La entrevista del OR

Jeff Paterson, que desobedeció órdenes de luchar
en la guerra del Golf, contra la máquina de guerra

"No soy a ser un peón de las intrigas de poder, ganancias y petrodólares de Estados Unidos en el Oriente Medio."

Obrero Revolucionario #1087, 21 de enero, 2001, en rwor.org

El 7 de agosto de 1990, Jeff Paterson, un cabo de la Infantería de la Marina de 22 años de edad, se sentó en la pista de aterrizaje de una base militar de Hawai y desobedeció órdenes de ir a Arabia Saudita. La imagen de Jeff, el primer soldado que se negó a luchar en la guerra del golfo Pérsico, salió en periódicos y en la televisión por todo el mundo. Con motivo del 10 aniversario del comienzo del bombardeo estadounidense de Irak, el OR le pidió a Jeff Paterson que nos contara lo que hizo y lo que le pasó.

OR: Este mes marca el décimo aniversario de la guerra de agresión yanqui en el golfo Pérsico. Muchos lectores del OR recordarán que en 1990 desobedeciste órdenes de ir a esa guerra; de hecho fuiste el primer soldado que lo hizo. Pero a lo mejor los nuevos lectores desconocen esa historia. Por favor, cuéntanos tus experiencias.

JP: Hace 10 años, Estados Unidos lanzó una prolongada campaña de bombardeo contra Irak, pero para mí la guerra empezó cuatro meses antes, pues tras la invasión iraquí de Kuwait, el Pentágono decidió despachar unas unidades de la Infantería de Marina al Medio Oriente, entre ellas la mía. En ese momento, cumplía cuatro años de servicio militar y apenas me quedaban un par de semanas. Estaba ilusionado con mis planes de continuar los estudios y reintegrarme a la vida civil.

Crecí en un rancho cerca de un pequeño pueblo en el norte de California. Mi mamá a duras penas se ganaba la vida. No había transporte público para ir al pueblo y solo teníamos un coche. Comparada con la opción de trabajar en el rancho, la Infantería de la Marina me pareció una buena alternativa. Me gustaba la música punk por lo rebelde y la Marina me pareció chido por lo mismo.

Me mandaron a Okinawa, Japón, una pequeña isla muy aislada, y, por razones que ignoraba, la población nos odiaba. Estaba en una unidad de artillería. Muchos cuates se pasaban la vida pedos y con prostitutas. Yo tenía los ánimos por los suelos, pues de plano no me hallaba. En ese tiempo fui a la biblioteca de la base, y en un rincón encontré unos libros empolvados sobre El Salvador y Nicaragua. En ese entonces, la guerra en Centroamérica hacía titulares y Estados Unidos ayudaba a los ejércitos de esos países, que atacaban al gobierno sandinista en Nicaragua y trataban de "salvar" a El Salvador de los rebeldes del FMLN. Leí de las luchas armadas en esos países, que los campesinos se organizaban contra la intervención yanqui. No captaba a fondo la política del FMLN y los sandinistas, pero su lucha me pareció muy padre. De hecho, me puse de su lado y rechacé la Infantería de la Marina.

En las Fuerzas Armadas, y en particular en la Infantería de la Marina, le dicen a uno que no tiene caso hablar de sus experiencias con civiles porque los demás no comprenderán. ¿A qué se refieren? ¿Que no comprenderán por qué hemos jodido a los pueblos de todos esos países? ¿Ni comprenderán por qué está bien comprar a una mujer por una semana o "regalar" una máquina lavaplatos a los padres de una joven a cambio de tenerla como sirvienta/esclava sexual? ¿No comprenderán por qué está bien volar una casa con artillería Howitzer de 155 mm--lo cual hicimos en varias ocasiones--y "compensar" a los campesinos con unas latas de comida del comedor de la base? Nos decían que los civiles jamás comprenderán todo eso. [Risas] ¡Y tenían razón!

Un par de años después cuando recibí órdenes de ir a Arabia Saudita, me cayó el veinte. Capté que todo eso no era la excepción sino la regla, o sea, todas mis experiencias en Okinawa, la forma de tratar a la gente y el hecho de que nos veía como invasores, y además mis experiencias en Filipinas y Corea del Sur. No conocía el Oriente Medio, pero estaba convencido de que lo que íbamos a hacer allí no beneficiaría al pueblo; seguramente nos mandaban allí (al igual que a los demás países) para controlar los recursos a beneficio de Estados Unidos.

