By Li Onesto
Obrero Revolucionario #1142, 10 de marzo, 2002, posted at http://rwor.org
win142_sEl sol todavía no ha llegado al horizonte, pero en los montes Himalaya oscurece rápidamente. Me preocupa que pronto no podré tomar una buena foto. Las cuatro jóvenes tardan por lo menos 10 minutos en escoger un pañuelo para cubrirse la cara. Pero al fin se ponen en fila, con los rifles al hombro. Cuando les pregunté si me daban permiso de tomarles una foto, sonrieron tímidamente. Pero ahora me miran con toda seriedad.
Hace tres años fui a Nepal y recorrí las zonas guerrilleras de la guerra popular maoísta. Con frecuencia pienso en las cuatro jóvenes milicianas que fotografié ese día. Mucha gente ha visto la foto con emoción. Por todo el mundo, cientos de millones de campesinas experimentan diariamente una pobreza agobiadora y la crueldad de las tradiciones retrógradas: rituales religiosos y relaciones feudales que aplastan el espíritu y las esperanzas de las jóvenes, como la burkha, la dote, el matrimonio concertado, el matrimonio de niñas, la poligamia. Las cadenas feudales del campo entrelazan con la esclavitud urbana globalizada de talleres de miseria, prostíbulos y agencias que conciertan matrimonios en la Internet.
Las cuatro milicianas, como millones de mujeres más en Nepal, experimentan las mismas pesadillas que las mujeres de muchas partes del globo. Pero en Nepal las revolucionarias han tomado el futuro en las manos. Mujeres y hombres están librando una lucha armada para tumbar el gobierno corrupto y opresivo. Muchas han dado la vida en aras de cambiar el mundo.
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"En las zonas rurales, las mujeres sufren opresión a manos de la familia, la suegra, el esposo; hasta las matan por la dote. Así es en todo el país, tanto en las ciudades como en el campo. Se piensa que la mujer existe para servir al hombre y para tener hijos, nada más. Para resolver esa clase de problemas, hacemos una labor de educación de la mujer, para demostrarles que no es por culpa del esposo, la suegra, etc., que más bien el problema radica en la estructura social que descansa en el poder del estado, es decir, que necesitamos un cambio total, una revolución. Así educamos a la mujer".
Rekha Sharm, presidenta de la
Asociación Nacional de Mujeres (Revolucionaria) y
actualmente miembro del Consejo
Revolucionario Unido Popular, una
organización recién formada para asumir las
responsabilidades administrativas, legislativas
y militares en las zonas liberadas
En mi recorrido del campo, las campesinas me hablaron del trabajo deslomador, la inequidad y la discriminación. Gracias a sus relatos, capté que la opresión de la mujer en Nepal está íntimamente ligada al feudalismo y el capitalismo. Eso también me ayudó a entender más profundamente que incluso las mayores victorias de las organizaciones femeninas reformistas (que piden nuevas leyes, dinero para clínicas de salud y educación para la mujer) no pueden poner fin a esa opresión.
Vi que la liberación de la mujer es un elemento clave de la guerra popular que dirige el Partido Comunista de Nepal (Maoísta). Docenas de miles de jóvenes campesinas se han alistado al ejército popular porque captan que la lucha armada es el único camino que lleva a la liberación. En las zonas donde se está implementando el nuevo poder popular, vi que la revolución empieza a tumbar las muchas instituciones sociales, económicas y culturales que contribuyen a la opresión de la mujer.
La tierra para quien la trabaja... y la mujer también!
Por todas partes los campesinos me explicaron que no pueden dar de comer a la familia con las pequeñas parcelas que tienen. En Nepal, el 80% de la población son campesinos. Pero los campesinos pobres, que constituyen el 65% de la población, solo tienen el 10% de la tierra (los campesinos ricos y los terratenientes, quienes constituyen el 10% de la población, tienen el 65% de la tierra).
La raíz de la opresión económica de la mujer es esa producción feudal y semifeudal, y el patriarcado que la acompaña. Las campesinas se quejan mucho de que la mujer no puede heredar la tierra ni ser propietaria, igual que los hombres. En la región de Terai, en la frontera con India, hay más terratenientes grandes y las campesinas me hablaron de que tienen que trabajar o tener relaciones sexuales para pagar a los terratenientes.
