: uno obedece la voz de la conciencia".
Por su parte, rancheros racistas como Roger y Don Barnett convocan protestas antiinmigrantes y organizan la cacería de indocumentados. La prensa grande les ha dado una cobertura muy favorable, como si todo mundo estuviera de acuerdo con ellos, pero los activistas que entrevistamos destacaron que esos racistas son una minoría de la población e inclusive de los rancheros.
Una labor de valientes
Un activista nos platicó del nuevo "ferrocarril subterráneo" (refiriéndose a las redes secretas que ayudaban a los esclavos a escapar al norte del país) y señaló que esa labor sigue a pesar de que la situación es cada vez más difícil: "Durante un tiempo podíamos encontrar gente que les diera un aventón, pero luego pusieron retenes y se volvió más difícil. Así y todo, lo seguíamos haciendo y todavía lo hacemos, solo que si descubren a alguien le va a costar. Sin embargo, hay gente dispuesta a pagar el precio y gracias a eso la labor sigue".
A menos de 50 kilómetros de la frontera, la Patrulla Fronteriza no necesita motivo fundado ni orden de cateo para parar o para registrar una casa. El sacerdote de la iglesia católica de San Lucas, Bob Carney, le dijo al RW/OR: "Cuando sellaron la frontera, a los indocumentados les tocó cruzar más allá, en tierras de los rancheros. Pero ahora no son tres o cinco al día, como antes, sino 50 ó 100. Algunos [rancheros] son parte del nuevo movimiento clandestino [de apoyo a los indocumentados].... Si uno tiene cierto aspecto, lo paran [en los retenes]. Mucha gente pasa sin mayor problema, pero si uno es latino o moreno lo paran sin falta. Le confiscan el carro y si lo acusan de tráfico de indocumentados, lo meten a la cárcel. No importa que uno lo haga por motivos humanitarios, pues según la ley es tráfico de indocumentados. Así que uno tiene que correr esos riesgos. Además, mucha gente da hospedaje, lo cual también implica un riesgo".
Las ciudades chichas como Douglas, Bisbee o Naco, donde todo mundo se conoce, tienen sus ventajas y desventajas para los activistas que ayudan a los inmigrantes. Como nos explicaron: "Aquí es fácil que corra la voz. Uno le menciona algo a fulano, él se lo menciona a mengano y zutano, y de repente se sabe y hay gente dispuesta a ayudar". Pero, por otro lado, uno tiene que preguntarse: "¿Esta persona es de confianza? Si no es de confianza, no vaya a decir algo y perjudicar a otra gente".
Durante la guerra sucia de Estados Unidos en El Salvador en los años 80, varios religiosos y gente de esta zona iniciaron el Movimiento de Santuario. Ayudaban a los indocumentados a cruzar y por todo el país les daban amparo en iglesias. El gobierno reprimió al movimiento con saña, pero este no se rajó.
Ahora el gobierno busca amedrentar al nuevo movimiento de ayuda a los inmigrantes. La Patrulla Fronteriza dice que es un delito dar comida o agua a los inmigrantes. El INS confisca muchos carros; tiene grandes corralones en el desierto con cientos de coches. Un activista de Bisbee le dijo al RW/OR: "Una señora recogió a una inmigrante y su hija. Estaban muy deshidratadas. Llamó a la Patrulla Fronteriza y dijo: `Voy a entregarles unas personas que están graves'. La Patrulla Fronteriza la detuvo a ella y a los inmigrantes, y se robó el carro. La señora tuvo que pagar $800 por recuperarlo". En el pueblo de Naco, unos racistas golpearon a un activista y se ha detectado un aumento en la cantidad de tiras.
La situación está más tensa, pero la mayoría de los activistas no se amedrentan; al contrario, se están preparando para combatir la represión y algunos, que antes no se comprometían, buscan la manera de sumarse a la lucha.
En Tucson, Nogales y Douglas muchos activistas mencionaron la osadía de los de Bisbee, quienes están muy comprometidos e inclusive violan la ley para amparar a los indocumentados. Bob Carney dijo: "Tienen un gran compromiso de lucha por la justicia y dicen abiertamente: `Sí, les doy agua, comida y hospedaje, ¿y qué?'. El hecho de que sean tan francos nos da fuerza. No pueden dividirnos". Desde luego, el equipo del RW/OR tenía muchas ganas de ir a Bisbee.
Relatos de la frontera
De la carretera a Bisbee sale un camino que va al pueblito de Naco, Arizona. El centro es una cuadra, nada más, una calle angosta que se construyó para caballos y carretas, pero los edificios son modernos. Uno camina 10 metros y está en México. Al llegar a la frontera, vimos a unos 15 indocumentados; los encontraron después de pasar siete horas en el desierto y en ese momento los deportaban. En un edificio colgaba una enorme manta del Grupo Beta (la policía mexicana que impide el paso a Estados Unidos) que advertía que en Estados Unidos los mexicanos corren el riesgo de deportación, cárcel, muerte en el desierto y ataques racistas.
