Obrero Revolucionario #1138, 10 de febrero, 2002, en rwor.org
Recibimos este reportaje de un corresponsal del OR que ha estado viajando por el Sur.
Hace unos meses, como parte del trabajo de un equipo que difunde el Borrador del Programa en el Sur, tuve la oportunidad de asistir a un taller en Durham, Carolina del Norte, sobre la lucha de los piscadores de jitomate en Immokalee, Florida, organizado por Lucas Benítez, dirigente de la Coalición de Trabajadores de Immokalee (CIW). Platiqué con Lucas sobre el Borrador del Programa y le enseñé la sección sobre la agricultura, que dice que el proletariado nacionalizará la tierra, y destaca el papel de los trabajadores del campo en la lucha por transformar la agricultura y construir el socialismo.
Unas semanas más tarde, con otro compañero hicimos el viaje por los bellos pantanos Everglades a Immokalee, un poblado pobre y triste sin las resplandecientes flores y las grandes palmeras de Miami, sin cafés o cantinas para jugar billar, sin siquiera un restaurante de comida rápida o un supermercado. Nada más vimos muchísimos tráilers, pequeñas casas muy pegadas y pequeñas tiendas. Al rato nos dimos cuenta del porqué: en ese lugar viven muchos inmigrantes de Haití, Guatemala y México que vienen a cosechar la sandía y el jitomate.
Echar carreras en el campo
Llegamos al local de la Coalición de Trabajadores de Immokalee, un pequeño edificio con un mural de colores brillantes que retrata la vida de los piscadores de jitomate. Enseguida salió Lucas Benítez y nos pusimos a platicar.
Dijo: "Los bajos salarios son nuestro gran problema... Los trabajadores del campo llevamos muchos años con el mismo salario: 40 a 45 centavos por cubeta, lo mismo que en 1978. No tenemos prestaciones, seguro de salud, nada. Si uno trabaja horas extras, no le pagan más por esas horas.
"Ganamos el mínimo: $5.15 por hora. Cuando uno trabaja para un contratista [compañía que contrata trabajadores para los patrones] no le pagan por hora; le dan 40 centavos por la cubeta de 15 kilos. Para ganarse $50 en una jornada toca recoger dos toneladas de jitomate. Es muy difícil. Un día apenas se trabaja tres horas, otro día toca una jornada de 12 horas, todo depende. No garantizan ocho horas al día ni 40 horas a la semana. En la mañana uno sale al campo y trabaja un par de horas, y llueve; entonces se va a la casa. O va a trabajar, pero el campo es chico y acaba en cuatro horas y se va a la casa. Al otro día le toca un campo grande y trabaja todo el día, 12 horas o más. Al final de la semana, puede que haya trabajado 40 horas ó 20 horas. Si trabaja tres horas, alcanza a llenar 40 cubetas y apenas le dan $16. El salario anual del piscador son unos $7500".
En la pared vi la foto de un trabajador del campo de 71 años llamado José. Debajo de la foto decía: "Nos alcanza para medio comer". Lucas dijo: "José sigue trabajando en el campo y migrando de un lugar a otro, aunque su caso no es típico. Pero sí, a veces uno trabaja y trabaja hasta que tenga 50 años o incluso más de 70 porque... no tiene la oportunidad de ahorrar, nada más vive al día... Uno sale a trabajar y gana $40 ó $45 el día; va a la tienda y compra la comida para la semana, paga la renta y guarda un poquito para mandar a México, Guatemala, Haití o donde viva la familia. Es muy difícil tener una cuenta de ahorros para cuando sea viejo. Pero es común que los patrones corran a la gente mayor... No quieren gente vieja. Quieren gente joven que trabaje rápido, corra en los campos y rinda más. En este momento, hay mucha más gente de 15 a 30 años; son la mayoría".
