Obrero Revolucionario #1151, 19 de Mayo, 2002, posted at http://rwor.org
El 1ø de Mayo más de 1.75 millones de personas se unieron en las mayores manifestaciones que se han visto en Francia en casi una generación para protestar contra Jean-Marie Le Pen, el fascista que quedó en segundo lugar en la primera vuelta de las elecciones presidenciales.En París más de medio millón de personas fueron a marchas de protesta y muchas no pudieron acercarse por la aglomeración. En la segunda vuelta electoral compitieron Le Pen y el actual presidente, Jacques Chirac, quien ganó por amplísimo margen.
Francia recibió un gran shock el 21 de abril cuando se supo que Le Pen, líder del Frente Nacional, ocupó el segundo lugar de 16 candidatos y pasaría a la segunda vuelta. Todo mundo pensaba que el segundo lugar lo ocuparía Lionel Jospin, actual primer ministro e importante líder del Partido Socialista, pero Jospin recibió menos votos que Le Pen. La gran sorpresa no fue que Le Pen ganara tantos votos (16.86%: un porcentaje un poquito mayor que en otros años y casi el mismo total de votos), sino que los dos candidatos de los principales partidos (Chirac y Jospin) ganaran tan pocos votos. El presidente y el primer ministro quedaron humillados. En la primera vuelta Chirac, el ganador, recibió el 19.88% y Jospin el 16.18%. Casi una tercera parte del electorado se abstuvo o votó en blanco: 28.4% y 3.37% respectivamente (cifras altísimas para Francia).
El descaro de Le Pen
?Qué distingue a Le Pen de los demás candidatos? Sus propuestas de frenar la inmigración, reintroducir la pena de muerte, restringir el aborto, atacar el salario mínimo y las prestaciones laborales, etc., son más severas que las de los candidatos tradicionales, pero todos tienen propuestas contra los inmigrantes, y Le Pen no es el único que propone los otros puntos. El deliberado descaro de su racismo y xenofobia (odio a los extranjeros) lo destaca; por ejemplo, dice que para eliminar el doloroso desempleo del país hay que reemplazar a todos los trabajadores extranjeros con trabajadores franceses. Pero la mayor diferencia es que, como él mismo comenta, la mayoría de los políticos esconden o disimulan sus planes; en cambio, él se vanagloria de su racismo.
Después de prestar servicio en la guerra colonial de Francia en Vietnam, Le Pen entró al parlamento en los años 50 como representante de un partido de extrema derecha formado por comerciantes y la pequeña burguesía rural conservadora. Cuando estalló el movimiento de independencia de Argelia (en ese entonces colonia francesa), Le Pen votó a favor de despachar tropas a "conservar el orden", junto con el gobierno socialista.
En un gesto político característico, él mismo marchó con el ejército a Argelia. Como teniente de una unidad de inteligencia, su tarea era torturar y matar a los luchadores argelinos. "Torturé porque había que hacerlo", se jactaría después, cuando el gobierno amnistió al ejército por los crímenes cometidos. El hijo de un hombre torturado a muerte cuando la unidad de Le Pen se metió a su casa durante la batalla de Argel encontró en el patio una navaja de paracaidista inscrita con el nombre de Le Pen. Esa navaja se guarda hoy en un museo de Argel y es un vívido souvenir de la posición básica de Le Pen. Los socialistas (entre ellos Francois Mitterand, quien sería presidente) y la derecha tradicional de Charles de Gaulle tienen las manos manchadas de sangre argelina. La diferencia es que los partidos tradicionales lo disimulan y Le Pen lo enarbola.
Luego está la cuestión nazi. El mismo Mitterand (se supo hacia el final de su vida) trabajó en el gobierno colaboracionista de Vichy durante la II Guerra Mundial y después protegió a colaboradores de alto nivel de los nazis. De Gaulle, el mentor político de Chirac, también protegió a los secuaces de los nazis: a uno lo nombró jefe de policía de París cuando llegó la hora de masacrar a centenares de manifestantes argelinos en las calles de la capital. Pero a diferencia de los socialistas y de los gaullistas, Le Pen se jacta de su asociación con los vichiítas, los nazis y las SS (tropas de choque).
