La lucha de los chicanos y la revolución
proletaria en Estados Unidos
De un grupo de estudio del PCR, EU
junio de 2001
Introducción
En el otoño de 1999 el Partido Comunista
Revolucionario, EU emprendió un importante proyecto:
elaborar un nuevo programa para la revolución en
Estados Unidos. El programa de un partido es como una especie
de mapa para destruir lo viejo y crear lo nuevo. Es un
instrumento para conocer la sociedad y el mundo, y para
identificar las fuerzas que harán la
revolución. ¡El PCR, EU ha elaborado un borrador
del nuevo Programa, el fruto de mucho trabajo y grandes
esfuerzos de muchas fuerzas! Combina los resultados de
estudio e investigación con lo que el partido ha
aprendido a lo largo de 25 años de lucha por captar y
aplicar la ciencia revolucionaria del
marxismo-leninismo-maoísmo (MLM). Instamos a todos a
conseguir el Borrador del Programa, a estudiarlo y a
debatirlo con nosotros.
Nuestro partido entiende que para hacer la
revolución se tiene que forjar un gran frente
único bajo la dirección de la clase trabajadora
(el proletariado). La alianza clave—el núcleo
sólido—de ese frente único es la
alianza revolucionaria del movimiento del proletariado
multinacional consciente de clase con las luchas de los
negros, chicanos, puertorriqueños, amerindios y
demás pueblos oprimidos, contra el enemigo
común: el sistema imperialista y la dictadura
burguesa. Las luchas de las nacionalidades oprimidas contra
su opresión son una fuerza sumamente poderosa para la
revolución. Tal es el caso de la lucha de los
chicanos.
Para entender los cambios en la composición, la
situación y la lucha de los chicanos en los 20
años transcurridos desde que salió el anterior
programa, se formó un equipo bajo la dirección
del partido para investigar la vida y el movimiento de los
chicanos hoy. Fuimos a bibliotecas, nos reunimos con
intelectuales e investigadores chicanos, y entrevistamos a
una amplia gama de jóvenes: de familias que llevan
cinco generaciones en Nuevo México a hijos de
inmigrantes recién llegados.
El Borrador del Programa resume los resultados de
nuestra investigación y recomendamos que todos los
lectores de este documento lo lean. Pero como la historia y
la realidad actual de los chicanos son muy complejas e
importantes, el partido nos pidió que
escribiéramos una ponencia para ampliar el
análisis de la fuente de la opresión de los
chicanos y su solución. Esta ponencia amplía la
posición del partido y del Borrador del
Programa sobre ese tema, pero se debe considerar un
“documento para facilitar la discusión” en
vez de nuestra “última palabra”. Esperamos
que estimule amplia discusión y debate sobre el
Borrador del Programa, y que profundice nuestro
conocimiento colectivo de por qué y cómo la
revolución proletaria puede acabar con la
opresión nacional de los chicanos, como parte de
acabar con toda la opresión.
Un importante factor de la última década ha
sido el surgimiento de una nueva generación de
jóvenes chicanos que se han lanzado a la calle en
luchas políticas. Los electrizó la
rebelión de Los Ángeles de 1992, cuando
proletarios negros y latinos[1] y otros sectores
se alzaron contra la absolución de cuatro
policías a quienes todo el mundo vio darle una brutal
paliza a Rodney King. Los chavos chicanos y latinos
desempeñaron un papel crucial en las protestas
estudiantiles contra la Proposición 187 (un ataque a
los inmigrantes en California). La rebelión de
campesinos indígenas en Chiapas el 1º de enero de
1994, cuando entró en vigor el TLC/NAFTA (Tratado de
Libre Comercio de América del Norte)[2],
los atizó. Desde entonces, esta nueva
generación ha estado luchando en muchos frentes:
contra la guerra a los inmigrantes y la militarización
de la frontera; contra los ataques a los programas de
acción afirmativa y estudios étnicos en
California y por establecerlos en universidades del resto del
país; contra la brutalidad policial, la
represión y la criminalización de una
generación; y contra la globalización
imperialista y organismos internacionales como el FMI y la
OMC.
Mao Tsetung, gran líder de la revolución
china y de la revolución proletaria mundial, dijo que
primero el pueblo lucha y luego busca la filosofía.
Quería decir que primero el pueblo entra a la lucha
contra la injusticia, y luego esa misma lucha lo lleva a
investigar las causas de esa injusticia y de todas las
injusticias, y cómo acabar con ellas. Eso
describe lo que pasa hoy con muchos jóvenes y con la
nueva generación chicana. No se sientan de brazos
cruzados ante los ataques: “luchan de día”
y “debaten filosofía de noche”. Muchos
buscan cómo acabar la opresión de los chicanos
y demás latinos de este país, y cómo se
relaciona eso con la lucha de todos los oprimidos en Estados
Unidos, al otro lado de la frontera (en lo que los
imperialistas yanquis llaman arrogantemente su
“patio”) y por todo el mundo. ¿Por
qué existe esta situación y cómo se
puede cambiar radicalmente? ¿Qué clase de
cambio se necesita, se desea y es posible?
¿Cómo se puede lograr? El Borrador del
Programa del partido y esta ponencia tienen que llegar a
las manos de todos los que se preguntan
¿“cómo cambiar el mundo”?
Algunas cuestiones importantes
En el curso de esta investigación surgieron algunas
preguntas básicas para entender la historia y la
realidad actual de los chicanos y el análisis del
partido sobre la cuestión nacional de los chicanos.
Por ejemplo, ¿qué es esta nacionalidad
oprimida? ¿Quiénes son los chicanos? Como lo
describe el Borrador de Programa:
“La historia de los chicanos se desprende de la
conquista del Suroeste por la clase dominante estadounidense
durante la guerra de 1846-1848 contra México, la
dominación de México por el imperialismo
yanqui, el atraso del Suroeste y el hostigamiento y
explotación de los inmigrantes mexicanos. A los
chicanos los despojaron de sus tierras y los trataron como
extranjeros en territorios robados por Estados Unidos; los
hostigaron por defender su cultura e idioma, los
discriminaron en todos los renglones: trabajo, vivienda,
educación. Tienen una historia económica y
social común que, junto con el hostigamiento,
opresión y discriminación, los ha forjado como
nacionalidad oprimida en Estados Unidos.
“Muchos chicanos son del Suroeste de Estados Unidos
y otros son descendientes de las grandes olas de inmigrantes
mexicanos. Los chicanos tienen raíces
históricas en el Suroeste y allí están
concentrados hoy, aunque hay importantes concentraciones en
otras partes del país. Incluso en el mismo Suroeste,
los chicanos tienen diferencias de cultura e idioma. Pero
tienen una experiencia de opresión común,
producto del relativo atraso y pobreza del Suroeste, la
dominación imperialista de México, la
superexplotación de los inmigrantes mexicanos y la
concentración de chicanos y mexicanos en las capas
inferiores del proletariado”. (Borrador del
Programa, p. 92)
Muchos de los jóvenes que están en las
primeras filas de las batallas de hoy son hijos de
inmigrantes mexicanos. Encarnan un aspecto muy propio (y
complejo) de la cuestión nacional de los chicanos: el
hecho de que la población chicana crece constantemente
con la llegada de nuevos inmigrantes. Los que permanecen en
Estados Unidos—y especialmente sus hijos—se
incorporan a la minoría nacional chicana. Los chicanos
son un grupo concreto, pero muy diverso, de gente de
ascendencia mexicana, que nació o se crió en
Estados Unidos. Algunos tienen raíces en el Suroeste
antes de la conquista por Estados Unidos; otros nacieron en
Oaxaca (en el sur de México) y emigraron a este
país. Unos crecieron hablando inglés en Chicago
o San Antonio; otros crecieron hablando español en Los
Ángeles y aguantando las burlas en la escuela hasta
que aprendieran inglés. Esta ponencia se propone
captar mejor esa diversidad y lo que une a los chicanos como
nacionalidad oprimida, y cómo eso afecta su vida, su
lucha y su camino a la liberación.
Eso nos lleva a otra pregunta importante:
¿qué significa decir que los chicanos son una
minoría nacional oprimida? La gran mayoría de
los chicanos concentrados en los centros urbanos—del
Suroeste, pero también del interior y de todo el
país—no vinieron del Suroeste, sino del campo y
las ciudades de México, principalmente a partir de
1910. Además, como veremos en el análisis que
sigue, la historia del Suroeste, donde los chicanos han
vivido por muchas generaciones, comprueba que no llegaron a
constituir una nación. Más adelante veremos
detalladamente la diferencia entre una nación y una
minoría nacional, pero debe quedar claro que reconocer
que los chicanos son una minoría nacional oprimida, y
no una nación, es importante para comprender
cómo luchar por su liberación, y no para
decidir si tienen el derecho a ser libres.
Todo eso pone de relieve la importancia estratégica
de la frontera de 3000 kilómetros que el imperialismo
yanqui comparte con un país al que domina y explota
salvajemente, México. La historia y la lucha actual de
los chicanos están inextricablemente ligadas a la
dominación de México y la
superexplotación de los mexicanos que se ven obligados
a venirse. Si bien el camino a la revolución es
distinto en cada lado de la frontera, los pueblos de Estados
Unidos y México tienen un enemigo y una lucha comunes:
derrocar el dominio criminal del sistema imperialista
capitalista de Estados Unidos. En los últimos
años, hemos visto reverberar luchas a ambos lados de
“la línea”. Por eso, las crecientes luchas
de los chicanos y mexicanos en Estados Unidos son importantes
en sí y son una fuerza potencialmente muy poderosa que
vincula y fortalece a los movimientos revolucionarios de
ambos lados de la frontera.
Esta ponencia tiene tres partes: La Parte I examina la
historia y la situación actual de los chicanos. La
Parte II examina las causas de su opresión y
cómo la pueden eliminar la victoria de la
revolución proletaria y la formación del estado
socialista. La Parte III presenta algunos puntos de vista y
programas del movimiento de hoy, y explica en qué
tenemos unidad y en qué discrepamos en cuanto al
camino a la verdadera liberación.
Parte 1: La historia y la situación actual de los
chicanos
La opresión y la explotación dejan su sello
en la realidad cotidiana de los chicanos: el joven
pelón que ni se acuerda cuántas veces la
policía lo ha registrado a empujones con la cara
contra la pared; los padres que trabajan y se sacrifican toda
la vida haciendo ricos a los capitalistas y apenas pueden
mantener a la familia; el estudiante que logra ingresar a la
universidad a pesar de las extremas desigualdades del sistema
educativo y oye a los compañeros decir a sus espaldas
que solamente entró gracias a la acción
afirmativa; los niños castigados por hablar
español en la escuela o metidos a clases para
retrasados porque no hablan bien el inglés; los chavos
a quienes les restriegan en la cara el mito yanqui de que los
defensores de El Álamo fueron
“héroes” que murieron a manos de
“mexicanos canallas”. Todo esto y más pesa
sobre los chicanos.
