Obrero Revolucionario #1178, 8 de diciembre, 2002, posted at http://rwor.org
Nuestra corresponsal Luciente fue a México este verano a investigar la lucha de los campesinos de Atenco, donde el gobierno trató de apropiarse de las tierras para construir un aeropuerto. A continuación publicamos la tercera de las cuatro partes de su informe. La primera parte salió en el OR No. 1174 y la segunda en el No. 1176. Están en la Internet en rwor.org.
Quitarse el mandil
Justina, un ama de casa completamente dedicada a sus hijos y al hogar, dijo que el 22 de octubre de 2001 sintió tanto coraje que era casi imposible expresarlo. Ese fue el día que el presidente Fox anunció que les quitarían a los campesinos de Atenco sus tierras para construir un aeropuerto.
Al igual que Justina, cientos de campesinos se lanzaron a la calle armados de machetes, palos, tubos, cocteles Molotov y piedras. Era tan grande la ira que sentían los campesinos que el alcalde, Margarito Yánez, se fugó por miedo.
"Gritar es una forma de hacer que nos escuchen. Para mí las consignas yo las sentí como cuando a una madre le quieren quitar a un hijo. Yo les gritaba, todos los gritábamos: `¡La tierra no se vende! ¡La tierra no se vende!'".
Muchas señoras nos dijeron que antes de meterse a la lucha eran "mujeres agachadas". Todos los días la misma rutina: hacer compras, cocinar, lavar platos, lavar ropa, asear el hogar, volver a cocinar, a lavar platos, etc., etc., etc. Rara vez se enteraban de cosas fuera de la casa, pero no porque no les interesara sino porque "no es nuestro lugar". Pero todo cambió cuando se enteraron de que el gobierno les iba a quitar la tierra. Eso prendió una llama en el corazón de toda mujer de Atenco. Aprendieron a dedicarse enteramente a la lucha. Esto es lo que llaman "el día que nací".
"Cuando empecé yo aquí era mujer de hogar", dijo Lucía, con el machete sobre la falda. En noviembre, cuando se vio que los habitantes de Atenco iban a defender la tierra costara lo que costara, ella se dio cuenta de que tenía que incorporarse a la lucha. "Dejamos el mandil por seguir nosotras en esta lucha, para defender nuestras tierras. Desde ahí empecé yo a participar, desde el primer enfrentamiento que tuvimos con los granaderos".
Valentina fumaba un cigarrillo mientras recordaba la de obstáculos que tuvo que superar para incorporarse a la lucha. Cuando hablaba de la lucha y de que todos debían participar, sus hermanos le dijeron: `Estás loca. ¿Cómo crees que te vas a poner con el gobierno? Estás mal'". Pero ella persistió: "Me enojaba mucho el hecho de encontrar a gente tan negativa de que tal grado que nos decían: `Les van a partir la madre'".
Sus hermanos dijeron que la iban a golpear y que nadie la iba a ayudar, ni con una curita. Valentina dijo que no les creía, pero de todos modos no importaba porque ella quería luchar. Les dijo: "Si yo vine al mundo, vine para algo".
La lucha la hizo sentirse entera por primera vez en la vida. Valentina adora a sus niños y familia, pero en la lucha encontró un nuevo amor. La lucha contra la injusticia al pueblo de Atenco fue una experiencia que no cambiaría por nada en el mundo. Por primera vez se sintió libre y que su vida de veras valía algo, empezó a soñar con volar.
Valentina dijo: "Cómo me hubiera gustado que estuvieras ahí. El coraje pudo más que el temor". Para hacernos ver lo que vivió los meses de octubre a julio, nos mostró un video de informes de prensa sobre las protestas en las que participó.
Mientras miraba en la pantalla a los campesinos enfrentándose a los granaderos un 14 de noviembre de 2001, el corazón me empezó a latir tan recio de furia y admiración que sentí que se me iba a reventar.