Los partidarios de Le Pen señalan que su padre murió en la guerra con Alemania, pero desde el principio hasta hoy Le Pen nunca ha ocultado su admiración por las medidas nazis. Adoptó descaradamente el lema del gobierno de Vichy, "Familia, trabajo, patria", en contraposición directa al lema oficial de la república: "Libertad, igualdad, fraternidad". Ha ganado mucha (mala) fama por comentarios sobre "la raza judía" y hace chistes de mandar gente a campos de concentración. Pero en estas elecciones se declaró pro Israel, por lo que en las protestas aparecieron carteles que lo llaman "el Sharon de Francia" y a Sharon "el Le Pen de Israel". También cultiva una reputación de matón atacando físicamente a sus oponentes (y a veces a sus seguidores) frente a las cámaras de televisión.
A mediados de la década pasada, en una manifestación de Le Pen unos rapados fascistas mataron a un árabe. Ese crimen es como el emblema de la plataforma del Frente Nacional. El subtexto (nada oculto) lo declara Le Pen cuando, extraoficial pero deliberadamente, le hace eco al pasado nazi y pide "trenes especiales" y "campamentos de tránsito" para librar a Francia del "problema de los inmigrantes".
Le Pen creó el Frente Nacional en 1972 con una mezcla de grupos de extrema derecha. Su labor era unir esas corrientes y elevarlas a un sitio "respetable" del panorama político. En sucesivas elecciones ascendió de un 1.5% del voto a 15% hace 10 años. Sin embargo, no hace muchos meses tenía tan poco apoyo que se pensaba que estaba acabado. Mucha gente cree que ganó el 17% en estas elecciones por un rechazo general a los políticos del momento, y especialmente por el colapso de la izquierda tradicional: el Partido Socialista y el Partido Comunista.
A lo largo de su carrera, en años buenos y malos para su partido, Le Pen ha servido a la burguesía de tres maneras: 1) ha expresado un programa general reaccionario de ataques a los inmigrantes, restricciones y represión; 2) es tan monstruoso que los principales defensores del orden burgués (especialmente los socialistas) tienen un buen pretexto para exhortar a todos a seguirlos para que Le Pen no gane; y 3) mantiene vivo un partido fascista y una base fascista que la burguesía puede usar cuando necesite recurrir a otro sistema distinto al electoral.
Razones de la sorpresa
de Le Pen
Antes de la sorpresa de Le Pen en abril, había mucha indiferencia hacia las elecciones, especialmente hacia los partidos burgueses tradicionales de derecha e izquierda. A pocos entusiasmaba la perspectiva de ver otra vez la confrontación Chirac-Jospin, el dúo que ha gobernado los últimos cinco años (en lo que los franceses llaman "cohabitación"). El gobierno socialista de Mitterand, que prometió un cambio social básico en 1982, resultó ser por lo menos tan "pro empresa" y reaccionario como la derecha tradicional, y generó un cinismo que afectó profundamente la vida pública. Este año, al iniciar la campaña, Jospin rechazó el programa "socialista" de elecciones pasadas y siguió el modelo de Tony Blair (Inglaterra) y Bill Clinton. Tras tantos años de gobernar a nombre de la burguesía, era difícil manufacturar entusiasmo por los gastados lemas de luchar contra "la derecha", el argumento esencial de los socialistas desde que tomaron el poder hasta la fecha.
El disgusto general con los partidos tradicionales llevó a que los candidatos de los partidos pequeños tuvieran relativo éxito. Tres candidatos troskistas se llevaron el 11% del voto. (Se dice que Jospin fue un troskista secreto enviado a influenciar la dirección del Partido Socialista, pero esa divulgación no causó mayores cambios de opinión. No se vio como señal de un pasado radical sino de una vida entera de hipocresía y tejemanejes, que ya era obvia). Los partidos troskistas tienen la ventaja de no estar asociados directamente con el gobierno de izquierda.
El mayor perdedor de las elecciones fue el Partido Comunista de Francia (PCF), que fue uno de los dos partidos revisionistas más fuertes de los países imperialistas (junto con el Partido Comunista de Italia); recibía casi un cuarto de los votos y tenía el apoyo mayoritario de los trabajadores. Tras cinco años de ser parte del gobierno "pluralista de izquierda", recibió un miserable 3.37% de los votos, por debajo de dos de los partidos troskistas y de los Verdes, y quedó por los suelos incluso en muchos de sus fuertes, incluso en el "cinturón rojo" de suburbios de la clase obrera que rodea a París.
