Obrero Revolucionario #1190, 9 de marzo, 2003, posted at http://rwor.org
A principios de enero, un grupo de veteranos de diversas perspectivas políticas y experiencias (de la II Guerra Mundial hasta la guerra del Golfo de 1991) sacó un contundente "Llamamiento de conciencia de ex combatientes y reservistas". Más de 550 veteranos lo han firmado, entre ellos gente de renombre como Howard Zinn y Michael Moore, a quienes los une su firme oposición a la inminente guerra de Estados Unidos contra Irak.
El Llamamiento destaca: "Para que los pueblos del mundo sean libres, ha de llegar un día en que ser ciudadano del mundo se anteponga a ser soldado de una nación. Ha llegado ese momento. Cuando les den las órdenes, su respuesta tendrá un profundo impacto en la vida de millones de personas del Medio Oriente y de aquí. Su respuesta marcará la pauta del futuro. Los comandantes quieren que obedezcan. Nosotros les pedimos que piensen, que escuchen la voz de la conciencia. Si escogen la resistencia, los apoyaremos y nos pondremos a su lado porque captamos que nuestra VERDADERA responsabilidad es con los pueblos del mundo y nuestro futuro común".
Actualmente, los soldados se encuentran ante una situación muy gruesa. Para hacer lo correcto, se necesita gran valor y compromiso, y saber que uno no está solo. Hace poco, Carl Dix, vocero nacional del Partido Comunista Revolucionario y signatario del Llamamiento de conciencia, estuvo en Los Ángeles y tuvimos la oportunidad de entrevistarlo. Nos habló de sus experiencias como soldado que se opuso a la guerra de Vietnam. Publicaremos la entrevista en dos partes.
OR: Platícanos, ¿cómo es que entraste a las fuerzas armadas?
CD: En 1968, el servicio militar era obligatorio y recibí órdenes de reportarme el 6 de abril, unos cuantos días después del asesinato de Martin Luther King. Con todo lo que estaba pasando, no tenía nada de ganas y les escribí una carta: "En este momento están pasando muchas cosas y no voy a reportarme". Me enviaron esta respuesta: "Comprendemos que en estos tiempos tumultuosos no quiera reportarse y le enviaremos un nuevo aviso dentro de poco". Al mes siguiente, dos policías militares se presentaron en la casa y se lo entregaron a mi madre. Tenía que reportarme en junio; de lo contrario me metería en un gran lío, le advirtieron. Así que decidí que más valía ir.
Ya en el ejército me preocupaba mucho que me iban a mandar a Vietnam. En ese entonces no sabía nada de la guerra de Vietnam, o sea, no me oponía por principios ni nada de eso, pero sabía que muchos morían en esa guerra y no quería que me mandaran.
Hice el entrenamiento básico y avanzado, y me dieron órdenes de ir a Alemania para recibir más entrenamiento. Lo que no sabía era que de allí me iban a despachar a Vietnam. Me dieron órdenes de embarque en noviembre de 1969, en el mismo momento de una gran marcha antibélica en Washington, D.C.
De allí me mandaron a Fort Lewis, en el estado de Washington, y tomé la decisión de no ir a Vietnam, solo que no sabía cómo ingeniármelas, o sea, porque tampoco quería acabar preso y me preguntaba cómo le iba a hacer. Se me hacía que mínimo tenía que buscar la manera de postergarlo. Entonces me puse trucha, pues había que ver cómo hacían la lista de los que mandaban a Vietnam. Y como el ejército no era muy eficiente que digamos, estaba casi seguro de que no tenían una lista central de todos los que tenían órdenes de ir a Vietnam. Lo más probable era que por ahí hubiera un cuate con un lápiz haciendo la lista.
