Obrero Revolucionario #1167, 22 de septiembre, 2002, posted at http://rwor.org
En la oscuridad de la madrugada, las sombras tapan la dureza del mundo. Pero aquí, en una calle de la ciudad de Downey, en el sur de California, tanto las luces como la dureza de la vida resplandecen esta madrugada. Los faros y las linternas de las patrullas y de un helicóptero están clavados en un carro acribillado con las ventanas destrozadas.
Gonzalo Martínez está sentado en el carro. Dos policías lo encañonan; llegan más patrullas y luego una ambulancia. Con calma, sin prisa, los agentes lo rodean y platican entre sí. Ahora le apuntan una docena de pistolas. Gonzalo se baja del carro. Tiene el brazo derecho en alto, como señal de que se rinde; el brazo izquierdo, herido, cuelga al costado. Está desarmado.
De repente los agentes abren fuego con una ametralladora y las pistolas. Disparan por lo menos 34 balas y cinco o seis le dan. Gonzalo sigue parado unos segundos, se convulsiona y cae al suelo, dejando atrás espirales de humo. Un perro policial lo agarra por una pierna y lo sacude como si fuera un muñeco. No está muerto, pero lo ponen en una bolsa para restos humanos y la cierran. Solo la abren cuando llega la ambulancia. Podría sobrevivir si recibe atención médica, pero no hacen nada. La ambulancia se va lentamente; ni siquiera pone la sirena. Hay un hospital a tres minutos, pero lo llevan a otro a unos 20 minutos. Cuando llega ya está muerto. Tenía 26 años.
Son las 2 de la madrugada del 15 de febrero. Todos los vecinos vieron lo que pasó, y uno lo filmó. Ninguno dormirá esa noche.
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Downey es un pueblo en transición. Es un suburbio de Los Ángeles con una dinámica mezcla de culturas. Ahora el 75% de los habitantes son latinos, y muchos de ellos son inmigrantes. Pero de todos modos, la estructura de poder sigue aferrada a las tradiciones conservadoras de cuando todos los residentes eran blancos de la clase media. El departamento de policía sigue siendo un nido de racistas célebres por el salvajismo.
Los Martínez no tienen nada que ver con esas tradiciones. El padre de Gonzalo trabaja en una fábrica de muebles y la madre en una oficina de bienes raíces. Vinieron de Argentina hace 30 años y tienen tres hijos. Gonzalo era el mayor. Trabajaba 65 horas a la semana para ayudar a la familia. Le daba dinero a la abuela, a su hermano Sebastián, de 22 años, para pagar la universidad en Argentina y a Norberto, de 16 años. Le gustaba contar chistes y hacer reír a sus amigos. Había decidido irse a vivir a Argentina porque no le gustaba el racismo aquí.
El 15 de febrero era su día de descanso y fue a una fiesta del día de San Valentín con su abuelo. Después fue a Stardust, una taberna donde se reunía con unos amigos. A la policía le gusta rondar el estacionamiento de Stardust: cuando salen los clientes les sigue la pista, los hostiga, los multa y los mete al bote. Todo mundo está enterado. El 15 de febrero unos agentes siguieron a Gonzalo y le ordenaron parar el carro.
Gonzalo nunca tenía problemas con las autoridades. Seguramente tenía miedo y no paró. Lo persiguieron hasta la autopista, donde se estrelló contra un pretil. Cuando Gonzalo trató de dar marcha atrás, los agentes abrieron fuego. Más tarde dijeron que temían que iba a matarlos con el carro. Pero un testigo presencial le dijo a la familia que cuando dio marcha atrás, los agentes estaban lejos y no estaban en peligro.
Herido y solo en la autopista, era Gonzalo quien sin duda tenía miedo. Manejó a un barrio residencial. La patrulla lo chocó; los agentes lo encañonaron y pidieron refuerzos.