Parece que una parte del electorado del PCF se pasó a Le Pen, lo que es especialmente alarmante. En los últimos 15 años, el electorado del Frente Nacional ha ampliado su base tradicional de pequeños comerciantes y trabajadores independientes (así como policías y otros reaccionarios), y ha cobijado más obreros y desempleados. Pero el mayor apoyo a Le Pen viene de pueblos prósperos del oriente (donde, irónicamente, hay pocos inmigrantes) y zonas mediterráneas que tienen un alto porcentaje de ex colonos de Argelia.
Las encuestas indican que Le Pen recibió el 30% de los votos de los trabajadores y el 25% de los desempleados. Sería más correcto decir de los trabajadores y desempleados franceses , porque los millones de proletarios inmigrantes no tienen derecho a votar. Asimismo, las categorías de los analistas burgueses no distinguen entre la clase obrera en sí (el verdadero proletariado) y la aristocracia obrera. De todos modos, incluso con estas aclaraciones, Le Pen se acercó a un sector significativo de la clase trabajadora media.
A lo largo de los años, el PCF ha tenido una posición de doble faz con los trabajadores inmigrantes: por un lado, los recluta, especialmente a los jóvenes; por el otro lado, les ha lanzado varios ataques con mucha publicidad, como cuando la alcaldía de Vitry (un suburbio de París en maños del PCF) aplanó unas viviendas de trabajadores inmigrantes. Eso ha llevado al acercamiento de los trabajadores a Le Pen. Al fin y al cabo, si el estandarte de uno es el chovinismo francés, ?por qué no dejar que lo lleve Le Pen? Especialmente desde el colapso de la URSS (a la que el PCF era quizá el partido más leal del mundo), el PCF ha dado tumbos ideológicos y organizativos, incapaz de plantear una plataforma revisionista coherente distinta de la de izquierda socialdemócrata.
Se dice que en gran medida los votos de Le Pen provienen de gente preocupada por la "seguridad pública". Efectivamente, la "seguridad pública" fue el único tema candente de una campaña en que los dos principales candidatos casi no mencionaron problemas reales como el desempleo y en que ningún candidato tocó las guerras dirigidas por Estados Unidos ni el imperialismo en general. Conviene escribir esas palabras entre comillas porque Francia no está experimentando una ola de crimen. Debido a un cambio estadístico ahora se cuentan incidentes que antes no se contaban (como casos de violación en que la policía no entabla acusaciones), pero en la práctica no ha habido un aumento de delitos. Pero por lo que dicen la TV, los periódicos y la mayoría de los políticos, como los socialistas y el mismo Jospin, uno pensaría que las calles de Francia se han vuelto tan peligrosas como las de Estados Unidos o Inglaterra.
De una forma que los lectores de Estados Unidos encontrarán familiar, en Francia "seguridad pública" es una forma velada de decir "inmigrantes y juventud proletaria" en general, especialmente la "clase criminal" como también la llaman, o "los salvajes" de los proyectos de vivienda de los suburbios de París, como los llama un socialista de alto nivel. En esos proyectos de vivienda gente de todas las nacionalidades tiene angustias que no les importan a los "socialistas de caviar" ni a los igualmente pudientes gaullistas. Pero muchísimos de ellos, especialmente la juventud (a quien la policía agrede constantemente y a veces mata) capta que tienen un enemigo común.
A la calle contra Le Pen
La inesperada victoria de Le Pen en la primera vuelta le causó asco a un enorme sector de la población, tanto a los que sufrirían con su programa como a sectores mucho más amplios de la sociedad. La mayoría de los franceses y especialmente la mayoría de la clase trabajadora rechazan fuertemente la plataforma racista y retrógrada de Le Pen, y salieron a demostrarlo claramente.
