Obrero Revolucionario #1148, 28 de abril, 2002, posted at http://rwor.org
Este abril es el décimo aniversario de la gran Rebelión de Los Ángeles, que estalló tras la absolución de cuatro policías que le dieron una salvaje paliza a Rodney King. Esta es la historia de la Rebelión de Los Ángeles de 1992.
29 de abril de 1992. Por todo Los Ángeles, Estados Unidos y el mundo entero la gente se congregaba en torno a televisores y radios, se reunía en esquinas, ponía el radio en el carro... atentos al veredicto de los policías que golpearon sin piedad a Rodney King.
La salvaje paliza ocurrió un año antes, en marzo del 91, cuando las tropas yanquis regresaban de las matanzas contra Irak en la guerra del Golfo, y el imperio celebraba con desfiles y discursos triunfalistas el "nuevo orden mundial". De repente, un video captó el salvajismo, hostigamiento y falta de respeto que sufren las masas, especialmente los negros y los oprimidos, aquí en las entrañas de la bestia. Millones de personas del mundo entero vieron cómo una pandilla de la policía casi mata a Rodney King a macanazos y patadas.
Durante meses se le dijo al pueblo que debía tener paciencia y fe en el sistema judicial porque la "justicia prevalecerá". Pero, como una bofetada en la cara, un jurado de Simi Valley, casi completamente compuesto de blancos, dijo que los policías "no eran culpables" de apabullar a Rodney King, lo cual confirmó que aquí no hay justicia para los oprimidos.
Hora de contraatacar
Apenas se enteraron del veredicto, todos los que odian al sistema salieron a las calles de Los Ángeles; era hora de contraatacar y de declarar el veredicto popular: "Los policías son culpables!". Durante tres días, cientos de miles de proletarios de todas las nacionalidades, y sus aliados, se lanzaron a las calles de la segunda ciudad para declarar ante el mundo entero: "¡Se justifica la rebelión!". Fue la mayor rebelión en la historia del país, y por medio de ella los negros, con el apoyo de sus aliados, dijeron ya basta de opresión y salvajismo.
Cientos de personas viajaron a Simi Valley, donde se realizaba el juicio, y cuando salían los policías se pusieron a corear: "puercos", "racistas" y "culpables, culpables". Unos trataron de agarrar al sargento Stacey Koon, el que supervisó la paliza, y a Lawrence Powell, el que más macanazos dio.
En el multifamiliar Nickerson Gardens de Watts gente dura se puso a llorar. Un grupo de chavos de un vecindario al norte de Watts se movilizó al oír a una anciana gritar: "¡Se jodieron!" Otra señora negra se salió aprisa del trabajo para estar en la calle los demás. Dijo que fue la primera vez que se sentía orgullosa de ser negra.
En Sur Centro pusieron una pancarta en medio de una calle que decía: "Los negros, hombres y mujeres, son presas legítimas de la pandilla de Gates, que se llama Departamento de Policía de Los Ángeles".
Otra señora, madre de dos niños, se puso a gritar en plena calle: "¡No es justo! Suspensiones sin pago, ¡eso no es justicia! ¡Golpearon a ese negro. Es hora de que los negros nos unamos... Ha llegado nuestra hora. ¡Estamos cansados de ser esclavos!"
Todo mundo coreaba: "¡SI NO HAY JUSTICIA, NO HABRÁ PAZ!"
El 29 de abril, y los días siguientes, estalló la ira por la brutalidad policial, los asesinatos, el racismo y las terribles condiciones de vida de las masas. Las chispas saltaron a todos los rincones del país: miles reclamaron justicia en las calles de San Francisco, Atlanta, Nueva York, Chicago, Las Vegas y Omaha.
Bob Avakian, presidente del PCR, dijo de la rebelión: "Esta fue la más hermosa, más heroica y más fuerte rebelión que se haya visto en Estados Unidos en muchos, muchísimos años. Estremeció a todo el país y el mundo entero; llenó de temor y pánico a los opresores, y de alegría y esperanza a los oprimidos".