Históricamente, Estados Unidos se ha beneficiado
del robo y saqueo a los chicanos y mexicanos, y hoy el
sistema continúa sacando ganancias al mantener a la
mayoría de los chicanos en los niveles más
bajos de la clase trabajadora. Por medio de la
opresión nacional la clase dominante oprime
sistemáticamente a un pueblo entero debido a su
ascendencia mexicana, el color de la piel y el modo de
hablar. Les dan los peores trabajos por sueldos miserables...
o engrosan las filas de los desempleados. Viven segregados en
barrios pobres y decrépitos, donde reina la brutalidad
policial, con las peores escuelas y servicios de salud. Han
pasado más de 150 años desde que Estados Unidos
se robó casi la mitad del territorio mexicano, pero
los chicanos todavía viven las secuelas de esa
conquista y los efectos de la actual dominación yanqui
de México.
Esta relación entre opresor y oprimido es parte de
la estructura social del Suroeste y el resto del país.
El sistema ha creado toda una superestructura basada en
prejuicios y discriminación que degrada y criminaliza
la cultura, el idioma y hasta la existencia de los chicanos.
Se les dice constantemente que su cultura e idioma son
inferiores, y que los tratan como criminales porque
actúan como tal.
Estados Unidos lleva años oprimiendo y explotando a
los chicanos, quienes tienen muchísimos años de
lucha contra la opresión nacional y, como parte del
proletariado multinacional, contra la explotación
capitalista. Son un verdadero ejemplo de la ley más
básica de la sociedad de clases: “De la
opresión nace la resistencia”.
Colonización, conquista y desarrollo
capitalista
Los chicanos (o mexicano-americanos) son una nacionalidad
oprimida cuya opresión se remonta a la
colonización de lo que hoy es el Suroeste de Estados
Unidos. Las raíces de su subyugación y larga
tradición de lucha son la conquista de la
región por la clase dominante estadounidense durante
la guerra de 1846-1848 contra México, la
dominación de México por el imperialismo yanqui
y la marginación de grandes zonas del Suroeste.
El año 1492 inició una nueva etapa de la
historia mundial. Cuando Cristóbal Colón se
topó con las Américas, se desató un auge
de actividad de la emergente clase mercantil (capitalista) de
Europa, que luchaba por rebasar los límites del
feudalismo y vio en las Américas nuevas fuentes de
riqueza y poder. España fue una de las grandes
potencias que pugnó por adueñarse del
hemisferio occidental.
En 1519, Hernán Cortés y un pequeño
grupo de soldados españoles se adentraron en lo que
hoy es México, donde encontraron muchos pueblos
indígenas, como los aztecas, los zapotecos, los
mixtecos y los mayas. En poco tiempo (y por varias razones)
los españoles lograron conquistar a los aztecas,
dueños de un vasto imperio con una civilización
avanzada, y se apoderaron de las regiones que dominaban los
aztecas y conquistaron a los demás pueblos. Con el
tiempo, se estableció una nueva civilización
—dominada por los conquistadores españoles con
población indígena—que abarcó gran
parte de América del Norte y del Sur (y lo que hoy es
Centroamérica, México y el Suroeste de Estados
Unidos). Al extender su imperio por el continente, los
españoles enfrentaron una feroz resistencia.
Conquistaron México paso a paso, mediante la guerra y
la devastación de las enfermedades que trajeron.
Durante todo ese período, los indígenas
opusieron resistencia.
La conquista española de los indígenas
prácticamente borró las sociedades anteriores;
borró grupos enteros, sus instituciones y costumbres.
Como pocas españolas hicieron el viaje al “Nuevo
Mundo”, llamado Nueva España, la unión
física entre españoles e indígenas
—muchas veces por pillaje y violación—
creó el mestizo. Con el paso de varios siglos,
nació una nueva cultura. En Nueva España, los
mestizos eran una casta de segunda categoría y
explotada, y los indígenas vivían una terrible
opresión bajo las nuevas relaciones sociales impuestas
por los conquistadores.
Los primeros exploradores españoles llegaron al
Suroeste de Estados Unidos en busca de riqueza mineral.
Más tarde establecieron poblados para fortificarse
ante los rivales europeos. La colonización del
Suroeste no fue fácil, y la encarnizada resistencia de
los utes, apaches, comanches y navajos hizo difícil
afianzarse en la región.
Los asentamientos españoles sobrevivieron porque
conquistaron y esclavizaron a los indígenas pueblo,
que eran agricultores. En 1680, ese grupo se levantó
contra un siglo de maltrato, tortura y enfermedades; la
rebelión, bien organizada y coordinada, sacó a
los españoles de la región por 15 años.
Pero a fines del siglo 17, los españoles lograron
aplastar la rebelión, diezmaron la población y
tuvieron que buscar nuevas formas de poblar y controlar la
región.
En el norte de Nuevo México el rey de España
otorgó tierras comunales a una gran cantidad de
indígenas y campesinos mexicanos para proteger este
territorio de los franceses y de otros grupos
indígenas. Subsistían de la agricultura y del
pastoreo de ovejas en tierras comunales, y tenían
derechos comunales al agua. Debido a su aislamiento del
gobierno central de México y a la relativa estabilidad
de la región, empezaron a desarrollar su propia
sociedad desligada de México y de los otros
asentamientos del Suroeste. Esos asentamientos del siglo 18
existen hasta la fecha.
La historia del sur de Nuevo México es distinta.
Allí recibió grandes terrenos la pequeña
élite española, que forzó a los
indígenas y a los campesinos mexicanos pobres a
trabajarlos. Como en otras partes de México, la
nobleza española gobernaba, seguían los
mestizos y los indígenas estaban en el fondo de la
sociedad. Los asentamientos crecieron muy lentamente, debido
a los constantes ataques indígenas, y a finales del
siglo 18 solo había 8000 colonos en todo Nuevo
México.
En Texas, los españoles llegaron con la cruz y la
espada. En el este, trataron de establecer misiones
católicas y guarniciones, pero los comanches no los
dejaron en paz. Corrieron mejor suerte en el sur, entre el
río Bravo/Grande y el río Nueces, donde los
rancheros españoles explotaron despiadadamente a los
mestizos que trajeron de México para trabajar la
tierra. Sin embargo, la distancia y los ataques
indígenas impedían el contacto con los
asentamientos de California y Nuevo México.
En California, el sistema de misiones floreció:
establecieron 21 misiones, tres pueblos y tres guarniciones
entre San Diego y San Francisco. Los indígenas de la
costa opusieron poca resistencia; a muchos los convirtieron
al catolicismo y los hicieron “servir a Dios”
como esclavos. En California central, sin embargo, la
resistencia de indígenas nómadas impidió
el desarrollo de las misiones. En 1820, California era la
colonia más alejada del gobierno central de
México y tenía la población más
pequeña.
Los españoles hicieron varios intentos de asentarse
en Arizona, pero debido a los ataques indígenas, la
falta de dinero y la lucha por mantener el control del resto
de México, era difícil.
En resumen: de 1600 a 1800, los primeros asentamientos
españoles en el Suroeste y California tenían
poca población y mano de obra mexicana e
indígena. En el norte de Nuevo México, se
desarrolló un sistema de tierras comunales. En
California, se estableció el sistema de misiones con
mano de obra indígena. Esas regiones tenían
poco o ningún contacto entre sí o con el
gobierno central de México. Debido a la distancia, el
terreno, y la resistencia y los ataques constantes de los
indígenas, cada región tuvo su propio
desarrollo; tenían poco en común, aparte de la
herencia mexicana.
La independencia mexicana
De 1776 a 1836, los movimientos de independencia
sacudieron las Américas. En México, el padre
Miguel Hidalgo encabezó una rebelión que dio
inicio a la guerra de Independencia. El 16 de septiembre de
1810 dio el famoso “Grito de Dolores”:
“¡Viva nuestra Virgen de Guadalupe! ¡Abajo
el mal gobierno! ¡Muerte a los gachupines!”. Tras
11 años de levantamientos, México
declaró la independencia en 1821.
Si bien los asentamientos del Suroeste eran parte de
México, no participaron en el movimiento de
independencia debido a su escaso contacto con el resto de
México; tenían un desarrollo independiente. En
lo que hoy es el estado de Nuevo México, la
supresión de los apaches estimuló una nueva
inmigración mexicana, que abrió paso a la
expansión de la agricultura y la ganadería.
En 1822, se abrió el camino de Santa Fe, que
conectó Santa Fe (Nuevo México) a los mercados
estadounidenses. Esto redujo el aislamiento de esas
provincias con respecto a Estados Unidos y aumentó su
separación de México. Ciertas fuerzas de la
clase dominante mexicana se opusieron al comercio entre
dichas provincias y Estados Unidos porque temían
perderlas, y en 1835 fomentaron una rebelión que
llevó al poder a López de Santa Anna. Este puso
impuestos en las provincias del norte que suscitaron la
oposición de ricos y pobres por igual, pues
dependían de los productos que Estados Unidos les
vendía a precios más bajos. Estalló una
rebelión que las autoridades mexicanas sofocaron con
la ayuda de los grandes terratenientes de Nuevo
México, quienes pronto se dieron cuenta de que los
indígenas y campesinos, que eran la principal fuerza
rebelde, representaban un mayor peligro para ellos que el
gobierno central de México.
La guerra de 1846-1848 entre Estados Unidos y
México
Al principio del siglo 19, dos sistemas económicos
contendían en Estados Unidos: la esclavitud y el
capitalismo. El sistema esclavista del Sur, con su hambre de
nuevas tierras, estimuló el robo del norte de
México (lo que hoy es el Suroeste de Estados Unidos),
pero los capitalistas del Norte también codiciaban la
tierra, el oro y otros minerales de ese territorio que era
una puerta al comercio con el Oeste. En 1836, los esclavistas
asentados en el este de Texas se apoderaron de ese territorio
mexicano y lo declararon la República Independiente de
Texas. En 1845, Estados Unidos la anexó, a pesar de
las protestas del gobierno mexicano, lo cual prendió
la guerra entre México y Estados Unidos.
Los campesinos indígenas y mexicanos libraron una
feroz lucha contra esa guerra de agresión
estadounidense. Un grupo de inmigrantes irlandeses desertaron
del ejército yanqui, se pasaron al lado mexicano y
formaron el Batallón de San Patricio. En Nuevo
México, pocos terratenientes opusieron resistencia al
ejército estadounidense, pero los campesinos e
indígenas sí, y la lucha se extendió por
todo el Suroeste y California. No obstante, el 2 de febrero
de 1848, México perdió la guerra. Las tropas
yanquis penetraron profundamente en el territorio mexicano,
llegaron hasta la capital y la rodearon. De esa forma
pusieron en claro que Estados Unidos iba a imponerse en el
hemisferio.