Le pregunté a Lucas por qué habló de gente que "corra" en los campos y explicó: "Uno recoge los jitomates por aquí, por ejemplo, y llena la cubeta. La vacía en el camión que está a 35 metros. Corre al camión y regresa rápido para recoger más. El encargado del camión le da un boleto. La cubeta pesa 15 kilos o un poco más si está muy llena, y tiene que estar así porque si no, no le dan el boleto y no le pagan la cubeta. Toca trabajar de carrera todo el día; si no, uno sale con apenas $20... Así que recoge, corre, trabaja y trabaja con la única meta de ganar los $50. No le da tiempo de hablar con los demás; trabaja y corre, eso es todo. A veces cuando va de un campo a otro, la caminata es el único descanso. Le dan 30 minutos para el almuerzo en una jornada de 12 horas o más. Y los baños están en los campos, pero a unos 150 ó 350 metros".
Le pregunté: "¿Cuáles son las formas de lucha? ¿Hacen paros?". Me dijo: "Sí, hicimos el intento, pero es muy difícil porque se trabaja cada día para vivir cada día. Si la gente no trabaja por una o dos semanas, dice: 'No tengo para la renta, para el almuerzo'. Y los patrones dicen: 'Está bien que hagan paro por una semana o dos, pero regresarán porque tienen hambre'. Saben que los trabajadores del campo tenemos hambre porque nos pagan una miseria. Hicimos un paro de una semana en 1995 con la participación de unos 3000 compañeros. Los patrones sintieron una gran presión; en una semana los jitomates se pudrieron, así que aumentaron el salario a $4.75 por hora y la gente dijo: 'Está bien. Antes del paro ganaba $4.25 y ahora lo aumentaron 50 centavos'. Pero la mayoría de los trabajadores del campo trabajan para contratistas y no les pagan por hora. El aumento no los benefició. Solo los que siembran y empacan trabajan por hora, los demás no. Se convocó el paro porque los patrones pretendían bajar los salarios de todos. Ayudó a contrarrestar la violencia contra los trabajadores: los golpeaban por pedir agua o por no trabajar rápido".
Unas trabajadoras mexicanas llegaron de los campos y quise entrevistar a Lucía, de 19 años. En un principio le dio pena y volteó la cara, pero le dije que sería muy valioso que una joven como ella hablara de su situación. Luego luego nos platicó de la vida en los campos: "Tengo que recoger muchísimo jitomate. Ahorita pagan muy barato, 40 centavos la cubeta. Si una compañera no puede entregar muchas cubetas, no gana nada. Cada día trabajamos más y ganamos menos. El trabajo es muy duro; uno corre y corre para llenar la cubeta. Y si no trabajamos rápido, los patrones nos regañan. Fue terrible cuando no había baños. Uno tenía que aguantarse las ganas. Como trabajamos por pieza, no descansamos; el tiempo corre y uno también, hasta que esté totalmente agotado. Entramos a trabajar a las 6 de la mañana y trabajamos hasta las 11. Luego esperamos a que nos manden a otro campo y en la espera no ganamos nada. Como trabajamos por pieza, no ganamos nada. Llegamos a la casa, y si uno tiene hijos, tiene que cuidarlos y guisar. Tengo 19 años y llevo un año aquí. Deben pagar más por la cubeta porque ahorita la gente se está matando con el trabajo".
La policía
Fuimos a la tienda a tomarnos un jugo. El cajero, un joven negro llamado Terrell, nos platicó de la situación en Immokalee: "Un amigo estaba pescando cerca de una finca y le dijeron que no se acercara mucho ni se arriesgara porque tenían guardias y podían matarlo. En esa finca tenían a los mexicanos trabajando como esclavos; estaba rodeada de una cerca de alambre de púas y les permitían ir a la tienda a comprar comida, pero no podían salir de la finca por otros motivos.
"Los piscadores trabajan siete días a la semana. ¡Yo no aguantaría ese pinche trabajo! Hacen muchas protestas. Hace poco protestaron contra Taco Bell [se ha convocado un boicot de Taco Bell, uno de los más grandes compradores de jitomate]. Salieron de aquí y caminaron a Tallahassee. Después, el gobierno municipal de Naples quiso poner un basurero aquí y unos 200 mexicanos se fueron a Naples para protestar y tuvieron éxito".