Me di cuenta que apuntaban el nombre de cada uno cuando recogía las sábanas y cobijas, y no vi que nadie más hacía ninguna lista. Así que di la vuelta y entré por la puerta de atrás y le pedí a un cuate que estaba por entregar sus sábanas que me las diera, pues estaba por subir al camión para ir al avión que salía para Vietnam. Le dije: "Oye, hombre, dame tus sábanas, ¿no?". Respondió: "Discúlpame pero no puedo. Nos dijeron que hay que entregárselas". Le pregunté qué le iban a hacer si no las entregaba, ¿enviarlo a Vietnam? Se rió y me las dio. Ya tenía las sábanas y no estaba en la lista.
Dos días después leyeron los nombres de todos los que saldrían para Vietnam. Y todos tenían que ir menos yo... Era el único que no figuraba en la lista. Los oficiales me miraban con mucha desconfianza, como que no se explicaban por qué no figuraba en la lista; sabían que hice algo pero no sabían qué.
Al día siguiente andaba por la base pateando una piedra cuando una piedra me pegó en el talón; volteé y vi a dos cuates que andaban igual que yo pateando piedras. Les dije qué onda y me dijeron que tenían órdenes de marcharse a Vietnam pero no querían ir. Les dije que estaba igual y me preguntaron si sabía cómo llegar al centro porque habían oído que había gente que nos podía ayudar.
Buscamos a esa gente y por fin la encontramos. No estábamos seguros si decirles que éramos soldados, pero cuando nos dimos cuenta de que se oponían a la guerra, les dijimos que éramos soldados opuestos a la guerra y necesitábamos ayuda. Nos conectaron con gente que nos ayudó a hacer la solicitud de objetor de conciencia.
Hicimos el papeleo y así no tuvimos que ir a Vietnam. Nos dieron trabajos en la base. Como sabía escribir a máquina, me pusieron a trabajar en la oficina central. No me mandaron a Vietnam, pero por allí pasaba un chorro de gente que tenía que ir y a lo mejor no quería. Revisé en detalle los reglamentos y los casos en que uno no tenía que acatar órdenes de ir a Vietnam. Me puse a hacer una entrevista con cada cual poniendo atención especial en esas categorías: les pregunté si mantenían a la familia, si eran el único hijo de un veterano fallecido, si tenían un pariente en la zona de guerra, porque si uno llenaba esos requisitos, no tenía que embarcarse para Vietnam.
Me ponía a platicar con ellos y si no tenían ganas de ir, les decía que debía informarles que tenían la posibilidad de hacer una solicitud. Les decía que era su decisión, que yo simplemente tenía el deber de informarles. En las tres semanas que trabajé en la oficina, unos 75 a 100 cuates se zafaron de ir a Vietnam. Los oficiales se dieron cuenta luego luego que un chingo de gente hacía esas solicitudes. Entonces me cambiaron de puesto y cambiaron el reglamento. Después, aunque uno hiciera la solicitud, de todas formas tenía que ir a Vietnam por varios meses mientras la tramitaban. O sea, uno tenía que ir a Vietnam y esperar la decisión de si tenía que ir o no. Así pensaban bajarles los humos a los que hacían las solicitudes.
Después rechazaron todas las solicitudes de objetor de conciencia, ¡todititas! Claro que lo hicieron por venganza y, por nuestro lado, buscamos cómo darles en la torre. Procuramos salir en los noticieros. Ese fin de semana fuimos a manifestaciones antibélicas y hablamos en los medios, y de repente el lunes nos dijeron: "No hemos debido rechazar todas las aplicaciones. Las hemos debido examinar una por una; así que todo mundo puede hacer de nuevo la solicitud con la documentación correspondiente, etc.". O sea, nos ofrecieron una tregua, un arreglo: no nos iban a mandar a Vietnam; tramitarían nuestros documentos a paso de tortuga y saldríamos del ejército uno por uno, y a cambio, llevaríamos la fiesta en paz.