Hicimos cola. ¡Qué rabia nos dio que la Migra regresara a nuestros compañeros inmigrantes! En eso, un agente mexicano nos señaló con la mano, pásenle, y pasamos sin más, antes que los mexicanos. Comprobamos la amarga verdad de que no hay ningún impedimento hacia el sur para los turistas ni para el capital de inversión estadounidense, que le paga $3 al día al obrero mexicano, ni para su armamento que reprime al pueblo.
En todos los pueblos de la frontera, hay una "plaza de inmigrantes", donde hasta miles de personas se juntan al atardecer. No falta el teléfono público, donde hablan a la familia a avisar que ya van a cruzar. A veces es la última noticia que reciben sus seres queridos. En Naco la plaza está a un par de cuadras de la frontera.
Entre los que deportaron, había varios del estado de Hidalgo. Un joven de 21 años llevaba tres años yendo y viniendo a Estados Unidos. Procuraba regresar a una empacadora de pollos en el estado de Georgia, según él de las más grandes del mundo. Otro joven de 22 años era de Chiapas. Hace un mes, cuando estaba trabajando la naranja en Phoenix, le llegó la noticia que su madre estaba enferma. La fue a ver y afortunadamente se alivió. Estaba de regreso, pero dijo que ahora cuesta mucho más trabajo cruzar que el año pasado.
La bronca de cruzar la frontera le complica mucho la vida a los indocumentados que trabajan en Estados Unidos. Muchas veces no se arriesgan a regresar a ver a la familia, ni siquiera a atender a un pariente enfermo o ir a un entierro. Por eso, muchas mujeres y niños cruzan ahora para reunirse con esposos y padres, y para trabajar. El joven de Chiapas nos dijo que por temor a la Migra, solo sale una vez al año a pasear por el centro por unas horas. Prácticamente todos los que están en la plaza han cruzado antes y la mayoría regresa a trabajar. Tienen que mantener a sus hijos y en México no encuentran trabajo.
En Naco todo mundo sabe todo lo que pasa y corrió la voz de que un grupo de Estados Unidos opuesto a la guerra contra los inmigrantes estaba haciendo entrevistas. Cuando ya nos íbamos, un viejito nos alcanzó y agarró a un compañero de la mano: "Es bueno, es bueno lo que hacen", nos dijo.
Una posición firme
En 1972, Phelps-Dodge cerró sus minas de cobre en Bisbee y Douglas. Dejó enormes canteras y montones de desechos en los cerros. El mercado de bienes raíces se desplomó. Según un residente: "Se pagaba $500 por una casa y $1000 por todo un cerro". Era muy atractivo para gente que quería ir a vivir a un lugar hermoso del campo y muchos aprovecharon los precios de ganga.
Bisbee queda en un largo valle atravesado por una quebrada, con grandes árboles de sombra que amparan del calor del desierto. El aire es puro y en las noches el cielo está lleno de estrellas. Llegaron muchos jubilados y artistas que se ganan la vida vendiendo cosas a los turistas que se quedan en hoteles remodelados y casas de huéspedes. Se construyó un teatro y se hacían muchos festivales.
Conocimos a mucha gente que participó en la lucha de los años 60. Una artista comentó que iba a manifestaciones contra la guerra nuclear con su mamá. Dijo que notó la invasión de la Patrulla Fronteriza porque paraban a mucha gente: "Al llegar aquí en marzo, me di cuenta de que todos [los que paraban] eran hispanos. Y había muchísimos policías; jamás había visto tantos. Paraban a diestra y siniestra. Pero no me caía el veinte. Pensaba: `Es raro. Al parecer hay mucho racial profiling [parar por el color de la piel]'. Por todas partes veía policías y agentes de la Patrulla Fronteriza, y vi que trabajaban de la mano". Un día vio a unas compañeras con pancartas que decían: "Alto al racial profiling". Estacionó el coche y se les unió.
Nos contaron que ligado al ambiente represivo, se ha notado un aumento de brutalidad policial. Un policía de mala fama le dio una paliza al gerente del Café Renaissance, un café muy concurrido, y le tumbó la puerta a una joven porque la música le pareció muy fuerte.
Hace unos meses, el Arizona Star informó de dos mexicanas que se escondieron detrás de un basurero en Bisbee. Abandonadas por el coyote, estaban perdidas, y tenían mucha sed y hambre. Un muchacho las encontró y las llevó a una casa, donde también llegó una nicaragüense que encontraron perdida en el desierto. Ahí les dieron de comer y las hospedaron. Contactaron a sus familias y amigos en Dallas y Nueva York, y una red de amigos las ayudó a salir de la zona.
Mucha gente ha abierto su casa y su corazón. Unos van al desierto a recoger basura que dejan los inmigrantes y han encontrado muchos artículos personales, como fotos de familiares en México. Conservan todo con el plan de hacer una instalación artística en el cerro más alto de Bisbee.