En pocos días las calles de ciudades por todo el país se llenaron de manifestaciones de jóvenes desafiantes. Los adolescentes de los suburbios pobres, que normalmente no son bienvenidos en el centro de las ciudades, acapararon la atención día tras día con enormes marchas furiosas, muy multinacionales, seguidas por hordas de policía de motín. Los estudiantes de secundaria fueron a las universidades a exhortar a la huelga. Hasta los trabajadores de los museos se declararon en huelga contra el "blanqueo" cultural que propone Le Pen: imponer una cultural tradicional europea machista. Numerosos artistas escénicos se pusieron los tenis y salieron a protestar. El repentino despertar coincidió con una fuerte ola de manifestaciones de defensa de los palestinos, con docenas de miles de personas y la participación de jóvenes inmigrantes, y se dio cierta interpenetración entre los dos movimientos, aunque no la suficiente.
El desfile nacional de Le Pen el 1ø de Mayo reunió escasamente a 10,000 personas: damas y caballeros vestidos conservadoramente como manda la Iglesia católica, rapados, parejas orondas con los uniformes de los ricos, hombres de boina y pan francés bajo el brazo (símbolos de los valores rurales previos a 1968) y unos cuantos manifestantes vestidos normalmente. Pero en 40 ciudades y pueblos por todo el país se realizaron manifestaciones contra Le Pen de una magnitud que no se veía desde los años 80. Las grandes manifestaciones del 1ø de Mayo, que eran una tradición en Francia, han perdido fuerza en las últimas dos décadas (aunque en los últimos años han empezado a resurgir).
El tono fundamental era de rechazo al racismo y al fascismo. Por todas partes se veían consignas de la Guerra Civil de España ("No pasarán"), así como infinidad de pancartas y mantas con consignas antifascistas llenas de humor y desafío, lemas de solidaridad con los inmigrantes y refutaciones de la histeria política oficial "contra el crimen". Después del 1ø de Mayo, muchos universitarios y profesores dedicaron las clases a debates y discusiones.
El lado negativo de esto era un abrumador sentimiento de las masas de que tenían que votar por Chirac para bloquear a Le Pen. Como era claro que Le Pen iba a recibir una derrota, se argumentaba que era esencial votar y alcanzar la mayor cantidad posible de votos para que la derecha oficial no se viera tentada a coquetear con los seguidores de Le Pen. Se decía que era la única forma de salvar el honor de Francia en el mundo.
En las marchas del 1ø de Mayo se exhortó a votar por Chirac de mil formas. Había pancartas y lemas que recomendaban votar con él tapándose la nariz o con guantes de caucho. Una ilustración de un condón titulado "Chirac" decía: "Usar una vez y descartar". Lo peor de todo fue que se cambió una gran consigna de la rebelión juvenil de 1968 que decía "elecciones: piŠge a cons" (una trampa para tontos) a "abstención: piŠge a cons". Muchas pancartas decían que un voto en blanco o un voto dañado era equivalente a colaborar con el enemigo fascista.
Irónicamente, mientras toda la izquierda gubernamental y la mayoría de la "extrema izquierda" movilizaba con pasión a favor de Chirac, un hombre que todos ellos detestan, la derecha maniobró para atraer a los seguidores de Le Pen a las elecciones parlamentarias que seguirán después de las elecciones presidenciales. El ejemplo de la vecina Italia, donde la derecha oficial de Berlusconi y los fascistas descendientes de Mussolini se han unido para formar un gobierno, está a la vista de todos. El campo de Chirac tiene prominentes gaullistas que hacen arreglos de cogobierno con el Frente Nacional a nivel local.
Aunque el 1ø de Mayo abundaron las banderas nacionales y las referencias a las glorias de la república burguesa, claramente eso era una contracorriente y predominó un ambiente anticapitalista y antisistema. Los millones que se han despertado a sacudones y que votaron "tapándose la nariz" (las autoridades anunciaron con gravedad que no dejarían votar a nadie que tuviera una pinza en las narices o guantes de caucho) difícilmente quedarán satisfechos con el triunfo de Chirac en la segunda vuelta. Ya se habla de una "tercera vuelta", es decir, el movimiento de la calle. Sin duda la izquierda oficial canalizará con cierto éxito la energía popular a las elecciones parlamentarias de junio, pero hay muchos motivos para esperar y creer que el pueblo, y especialmente la juventud que ha confrontado con tanto entusiasmo a los representantes del racismo y el fascismo, seguirá atizando el fuego.
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