El sistema de producción es muy atrasado. En las zonas remotas del campo no vi ni un solo vehículo motorizado, ni mucho menos un tractor. La producción se hace con el trabajo de seres humanos y de animales, con herramientas básicas, como la hoz y la azada. Por lo general la vida es muy primitiva, y las mujeres tienen que dedicar muchas horas a tareas como cargar agua, recoger leña y pastorear los animales.
Una campesina de 27 años me habló de su rutina diaria: "Me levanto a las 5 de la madrugada y preparo la sopa. Luego salgo con el cabrío a pastorearlo a unos tres kilómetros de aquí, como a cinco horas. Al mediodía, regreso, lavo los trastes y preparo el almuerzo. Después del almuerzo, llevo las cabras y vacas a pastar... Las llevo lejos. Recojo raíces en el bosque, y las hervimos con sal y cenizas para quitar lo agrio. Cuando termino de cuidar los animales, son las cinco de la tarde; preparo la cena, recojo la leña y, por fin, a las nueve de la noche me acuesto".
Por eso, la cuestión de la tierra desempeña un papel central en la revolución en Nepal. En muchas aldeas de las zonas guerrilleras, los revolucionarios me mostraron con orgullo las tierras que les quitaron a terratenientes, prestamistas, politiqueros corruptos y otros explotadores. Recuerdo un día que me senté a comer la comida típica (dahl baht, o sea, arroz y lentejas), y los guerrilleros sonrieron y me dijeron: "El arroz que comes es de tierras confiscadas de un opresor".
Además, los maoístas han empezado a forjar métodos colectivos de agricultura: los campesinos comparten herramientas y animales, y se ayudan mutuamente. Así los campesinos que no tienen familia grande ni muchos animales no sufren tanta desventaja. Este método también ayuda a las campesinas cuyo marido o hijo ha muerto en la guerra.
Se está librando la revolución agraria de acuerdo a los principios de "la tierra para quien la trabaja" e "igualdad de derecho de la mujer en propiedad de la tierra". Por primera vez, la mujer está en pie de igualdad con el hombre en cuanto a tenencia de la tierra.
Nuevos papeles para la mujer
Las tradiciones y tabúes patriarcales, que tienen profundas raíces en la cultura feudal y religiosa del campo, imponen una estricta división del trabajo. La mujer hace gran parte del trabajo manual, pero no ejerce control de la vida económica ni social de la familia o la aldea. En la práctica es sirviente del marido, y su propósito es producir hijos varones, cuidar a los niños y animales, y cocinar. Las prohibiciones de ciertas actividades promueven la idea de que es inferior. El marido puede darle una paliza a la esposa. Los padres pueden concertar matrimonios cuando una muchacha apenas tiene nueve años.
Se considera que las niñas son "útiles" porque pueden hacer los quehaceres. Pero después de casarse, una mujer tiene que vivir con la familia de su marido y está a su servicio. Así que muchos padres creen: "Tener una niña es como regar el árbol del vecino. Uno tiene que trabajar y pagar para cuidar la planta, pero todos los frutos los recoge otro".
Me contaron que los padres no les permiten estudiar... que tienen que casarse con hombres más viejos y violentos... que se encuentran atrapadas en matrimonios sin amor. Esto me hizo pensar que centenares de millones de mujeres por todo el mundo se encuentran en situaciones parecidas, y que esa realidad pide a gritos cambios fundamentales.
En las zonas guerrilleras, donde los maoístas están implementando el nuevo poder popular, vi que la revolución de veras está descuajando los cimientos de la opresión de la mujer. La guerra popular le da igualdad de derechos y un nuevo papel y propósito social.
En esas zonas pocos hombres viven en las aldeas. Trabajar la tierra solo alcanza para alimentar a una familia la mitad del año. Para la otra mitad, los hombres tienen que buscar trabajo en las ciudades o en India. Además, muchos hombres tienen que vivir en la clandestinidad por la represión policial de "simpatizantes maoístas".