Encuentran muchas formas de solidarizarse con los inmigrantes. Han establecido centros de distribución de comida, agua, remedios para la deshidratación y ropa en lugares donde la Patrulla Fronteriza no los detecta. El periódico The Bisbee Buzz da una cobertura muy favorable a los problemas de los inmigrantes. El número de mayo 2000 se dedicó a una exhibición de cruces en Tijuana en memoria de los muertos de la Operación Guardapuerta.
Las autoridades amenazaron con arrestar a los que les daban agua a los indocumentados, pero se echaron para atrás cuando les señalaron que según la ley del buen samaritano del estado de Arizona, hay que prestar ayuda a cualquiera que necesite agua, esté herido, etc.
Art, un activista de Bisbee, nos contó que el gobierno estableció el Comité de Ciudadanos en pro de la Estación Fronteriza de Naco, un comité que supuestamente solicita las opiniones de los ciudadanos. Dijo que cuando quiso entrar al comité: "Me corrieron, literalmente. Asistí a tres reuniones y en cada una me amenazaron". Art interrumpió a unos derechistas dueños de tierras y dijo: "En lugar de decirles `illegal aliens', ¿por qué no les decimos `inmigrantes'?". Respondieron a gritos. Art nos explicó: "Nos corren de la reunión, dicen que no debemos estar ahí. Pero dicen que es una asamblea pública. Fui a tres reuniones y pregunté, `¿Qué hago para entrar al comité? Quiero tener voz y voto en este grupo'. Ni siquiera me informaron cómo entrar".
"En esas reuniones, les preguntamos a los agentes de la Patrulla Fronteriza: `¿Cuánta gente ha muerto de insolación o deshidratación en el desierto?'. Nos respondían: `No estamos autorizados a decirles porque se trata de una zona de guerra y, al igual que cualquier zona de guerra, se prohíbe hablar de las bajas'. Así que no dan información". Art extendió la mano hacia el desierto, con sus rocas y matorrales: "A tres metros de aquí no se ve casi nada. En el desierto hay coyotes y cerdos salvajes; esos animales se alimentan de carroña. No se va a encontrar a todos los muertos". Art agregó que un agente de la Patrulla Fronteriza dijo "extraoficialmente" que calculaban que en el último año murieron unos 200 indocumentados.
En el Café Renaissance de repente uno se mete en discusiones políticas muy gruesas, pues nadie tiene una posición neutral respecto a la guerra contra los inmigrantes que ve a su alrededor, y muchos nos dijeron que las protestas en Seattle contra la Organización Mundial de Comercio les gustaron mucho.
Penny, una joven de 22 años que trabaja en una galería de arte, dijo: "Ahora tengo una posición más firme. No es que estuviera indecisa sino que no lo había pensado mucho. Pero ahora se siente la represión. Algunos dicen que los inmigrantes vienen a vender droga, cuando en realidad hacen trabajo que nosotros no queremos hacer; están jodidos. La verdad, me afecta mucho. Anoche andaba por la calle y vi a tres tiras vestidos de traje. Hace dos meses la Patrulla Fronteriza no andaba por aquí, pero el otro día vi a dos agentes con uniforme que iban en bicicletas hacia los cerros. A veces pienso que debo irme a otra parte, pero eso no solucionaría nada porque si todo mundo se va a otro lado, es igual. Pasan cosas parecidas en todas partes".
Al día siguiente en la misma mesa del café platicamos con Andy, un cuate de 32 años que vivía en el noroeste. La primera semana que estuvo en Bisbee, salió al desierto a disfrutar del aire puro y la Patrulla Fronteriza lo hostigó. Nos habló de la difícil situación de los que logran cruzar la frontera: los indocumentados son muy vulnerables; si reclaman sus derechos, el patrón los deporta y a lo mejor no logran cruzar de nuevo o mueren. En eso, un cuate de otra mesa preguntó si podía aportar su opinión y dijo: "Quieren instituir una especie de esclavitud".
Comparado con una ciudad como Los Angeles, Bisbee es un lugar muy apartado, pues está a dos horas de la ciudad chica de Tucson por una carretera llena de curvas. Sin embargo, la gente se siente parte del creciente movimiento de resistencia. Andy comentó: "Como que estamos contestando los golpes. Lo de Seattle, lo de Washington y luego la Convención del Partido Demócrata. Cuando se reúnen, el pueblo está ahí, alzando la voz. Si queremos hacer un cambio importante en este país, es preciso encontrar aliados, aceptar todos los aliados que podamos juntar, independientemente de cuestiones personales".
Le comentamos a Art lo que dijo un señor en la plaza de Naco, Sonora. Estaba de regreso a su trabajo en la cocina de un restaurante italiano al norte de la línea y, refiriéndose al enorme muro de la frontera, dijo: "Por alto que sea, un día caerá". Art estuvo de acuerdo: "Nada es más fuerte que el pueblo. Tarde o temprano, venceremos. De eso no cabe la menor duda".
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