Al final de la guerra, Estados Unidos se quedó con
la mitad del territorio mexicano: las tierras más
abundantes en recursos naturales, fértiles para
sembrar frutas, y para la pastura y la ganadería, con
gran riqueza mineral de cobre, plata y petróleo. El
robo de ese territorio perjudicó gravemente el
desarrollo económico de México.
Unos 75.000 mexicanos vivían en los asentamientos
del Suroeste, 60.000 de ellos en Nuevo México. La
mayoría eran campesinos, trabajadores de rancho y
mineros pobres.
México tuvo que firmar el tratado de
Guadalupe-Hidalgo, que le quitó la mitad del
territorio, pero dio garantías constitucionales de
“respetar y proteger el gozo de la libertad y la
propiedad” de los mexicanos que quedaron en el
territorio estadounidense. Ese tratado y el protocolo anexo
les garantizaba el derecho a los antiguos títulos de
propiedad, el idioma y los derechos civiles. Pero al gobierno
yanqui no le importó un comino y no lo
respetó.
A los nueve días de la firma del tratado se
descubrió oro en California. Miles de personas
inundaron la zona y abrumaron completamente a la
pequeña población mexicana de 7500 personas. En
—1848, la población del estado aumentó a
67.000 y en 1849 a 250.000 habitantes. A los rancheros
mexicanos los arruinaron los impuestos, los usurpadores y el
costo de los trámites para defender sus títulos
de propiedad. Algunos trabajaron de artesanos o de jornaleros
en ranchos, pero a los que querían minar oro les
cobraron un altísimo impuesto para “mineros
extranjeros” que prácticamente les
impidió trabajar en las minas. Esa gran estafa
suscitó resistencia. Tiburcio Vásquez y
Joaquín Murrieta, tildados de delincuentes en la
historia oficial de California, no aceptaron las injusticias
contra los mexicanos y formaron bandas armadas que rondaron
por el estado hasta que los capturaron y asesinaron.
En Texas la guerra terminó, pero la lucha del
pueblo siguió. Los grandes terratenientes y ganaderos
se propusieron adueñarse de todo y despojar a los
mexicanos. En esa época se establecieron los Texas
Rangers (rinches), pistoleros de los rancheros ricos, quienes
sembraron terror y subyugaron a los mexicanos con asesinato y
robo. Los pobres y despojados se alzaron. Juan Cortina
dirigió un importante y heroico movimiento de
resistencia en Texas; libró batallas armadas y
eludió la captura por más de una
década.
El ritmo de la expansión yanqui fue más
lento en el suroeste de Texas y en Nuevo México. Al
principio los angloamericanos que migraron a esa zona se
casaron con mexicanas de la alta sociedad y se integraron a
la élite. Poco a poco, compraron o se robaron las
tierras de los pequeños agricultores mexicanos en
violación del tratado de Guadalupe-Hidalgo. De 1850 a
1900, el gobierno confiscó casi 800.000 de
hectáreas de individuos, 680.000 hectáreas de
tierras comunales y 720.000 hectáreas de otras tierras
en Nuevo México. En Texas, los anglos construyeron
nuevos pueblos y marginaron las viejas poblaciones, y los
mexicanos terminaron de jornaleros y peones. De esa manera,
la conquista de Texas por Estados Unidos
institucionalizó la segregación y
discriminación contra la población
mexicana.
Una alianza siniestra de políticos y 20 familias
ricas de Nuevo México, llamada la camarilla de Santa
Fe, se adueñó de las tierras comunales y
adquirió grandes extensiones de tierras debido a los
altos costos de los trámites de títulos de
propiedad (que eran solamente en inglés), altos
impuestos y leyes arbitrarias, además de robo y
asesinato. Muchos mexicanos perdieron sus tierras y migraron
hacia el sur de Colorado. Esos asentamientos todavía
existen.
En 1865, la victoria del capitalismo sobre el sistema de
esclavitud en la guerra de Secesión llevó
grandes cambios al Suroeste y aceleró la caída
del sistema feudal que existía en muchas partes de la
región. La expansión de los ferrocarriles
favoreció la agricultura capitalista en gran escala y
la ganadería (facilitó el transporte de los
productos al Este). Eso arruinó a los terratenientes y
rancheros, y empujó a los pequeños
agricultores, campesinos y pastores de ovejas a la clase
trabajadora, al lado de los inmigrantes chinos e irlandeses
en las minas, los ferrocarriles y los huertos.
El capitalismo avanzó cabalgando sobre la vasta
mayoría de los mexicanos del Suroeste, y
subyugándolos a sus propósitos.
Desencadenó un reino de terror y ahogó su
resistencia en sangre. A través de ese proceso brutal,
la minoría oprimida de mexicanos se transformó
en una nueva minoría nacional dentro de este
país: los chicanos o mexicano-americanos.
En resumen: como muestra este recuento histórico,
cuando Estados Unidos se apoderó de las provincias del
norte de México, los asentamientos de la región
eran pequeños y aislados, no solo de México
sino también entre sí. La conquista de la
región por Estados Unidos impidió que se
integraran al proceso de consolidación de la
nación que ocurría en México. Asimismo,
la consolidación del capitalismo estadounidense en el
Suroeste retardó el desarrollo independiente
económico, social, cultural y político de los
mexicanos de esa región, formó una nacionalidad
oprimida—los chicanos o mexicano-americanos—y
empujó a la gran mayoría a la clase trabajadora
con trabajadores de otras nacionalidades. Todo eso
sentó la base para un nivel más alto de lucha
contra el enemigo común en las futuras
décadas.
La revolución mexicana de 1910
La revolución mexicana de 1910 estalló con
levantamientos campesinos que clamaron “¡Tierra y
Libertad!”. El 95% de los mexicanos eran aparceros y
campesinos sin tierra, y luchaban por un nuevo reparto de la
tierra. Líderes campesinos como Pancho Villa y
Emiliano Zapata dirigieron la resistencia. En Estados Unidos,
organizaciones como el Partido Liberal Mexicano (PLM),
dirigido por Ricardo Flores Magón, instaron a los
trabajadores chicanos y mexicanos a apoyar la
revolución. Más tarde el gobierno metió
preso a Flores Magón y murió en la
cárcel.
Durante ese tiempo, llegó la primera gran ola de
migrantes mexicanos a Estados Unidos, casi el 10% de la
población de México, debido al tumulto
político y económico que acompañó
a la revolución. El rápido desarrollo de la
industria agrícola capitalista de Estados Unidos y la
demanda de mano de obra barata estimuló la
migración de jornaleros mexicanos que trabajaron en
los campos de algodón de Texas y Arizona; en la
cosecha del betabel en Colorado, Michigan y la región
de los Grandes Lagos; y en la pizca de naranjas y vegetales
en California. Asimismo, la expansión industrial de
las primeras décadas del siglo 20 estimuló la
contratación de trabajadores de Texas y México
para las minas y ferrocarriles del Suroeste, la industria
automotriz de Detroit, las fábricas de acero de
Chicago, los mataderos de Omaha, Kansas City y Chicago, y
otras industrias del centro del país.
Eran una fuente de mano de obra barata que los
capitalistas querían utilizar para dividir a la clase
trabajadora. Sin embargo, esos trabajadores chicanos y
mexicanos, que hacían trabajos arduos y peligrosos, y
sufrían discriminación en los salarios y un
trato de ciudadanos de segunda clase sin derechos, se unieron
al movimiento obrero y, junto a trabajadores de otras
nacionalidades, se lanzaron a huelgas combativas en los
campos y fábricas del país. En abril de 1914,
en Ludlow, Colorado, se registró una de las huelgas
más famosas de la historia del país; 9000
mineros chicanos, italianos y eslavos reclamaron aumentos
salariales, mejores condiciones de trabajo y vivienda, y el
derecho a sindicalizarse. J.D. Rockefeller pidió
tropas para “proteger sus propiedades”; estas
ametrallaron a los trabajadores e incendiaron sus casas. La
masacre de Ludlow dejó dos mujeres y 11 niños
muertos.
La I Guerra Mundial y la crisis económica de
1929
La economía de guerra y el reclutamiento de obreros
al ejército durante la I Guerra Mundial (1914-1918)
crearon una escasez de mano de obra que abrió la
puerta de la industria pesada a más chicanos y
mexicanos. Como la guerra paró la migración
europea a Estados Unidos, los trabajadores mexicanos
reemplazaron a los europeos. En poco tiempo, las ciudades del
centro del país tenían grandes comunidades
chicanas. En 1917, Chicago tenía una población
chicana de 4000 habitantes, que aumentó a 20.000 en
1930. Pero a raíz del desplome de la bolsa de valores
y la crisis económica de 1929, docenas de millones de
trabajadores perdieron el empleo y los salarios bajaron un
50%.
A los inmigrantes los culpaban por la crisis. A los
chicanos les quitaron la beneficencia pública y no les
dieron empleos en los programas de obras públicas. Se
calcula que unos 3 millones de personas de familia mexicana
vivían en Estados Unidos en 1929. Más de
500.000 (chicanos y mexicanos) tuvieron que regresar a
México. En Detroit, deportaron a por lo menos 12.000
de la población chicana y mexicana de 15.000
habitantes. Separaron a muchas familias. A veces los padres
terminaron a un lado de la frontera y los hijos al otro (o
algunos de los hijos quedaron en Estados Unidos y deportaron
a los demás). En muchos casos deportaron a gente
nacida aquí, y en algunos casos gente que nació
en México y se crió aquí tuvo que
regresar a un país que prácticamente no
conocía.
La II Guerra Mundial
Casi 500.000 chicanos entraron al ejército durante
la II Guerra Mundial. Para muchos, la experiencia
rompió el aislamiento rural en que vivían, pues
conocieron nuevas ideas, gente diversa y chicanos de otras
regiones. Asimismo, debido a la guerra, más chicanos y
mexicanos se integraron al proletariado industrial y
agrícola.
Aunque muchos chicanos pelearon y murieron por los
intereses del imperio yanqui, los miraban y los trataban como
ciudadanos de segunda clase. Sufrieron mucha
discriminación: sus hijos tenían escuelas
segregadas; no los atendían en muchos restaurantes ni
les permitían usar las albercas públicas o
entrar al cine. En Texas, los “rinches” se
dedicaban a hostigar a chicanos y mexicanos.
En 1943, turbas de marineros, animados y ayudados por la
policía, atacaron a jóvenes chicanos en Los
Ángeles. La prensa reaccionaria lo llamó
“los disturbios Zoot Suit” (porque los
jóvenes—los pachucos—vestían el
“Zoot Suit”) y lanzó una ola de propaganda
contra la “criminalidad del chicano”. La
generación de los pachucos dio nuevos matices a la
cultura chicana, especialmente en las zonas urbanas, pues no
toleraban los ataques racistas y desafiaban la cultura
anglosajona.