Una ciudad en llamas
El pueblo se irguió como una fuerza imparable. Apenas unas horas después de darse a conocer el veredicto la ciudad estaba cubierta de humo; había cientos de incendios y parecía que la ciudad entera estaba en llamas.
La intensidad y la extensión de la rebelión sorprendió al sistema y puso a las masas en primer plano.
La furia popular se desató contra delegaciones de policía, oficinas del gobierno, de la Migra, la alcaldía, los tribunales y el periódico Los Angeles Times.
Frente a Parker Center, el cuartel central de la policía, unas mil personas coreaban: "Echen a Gates". Pero muchos estaban de acuerdo con lo que dijo un hombre sin techo: "Era hora de hacer más".
Todos debatían qué hacer con su furia. Algunos dijeron: "Tomemos las calles", pero un joven respondió: "Estamos frente a Parker Center! Tomemos Parker Center". Piedras, tierra, faroles arrancados del suelo y otros objetos se reventaron contra sus puertas y ventanas. La gente arrancó la bandera del asta y la destruyó y quemó coreando: "La bandera, la bandera, la bandera se está quemando. No necesitamos agua, que arda!".
Muchos chavos, de diferentes nacionalidades, corrieron hacia el centro. Los caballetes que controlan el tráfico sirvieron para romper las ventanas del edificio del Los Angeles Times.También atacaron la alcaldía, el palacio de justicia y el edificio de la Migra. Al pasar por el palacio de justicia, un negro gritó: "Contra esta basura, aquí es donde nos condenan injustamente". La furia popular rompió más ventanas y puertas; más banderas ardieron.
Uno de los enfrentamientos más intensos se dio en el multifamiliar Nickerson Gardens, cuando como a las 11 de la noche entraron unos 30 policías. Según informes policiales, los recibieron con fuego nutrido que los paró en seco. Esa noche la policía no pudo entrar y hacer lo que quería. Los chavos combatían y competían para ver quién era más audaz y más heroico en la batalla. Un vehículo blindado rescató a los policías.
Esa noche la policía mató a tres personas en Nickerson Gardens. Hay diferentes relatos de cómo murieron: unos en combate y otros asesinados a sangre fría por francotiradores de la policía después de los combates. Uno de los asesinados se llamaba DeAndre Harrison, pero todos lo conocían como Fang. Todos recuerdan la valentía con que combatió a la policía, y la ira que les dio cuando vieron a un radiopatrulla, con los faros apagados, acercarse a DeAndre en una esquina y pegarle un tiro.
Un inquilino del multifamiliar describe la nueva situación que creó la rebelión entre la policía y el pueblo: "Cuando estalló la rebelión la policía no podía entrar en el multifamiliar, no la dejábamos entrar, pusimos nuestros propios retenes. De hecho, se dieron la vuelta y retrocedieron cuando vieron la furia de los vecinos. Se decía que tenemos que crear nuestra propia libertad, forjar justicia e igualdad por nuestra propia cuenta. Vimos al enemigo, y vimos que entre nosotros no somos enemigos. El enemigo es quien nos oprime. Esa noche veíamos a los policías como si fueran el mero KKK, el enemigo. Jamás nos volveríamos a dejar".
Diez años después, otro inquilino recuerda: "Esos días me sentía bien. Lo que pasó en esa esquina sí que fue liberador; fue como hacer justicia. Si hoy tratara de vérmelas con ellos, cara a cara como en esos días, las consecuencias serían graves, porque soy un solo hombre. En esos días todos estábamos juntos; luchábamos unidos".
Por toda la ciudad había bodegas y tiendas consumidas por las llamas, ventanas de bancos y de oficinas del gobierno quebradas, y radiopatrullas quemados. Abrieron las puertas de supermercados para que la gente hiciera "compras no autorizadas" de abarrotes, pañales, zapatos y ropa de niños, que tanto necesitaban. También se liberó aparatos electrónicos y muebles que por lo general están fuera del alcance de los pobres.