Un vecino llegó con una videocámara y filmó la ejecución. Cuando los agentes lo vieron le exigieron el video. Pero, rodeado de un mar de testigos, les dijo que no. Más tarde le dio el video al canal 52, una estación en español, que lo mostró por todo el mundo. El video indignó a mucha gente en Latinoamérica, especialmente en Argentina, donde lo compararon con la golpiza de Rodney King.
Al día siguiente, una declaración de la policía anunció que mataron a Gonzalo porque no le vieron la mano derecha y pensaban que tenía una pistola. Cuando el canal 52 presentó el video, cambiaron de cuento: dijeron que no vieron la mano izquierda. (La televisión en inglés no pasó el video y el alcalde se jactó de que no lo vio).
Más tarde, el médico forense repitió la versión oficial: que Gonzalo hizo un movimiento "sospechoso" con la mano izquierda (ya herida). Pero el médico no vio lo que pasó, así que esa "observación" es una clara mentira para justificar el asesinato.
Otra clara mentira es que le ordenaron bajarse del carro en inglés y en español. La policía dijo que desobedeció. Pero los testigos dicen que los agentes no le dijeron nada en español. De hecho, en el video se ve que cuando le ordenaron bajarse del carro en inglés, se bajó con la mano derecha en alto y la mano izquierda colgada al costado a causa de la herida. A los pocos segundos los agentes abrieron fuego.
Hace unos meses, los padres de Gonzalo empezaron a recibir cartas anónimas con información interna de la policía de Downey. Por ejemplo, hace poco (siete meses después del asesinato), la alcaldía anunció que tiene otro video del incidente que filmó una de las patrullas. Hasta la fecha no lo ha divulgado. El autor de las cartas dice que ese video (que supuestamente es evidencia oficial) "desapareció" de una delegación durante 10 horas junto con dos de los agentes que participaron en el asesinato. Uno de ellos es experto en computadoras y gráficas.
La alcaldía no quiere divulgar los nombres de los agentes que mataron a Gonzalo, pero se sabe que todavía están trabajando. Una de las cartas anónimas le informa a los Martínez que el agente que disparó la ametralladora tiene antecedentes de hostigamiento racial. Poco después de la muerte de Gonzalo, ese agente recibió el premio de "agente del año" de Downey.
Los Martínez llevan muchos meses luchando por justicia. Asisten a todas las reuniones del consejo municipal. Antes de las reuniones se paran afuera y llaman asesinos a los policías. Luego entran a la reunión, donde nunca los ponen en la lista de personas que pueden hablar. Siempre tratan de hablar; a veces les permiten, a veces no.
Una noche un agente los miró durante toda la reunión. Norma Martínez, la madre de Gonzalo, recuerda que se puso muy nerviosa. "Me dije: `¿Es el agente que mató a Gonzalo?' Después, el agente fue a hablar con los amigos de Gonzalo. Me acerqué y él me dijo: `Siento mucho la muerte de su hijo. Es una lástima'. Le dije: `¿En serio? Es el primer agente que ha dicho algo así'. Me contestó: `Por supuesto lo digo en serio'. Le pregunté: `¿Lo puedo abrazar?' y él dijo que sí. Unos días después nos enteramos en una carta anónima de que lo despidieron".
Cuando los estudiantes de una preparatoria decidieron lavar carros para recolectar dinero para ayudar a los Martínez, la policía los amenazó y no lo permitió. Desde el asesinato la policía rutinariamente pasa por la calle de los Martínez; hostiga a su hijo menor; sobrevuela la casa en helicóptero; escucha las conversaciones telefónicas; y lee sus cartas (la última carta de la fuente anónima llegó abierta y mojada para que no se pudiera leer).
Norma dijo: "La lucha es muy dura, pero si no seguimos ellos saldrán victoriosos. Por eso sigo peleando".