Los braceros
La guerra provocó una escasez de trabajadores del
campo porque muchos de los negros, chicanos y blancos pobres
que antes hacían esos trabajos entraron al
ejército. Como se necesitaba una fuente de mano de
obra barata, en 1942 los gobiernos de Estados Unidos y
México iniciaron el Programa Bracero, que trajo una
cantidad fija de trabajadores mexicanos para la cosecha con
la condición de que estos regresarían a
México al fin de la temporada. (No todos los braceros
trabajaron en el campo; algunos fueron rieleros y otros
trabajaron en las fábricas de la costa del este).
Según el acuerdo entre los dos gobiernos, los braceros
no tenían que prestar servicio militar en Estados
Unidos, no desplazarían a trabajadores estadounidenses
y tampoco los discriminarían. En realidad, tuvieron
que aceptar salarios miserables y pésimas condiciones
de trabajo, sin derecho a organizarse o defenderse. De 1942 a
1947, unos 220.000 braceros entraron a Estados Unidos para
trabajar en el campo; el programa estuvo en vigor hasta
comienzos de los años 60. (Hace poco, salió a
la luz que les robaron millones de dólares a cientos
de miles de braceros: les descontaron dinero del sueldo para
una “cuenta de ahorros”, pero muchos no
sabían nada de eso y no les devolvieron el dinero
cuando los mandaron de regreso a México).
En los años 50, la Migra realizó la
“Operation Wetback/Operación Mojado”. Con
redadas de madrugada y cacerías por las calles,
desató el terror contra inmigrantes y chicanos por
igual. Convirtió las escuelas en centros de
detención y terminó deportando a millones de
indocumentados, residentes y ciudadanos.
En esa época, la población chicana ya era
bastante grande: muchos compartían la experiencia de
tener padres inmigrantes, y de nacer o crecer en Estados
Unidos. Era una nueva generación; no eran los pachucos
de antes, pero crecieron oyendo las experiencias de estos y
les tenían respeto. Les daba mucho coraje ser
rechazados, marginados y hostigados por la policía. La
sociedad no valoraba a la población inmigrante y
chicana que construyó el Suroeste: los rieleros,
mineros, trabajadores del campo y constructores de carreteras
y puentes. No le daba importancia a la historia, cultura y
sociedad mexicana. En las escuelas, no enseñaban casi
nada sobre la historia de los chicanos y la sociedad no
valoraba sus aportes. Era como si nunca hubieran existido ni
logrado nada de valor. A comienzos de los años 60, se
descubrió que de algunas facultades de UCLA no se
había graduado ni siquiera un chicano... ¡en Los
Ángeles, con su gran población chicana!
De todo eso nació la nueva conciencia de los
chicanos como nacionalidad oprimida dentro de la sociedad
estadounidense, y se crearon nuevas organizaciones y una
cultura de resistencia.
La lucha de los trabajadores del campo
En septiembre de 1965, los trabajadores chicanos y
mexicanos se unieron a la huelga de los filipinos que
trabajaban la uva en Delano, California. Eso desató un
nuevo período de lucha en el campo de California y del
Suroeste. Bajo el liderazgo de la organización que
más tarde llegó a ser el Sindicato de los
Trabajadores del Campo (UFW), lanzaron un gran desafío
a los ricachones de la agricultura y, a pesar de la tenaz
oposición de los patrones y el resto de su clase,
lograron importantes avances e inspiraron a trabajadores de
todas las nacionalidades y al naciente movimiento chicano.
Miles de trabajadores agrícolas participaron en el
movimiento; movilizaron a muchos otros trabajadores y gente
de diversas capas sociales a solidarizarse con actividades de
apoyo, como el boicot de frutas y verduras cosechadas por
rompehuelgas (“esquiroles”).
De Nueva York a Bélgica, los trabajadores se
negaron a transportar las uvas boicoteadas y obligaron a
charros sindicales y a políticos liberales a apoyar la
lucha. Estudiantes y trabajadores de las ciudades acudieron a
grandes movilizaciones en el valle central de California para
solidarizarse con los trabajadores agrícolas, y
regresaron más resueltos a acelerar la lucha contra la
opresión. Dado el impacto y el apoyo que tuvo el
movimiento, no es de sorprenderse que la burguesía
hiciera todo lo posible por aplastarlo, y por confinarlo al
sindicalismo y el reformismo. Eso tuvo su efecto; los
líderes del movimiento fomentaban el pacifismo y
procuraban tapar e impedir la combatividad que inspiraba al
mundo entero. Adoptaron el argumento de la burguesía
de que los “ilegales” quitan trabajos a los
nacidos aquí y deben ser deportados, aunque muchos de
los luchadores más combativos eran indocumentados.
El movimiento de los trabajadores agrícolas
inspiró a otros sectores de chicanos porque luchaba
contra la explotación, ponía de relieve la
opresión nacional y planteaba las reivindicaciones de
las comunidades chicanas: mejor vivienda, mejores escuelas y
servicios médicos, y un fin a toda forma de
discriminación.
Los años 60
Con las luchas de liberación nacional que
ardían en Asia, África y Latinoamérica
y, sobre todo, la Gran Revolución Cultural Proletaria
en China, la revolución estremecía al mundo y
estaba en la boca de todos. (A finales de la década,
se anunció que las ventas mundiales del Libro Rojo de
Citas del Presidente Mao ¡superaron las de la
Biblia!) Vietnam, un pequeño país del tercer
mundo, estaba derrotando al “todopoderoso”
Estados Unidos en el campo de batalla. Los soldados yanquis
desobedecían órdenes de combate, desertaban y
mataban a sus oficiales. En esa situación estallaron
grandes protestas y rebeliones por todo el país.
Millones de jóvenes de diversas capas sociales y
nacionalidades libraban luchas campales con la policía
en protestas contra la guerra de Vietnam. Y tras el asesinato
del Dr. Martin Luther King, más de cien ciudades
estallaron.
Con la fuerza de un volcán, una nueva
generación de activistas chicanos—inspirados por
los trabajadores del campo, el pujante movimiento de
liberación negra y la creciente oposición a la
guerra de Vietnam—se lanzó a las calles. La
lucha de los chicanos contra la opresión nacional
alcanzó nuevas alturas. En Nuevo México,
lucharon por conservar las concesiones de tierras
comunitarias; en Colorado nació un importante
movimiento juvenil. Los “blowouts” (paros
estudiantiles) sacudieron al Este de Los Ángeles y
miles de estudiantes chicanos se lanzaron a las calles a
reclamar una educación digna. En prepas y
universidades del Suroeste y otras regiones se organizaron y
exigieron cursos de estudios chicanos y el ingreso a la
universidad. Todas las zonas de grandes concentraciones de
chicanos se volvieron fuertes centros de resistencia.
En ese momento, la revolución se planteaba como la
solución a los problemas de la sociedad. Al igual que
otros, los chicanos exigían un fin a la
opresión en que vivían y preguntaban qué
se requería para hacer un cambio real. Se
sentía urgentemente la necesidad de trazar un nuevo
camino y se organizaron diversos grupos políticos. Esa
creciente conciencia política y búsqueda de una
solución a la opresión llevó a unos 3000
activistas chicanos a reunirse en Denver, Colorado, en 1969.
En esa Primera Conferencia Nacional de la Juventud se
escribió el “Plan Espiritual de
Aztlán”. Poco después, en Santa
Bárbara, California, se formó el Movimiento
Estudiantil Chicano de Aztlán (MEChA) como
organización estudiantil unificada. Se dio un auge en
la lucha contra la guerra de Vietnam, la supresión de
culturas e idiomas, la discriminación en las escuelas
y en la sociedad, y contra la brutalidad policial en los
barrios. La conciencia política se elevó y se
debatió cómo liberar a los chicanos y a todos
los oprimidos. La lucha se extendió a todas las
esferas; florecieron poesías, canciones, obras de
teatro y pinturas que destacaban la vida y lucha de los
chicanos. Algunas fuerzas adoptaron el marxismo y plantearon
que la solución era derrocar al imperialismo
yanqui.
La Moratoria Chicana
El 29 de agosto de 1970, más de 25.000 chicanos de
todo el país se dieron cita en Los Ángeles para
protestar contra la guerra de Vietnam y la opresión
nacional. Fue la primera gran protesta de chicanos en la
historia del país. Desde la mañana, chicanos de
Kansas City, Minnesota, Chicago y el Suroeste, al igual que
familias mexicanas y chicanas de Los Ángeles, llegaban
al parque Laguna (bautizado después parque
Rubén Salazar) a expresar su coraje por la muerte de
miles de chicanos en Vietnam y decir ¡“Alto a la
guerra”! Tenían miles de letreros y mantas que
decían “¡Raza sí! ¡Guerra
no!” (y los revolucionarios, “¡Raza
sí! ¡Guerra aquí!”) y otras
consignas. Al marchar por el bulevar Whittier del Este de Los
Ángeles, recibieron aplausos y apoyo de la
comunidad.
Con el pretexto de un pequeño incidente a una
cuadra del mitin, la policía se lanzó al ataque
con cachiporras y gas lacrimógeno. Los manifestantes
se defendieron con lo que estaba a su alcance y la batalla se
extendió por la comunidad, con la participación
de chavos y mayores por igual.
Un militante del PCR que participó en la Moratoria
señaló: “La policía no
atacó a causa de un puñado de manifestantes
buscapleitos, sino porque Estados Unidos estaba sitiado
aquí y por todo el mundo. Apenas tres meses antes, la
guardia nacional mató a unos universitarios de Jackson
State (con un estudiantado 100% negro) y Kent State. En tal
situación, [Estados Unidos] no podía permitir
que los chicanos se alzaran y tomaran el destino en sus
propias manos”.
La batalla duró varias horas. Gente que en otras
ocasiones no se hubiera metido, sentía la necesidad de
apoyar a los manifestantes al ver que el ataque era
totalmente sin justificación. Muchos les dieron
refugio en su casa y negaron la entrada a la policía.
[3]
Los sheriffs mataron a tres personas ese día, entre
ellos al conocido periodista Rubén Salazar, a quien le
dispararon en la cabeza una lata de gas lacrimógeno.
Pero no cabe duda de que la clase dominante y la
policía sintieron la furia y la fuerza de los chicanos
ese día.