Los últimos meses de mi servicio militar los pasé en Hawai y me metí a la universidad a fin de comprender qué pasaba en Centroamérica y qué hacía Estados Unidos en todo el mundo. En poco tiempo conocí a activistas de ¡Rehusar & Resistir!, CISPES y otros grupos que me hablaron sobre la lucha del pueblo hawaiano contra la destrucción de su patria. En ese tiempo, me mandaron a hacer un bombardeo de la isla de Kahoolawe, algo parecido a lo que pasa ahora en Vieques, Puerto Rico. El hecho de meterme a la política de la universidad y captar el hilo que conectaba todas esas experiencias me dio la fuerza para oponerme a la guerra del Golfo.

OR: En una rueda de prensa el 16 de agosto de 1990, dijiste: "No voy a ser un peón de las intrigas de poder, ganancias y petrodólares de Estados Unidos en el Oriente Medio". Dijiste que no ibas a subir al avión y si te arrastraban al desierto de Arabia Saudita, te negabas a combatir. ¿Cuál era la situación en ese momento y cómo respondieron las autoridades?

JP: Todo ocurrió muy rápidamente. A principios de agosto, Irak invadió a Kuwait, y en cuestión de 48 horas Bush salió en la tele y dijo que había que responder. Dos días después recibí la orden de hacer la maleta. Me tocaba subir al avión en 48 horas. No sabía qué hacer y les pregunté a mis amigos. Me dijeron: está jodido; pero ni modo, tienes que ir. Pero un puñado de amigos, y uno en particular de ¡Rehusar & Resistir!, me dijo: "Obedece la voz de la conciencia". Y eso me hizo reflexionar muy seriamente, pues durante cuatro años obedecí órdenes, o sea, hice lo que me dijeron. Pero ahora por vez primera me dijeron que debía seguir mis principios, y para mí eso fue algo totalmente nuevo.

El hecho de que un grupito me iba a apoyar o ayudar, o cuando menos visitar cuando me metieran preso, me dio fuerzas. Y una vez que tomé esa decisión, me daban asco todas las experiencias de los últimos cuatro años y sentí más firmeza, estaba decidido. En esa primera rueda de prensa me desahogué. Después de cuatro años de coraje y frustración, quería remediar la situación; ya no iba a participar en esos terribles crímenes de las fuerzas armadas.

Una noche me presentaron al destacado abogado/activista Erik Seitz, quien defendió a muchos soldados que se opusieron a la guerra de Vietnam. Al día siguiente, en vez de reportarme a la base, convocamos una rueda de prensa en su despacho. Al regresar a la base por la tarde, un guardia me dijo que todo mundo me vio en la tele, y que los oficiales se reunieron y hablaron de darme un castigo ejemplar para que los demás no cayeran en esa locura.

Al día siguiente regresé a mi unidad de 160 infantes; el oficial dio un discurso: dijo que era lógico que los soldados tuvieran ganas de darme una buena golpiza y partirme la madre; desde luego, eso sería ilegal y no deberían de hacerlo, pero por otro lado, sería muy natural.

Durante un mes la situación estuvo al rojo vivo. Los oficiales decían públicamente, en respuesta a mi comité de apoyo, que yo no iba a Arabia Saudita, que no iban a obligarme a mí ni a nadie, que era un cobarde, un maldito, que me iban a echar al bote. Pero a mí me decían que sí iba, que no me correspondía a mí ni a mis cuates determinar si era justo o no. Eso no lo permitirían, para nada. Yo tenía que ir aunque fuera para pelar papas o cavar trincheras.

Se soltó un debate muy enconado: por un lado los oficiales y los militares de carrera (los que se tragaban toda la propaganda oficial) y por el otro lado la enorme cantidad de infantes como yo, chavos de 18 años que no sabían qué querían hacer en la vida, jóvenes negros que huyeron de los ghettos de Chicago o Compton, blancos pobres de los estados sureños que no querían ser granjeros como su padre. La mayoría no captaba la política de mi posición en cuanto al Oriente Medio, pero les caía bien porque me oponía a las fuerzas armadas. Durante años nos tomábamos nuestras chelas y platicábamos de lo jodido que estaba todo. Ahora yo luchaba contra todo eso, lo ponía al descubierto.