El cruce de la Florence y Normandie fue uno de los puntos más famosos de la rebelión. Las cosas estaban que ardían tras correr a la policía del vecindario, y unos se pusieron a lanzar piedras y botellas a los carros que pasaban. Pero no fue el único punto candente; había varios en diferentes vecindarios de Los Ángeles y ciudades vecinas.
En el lugar donde le dieron la paliza a Rodney King unas 200 personas se pararon con pancartas, corearon y lanzaron piedras a los radiopatrullas. Hubo una protesta frente a la delegación de Foothill, sede de los chotas que golpearon a Rodney King. El Los Angeles Times informó que mientras los policías celebraban la absolución de sus compañeros un grupo de chavos abrió fuego contra la delegación.
En Westwood, un barrio de clase media donde está la UCLA, protestaron frente al edificio federal y congestionaron el tráfico.
En Pico Union, un barrio latino que luchaba contra la policía para que no pusiera retenes en las esquinas, la gente sin techo echó sus carros a la calle desafiando a la policía. En la esquina de la 11 y Alvarado, la esquina más cercana a donde estaba el campo de concentración de la Migra, estrellaron un carro contra un retén policial y lo incendiaron.
La fiesta de los oprimidos
Los incendios de la rebelión quemaron tiendas y centros comerciales por todo Los Ángeles, pero la rebelión también prendió los ánimos y hace brillar los ojos y hablar con alegría sobre la "libertad" y "justicia" que sintieron.
Un negro recuerda: "Todos se escandalizan: ¨cómo pueden destruir los barrios en que viven? Bueno, para mí que son los barrios en que morimos y por eso necesitamos destruirlos. Y te digo una cosa, después del motín me pasó algo que nunca me imaginé. Por primera vez en mis 38 años de vida entré a una tienda y me dijeron: `Buenos días, señor. ¨Se le ofrece algo?'".
El 29 de abril fue un nuevo amanecer: la gente sintió la fuerza que tiene y saboreó la libertad. Para encanto del pueblo, el sistema perdió control de la ciudad. Fue una fiesta de los oprimidos: todos andaban con la frente en alto, riéndose y bromeando, haciendo fiestas y barbacoas, compartiendo lo que tenían con vecinos, amigos y familia. Unos comentaron que la gente ya no se maltrataba ni sentía celos por lo que no tenía, porque por fin había suficiente para todos.
La rebelión dejó en claro quién es el enemigo. La gente quería luchar contra el sistema; pero si quieren luchar de la manera que deben y desean luchar, entonces tendrían que dejar de pelear entre ellos mismos. Uno de los mejores ejemplos fue la tregua entre las pandillas Bloods y Crips, que empezó poco antes de la rebelión y que se consolidó durante la rebelión, y se mantiene hasta hoy en muchas partes de Watts. Gracias a la rebelión muchos pandilleros vieron más allá de la vida de la pandilla.
Se forjó unidad entre diferentes nacionalidades. En Sur Centro, gentes de muchas nacionalidades pusieron manos a la obra. El mundo entero pudo ver a chavos negros, asiáticos, latinos y blancos, hombres y mujeres, enfrentándose a las autoridades frente a Parker Center. La nueva unidad y odio compartido de las autoridades se manifestó en las pintas que decoraron los barrios de los oprimidos.
Se dio una explosión de pintas políticas que expresaban una nueva unidad: "¡Poder negro!", "¡Negro y café son uno!", "¡Fuck the Placa--Mi raza loca!", "¡Crips, Bloods & Mexicanos!", "¡Basta de salvajismo policial!", "¡Fuck the police!". En Pico Union y secciones de Watts y Sur Centro florecieron consignas revolucionarias, como: "¡Revolución sí!", "¡La revolución es la solución!", "¡La revolución es la esperanza de los desesperados!". Un estandarte a través del bulevar Sunset demandaba: "Estados Unidos, fuera del parque Echo".
Los latinos se solidarizaron con la rebelión de los negros, pero también jugaron un importante papel al luchar contra su propia opresión como inmigrantes. Su participación transformó la rebelión en un auténtico festival del proletariado y de todos los oprimidos. Hubo intensos levantamientos en los barrios latinos; el 45% de los arrestados eran latinos.