*****
Por varias razones, las grandes luchas de los años
60 entraron en un período de reflujo a principios de
la década del 70. [4] En los años
siguientes, los chicanos libraron algunas luchas importantes,
como la huelga de 1972 contra las fábricas de
pantalones Farah en Texas y Nuevo México (donde la
mayoría de los trabajadores eran chicanas);
recibió apoyo por todo el país y en 1974
ganó la mayoría de sus demandas. También
libraron luchas contra la brutalidad policial, como la
rebelión de Moody Park, del barrio North Side de
Houston; en 1978, miles de chicanos se trabaron en dos noches
de batallas campales con la policía, que se puso a
joder en la celebración del Cinco de Mayo. El
levantamiento se prendió tras la lucha de un
año que reclamaba justicia para José Campos
Torres, a quien la policía golpeó con
saña y echó al río, donde murió
ahogado... a los policías ¡los castigaron con un
año de libertad condicional y una multa de un
dólar![5]
La situación de los chicanos hoy
Ante los movimientos y protestas contra la opresión
nacional de los años 60, la estructura de poder
estableció los programas de acción afirmativa y
estudios étnicos. Por un lado, los veía como
concesiones necesarias y posibles en esos momentos, y por el
otro quería aprovecharlos para apaciguar la lucha.
En las últimas décadas, el sistema
capitalista imperialista mundial ha experimentado grandes
cambios y los capitalistas yanquis se han visto en la
necesidad de reexaminar la política económica.
Con el derrumbe de la Unión Soviética no tienen
una superpotencia rival (especialmente en la esfera militar);
sin embargo, en la “nueva economía
globalizada”, tienen que lidiar con la competencia de
los capitalistas rivales de Japón y Europa. Ante esa
situación, han lanzado ataques desalmados a todo nivel
contra millones de personas: de los pobres más pobres
de las ciudades y los amerindios de las reservas, a las capas
acomodadas de la clase trabajadora que antes tenían un
empleo estable en la industria.
En estos momentos, sectores poderosos de la clase
dominante han decidido que les conviene mucho más
eliminar los programas contra las desigualdades e
injusticias, y ni siquiera aparentar dar oportunidades
a los negros, chicanos, mujeres y otros oprimidos.
Con esos cambios, se han propagado cada vez más los
mitos de “la discriminación a la inversa”
y “la política de minorías”.
Voceros burgueses como Linda Chávez[6] han
afirmado que “los mexicano-americanos gozan de un
progreso rápido” similar al de los
europeo-americanos. Chávez ha dicho que los
descendientes de inmigrantes mexicanos están
asimilándose como hicieron los europeo-americanos,
pero que el “cuadro pesimista” creado por la
inmigración mexicana eclipsa ese hecho y que por eso
los chicanos terminan sintiéndose desaventajados.
Luego muestra unas cuantas caras morenas que ocupan puestos
importantes como “prueba” de que los chicanos
pueden “asimilarse” y “salir
adelante” en la “tierra de la
oportunidad”.
En realidad, la opresión de los chicanos ha
persistido generación tras generación. Aunque
tengan muchísimos años en este país, los
discriminan y los mantienen en las capas inferiores del
proletariado. Aunque ahora hay chicanos en más capas
sociales y de la clase media, la situación para
muchísimos no está mejorando: todo lo
contrario.
En las colonias de la frontera del sur de Texas,
más de medio millón de chicanos y mexicanos
viven como los pobres del tercer mundo sin agua potable,
alcantarillado ni carreteras en barrios y parajes tan
desolados que ni siquiera figuran en los mapas. Muchos han
vivido así por generaciones, con menos de 6000
dólares anuales por familia. La tasa de desempleo en
esas colonias es del 20%; muchos son trabajadores migratorios
parte del año y el resto del año trabajan de
jornaleros o buscan algún jale para ganarse la vida.
La mitad de los chavos abandonan la prepa por la necesidad de
trabajar y aportar un salario a la familia. Apenas el 1%
ingresa a la universidad.
Se calcula que el 90% de los más de 20 millones de
chicanos viven en zonas metropolitanas. El ingreso medio de
una familia chicana es menos del 66% del ingreso de una
familia blanca. En el censo de 1990[7], el
25% de las familias mexicano-americanas reportó
ingresos de menos de 16.000 dólares anuales (el nivel
oficial de pobreza); casi la mitad de los chicanos que viven
en la pobreza son menores de edad. La tasa de pobreza de los
chicanos es 2.5 veces más que la de los blancos,
aunque la mayoría de las familias chicanas tienen
adultos que trabajan.
Aunque Linda Chávez diga que los chicanos
“están subiendo la escalera
económica” poco a poco (Out of the Barrio
[Dejando el barrio atrás]), la mayoría trabaja
en la industria, la agricultura y servicios. Casi el 33% se
concentran en tres categorías: operarios de
maquinaria, líneas de montaje y construcción y
otros trabajos para jornaleros. Al igual que las demás
mujeres, las chicanas se concentran en trabajos de oficina y
servicios (el 67% en 1991). En gran medida, los chicanos
están en los sectores económicos de crecimiento
más lento.
Durante los años 80, empeoró la
situación de los chicanos (y de los negros y otros
oprimidos que viven en las zonas urbanas) debido al
desplazamiento de trabajos mejor pagados a las afueras, y al
desmantelamiento de programas de ayuda y subsidios sociales.
Los enormes recortes de programas del gobierno federal
devastaron a las familias de bajos ingresos. En otras
palabras, tanto la economía como las decisiones de
la clase dominanteempobrecieron a los chicanos y a otros
oprimidos durante ese período.
Los años 80 han sido llamados “la
década del empresario latino”, y efectivamente
los pequeños negocios chicanos aumentaron. Sin
embargo, para esos negocios es muy difícil conseguir
préstamos y la expansión es
prácticamente imposible. Incluso en Los
Ángeles, donde en 1995 había 75.000 negocios de
latinos (la mayor cantidad del país), consiguen pocos
contratos del gobierno y de las grandes corporaciones. Y eso
fue antes de la eliminación de la acción
afirmativa en California, que acabó incluso con las
cuotas voluntarias para dar contratos gubernamentales a
mujeres y “minorías”.
Hoy, los hombres chicanos nacidos aquí tienen en
promedio un año y medio de escuela menos que los
blancos, y cuatro meses menos que los negros. En California y
Texas, es tres veces más probable que un chicano
abandone la prepa que un blanco, y tres veces más
probable que un blanco saque una licenciatura que un chicano.
La mayor segregación urbana en todo el país ha
empeorado la situación. En 1972-73, el 56,6% de los
alumnos latinos asistieron a escuelas donde predominan las
minorías; en 1991-92, ¡esa cifra aumentó
al 73,4%! Actualmente, los latinos [8] son el grupo
más segregado de las escuelas estadounidenses. Como
resultado, experimentan “desigualdades extremas”:
escuelas con presupuestos paupérrimos (en Texas
algunos distritos escolares latinos reciben el 10% de los
fondos que reciben otras escuelas), programas de estudios
mediocres y un sistema de encaminar a los estudiantes latinos
a programas vocacionales.
Entre 1980 y 1990, el porcentaje de latinas y latinos con
licenciatura aumentó del 7.7% al 10%. Sin embargo, en
1999, un estudio encontró que solo el 10% de los
chicanos (y latinos) de tercera generación de
California tiene una licenciatura, maestría o
doctorado, comparado con el 30% de los blancos, y que el 17%
no terminó la secundaria, comparado con el 6,7% de los
blancos.
Los ataques contra la educación superior de las
nacionalidades oprimidas que empezaron en la década
pasada han tenido mucho impacto. Un estudiante de la UCLA
señaló que la cantidad de estudiantes chicanos
y latinos de primer año disminuyó un 33%
inmediatamente después de la aprobación de la
proposición 209 en California, y que la
situación empeorará. Entrevistamos a un
historiador chicano de California quien dijo:
“Más y más, segregarán a los
chicanos en community colleges, digo más que
ahora; de por sí la mayoría ya se matricula en
ellos. Además, veremos el fenómeno de...
etiquetar algunas universidades del sistema estatal para las
minorías y encaminarlas a esas instituciones”.
Todo eso servirá para fortalecer las cadenas de
opresión nacional que mantienen a los chicanos
“en su lugar”.
Parte II: La fuente de la opresión de los chicanos
y la solución
¿A qué se debe la opresión de los
chicanos? ¿Por qué tanto los hijos de
inmigrantes mexicanos como gente cuyos antepasados han vivido
por siglos en el Suroeste de Estados Unidos sufren
opresión nacional?
Hay dos fuentes de la opresión y
discriminación de los chicanos: una histórica y
otra internacional. La primera es la subyugación
histórica de un pueblo “conquistado”, que
forma parte de la estructura social y se desprende del robo
de la tierra mexicana y la salvaje opresión de los
mexicanos. El clamor chovinista del expansionismo
estadounidense, “¡El Álamo no se
olvida!”, se enseña a los niños de
primaria en Texas y el resto del país. Tras la derrota
de México en 1848, los anglos y los mexicanos vivieron
en el Suroeste como conquistadores y conquistados. Los anglos
confiscaron las tierras de los mexicanos, les quitaron los
derechos, y aplastaron sus luchas contra esa injusticia y
opresión. Así los chicanos llegaron a
constituir una minoría nacional oprimida, en su
mayoría proletaria. Asimismo, se erigió una
superestructura de leyes y actitudes racistas de superioridad
anglo/blanca que justificaban esa opresión.
Ciento cincuenta años después, esa
opresión y discriminación siguen: se han
integrado a la estructura social del Suroeste y del
país entero, y el capitalismo saca ganancias y se
beneficia de esa situación. Le permite mantener el sur
de Texas como una fuente de trabajadores migratorios que
viven como en el tercer mundo. También mantiene a los
chicanos en los sectores inferiores del proletariado en el
Suroeste, la región central y en todas partes:
rompiéndose el lomo en trabajos monótonos por
salarios de miseria y viviendo en barrios pobres con las
peores y más segregadas escuelas, brutalidad policial,
etc.
Esta opresión también la mantiene y
reproduce el hecho de que Estados Unidos tiene una frontera
de 3000 kilómetros con un país con el que
ejerce una relación de opresor/oprimido; domina,
subyuga y superexplota a México, y depende de la mano
de obra de los inmigrantes mexicanos (una fuente crucial de
riqueza para los capitalistas), a la gran mayoría de
los cuales mantiene en las capas inferiores de la clase
trabajadora. Para conservar esta situación y
contrarrestar la amenaza que ve para su propia estabilidad,
ha institucionalizado la discriminación contra los
mexicanos y los latinos en general. Se prohíbe hablar
español en los centros de trabajo y en las escuelas.
El hecho de hablar español se ve como algo negativo,
en vez de positivo. Se caza y criminaliza a los
“ilegales” y se crea una situación en que
cualquiera que tenga rasgos mexicanos es sospechoso. Se les
niega educación superior y servicios médicos.
Se denigra la cultura mexicana, y se miente sobre la
relación entre México y Estados Unidos, tanto
en la historia como en la actualidad. Para justificar y tapar
el saqueo, dicen que los problemas de México se deben
a su propia “corrupción” y
“atraso”.