OR: ¿Qué pasó después de la rueda de prensa? ¿Te metieron al calabozo?

JP: Todavía no. No sabían qué hacer conmigo. Tenían la esperanza de que me rajara. Aunque salí por televisión y dije que no iba, podían voltear la tortilla si salía en las noticias que a fin de cuentas me rajé y fui.

Negociamos por tres semanas. Pedí que me dispensaran como objetor de conciencia; dije que ninguna guerra que libraban beneficiaría a la humanidad, pero cuando me interrogaron, no condené a los pueblos del mundo que luchaban contra la máquina de guerra yanqui y con ese pretexto rechazaron mi petición.

Inicié una huelga de hambre. Las autoridades decían que no me obligaban a ir a Arabia Saudita, pero yo sabía que no era cierto. Inicié la huelga de hambre porque si me obligaban a ir, sería una carga (y no un combatiente valioso).

Se daba mucha publicidad a mi caso. Unos negros rebeldes se solidarizaron conmigo y luego unos racistas me agredieron, diciendo: "¿A poco tu cuate nigger te va a salvar?". Se deslindaron campos y para mí todo era más fácil porque estaba más claro.

Me tenían bajo arresto domiciliario para que mis ideas no "infectaran" a los demás. Una noche, cuatro tipos entraron por la ventana y me despertaron a empujones con unos palos. Uno tenía una bayoneta. Estaba medio dormido y uno dijo algo como: "¡Te vamos a matar, cabrón!". Le respondí: "¿Cómo? ¿Por qué razón? ¿Por qué quieren hacer eso?" Dijeron: "¡Porque eres un mugroso cobarde, un pinche maricón!"

Pensé: debo despertarme ya [risas] y platicar con estos cuates. Les platiqué de muchas cosas que había leído. Les pregunté si sabían que Estados Unidos abastecía a Irak de armas cuando atacaba a los curdos con gases tóxicos o que azuzó a Irak y a Irán durante la guerra entre esos países. Les pregunté, ¿por qué defendemos la dictadura de Kuwait? Me dijeron: "Jamás nos dijeron lo que pasaba". Después de un par de horas--al menos me pareció un par de horas--dijeron que no me iban a golpear, pues tenía fundamentos y a fin de cuentas no era un cobarde.

Dos días después, uno de ellos se me acercó en el pasillo y me pasó un volante un poco rústico que sacó en su computadora con una foto del periódico y unos garabatos que decían: "Libertad para Jeff Paterson". Sacó unas copias y las regó por el cuartel. Cuando le pregunté por qué lo hizo, me dijo que quería que "se sacaran de onda... el general se sacará de sus casillas cuando vea esto".

Ese incidente me causó mucha admiración. Al principio quisieron rebelarse contra la orden oficial de no hacerme daño, pero después cayeron en cuenta de que debían rebelarse contra la autoridad y eso les pareció más chido.

Todos los días pasaban cosas así. Uno de los cargos contra mí era que di "información clasificada al enemigo" por el hecho de anunciar que me iban a mandar al Oriente Medio, pues tenía una acreditación clasificada por mis conocimientos sobre armamentos nucleares. Retiraron ese cargo y después me enteré que en la oficina del general un trabajador destruyó mi expediente (con la acreditación) para vengarse del general porque se la pasaba fregándolo.

OR: Esa foto donde desobedeciste las órdenes de ir a la guerra del Golfo y te sentaste en la pista de aterrizaje salió en primera plana en todo el país. ¿Tenías una idea del impacto de tus acciones en la sociedad?

JP: En ese momento, no me lo imaginaba. Más bien pensaba que el periódico local sacaría un titular que diría que despacharon a 10.000 infantes de Marina y abajo una frasecita diría que un tipo no quiso ir. Pensaba que eso sería valioso porque se sabría que un cuate protestó.