Durante la última semana de agosto, tras seis meses de silencio, el Los Angeles Times sacó un artículo de primera plana sobre el asesinato de Gonzalo. Afirmó que ha habido amplia indignación por la golpiza policial a Donovan Jackson en Inglewood (otro suburbio angelino) porque es negro, mientras que la muerte de Gonzalo recibió poca publicidad porque es latino. Después de ignorarlo seis meses, ahora el Times aprovecha el asesinato de Gonzalo para enemistar a los negros y los latinos, dos sectores cuya vida reclama unidad.
El 31 de agosto, una marcha de 200 personas por la calle principal de Downey reclamó justicia; realizaron un mitin frente a la delegación. Participaron vecinos, estudiantes de prepa, dueños de tiendas, familiares de otras víctimas de la policía y activistas del sur de California. Fueron siete miembros del sindicato de Norberto, inmigrantes y gente nacida aquí, negros y blancos, un grupo de chavos anarquistas, un profesor universitario mesoriental que estuvo en la cárcel por su nacionalidad.
Norma Martínez nos dijo: "¡Miren cuánto apoyo tenemos! La unidad es muy importante y me reconforta. El Times escribió: `Los Martínez preguntaron por qué reciben más atención los afroamericanos'. ¡Yo nunca dije eso! Les pregunté a ellos, al Times,por qué nunca hablan de mi hijo. Es porque somos latinos". Norma fue a una protesta contra la golpiza a Donovan Jackson: "Donovan es como mi propio hijo de 16 años. Cuando vi la golpiza a Donovan, me partió el corazón... Por eso estamos aquí.
"Quiero justicia para mi hijo y que metan a la cárcel a los policías. No merecía que lo mataran. La policía ejecutó a mi hijo, le disparó 34 balas... ¡Necesitamos justicia ya! ¡Que metan a la cárcel ya a los agentes que mataron a mi hijo!"
En el mitin, Taliba Shakur, del Comité de Justicia por Donovan Jackson, dijo: "Estamos aquí para solidarizarnos... La policía cometió un crimen contra el pueblo y eso tiene que parar ya... No es un problema de los latinos, de los negros, de Los Ángeles o de Oakland, sino de todos... ¡Tenemos que hacerles saber a la policía, a los politiqueros, a todo el gobierno, que estamos hartos y no aguantaremos más! Tenemos que unirnos y oponernos a la brutalidad y los asesinatos policiales. No importa si la víctima es de otro color o de otro barrio. Todos somos oprimidos y tenemos que pararlo ya. ¡Ni una víctima más!"
Un señor habló en nombre del Comité de Watts contra la Brutalidad Policial: "Queremos solidarizarnos con la familia de Gonzalo Martínez. Todos tenemos que unirnos. En Watts hemos tenido un montón de fechorías de la policía, brutalidad y asesinatos... Siempre hablan de Al Qaeda, pero me parece que hay más probabilidad de que un negro caiga a manos de la policía que de Al Qaeda. Tendremos que luchar, unirnos y luchar".
Norberto, el padre de Gonzalo, dijo: "A nuestro hijo le prometemos: `Seguiremos luchando. No importa lo que pase, seguiremos luchando. No importa cuántas veces vengan a intimidarnos, no me callaré la boca...
"Lo que le hicieron a mi hijo es lo mismo que hacía la junta militar de Argentina hace 25 años. La policía, los militares, los generales... asesinaron a tanta gente y lo taparon todo. Aquí el gobierno protege a esos criminales. El consejo municipal, la fiscalía, el FBI... todos saben lo que pasó. ¿Cómo puede ser que la policía patrulle con una ametralladora? Desde el 11 de septiembre los periódicos dicen que los policías son héroes. ¡No es así! Había brutalidad policial antes del 11 de septiembre y continúa hoy.
"No tengo con qué describir lo que le hicieron a mi hijo. Pero sé que le hacen lo mismo a mucha gente y que le han dado a la policía más poderes. No puedo sentarme de brazos cruzados. En nombre de mi hijo tengo que luchar".
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