Esta opresión chovinista afecta a los inmigrantes
recién llegados, a los chicanos que llevan mucho
tiempo aquí e incluso a los que son ciudadanos. Les
hacen demostrar que “pertenecen” a esta sociedad
y tienen que aceptar las peores escuelas, trabajos y
vivienda. Viven en una sociedad que degrada su historia, sus
parientes y antepasados, su cultura e idioma. Los
imperialistas no pueden seguir dominando a México y
explotando la mano de obra inmigrante sin mantener la
opresión de los chicanos.
El impacto del aumento reciente de migración
mexicana (y centroamericana)
En las últimas décadas se ha visto una ola
de inmigración de México sin precedentes.
Según la clase dominante, las “calles
pavimentadas de oro” y el “sueño
americano” han llevado a millones de mexicanos a dejar
a su familia, viajar muchos kilómetros por el
desierto, las montañas y los ríos, subir
alambradas de púas y arriesgar la vida evadiendo a la
asesina migra armada con la más moderna
tecnología de caza de seres humanos. En realidad esos
millones han cruzado la frontera como resultado directo de la
dominación y saqueo imperialista de México.
La sonada “modernización” mexicana
está bañada de la sangre de los oprimidos. El
capital imperialista entra a México cubierto de sangre
de los pueblos del mundo que lo producen: de los campos de
California, a las maquiladoras de Corea del Sur y las minas
de oro de Sudáfrica. Sale de México en forma de
ganancias manchadas de la sangre de los campesinos, las
mujeres que pierden la juventud como esclavas en las
maquiladoras de la frontera, los niños que venden
chicle en la calle para subsistir, y los millones obligados a
abandonar su familia y vender su mano de obra.
La economía mexicana—distorsionada para
servir al imperialismo—no ofrece un trabajo digno a la
creciente cantidad de obreros y campesinos que buscan empleo.
Eso es lo que “empuja” a los mexicanos a cruzar
la frontera. Son cada día más los trabajadores
que buscan trabajo en México y Estados Unidos, y eso
se debe en gran parte al hecho de que el sistema imperialista
los está expulsando de sus tierras. También
existen mayores posibilidades de encontrar trabajo en este
país—ya que la economía, más que
nunca, depende de la mano de obra barata de los
inmigrantes—y con esos míseros salarios
quizás puedan enviar algún dinero a su familia.
Eso es lo que “jala” a los inmigrantes a matarse
en las fábricas del Norte y a sumarse al proletariado
de este país.
Aquí entran a los sectores inferiores de la
economía; se matan trabajando en las fábricas,
talleres, cocinas, hoteles y oficinas por salarios de
miseria, lo cual deja a los capitalistas jugosas ganancias.
En la “tierra prometida” viven en las peores
viviendas y barrios, sin servicios de salud; sus hijos van a
las peores escuelas; y viven siempre bajo la amenaza de ser
deportados por el simple hecho de cruzar la frontera sin
documentos. Después de un tiempo de vivir en Estados
Unidos, muchos de ellos, especialmente los hijos,
serán chicanos.[9]
Los inmigrantes mexicanos (y centroamericanos) han vivido
en carne propia el “costo humano” del
imperialismo. Su presencia al lado de los inmigrantes de
otras partes del mundo “fortalece el carácter
internacionalista del movimiento revolucionario en este
país. La mayoría son parte del proletariado
multinacional, y fortalecen el potencial y las fuerzas de la
revolución proletaria aquí en las
entrañas de la bestia” (Borrador del
Programa, p. 96). Pero la clase dominante los ve como una
fuente de trastornos e inestabilidad, y los trata como una
amenaza potencial que debilita al país, que cada
día más depende de su mano de obra. Por su
parte, sus hijos se han sumado a las primeras filas de las
recientes luchas contra los ataques del gobierno.
A fines de la década del 80, el gobierno
empezó a hablar de la “inmigración
incontrolable” y prohibió contratar
indocumentados. Después de la rebelión de Los
Ángeles de 1992, desató una guerra contra los
inmigrantes. En esa rebelión, negros, chicanos,
mexicanos y centroamericanos, y muchos otros, se volcaron a
la calle a protestar contra el veredicto a los
policías que golpearon a Rodney King y contra toda la
estructura de opresión nacional que puso de relieve.
Alegraron a los oprimidos de los “ghettos” y
barrios del país y del mundo entero. Despertaron a la
clase media para que viera la extrema represión que
viven los de abajo, y le bajaron los humos a los yanquis que
un año antes masacraron a cientos de miles de
iraquíes en una guerra completamente desigual. El
presidente Bush (padre) tuvo que correr a Los Ángeles
a demostrarle a su clase que la situación no se le
salió de las manos.
Los imperialistas vieron el potencial de futuras
rebeliones y el papel que podrían jugar los
inmigrantes. Aumentaron los fondos para la migra y le dieron
armas y sensores de la más alta tecnología, y
perros para cazar seres humanos (“criminales
foráneos”). Aumentaron las patrullas de la
frontera y la propaganda antiinmigrante, y dieron rienda
suelta a cazainmigrantes y todos los hampones armados
(alguaciles, la Marina, etc.) para infundir miedo a los
inmigrantes y desatar más brutalidad contra ellos.
En 1994, como resultado de una campaña muy
manipulada, los electores de California aprobaron la
proposición 187 (la primera de muchas iniciativas
antiinmigrantes), que prohibía ofrecer servicios de
salud y educación a los indocumentados. Miles de
jóvenes chicanos, mexicanos y centroamericanos se
lanzaron a las calles para parar la guerra contra los
inmigrantes. Muchos de los que protestaron eran chicanos y no
los afectaba directamente la 187, pero sentían un lazo
profundo con los afectados.
Más sobre la relación entre la lucha de los
chicanos y los mexicanos, y la cuestión de la
frontera
Los chicanos y el pueblo mexicano tienen el mismo enemigo
—el imperialismo estadounidense—y la misma lucha.
La solución a su opresión es la
revolución proletaria en Estados Unidos y el
derrocamiento de la dominación yanqui de
México. Hoy la vida y las luchas de docenas de
millones en ambos lados de la frontera se conectan
directamente. Cuando unos infantes de la marina que cazaban
“ilegales” en el sur de Texas mataron a Ezekiel
Hernández (un ciudadano estadounidense), estallaron
protestas tanto en México como en Estados Unidos. Las
ejecuciones de ciudadanos mexicanos en Texas han prendido
oposición en ambos lados de la frontera y hasta
protestas oficiales del gobierno mexicano. Asimismo, en
Cancún, en Estados Unidos y en otros países los
jóvenes han confrontado los sangrientos ataques de la
policía a las protestas contra la globalización
imperialista.
Como señalamos arriba, la rebelión de los
campesinos indígenas de Chiapas contra el TLC/NAFTA (y
la ayuda yanqui al ejército mexicano, que atacó
salvajemente sus campamentos) concientizó a una nueva
generación de rebeldes y los llevó a la vida
política “en las entrañas de la
bestia”. Todo esto representa una gran ventaja
estratégica para la lucha por la liberación y
la revolución proletaria en toda la región. El
proletariado consciente de clase de este país tiene el
deber de abrazar y atizar estas chispas de internacionalismo,
y construir apoyo y unidad entre las luchas contra el
imperialismo yanqui que están desarrollándose
en ambos lados de la frontera.
Desde luego, el partido de vanguardia del proletariado
revolucionario de México debe forjar la estrategia
para la revolución en ese país. Pero, como
recalca el Borrador del Programa respecto a la
orientación del proletariado sobre la frontera:
“La frontera con México, producto de la
dominación yanqui, es una llaga sangrante de
más de tres mil kilómetros. Un lado de la
frontera es una puerta abierta al capital estadounidense, que
entra libremente a México a explotar al pueblo y los
recursos naturales, destruir el medio ambiente, el agua y
sobre todo vidas humanas. El otro lado de la frontera
está militarizado, y las autoridades acosan y
criminalizan a los que vienen por necesidad en busca de
trabajo o huyendo de una sangrienta represión.
“Las luchas revolucionarias de Estados Unidos y
México se entrelazarán; la gente de ambos lados
de la frontera luchará por derrotar al enemigo
común y los avances de un lado atizarán la
lucha del otro. La lucha se regará a ambos lados y
aprovechará una gran vulnerabilidad del imperialismo
yanqui (su estrecha conexión con México en una
relación de dominación y opresión) para
asestarle golpes contundentes. Eso potenciará
enormemente la lucha revolucionaria”. (Borrador del
Programa, p. 85)
El socialismo eliminará la opresión
nacional de los chicanos
El punto de partida del Borrador del Programa en
cuanto a la opresión de los chicanos y las
demás nacionalidades oprimidas es que la única
manera de acabar con ella es tumbar el sistema capitalista
imperialista. La opresión nacional y el racismo son un
pilar de la sociedad capitalista estadounidense y de la
dominación yanqui del mundo entero. Son tan
fundamentales para el funcionamiento del sistema y para la
estructura social que los imperialistas no podrían
abolir y eliminar esa opresión y la estructura de
supremacía blanca, aunque quisieran.
Por eso las luchas de los chicanos y las demás
nacionalidades oprimidas por la liberación le plantean
un gran reto al sistema. La mayoría de los chicanos,
negros y otras nacionalidades oprimidas son parte del
proletariado, que es una sola clase, y son los sectores
más oprimidos de la clase. Su lucha por la igualdad y
emancipación está estrechamente ligada a la
lucha por el socialismo, y la fortalece mucho. La alianza
estratégica entre la lucha del proletariado
multinacional por abolir toda la opresión y las luchas
de los chicanos y otras nacionalidades oprimidas por eliminar
su opresión se basa en el hecho de que esos objetivos
solo pueden realizarse mediante el derrocamiento del
capitalismo y el triunfo de la revolución proletaria.
Forjar esa alianza es crucial para la victoria de la
revolución socialista en este país.
Como dice el Borrador del Programa , con el triunfo
de la revolución socialista el proletariado
hará lo que la burguesía jamás
podrá hacer: dirigir a las masas a eliminar la
opresión nacional y establecer la auténtica
igualdad.
El nuevo estado socialista prohibirá inmediatamente
la discriminación en el empleo y la vivienda. Se
destruirá el aparato policial y en su lugar se
organizarán milicias revolucionarias integradas por
las masas. Se prohibirá la segregación en
comunidades, escuelas, etc., y se alentará la
integración.
El nuevo estado proletario brindará los recursos,
apoyo y dirección necesarios para superar todas las
desigualdades entre nacionalidades y todas las barreras a la
participación plena e igual en todas las esferas y
todos los niveles de la sociedad. Eso será
completamente distinto a las simbólicas e
hipócritas medidas de la burguesía, pues el
proletariado reconocerá la crucial importancia de
superar completamente las secuelas de la
discriminación y opresión nacional, y
brindará el respaldo del poder y la fuerza moral de la
dictadura del proletariado.