Todo eso pasó en agosto, cuatro meses antes de lanzar el bombardeo, pero para mí el bombardeo era inminente; sabía que iba a suceder y que las tan sonadas negociaciones eran pura paja, pues estábamos subiendo los cañones a los barcos y no lo hacíamos nada más para amedrentar. El propósito era matar a mucha gente. Un incidente me afectó mucho: el coronel reunió nuestro batallón; todo mundo estaba preocupado, pues quería volver a casa para navidad. No se preocupen, dijo, cualquier bronca y soltamos "la bala plateada" (la artillería nuclear con la cual yo trabajaba) y "madreamos a esos pinches árabes hijos de puta". Al oír eso, me dio mucho asco y no quería participar en esa guerra para nada.

OR: Después recibiste órdenes de ir al Oriente Medio. Cuéntanos, ¿qué pasó?

JP: El 30 de agosto llevaba una semana en huelga de hambre. El oficial convocó una reunión de la unidad y pidió una docena de voluntarios que partirían de inmediato. La tercera parte de los militares de carrera y otros alzaron la mano. Hubo muchos voluntarios, pero el oficial me escogió de "voluntario". Había que hacer la maleta y partir de inmediato.

Me permitieron salir de la base con un escolta para dejar mi carro. El que me acompañaba era un amigo, y me dio la oportunidad de contactar a mis partidarios y convocar una rueda de prensa. Al regresar a la base, celebramos la rueda de prensa en la mera puerta. Acudieron un chingo de periodistas y me preguntaron qué iba a hacer. La verdad no tenía pensado qué iba a hacer si intentaban meterme al avión, pero dije que en dado caso me sentaría en la pista. Unas horas después, eso fue precisamente lo que hice. Me dieron la orden de subir al avión y me senté en la pista, y los demás subieron.

Varios oficiales--un sargento, el oficial a cargo de mi unidad, un inspector naval--se pusieron furiosos; brincaron a mi alrededor, gritando que era un pinche cobarde y que se las iba a pagar después de la guerra. Mantuve la mirada fija; ni los pelé, y eso los encabronó más.

OR: Te sacaron de la pista y luego, ¿qué pasó?

JP: Me llevaron a la cárcel militar de Pearl Harbor y programaron el juicio militar para fines de noviembre. El fiscal pidió una sentencia de cinco años en el penal militar Leavenworth, pero me parecía poco en comparación con lo que iba a sufrir el pueblo de Irak o los sacrificios de los que luchan contra Estados Unidos en todo el mundo.

Aprovechamos el juicio para hacer publicidad y movilizar resistencia a la guerra, además de luchar para que retiraran los cargos. Todos los días había protestas en las puertas de la base, la gente se encadenaba a la reja y colgaba enormes mantas en las carreteras. Un día el juez se atrasó una hora y dijo entre risas que una gran manta de "Libertad para Jeff Paterson" bloqueaba la carretera, y tuvo que pasar media hora en un túnel, ahogándose por el humo de los carros.

Se prendió tanto escándalo y debate que a fin de cuentas decidieron que tenían que enfocarse en la guerra, ¿no?, y más valía deshacerse de mí. Me echaron del servicio militar. Aunque me amenazaron con cinco años de cárcel, gracias a nuestra estrategia de movilizar a toda la gente que fuera posible para apoyarme y oponerse a la guerra, finalmente retiraron los cargos y me pusieron en libertad. En cuestión de 48 horas regresé a California, y unos días después me uní al movimiento y participé en una manifestación multitudinaria contra la guerra.

Me arrestaron en San Francisco por subir a un camión de cinco toneladas mientras mis compañeros trastornaban el "desfile de victoria". Una semana después, me arrestaron de nuevo por encadenarme a un tanque durante un desfile en Oakland. Estuve preso con docenas de activistas que desenmascararon ese desfile de vergüenza.

OR: Cuéntanos de otros soldados que se opusieron a la guerra del Golfo.

JP: Los compañeros me platicaron de la tradición de lucha de los soldados contra la guerra de Vietnam y de organizaciones como Veteranos de Vietnam Contra la Guerra. Me llamaron ex combatientes de Vietnam como Brian Wilson (atropellado por un tren que le cortó las piernas en una protesta contra la intervención yanqui en Centroamérica). Así que conocí esa tradición y me dio fuerza ser parte de ella.