Al principio nos pareció muy bien, pues no teníamos que ir a Vietnam, pero después lo platicamos. Tenían a todos los objetores de conciencia en el mismo cuartel porque no querían que contagiáramos a los demás; a diario enviaban a centenares de soldados de esa base a Vietnam. En ese momento éramos unos 30. Se prendió mucha discusión y debate: ¿debíamos aceptar la tregua o teníamos el deber de oponernos a la guerra de Vietnam? Además nos preguntamos si por la resistencia de unos cuantos anularían el status de objetor de conciencia de todos y nos mandarían derechito a Vietnam. Hubo mucha discusión y al final decidimos que los que queríamos oponernos debíamos hacerlo aunque los demás no lo hicieran. Y los que no lo hicieron comprendieron por qué algunos no podíamos aceptar la tregua.
En eso estallaron las protestas de Kent State y Jackson State, y la Guardia Nacional y la policía balearon a varios estudiantes. Fue la última gota. Dijimos: tenemos que sumarnos al movimiento cueste lo que cueste. Nos conectamos con una coalición antibélica que quería trabajar con soldados. En la base tenían medidas de control muy estrictas. Para entrar se necesitaba identificación militar o una razón específica, y por eso los militantes antibélicos se limitaban a buscar a los soldados cuando se encontraban fuera de la base, darles volantes y pedirles que los repartieran adentro. Pero por lo general estos no aceptaban porque a un compañero lo zamparon al calabozo seis meses por el simple hecho de enseñar un volante a otro cuate.
Nos llevamos 10,000 volantes. Sabíamos cómo funcionaban las cosas en la base. Si se tiraba basura, les tocaba a los soldados recogerla. Así que decidimos tirar los volantes por toda la base. Conseguimos un carro y recorrimos la base y tiramos los 10,000 volantes por las ventanas. Al día siguiente, le informaron al comandante que la base estaba llena de basura y había que limpiarla. Reunieron a todos los soldados y los hicieron formarse en filas para recoger los volantes. Todo mundo se dio cuenta de lo que se trataba y corrió el chisme de que volantearon la base. Los oficiales cayeron en cuenta y dijeron: "¡Quítenles esos volantes a los soldados!", y se armó una bronca porque los compañeros querían quedárselos. Por varios días la protesta y el volanteo estaban en la boca de todos. Prácticamente sellaron la base para que nadie fuera a la protesta y aun así varios se las ingeniaron para asistir.
OR: ¿El movimiento antibélico impactó mucho a los soldados?
CD: ¡Muchísimo! Gracias al movimiento, muchos cuates supieron la neta acerca de Vietnam, que era una guerra contra una lucha de liberación popular.
OR: Repartieron los volantes y después, ¿qué hicieron?
CD: Después del volanteo, había que hacer más. A un compañero llamado Willie Williams lo acusaron de amotinamiento. Abandonó el ejército porque su familia estaba en problemas y con lo poco que ganaba de soldado raso no le alcanzaba para ayudarla. Se fue sin licencia y consiguió otro trabajo, y de paso se conectó con el Partido Pantera Negra. Lo encontraron y lo regresaron a la base. Presentó su renuncia, pero la rechazaron; iban a juzgarlo como desertor. Mientras esperaba el juicio hizo circular una petición que reclamaba libertad para los negros; 35 de los 40 soldados de su cuartel la firmaron.
Entonces lo acusaron de amotinamiento, que conlleva una sentencia de 99 años de prisión. Formamos el Comité de Defensa de Willie Williams; hablamos en mítines antibélicos y divulgamos su situación. El ejército se echó para atrás: lo acusaron de deserción y luego de "ausente sin licencia" y lo metieron a la prisión Leavenworth por un año.