Inmediatamente después de la toma del poder se
aplicará firmemente la política de
“empezar por los más necesitados”. Los
militantes del partido y la gente consciente de clase
darán ejemplo de sacrificio personal y trabajo
voluntario para reconstruir y reparar los barrios más
necesitados primero.
Con el poder en las manos del proletariado revolucionario,
podremos acabar con todo el racismo y chovinismo nacional que
la burguesía achaca a la “naturaleza
humana”. Desde luego, el proceso de extirparlos ha de
ser prolongado, pero el primer gran paso será barrer
el sistema capitalista, que es la fuente de esa basura y se
nutre de ella. Se pondrá fin a una situación de
feroz competencia por el trabajo, la vivienda, etc., y de esa
manera se eliminará un gran pilar de las ideas
racistas. Sabemos que la influencia del racismo es muy
profunda en la sociedad estadounidense. Para eliminar el
racismo se necesita una lucha multifacética, profunda
y decidida. Se emprenderán grandes campañas de
educación sobre la vida, cultura e historia de
opresión y resistencia de las nacionalidades otrora
oprimidas, y se pondrán al descubierto todas las
mentiras de la burguesía.
El nuevo estado socialista pondrá fin a la
política burguesa de “English First” y
“English Only”, y proveerá recursos y se
apoyará en las masas para garantizar que no sea
obligatorio saber inglés para poder participar de
lleno en la sociedad y la lucha por transformarla. En
regiones donde el español es el primer idioma, se
enseñarán inglés y español a los
estudiantes de todas las nacionalidades, y eso se
extenderá a la sociedad en general. El inglés
no será el único idioma común de la
sociedad. Se procurará que todos dominen el
inglés y el español, empezando donde haya
grandes concentraciones de los dos idiomas.
Se estimulará el florecimiento de la cultura de las
nacionalidades previamente oprimidas. El proletariado
alentará el desarrollo de los distintos estilos de las
culturas nacionales sin limitar a los artistas a ninguna
comunidad o estilo. Se respetarán y se
desarrollarán los estilos tradicionales y se les
dará un contenido revolucionario. Asimismo, se
estimulará una mezcla dinámica de culturas en
un plano superior en este país y el mundo entero.
El estado proletario defenderá el derecho de los
chicanos a las tierras robadas por el tratado de
Guadalupe-Hidalgo de 1848, en que México tuvo que
ceder ese territorio a Estados Unidos. El tratado
supuestamente garantizaba a los chicanos ciertos derechos
básicos, como tierra, agua y la igualdad del
español, pero al igual que los tratados con los
amerindios, Estados Unidos no lo respetó.
Una medida importante del estado proletario para extirpar
la opresión nacional y la supremacía blanca
será respetar el derecho de los chicanos, así
como los negros, los amerindios, etc., a formas de
autonomía y autogobierno dentro del estado proletario.
Los chicanos tendrán el derecho al autogobierno en
vastas zonas del Suroeste, ya sea una sola región o
varias regiones autónomas. A diferencia de “las
reservas indígenas” de este sistema, las zonas
autónomas recibirán tierras y recursos del
estado socialista para satisfacer las necesidades de los
chicanos y las demás nacionalidades oprimidas, y ayuda
para promover su desarrollo. Zonas como el sur de Texas, que
se han mantenido en el atraso, recibirán ayuda
especial para fomentar el desarrollo y atender las
necesidades del pueblo.
Los principios generales del autogobierno serán:
promover igualdad, no desigualdad; fomentar unidad, no
división, entre distintas nacionalidades; eliminar, y
no estimular, la explotación y la opresión.
Respecto al idioma y la cultura, se dará prioridad en
las publicaciones y obras culturales, etc., a los estilos y
expresiones de la nacionalidad oprimida en esa zona
geográfica, además de popularizarlos en la
sociedad en general.
Dar tierra y autonomía a los chicanos no implica
que tendrán que vivir en esas zonas. Muchos chicanos
desearán vivir, trabajar y luchar hombro a hombro con
las demás nacionalidades en otras zonas del nuevo
estado socialista multinacional. Si bien el estado proletario
es partidario de la integración y la unidad,
respetará el derecho a la autonomía a fin de
fomentar la plena igualdad entre distintas naciones y
nacionalidades.
Todas las medidas para obtener la verdadera igualdad,
así como la igualdad de idiomas y culturas, se
aplicarán a los inmigrantes, y el estado proletario
estimulará y valorará la plena
participación de los inmigrantes en todos los aspectos
de la nueva sociedad socialista. Se abolirá toda forma
de discriminación contra los inmigrantes en el
trabajo, la vivienda, los servicios de salud y la
educación. Ningún ser humano será
“ilegal”. Se destruirá a las fuerzas
militares que actualmente acosan y maltratan a los
inmigrantes: la Migra, la Patrulla Fronteriza, los
paramilitares cazainmigrantes, la policía, etc.
El desenvolvimiento de las luchas revolucionarias en
Estados Unidos y México determinará
dónde quedará la nueva frontera y cómo
se demarcará. De todas formas la frontera NO
será un instrumento para someter y explotar a las
masas de inmigrantes ni para reforzar la dominación de
México. (El Borrador del Programa profundiza
estas cuestiones).
Parte III: La auténtica liberación: Puntos
de unidad y discrepancias con otras perspectivas y
enfoques
El proletariado consciente de clase apoya firmemente la
resistencia de los chicanos contra la opresión
nacional y participa directamente en ella. A lo largo de la
historia del país, esta lucha ha sacudido los
cimientos de la sociedad y sin duda será fuente de
más rebeliones populares en el período que
viene. Pero precisamente por eso se nos presenta un reto:
¿nos conformaremos con solo “cascabelear
nuestras cadenas”, dejando intacto el sistema, o
fijaremos las miras en destrozarlas de una vez por todas, es
decir, hacer todo lo posible por hacer la revolución
proletaria de a de veras que puede poner fin a toda forma de
explotación y opresión?
Es necesario que el proletariado y los oprimidos
ansíen tanto la liberación que se decidan a
adoptar una orientación científica.
¿Qué significa esto? Lo primero es tener claro
el punto de partida de luchar por las necesidades y los
intereses auténticos de las masas populares, y no por
menos. Luego hay que examinar honestamente lo que se requiere
para hacer eso. Es necesario reconocer la realidad de que
este sistema está podrido y no puede reformarse, es
decir, captar la necesidad de la revolución. Debemos
analizar qué tipo de lucha se requiere para acabar con
el sistema; qué estrategia y qué tipo de
dirección se necesitan para guiar al pueblo a librar y
ganar esa lucha; cómo será la sociedad que
reemplazará a la vieja sociedad y cómo la
construiremos.
A continuación haremos un bosquejo de otras
perspectivas y enfoques de cómo acabar la
opresión de los chicanos a fin de estimular el debate
y forjar mayor unidad en torno al análisis, estrategia
y plan correctos de liberación por medio de la
revolución proletaria. Con este propósito
abordaremos los puntos fuertes y débiles de dichos
enfoques. Como dijo Mao Tsetung: “El enemigo no
desaparecerá por sí solo… ni se
retirará por su propia voluntad del escenario de la
historia”. ¡Tenemos que hacer la
revolución y lo más pronto posible!
La estrategia del reformismo vs. la lucha por la
revolución
La clase dominante de este país se ha unido en torno a
un programa para el pueblo: penales, porrazos y patriarcado.
En las luchas de hoy los jóvenes y las masas populares
chocan contra la brutalidad del sistema y sus leyes, contra
la policía y las realidades económicas del
capitalismo. Esa experiencia lleva a un sector de luchadores
a la verdad fundamental de que “la revolución es
la esperanza de los desesperanzados”. Pero otros ven la
fuerza del sistema—su poderío militar, y el
hecho de que otras capas del pueblo, especialmente la clase
media, aceptan el sistema, y que existen divisiones entre los
distintos sectores del pueblo—y no ven cómo un
movimiento revolucionario con la dirección del
proletariado podría derrocar al sistema por medio de
una guerra popular. A esto contribuye el hecho de que la
clase dominante hace alarde de la
“invencibilidad” de su poderío militar.10 Además, muchos de la nueva
generación no están seguros de que la
revolución sea deseable, ya que los que
controlan la maquinaria de la opinión pública
calumnian tanto al socialismo. Por todas esas razones los
reformistas pequeñoburgueses y políticos
burgueses logran engatusar con argumentos de que no se
necesita la revolución, es decir, que los chicanos
y demás explotados y oprimidos se emanciparán
simplemente por medio de luchas reivindicativas o en las
urnas, sin necesidad de librar una revolución violenta
para tumbar al sistema capitalista.
El reformismo niega que el sistema capitalista se basa
en la explotación y opresión, y no puede
existir sin eso. Niega que los intereses de la clase
dominante se oponen fundamental y antagónicamente a
los del proletariado y las masas populares. Esa clase y su
sistema mantienen a las masas en un estado de
“pacificación y supresión”. Aun
cuando se ven forzados a otorgar concesiones ante
levantamientos y luchas populares, defienden despiadadamente
sus intereses. Sí es posible arrancar concesiones de
la clase dominante (y no es erróneo intentarlo11), pero el problema con el
reformismo es que esto jamás resolverá el
problema fundamental, satisfará las necesidades de las
masas ni logrará su emancipación. Tarde o
temprano (y por lo general, más temprano que tarde),
el sistema y la clase dominante arrebatarán dichas
concesiones. El enfoque reformista desmoraliza a las masas y
el sistema capitalista queda impune; por eso, el reformismo
es aceptable para la clase dominante y los lacayos del
sistema, y ellos mismos lo fomentan.
El enfoque reformista no es ni más
práctico ni más realista
que luchar por la revolución; de hecho, no hay nada
más poco realista que creer que podemos
reformar este sistema chupasangre.
El punto de partida de nuestro partido y del proletariado
consciente de clase es que es necesario acabar con el sistema
librando y ganando una guerra popular. Sabemos que el sistema
es totalmente inservible, que se basa en la
explotación aquí y en el mundo entero, y que no
podemos lograr ningún cambio fundamental hasta que lo
derroquemos. Trabajamos en todo momento por acelerar y
preparar las condiciones necesarias para emprender la lucha
armada. “¿Cómo nos prepara lo que hacemos
hoy para iniciar y ganar la guerra revolucionaria cuando las
condiciones maduren?”: con esa vara el partido mide su
trabajo revolucionario.
¿Esto quiere decir que no tiene caso librar luchas
contra el racismo o las demás grandes injusticias?