Por eso las mujeres tienen que trabajar la tierra y gobernar las aldeas. La revolución las anima a responsabilizarse de tareas totalmente nuevas, como la organización política del apoyo a la guerra popular. Esto les da nuevas habilidades y les infunde una nueva confianza. Recuerdo a una mujer que me dijo: "Ahora podemos hacer de todo". Eso ha sido un reto a las ideas de los hombres y de las mujeres, y mucho ha cambiado. En una zona guerrillera de Rolpa, donde la guerra popular es muy fuerte, una mujer me contó:
"La forma de pensar de la gente ha cambiado mucho desde el inicio. Ahora padres y hermanos cocinan, traen agua, lavan trastes. Y la mujer también ha cambiado su forma de pensar. No nos permitían construir techos o arar la tierra, pero actualmente en las zonas donde se libra la guerra popular es muy fácil que la mujer haga todo eso. No elaborábamos canastas o tapetes. Según nuestras costumbres, no servíamos para eso. Pero cuando nos atrevimos a hacerlo, fue fácil. Así que podemos hacer de todo, si nos atrevemos; es decir, no existen diferencias entre los hombres y las mujeres".
También contó que tuvo que luchar contra su propia familia para entrar a la revolución:
"Al principio mi tío (padre de familia de nuestro hogar) no me daba permiso de ingresar a la organización de mujeres. Me rebelé y pasé seis meses fuera de la casa. Al regresar, los familiares no me aceptaron porque no estaban de acuerdo con mis actividades".
Su historia es típica de muchas jóvenes rebeldes con quienes hablé. Huyó de un matrimonio concertado, se unió a la revolución y, en una sociedad que donde la tradición prohíbe volver a casarse, ella se casó con un hombre que ama (un combatiente del ejército popular).
En mi recorrido con la guerrilla, vi que muchos hombres revolucionarios hacen las tareas que tradicionalmente hacía la mujer. En algunas aldeas, la mujer todavía prepara la comida y la sirve a los hombres primero, y ella come después. Pero en las escuadras del ejército popular nunca vi eso. Muchas veces llegábamos a una aldea después de todo un día de viaje, a veces muy tarde de noche, y los hombres recogían leña, y preparaban y servían la comida. En Nepal eso es muy radical!
En las zonas liberadas el nuevo poder popular y el sistema judicial popular imparten verdadera justicia; es algo que nunca se ve en el sistema corrupto del gobierno. Por ejemplo, los tribunales populares resuelven las disputas de la propiedad de la tierra. Muchas veces las viudas a quienes han quitado la tierra prestamistas y politiqueros corruptos la recuperan. Mujeres que en la sociedad tradicional no podrían separarse de un marido agresivo tienen el derecho de divorciarse. Los nuevos tribunales castigan a los violadores y a los que explotan a la mujer en la industria sexual.
Se está creando una nueva cultura revolucionaria, que se opone a los rituales feudales y religiosos que oprimen a la mujer. Por ejemplo, el día del "teej", las mujeres deben celebrar un ritual de "maternidad" y "pedir un buen marido". Pero el movimiento revolucionario ha reemplazado ese ritual con visitas a las familias de los "mártires revolucionarios".
Oí las historias de valientes guerrilleras que arriesgaron la vida en el combate. También vi otras señales de rebeldía. Por ejemplo, una de las primeras guerrilleras que conocí en Rolpa, de 18 años, se cortó el pelo como un hombre. Fue un acto muy atrevido porque eso la identificaba inmediatamente como maoísta y la policía podía dispararle a simple vista. Más tarde conocí a dos jóvenes cuyos maridos (combatientes del ejército popular) murieron a manos de la policía. Llevaban ropa de colores vibrantes y joyas, un desafío directo a la tradición feudal que dicta que una viuda debe ponerse ropa oscura sin joyas el resto de la vida. Me impresionó que muchas parejas me explicaron orgullosamente que se casaron por amor y por unidad política y dedicación a la revolución. Otras me dijeron que se casaron con una persona de otra casta o grupo étnico, algo que prohíbe el sistema de castas hindú.