Después de mi primera rueda de prensa, mi comité de apoyo recibió llamadas de gente de todo el país: reservistas del ejército o la Infantería de Marina, cuates de la Fuerza Aérea. Me contactaban docenas y después centenares de personas que pasaban por lo mismo que yo, o sea, que bregaban por hacer lo justo. Se estableció un comité en Nueva York que defendió a docenas de personas, la mayoría de una unidad de reservistas. Salieron unas escasas notas sobre dos o tres personas que desobedecieron órdenes de combate y las metieron a la cárcel en Arizona. Aquí en San Francisco unos reservistas hicieron una rueda de prensa y dijeron que no iban al combate, y los metieron a la cárcel por dos años. La Infantería de Marina aprendió de mi caso, pues logramos movilizar apoyo de la comunidad; para evitar eso mandaba a los opositores a otros lugares para apartarlos de la comunidad, del apoyo y de los abogados progresistas.

Después de la guerra dediqué dos años a publicar un boletín llamado "The Anti-Warrior" (El antiguerrero) que abrió un espacio para los soldados que protestaban contra la guerra, publicaba sus relatos y poemas, etc.

Ciento cincuenta personas de las fuerzas armadas hicieron declaraciones contra la guerra. Sentenciaron a más de 100 a la cárcel. Unos pasaron un año o más en la prisión de Leavenworth. Según cifras oficiales, 7500 soldados pidieron que los dispensaran como objetores de conciencia durante la guerra del Golfo. Y seguramente hubo más, pues muchos oficiales rompían esas peticiones delante del soldado.

OR: La guerra contra el pueblo de Irak ha durado 10 años. Por favor, platícanos de esa situación.

JP: Es evidente que la guerra contra el pueblo de Irak no termina. Según estudios de la ONU, 1,5 millones de iraquíes han muerto, principalmente por las sanciones estadounidenses y no directamente por la guerra, es decir, de desnutrición y enfermedades curables. Muchos mueren por agua contaminada, pues Estados Unidos destruyó sistemáticamente las plantas de tratamiento de agua y sigue bombardeando sin piedad; a veces bombardea cada dos días y eso ni sale en las noticias.

Hace un par de años, Estados Unidos amenazaba con un nuevo bombardeo masivo de Irak. Hablé en un mitin y luego el ex combatiente Andrew McGuffin me contó los horrores de la guerra de Irak: cadáveres calcinados, carros incinerados por muchos kilómetros, el olor a carne quemada. Dijo que antes pensaba que los que se oponían a la guerra eran unos pinches cobardes, pero esas experiencias lo cambiaron para siempre. Lo empujé hacia el micrófono para que hablara a la multitud y esa tarde salimos en un programa de radio en Berkeley. Docenas de miles de veteranos padecen el Síndrome de la guerra del Golfo y se dan cuenta de que los han abandonado. Uno de cada siete veteranos de esa guerra está discapacitado, ¡el doble de la guerra de Vietnam o de la II Guerra Mundial!

Hace poco sumé mi firma a "Un llamado de ex combatientes: ¡Alto a las sanciones de EU/ONU! ¡Alto a la guerra yanqui contra el pueblo iraquí!" iniciado por Veteranos de Vietnam Contra la Guerra, Antiimperialistas.

Diez años después de la guerra del Golfo, la máquina de guerra yanqui bombardea al pueblo de Irak sin piedad. Siguen pasando las mismísimas cosas que me despertaron políticamente en ese entonces. Pero hoy por hoy, mucha gente de todo el mundo capta la neta del nuevo orden mundial/globalización estadounidense y opone resistencia, como por ejemplo las protestas que cerraron la cumbre de la Organización Mundial de Comercio en Seattle. En Filipinas, donde estuve como infante de Marina, hay una lucha armada; el Nuevo Ejército Popular lucha contra el imperialismo yanqui. En Perú, la guerra popular continúa y he leído de la revolución maoísta en Nepal, por ejemplo, en los fabulosos reportajes de Li Onesto en el OR. Todo eso ha de alentar a la gente; además, los ex combatientes sabemos mejor que nadie que podemos derrotar la máquina de guerra yanqui, sobre todo los que fueron a la guerra de Vietnam.


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