Un inmigrante de Guatemala dijo: "Todos, negros y latinos, estamos unidos durante la rebelión. No hubo división de razas. Era como ir contra eso, que juntos podíamos hacerlo. Era claro que en la rebelión la gente se alegraba al ver la unidad. Lo vi cuando repartían en el parque el volante sobre el veredicto y que `se justifica la rebelión". Al leerlo las caras brillaban de alegría. Y cuando lo leían los negros les vi la alegría en la cara y me decían: `Oye, es uno de nosotros'. Les dio mucho ánimo ver el volante en español e inglés, para que todos lo leyeran".
Cuando los oprimidos rompen las reglas del sistema y se sublevan, afectan profundamente no solo a los demás oprimidos sino también a otras capas sociales, especialmente progresistas y partidarios de la revolución.
Frente a Parker Center, dos chavas de 14 años de una escuela católica le dijeron a un equipo de televisión que muchos blancos odian el racismo. En una militante manifestación en la avenida Fairfax (una zona comercial judía) unos homosexuales de la organización Queer Nation dijeron que la brutalidad policial afecta a todo el mundo, pero es peor para los negros.
Un estudiante blanco de UCLA fue con amigos a Sur Centro porque quería saber por qué la gente se rebeló. Se dio cuenta de la miseria en que vive la gente y de la colosal fuerza armada y policial movilizada contra el pueblo. Entendió que el veredicto de que los policías no eran culpables fue la mecha que prendió las llamas. Dijo: "Si les dan motivos para sentirse furiosos y si los tienen encerrados en jaulas, llegará la hora de que quemen sus jaulas".
Las repercusiones de la rebelión se sintieron por todo el mundo. En Berlín, Alemania, donde tienen fama las protestas del 1§ de Mayo, miles pelearon con 4000 policías de motín. Se veían pancartas que decían: "Felicitaciones a Los Ángeles". Un manifestante le dijo a la prensa: "Hay un vínculo entre lo que está pasando en Los Ángeles y los pobres oprimidos por el fascismo por todo el mundo".
Cuando el sistema contraatacó, lo hizo con saña. Los agentes de policía mataron a más de 40 personas y arrestaron a más de 12.000, la mayor cantidad de arrestados en la historia del país. Hubo deportaciones en masa. Miles de efectivos de la policía, la Guardia Nacional y el ejército se apoderaron de la ciudad con tanques. Luego empezó la ofensiva de propaganda, que describió la rebelión como una pesadilla de "violencia sin sentido". Se enfocaron en las tiendas de coreanos quemadas y en lo que le pasó a Reginald Denny, un conductor de camión golpeado fuertemente en la esquina de Florence y Normandie. Decían que la gente estaba causando daños a su propia comunidad, y que si bien la ira era justificada, la rebelión no lo era.
Pero nada de lo que las autoridades decían pudo revocar el veredicto popular. El propio Reginald Denny dijo en el juicio de los cuatro chavos acusados de atacarlo que la rebelión fue justa. Además dijo que la rebelión le hizo ver las condiciones en que viven los negros y otros oprimidos. Luego abrazó a la mamá de uno de los acusados y dijo que no guardaba rencor por lo que le pasó y que no culpaba a la gente.
En el décimo aniversario de la rebelión es importante defender este gran levantamiento popular, que fue justo y heroico. El pueblo se puso de pie y dijo basta de maltratos. La rebelión reventó un sofocante silencio, puso en marcha una nueva y audaz generación y contribuyó a forjar un movimiento nacional contra la brutalidad policial.
La rebelión le hizo ver al pueblo que mucho más es posible; le hizo sentir la fuerza que tiene y que sí se puede contra el sistema. La rebelión reventó el mito de invencibilidad y arrogancia de este país. En el futuro, cuando se escriba la historia de la revolución en este país, la Rebelión de Los Ángeles será recordada como un gran día de los oprimidos.
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