La historia de Sunsara
La mayoría de las mujeres que conocí en el ejército popular son jóvenes. En las aldeas, las dirigentes de las organizaciones revolucionarias de la mujer también son jóvenes. Pero también conocí a mujeres mayores que dejaron la familia, y desafiaron la tradición y las obligaciones feudales para participar en la revolución.
Una que nunca olvidaré se llama Sunsara. Era parte de un grupo de mujeres que nos acompañó de Rolpa a Rukum, otra plazafuerte de la guerra popular. No sabía inglés, pero desde el comienzo vi en los gestos y los ojos que tenía muchas ganas de comunicarse conmigo. Por medio de una traductora, me dijo: "Si habláramos el mismo idioma, platicaríamos toda la noche de experiencias de la vida".
Me dijo que tenía 50 años. Eso me sorprendió porque parecía. La dureza de la vida del campo envejece a los campesinos: la pobreza, el duro trabajo, la mala comida y la falta de servicios de salud. Eso afecta especialmente a la mujer, muchas de las cuales han tenido muchos hijos. En Nepal, la esperanza de vida de los hombres es 55 años, la de las mujeres es 52 años.
Sunsara participó en las organizaciones revolucionarias de la mujer en su aldea. Su historia demuestra por qué tantas mujeres en Nepal creen que "no tienen nada que perder más que sus cadenas" y están convencidas de que el camino de la revolución maoísta lleva a la verdadera liberación.
Como el 60% de las mujeres en Nepal, es analfabeta. Su marido murió cuando sus hijos eran pequeños. La policía atacó la aldea en busca de "simpatizantes maoístas" y arrestó a 20 personas. Regresó una y otra vez, así que Sunsara y muchos otros aldeanos huyeron. Cuando la conocí, sus hijos vivían con familiares y los iba a ver cada par de meses.
Me dijo que le da mucho placer trabajar con los maoístas porque, aunque nunca estudió, ahora están aprendiendo teoría y política revolucionarias. Como muchas otras jóvenes guerrilleras, ahora lee y escribe. Me dijo:
"Para mí la vida colectiva es mejor que la vida individual. En la aldea conocí a muchos camaradas, platicaba con ellos, compartíamos el dolor y la felicidad. Estoy decidida a hacer cualquier sacrificio para liberar a nuestra clase. Antes del inicio vivía la vida de una oprimida, oprimida por el gobierno y por los hombres. Es decir, a la mujer le correspondía el quehacer, pero con el inicio de la guerra popular eso ha cambiado: ahora los hombres y mujeres compartimos el quehacer, y los hombres son nuestros compañeros: nos dan la confianza de seguir adelante, de luchar por la liberación de la mujer y de participar en la guerra popular. Cuando visito a mis hijos, les digo: `Me gustaría vivir con ustedes, pero no es posible ahora porque la policía vendría a la casa a detenerme. Así que es mejor que trabaje con el partido y no viva aquí. Es mi deber en la situación actual, pues la guerra popular está cobrando fuerza y todos participamos para ganar la victoria; ustedes también lo harán cuando crezcan".
Conocí a muchas otras mujeres que dejaron a sus hijos con familiares para ser revolucionarias de tiempo completo, y algunas que tenían sus hijos consigo. En las zonas que gobierna la guerrilla, se empieza a cuidar a los niños colectivamente. En el ejército popular, muchas jóvenes han decidido no tener hijos para participar plenamente en la lucha.
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Las mujeres revolucionarias de Nepal saben que la única manera de eliminar la opresión de la mujer es eliminar la sociedad de clases y arrancar de raíz todas las relaciones económicas, sociales y culturales del feudalismo y el capitalismo. Saben que el camino maoísta (tumbar el actual gobierno y establecer un nuevo sistema económico y político) es el único camino que lleva a la auténtica liberación. Junto con los miles de hombres combatientes de la guerra popular, están resueltas a conquistar el poder y construir una nueva sociedad.
Las mujeres revolucionarias de Nepal son un faro brillante que inspira a millones por todo el mundo que sueñan con el día en que la brutalidad de la opresión de la mujer sea cosa del pasado.
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