Le pregunté: "¿Hay unidad de los distintos países?". Contestó: "En lo cotidiano no; los negros, haitianos y mexicanos no conviven mucho; viven en sus propias comunidades. Pero cuando se convoca un mitin, todos acuden".
Nos platicó de la policía: "La policía hostiga a los negros y mexicanos. Un blanco corre a 120 kilómetros por hora con la policía ahí en frente sin mayor problema, pero si un negro o un mexicano pasa con vidrios oscuros, aunque no vaya a exceso de velocidad, lo paran en un dos por tres. A mí me han parado ahí en los proyectos habitacionales. Un policía sacó la pistola y ocho más me revisaron la identificación; luego dijeron que se equivocaron. Y se preguntan por qué los negros no ponemos la bandera en el auto. Aquí no sacamos la bandera de Estados Unidos".
William, un señor negro de más edad, le entró a la plática: "Siempre les caen encima [a los latinos]. Hace un mes la policía mató a un mexicano. Pidieron refuerzos y acudió una policía; en eso un señor iba cruzando la calle y lo atropelló, lo mató. Iba a toda velocidad y no iba a parar. Fue un hispano; no sé qué edad tenía. Lo tienen en la morgue porque hasta ahora nadie lo identifica. Ahí está su foto. Terrell tiene la foto de la cara ahí para ver si lo identifican. Quizás no fue brutalidad policial sino un accidente, ¿quién sabe? Pero a la policía la quitaron de patrullar; ¿acaso no hizo algo malo? Es la tercera persona que muere a manos de la policía en estos días. También atropellaron a un cuate que regresaba del trabajo en su bicicleta y balearon a otro que se tomaba una cerveza en la esquina".
"Quiero platicarles de Blocker, un cabrón ricachón que tiene tres mueblerías y es dueño de muchos tráilers y casuchas. En uno de sus tráilers vivían 15 gentes con camas en la sala y todo, y cada quien pagando $35 a $100 por semana. ¡Cobraba $5000 al mes por un pinche tráiler! Y es una chingadera que no vale más que $700. Como los Blocker tienen dinero, le dan su mordida al inspector. Hacen reparaciones muy chafas de los enchufes, o lo que sea. Lo sé porque mi tío trabaja para él. La familia Blocker es dueña del 80% de las viviendas de aquí a la calle Primera. Los tráilers están desmoronados y no tienen calefacción. Una señora dio un paso y el piso se rompió; se quebró la pierna, pero a Blocker no le pasó nada".
Dijo Terrell: "Es una locura cómo nos tratan en Immokalee. Estoy consciente de que tratan peor a la gente en muchas partes del mundo, pero aquí de veras somos ciudadanos de tercera. En las demás comunidades, hay un policía por ocho ciudadanos, o algo así, pero aquí es algo como un policía por tres ciudadanos. Los miércoles por la noche todos los policías trabajan y parece que hay cien mil. Es una locura. No es tan malo durante el día porque saben que todo mundo está trabajando. Pero por la tarde, vaya, si unos trabajadores se sientan aquí para tomarse una chela después del trabajo, vienen y los arrestan y los multan $50, toditito el dinero que ganaron ese día. A veces hacen una redada; van a una tienda y se llevan a unos 75 mexicanos al bote por tener una lata de cerveza abierta. Me han dicho que incluso llegan, abren la lata, la vacían y luego los meten al bote. Es una locura".
Señalé que el capitalismo es la fuente de toda esta injusticia, opresión y maltrato, que solo existe para exprimir ganancias del trabajo de la gente de aquí y del mundo entero. Terrell respondió: "Los opresores quieren oprimir al pueblo a como dé lugar. Uno puede trabajar muy bien y muy duro, pero el patrón lo va a chingar de todas formas. Estoy de acuerdo que sería mejor si el capitalismo no existiera, pero ellos son los que mandan; 50 personas están trabajando contra su voluntad en los campos y un tipo con una pistola controla todo. Controla toditito y a lo mejor matará a uno de ellos simplemente para que sepan que es el mero mero... Me gustaría vivir en paz, pero sé que no será posible porque soy negro. Jamás reinará el amor en este país. No funciona así".