Decidimos hacer algo mucho más aventado. Los domingos un noticiero de televisión entrevistaba a la esposa del comandante cuando iba camino a la iglesia. Decía que iba a orar por los muchachos que estaban en Vietnam. A todo mundo le caía muy gacho porque al comandante no le importaban un comino los muchachos que estaban en Vietnam ni en Fort Lewis y a la esposa tampoco. Decidimos hacer algo y nos juntamos con unos civiles en el mero lugar donde hacían la entrevista. Éramos cuatro soldados y cuatro civiles. Llegaron los del noticiero y la esposa soltó su rollote y de repente la interrumpimos; nos pusimos a hablar del caso de Willie Williams y de la oposición a la guerra de Vietnam en la sociedad y en las fuerzas armadas. Y la cotorreamos diciendo que gente como ella en realidad no rezaba por los muchachos sino que se aprovechaba de ellos.
Nos subimos al coche para salir de la base, pero nos dilatamos tantito y nos cacharon. Nos iban a echar de la base, porque eso es lo que acostumbraban hacer con civiles que encontraban allí, pero se dieron cuenta de que cuatro éramos soldados. Echaron a los civiles y nos arrestaron a nosotros.
El lunes rechazaron las solicitudes de objetor de conciencia de los cuatro. Y el martes rechazaron las demás solicitudes, aunque aceptaron una para dar una apariencia de imparcialidad. Nos dieron órdenes de ir a Vietnam. Hablamos entre todos acerca de qué hacer. Muchos optaron por irse a Canadá, pero seis compañeros no queríamos hacer eso. Como estábamos metidos en la lucha contra la guerra, sentíamos el deber de quedarnos y desobedecer las órdenes.
En ese momento no era revolucionario, pero estaba convencido de que mi lucha era en este país, no en Vietnam, y eso tenía mucho que ver con el movimiento de liberación negra que en ese tiempo estaba cobrando fuerza. Los jóvenes del Sur luchaban contra las leyes de segregación Jim Crow , y les azuzaban los perros y les echaban grandes chorros de agua. Empezaban a estallar rebeliones en ciudades por todo el país. Aunque no participaba directamente, todo eso me impactó y sabía que tenía que luchar aquí. No sabía exactamente para qué ni cómo, pero no cabía duda de que teníamos que luchar y por esa razón no podía irme a Canadá.
Los seis decidimos desobedecer las órdenes. La mañana que nos mandaban a Vietnam, les dije que no iba y el primer sargento le ordenó a un soldado sacar una pistola y balas del almacén y dispararme si hacía un movimiento en falso. Caí en cuenta de que a lo mejor esto iba a ser más difícil de lo que me había imaginado. Teníamos esa noche como límite para reportarnos, pero el oficial se adelantó. Llegó en un camión y me ordenó subirme. No quise; me arrestaron y me llevaron al calabozo. Y uno por uno los otros llegaron hasta que estábamos completitos.
OR: Te juzgaron por desobedecer órdenes de ir a Vietnam y, ¿qué pasó?
CD: El juez no tomó en cuenta los argumentos de nuestro abogado. Dijo: "Tengo la obligación de permitir que los plantee porque si no, no podrían apelar, pero no tiene caso porque no afectará en nada mi decisión y si me duermo, háganme el favor de despertarme cuando se termine". Quería dejar muy en claro que nos iba a zampar a la cárcel y que no le importaban nuestros argumentos. Nos condenaron a todos, pero no recibimos la misma sentencia. A un cuate lo sentenciarona tres años; a dos nos zamparon dos años; a otros dos, un año; y al otro cuate 58 días. Este pasó 58 días en el bote y regresó a la base, y como le caía bien al comandante, quien pensaba que su caso era un problema de malas compañías, ahí se quedó y no tuvo que irse a Vietnam. El compañero que sentenciaron a tres años, solamente estuvo preso dos.
Con una sentencia larga como la que nos dieron, por lo general mandan a uno a la prisión militar de Leavenworth después de un par de meses, pero en nuestro caso no demoraron ni tantito; en unos días todos estábamos en Leavenworth (menos el de los 58 días). Hicieron los trámites a todo vapor porque según éramos "un cáncer" que había que extirpar.
Continuará
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