Ese día, 2,000 campesinos de Atenco se dirigían al zócalo del D.F. con una manta que proclamaba: "Por la defensa de las tierras de cultivo". Los esperaban unas 7,000 personas de más de 50 organizaciones de justicia social, estudiantes de la UNAM y de otras universidades. Al contingente de Atenco lo estaban esperando 150 granaderos para no dejarlo pasar al zócalo.
Los campesinos resolvieron no dar paso atrás y dijeron que los dejaran pasar. Así empezó el primer enfrentamiento.
Parecía un choque entre dos mundos: campesinos a caballo en pleno D.F. con machetes en alto, como durante la revolución de 1910, pero en el nuevo milenio. Los granaderos, con cascos y escudos, le daban a los campesinos con cachiporras. Sus uniformes eran idénticos a los de la policía de Seattle, Praga, Génova y Los Ángeles.
El gas lacrimógeno cubría todo y las balas de goma, Made in U.S.A., chocaban con los gritos de: "¡Tierra sí! ¡Aviones no!".
Una mujer desaparece entre el gas lacrimógeno, los escudos y los machetes. Luego reaparece, con el ojo hinchado y la blusa empapada en sangre. Mientras se limpiaba la cara, otras mujeres preparaban pañuelos enjuagados en vinagre para contrarrestar los efectos del gas lacrimógeno. Insultan y lanzan piedras a los carabineros.
Campesinos de cabello blanco sacaban chispas con los machetes que arrastraban por el asfalto al acercarse a los carabineros. Con fiera resolución en los ojos y machetes en mano se abrieron paso entre los carabineros.
El coraje que sentía la gente animó a todos cuando los carabineros atacaron a los campesinos de Atenco.
Una señora gritó: "¡Correrá la sangre, pero la tierra no la vamos a dejar!". El contingente ganó el primer enfrentamiento contra la represión. Los términos de la lucha se estaban gestando.
La batalla del 11 de julio de 2002
El 11 de julio de 2002, una delegación de Atenco iba a una protesta en un pueblo vecino donde el gobernador del estado de México estaba dando un discurso. La policía emboscó a la delegación y les dio a todos una feroz paliza. Los dirigentes fueron arrestados y torturados. Como resultado de la tortura el 24 de julio murió José Enrique Espinosa Juárez. La policía se negó a darle primeros auxilios y declaró que murió de complicaciones de diabetes. Pero los campesinos sabían que mataron a su compañero.
Apenas llegó la noticia a Atenco de la emboscada empezaron a volar las campanas y a disparar. Todos se reunieron en la plaza.
Casi todos eran mujeres, pues los hombres estaban trabajando. Enseguida se decidió bloquear la carretera para impedir que entraran las autoridades.
Elisa, una joven campesina nos dijo: "El 11 fue el detonante. Estábamos dispuestos a dar la vida por lo que pelearon los abuelos. Estábamos decididos a morir. Si nos iban a quitar la tierra íbamos a morir peleando. Si nuestros abuelos murieron por un pedazo de tierra, ¿por qué no nosotros?
"Nosotras acarreamos piedras pesadas para cerrar las carreteras. A nosotras nos dio valor el coraje de ver que les pegaban a nuestros compañeros. En esos días fuimos más mujeres que hombres. Como nosotras estábamos en casa cuando se tocaron las campanas, nosotras llegamos más rápido cuando tocaron las campanas. Muchos de nuestros esposos estaban trabajando".
Cuando se confirmó que habían arrestado y maltratado a dos importantes líderes, Ignacio del Valle y Adán Espinosa, Trinidad del Valle sabía que tenía que dirigirse al pueblo. Tomó el micrófono y dijo: "Ahorita ya estamos viviendo el momento crítico que esperábamos. Porque no podemos decir que no esperábamos esto. Estábamos conscientes de lo que podía suceder. Ahora yo les pregunto: `¿Qué vamos a hacer? ¿Vamos a enfrentarlos, o tienen miedo? ¿Tienen temor? Temor todos lo tenemos, y de eso hay que ser conscientes, ¿no? O vamos a defender ahora o jamás vamos a volver a tener la oportunidad, pero la decisión la tienen ustedes".