De los campos a Washington, D.C.
Regresamos al local y platicamos con Chico, un trabajador de 20 años, quien participa de lleno en la coalición. Se entusiasmó mucho al contarnos de la protesta del 29 de septiembre en Washington, D.C. contra la guerra. Ha vivido toda la vida en Immokalee y trabaja en los campos con su primo, quien es capataz. Fue la primera vez que asistió a una manifestación grande y eso lo ayudó ver las conexiones entre la lucha de los trabajadores del campo y otras cuestiones, especialmente la guerra de Estados Unidos contra Afganistán.
Dijo: "Fue mi manifestación más grande y la más intensa manifestación. Fui a la marcha de Amnistía [por los derechos de los inmigrantes] en D.C., pero fue totalmente distinta. En esta ocasión cuando llegamos, vimos autobuses llenos de policías; nos rodearon en el primero momento. Tenían equipo antimotín y fusiles que disparan gas pimienta; la verdad, daba un poco de miedo. Básicamente no nos permitieron movernos. Intentamos ir por una calle, pero nos tenían rodeados y nos bloquearon. Básicamente nos controlaron completamente. Fui a D.C. porque mucha gente inocente está muriendo y eso no es justo. Las muertes de Nueva York me causaron una gran lástima, pero la muerte de miles de inocentes no justifica matar a miles más. El gobierno estadounidense tiene su propio proyecto. Quiere controlar Afganistán para controlar el petróleo. Además, solo le interesa hacerse rico, ¡qué gacho! Fui a la protesta contra la Escuela de las Américas en Fort Benning y oí contar que llegaron de noche y sacaron de su casa a unos trabajadores de Coca Cola que luchaban por un sindicato en Sudamérica, y los mataron o los desaparecieron. Me late que el gobierno y las corporaciones trabajan de la mano, y esto de la guerra... es para sacar mucha lana. Y para aumentar su poder".
Les dije que la clase obrera de Estados Unidos es parte del proletariado internacional. Somos una sola clase los que trabajamos en los talleres de costura en Los Ángeles y México, los que recogemos la cosecha en Immokalee y en Bogotá, Colombia. Destaqué lo que dice el Borrador del Programa: "Como individuos, los proletarios no pueden cambiar esa situación de esclavitud. PERO COMO CLASE SÍ TIENEN UNA SOLUCIÓN REVOLUCIONARIA". Chico respondió: "Definitivamente siento unidad con los trabajadores de todo el mundo. Solo conozco la gente de esta comunidad y lo que ocurre aquí. Pero es lo mismo aquí o en Perú, todo es igual. Fíjense que la Coca Cola está en todos lados y el gobierno quiere meterla a la brava. Y si tienen que matar a gente para hacerlo, no le hace; igual lo van a hacer. En cualquier lugar donde están chingando, donde la gente está jodida, de alguna forma u otra es porque nuestro gobierno quiere meterse o es por las corporaciones que explotan a los trabajadores de esos países".
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Nos despedimos de Lucas, Lucía, Chico y los demás compañeros con abrazos muy calurosos. Al atardecer, cientos y cientos de trabajadores se bajaban de los buses; se tomaban un refresco o una cerveza y platicaban frente a las tiendas. Pasaban en bicicleta con la camisa manchada de jitomate y los pantalones llenos de tierra por las carreras en el campo --el trajín de todos los días-- para dar de comer a la familia. La luz del día se desvanecía y me puse a pensar en el terrible peso de las cubetas, los pobres y sucios tráilers, la redada de 75 trabajadores nada más por tomarse unas chelas, la cara golpeada del hombre que la policía atropelló y su cadáver allá en la morgue aun sin identificarse, las compañeras que regresan agotadas de los campos y que tienen que guisar y cuidar a los niños. Y de repente sonreí... porque pensé: "Algún día todo esto acabará. Algún día acabará la explotación de la gente para la riqueza de los capitalistas y en estos campos trabajará unida, no para las ganancias de los ricos, sino para alimentar al pueblo".
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