Los habitantes de Atenco dicen que durante esos cuatro días despertó una fuerza latente, y que un aspecto importante fue la participación de las mujeres. Muchos hombres confesaron que no querían ver a sus esposas, hijas o cualquier otra mujer en la lucha. Las mujeres nos dijeron que en los primeros enfrentamientos con los carabineros los compañeros echaban a un lado a las compañeras, y otra la reemplazaba, y si a ella la echaban a un lado la reemplazaban tres.
Felipe ha participado en la lucha contra el aeropuerto desde el principio. Sin embargo, tenía dudas sobre la participación de mujeres en los enfrentamientos violentos. Pero después de ver la resolución de las mujeres pensó que la lucha sería el doble de fuerte por la participación de la mujer. Dijo: "Ahora las mujeres también hablan de esto. Ahora se les olvida estar amarradas a su esposo. La mujer se hizo rebelde. Si su esposo no iba, ella decía: `Si no vas, voy yo chingao. Si tú no la defiendes, yo sí'. Eso sí que está bueno".
Al llegar la lucha al punto más culminante el 11 de julio, muchas mujeres se fortalecieron al ver a los carabineros temblar en las botas, con los escudos pegados a la cara empañados por la respiración agitada y nerviosa. Los granaderos les temían a los campesinos, tanto hombres como mujeres, que les esgrimían los machetes en la cara.
"Nunca vamos a poder ser los mismos y vivir nuestra vida tranquila, como la vivíamos. Ver un granadero ya no significa nada. Antes les tenía miedo, ahora ya no. Ahora nos vemos de frente y ya no les tenemos miedo. Por eso te digo que no somos los mismos, ni vamos a ser los mismos".
Justina no se arrepiente de la resistencia popular ante el gobierno. Sus hijos adolescentes participaron en las protestas porque quería que supieran qué es lo que defiende el pueblo. El 11 de julio tenía una importante tarea que cumplir en la ciudad, y durante la escaramuza perdió de vista a sus hijos, hasta que vio que metían a su hija en un radiopatrulla. Todo se detuvo un instante. "¿Qué hago?", se preguntó. Pero no podía hacer nada, pues atender a su hija la hubiera distraído de la misión que tenía que cumplir y eso perjudicaría a todos los demás.
Afortunadamente, soltaron a su hija. Sin embargo, Justina dice que fue la más difícil decisión que ha tenido que tomar, pero que la volvería a tomar.
Justina dijo: "La lucha de Atenco fue en una forma agresiva, en una forma dura. Los que quieren luchar por algo, si no lo hacen así, nunca lo van a lograr. Nunca lo van a lograr. ¿Por qué? Porque tenemos que dar el todo por el todo. O ganamos o perdemos. Acá luchamos gente grande, hombres, mujeres, niños, de todos luchamos acá. Señoritas, señoras, de todo. Y que las personas que quieren luchar por algo tienen que hacerlo así. Atenco les demostró a los que decían que con el gobierno no se puede que sí se puede".
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Una noche, cuando caminábamos en la brisa fresca de Atenco, una señora me susurró: "Sabes qué, yo era unas de esas mujeres que iba a la iglesia solo para criticar cómo se veía la gente, su manera de vestir. Yo sé que es difícil creerlo, pero era chismosa. Pero ya no.
"Recuerdo que antes criticaba a los estudiantes de la UNAM por estar en huelga y crear tanto alboroto por la privatización de la universidad. Decía: `Si les interesa tanto la universidad, ¿no sería mejor que se dedicaran a estudiar en vez de ser buscapleitos?
"Pero después de estar en la lucha, no me imagino haber ganado sin ellos. ¡Gracias que son unos revoltosos!".
Parte 4: La juventud rebelde de Atenco
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