¡Todo lo contrario! Es indispensable que el pueblo se
defienda de los ataques del sistema y sus sabuesos para que
no lo aplasten y para crear las condiciones para lanzarse a
la lucha por el poder. Pero hay que movilizar a las masas y
dirigirlas a luchar contra la opresión nacional y
todos los atropellos del sistema con la ideología
revolucionaria y al servicio de objetivos revolucionarios. En
todo eso, nuestra meta es elevar la conciencia,
organización y capacidad de lucha de las masas, y
prepararlas para librar la guerra popular en cuanto las
condiciones maduren.
Los reformistas conscientes ocultan su propia
cosmovisión no revolucionaria diciendo que las masas
jamás abrazarán la revolución.
Según ellos, no se les debe decir la verdad—que
solo la revolución puede acabar con la
opresión—porque si les decimos eso, no nos
apoyarán. Pero en realidad es importante decirles a
las masas claramente lo que se requiere para liberar a la
humanidad. De otra forma, no ayudaremos a desencadenarlas. Si
les mentimos, nos pareceremos al médico que le da al
paciente un par de aspirinas para el dolor, cuando lo que
necesita es una operación radical. No debemos buscar
quedar bien con todo mundo y no espantar a nadie. La
revolución y el trabajo revolucionario entrañan
la seria responsabilidad de preparar a las masas para actuar
de acuerdo a los intereses revolucionarios, y de conquistar
el poder y transformar toda la sociedad como parte de la
revolución mundial. Para ello debemos infundirles la
concepción revolucionaria para que ellas mismas sean
líderes comunistas revolucionarios.
Otros dicen que es erróneo en principio (o
arrogante) asumir la responsabilidad de ser la vanguardia, de
dirigir al pueblo a hacer la revolución. Los que dicen
eso o han perdido toda esperanza de liberación o se
han tragado el cuento utópico reformista de que
necesitamos algo menos que el derrocamiento revolucionario
del orden establecido y la transformación
revolucionaria de todas las condiciones y relaciones
sociales. Esa gente sí busca dirigir a las
masas, pero con ese enfoque es seguro que las meterá a
un callejón sin salida. Dicho enfoque es totalmente
erróneo porque, sean cuales sean sus intenciones, no
parte de los intereses y necesidades fundamentales del pueblo
ni capta las condiciones y relaciones sociales que lo
encadenan.
Tan pronto como se analiza lo que se requiere para derrocar
al imperialismo estadounidense y, junto con el proletariado
internacional, continuar la lucha hasta eliminar la sociedad
de clases, salta a la vista la necesidad de una vanguardia.
Sin un grupo dirigente no sería posible elaborar la
ideología, estrategia, visión y
organización para dirigir la lucha de las masas hasta
su meta. En este país, el PCR asume esa
responsabilidad. 12
¿Revolución o reforma? ¿La
dirección de una vanguardia proletaria o del
reformismo burgués? Estas son cuestiones decisivas
para los movimientos de hoy.
La vía electoral no es la solución: Se
necesita la guerra revolucionaria
Los resultados del censo del año 2000 en Estados
Unidos indican un enorme crecimiento de gente de familia
mexicana en el Sudoeste y el resto del país, pero como
su condición oprimida y marginada continúa, el
descontento crece. Por eso, los políticos exhortan a
“ganar influencia política por la vía
electoral”, pues buscan canalizar el descontento para
que termine apoyando al sistema. Culpan al pueblo de su
propia opresión por no dedicarse a poner más
“caras morenas en posiciones de poder”, una
expresión que proviene de la época de los 60.
Pero no se puede negar que desde esa época una gran
cantidad de políticos chicanos de los dos partidos
burgueses han triunfado en las urnas, pero la
situación de los chicanos y las masas populares ha
empeorado.
Las nacionalidades oprimidas, así como las mujeres,
tienen experiencia de sobra con los politiqueros que
“lucen como ellas” pero actúan como la
burguesía; de dientes para fuera dicen que luchan por
“su gente”, pero en realidad ayudan a implantar
el programa represivo de la clase dominante. (Un vistazo a
México demuestra que el solo hecho de tener gente de
la propia nacionalidad en el gobierno no acaba con la
dominación de la burguesía ni cambia la
situación de las masas oprimidas). La experiencia con
los políticos chicanos es igual; cuando salen
elegidos, terminan oponiéndose a los intereses del
pueblo, a pesar de sus promesas (e incluso de sus buenas
intenciones en algunos casos). Entre otras cosas, “la
lógica” del sistema los atrapa: no importa quien
sea el elegido(a), “para lograr algo positivo”
tiene que trabajar por medios aceptables al sistema... lo que
beneficia a la clase dominante. De hecho, independientemente
de quién triunfe en las urnas, la clase dominante
siempre ha logrado imponer su cruel proyecto de
opresión y explotación de la clase trabajadora
y los oprimidos de este país y el mundo.
Eso se debe a que el problema es más fundamental que
elegir a malos políticos. El sistema capitalista se
basa en la opresión y la explotación; este
sistema político—la superestructura de leyes,
los políticos, el aparato burocrático, los
policías y las cárceles, etc.—existe
fundamentalmente para responder a las necesidades del orden
establecido de la clase burguesa que lo domina y se beneficia
de él. Por eso el problema no es elegir a chicanos
malos—o a políticos malos—a los cargos, ya
que cualquiera que trabaje dentro del sistema “tratando
que funcione bien” se convierte en su instrumento,
¡y al diablo el pueblo! Evidentemente el pueblo no
saldrá de la opresión si trabaja dentro del
marco del mismo sistema que la origina. Es de suma
importancia captar que la solución a toda esta locura
no se encuentra ni en las “urnas” ni en el
“proceso electoral”.
Muchos jóvenes activistas han entrado a la vida
política por medio de la lucha contra varias
iniciativas electorales reaccionarias. En algunos casos y
hasta cierto punto, esas luchas son útiles porque
ponen al descubierto el programa reaccionario que la clase
dominante busca imponer. Pero sería erróneo
limitar la lucha a oponerse a esos ataques electorales. Bob
Avakian, presidente del PCR, sintetiza: “Para decirlo
en una oración: las elecciones son controladas por la
burguesía; no son de ningún modo el medio por
el cual se toman las decisiones básicas; y se
efectúan con el propósito primario de legitimar
el sistema, la política y las acciones de la clase
dominante—dándoles la fachada de un
‘mandato popular’—y de canalizar, confinar
y controlar la actividad política de las masas
populares”.
Esta orientación es indispensable para captar el
propósito de esas iniciativas electorales
reaccionarias: más que nada buscan darle a la clase
dominante “un mandato popular” para medidas
reaccionarias que ya han definido los ejecutivos,
investigadores a sueldo y politiqueros de la clase dominante.
Al librar las batallas electorales, no debemos permitir que
se “canalice, confine o controle” nuestra
actividad política porque entonces la clase dominante
habrá logrado su objetivo de legitimar su sistema y su
proyecto, y de obligarnos a aceptar sus términos
políticos; en tal caso no podríamos movilizar a
las masas para transformar el terreno político, sino
que siempre estaríamos actuando en un terreno
favorable para los opresores y desfavorable para nosotros, lo
cual les permitiría desviar y desmoralizar a las masas
y su lucha contra la opresión.
No podemos obtener una sociedad mejor ni eliminar toda la
opresión ni la opresión nacional por medio de
la vía electoral. Para lograr un cambio fundamental,
el proletariado y las masas tienen que tumbar a la
burguesía.
Indigenismo
Muchos jóvenes chicanos se identifican con la
historia, cultura y lucha de los indígenas de Estados
Unidos y México porque quieren conocer sus
raíces históricas y luchar contra la
opresión que vive su gente. Admiran la vida de los
indígenas y odian la tecnología capitalista y
los daños que ha causado en este país y el
mundo entero, y ven que el retorno a “sus raíces
indígenas” y el rechazo de la cultura occidental
es el primer paso en la lucha para eliminar su
opresión. Les repugnan la adoración del dinero
y el afán de lucro que reinan en el capitalismo a
costa del pueblo y el medio ambiente. Las creencias
indígenas llenan el vacío que sienten y
responden a sus anhelos de algo más noble.
El proletariado consciente de clase está de acuerdo
con muchos aspectos de esos sentimientos. Este sistema
nació empapado de la sangre de millones y millones de
indígenas que a pocos años de la llegada de los
colonizadores europeos murieron por la guerra, las
enfermedades y la esclavitud. El hecho de que muchos
jóvenes chicanos se identifican con las luchas de los
pueblos indígenas de este país y México
puede contribuir a crear conciencia de que los explotados y
oprimidos del mundo tienen una lucha común contra un
enemigo común: el sistema imperialista, que cada
día amenaza más la propia vida del planeta.
Una parte importante de la cultura chicana es el estudio
de las antiguas civilizaciones indígenas, que en gran
medida han sido borradas de la historia. Hay mucho que
aprender y mucho que debemos preservar de esas civilizaciones
y culturas. Además, es correcto y necesario rebelarse
contra la autodegradación e inferioridad nacional que
llevan a algunos mexicanos y chicanos a enfocarse
exclusivamente en el lado español de su herencia.
Pero, por otro lado, existe una tendencia a negar que los
chicanos e indígenas tienen historias diferentes y
propias, es decir, una tendencia a plantear que los
indígenas y la gente de ascendencia mexicana de ambos
lados de la frontera son iguales. Las generalizaciones de
este tipo no toman en cuenta el desarrollo histórico
de los pueblos del Sudoeste y de México (y toda
Latinoamérica) antes y después de las
conquistas española y estadounidense ni reconocen el
propio desarrollo de cada cual. Lejos de unir las luchas de
todos, socavan esa unidad al negar el desarrollo (y los
conflictos) específicos, y las diferencias actuales en
la situación y las reivindicaciones de esos
pueblos.
La historia del Sudoeste no es la historia de un solo
pueblo. Es muy cierto que los indígenas, los mexicanos
y los chicanos sufrieron bajo la dominación
española y posteriormente de los capitalistas
estadounidenses, pero los navajos, hopis, pueblos y otros
indígenas de la región tienen su propio
desarrollo histórico, cultura y vida, que son
distintos a los de los chicanos. Y al decir que todos los
mexicanos son indígenas no se toma en cuenta que hay
distintos grupos y culturas indígenas de México
que sufren discriminación y opresión a manos de
las clases dominantes mexicanas en asociación con los
imperialistas yanquis. ¿Acaso se puede negar la enorme
diferencia que es nacer de “este lado” o del
“otro lado” de la línea?
Si queremos acabar con la opresión tenemos que
captar la realidad (actual e histórica) tal y como es.
Es necesario examinar la historia y analizarla
científicamente en todos sus aspectos para comprender
las raíces de la opresión, las causas del
problema y lo que nos une. El capitalismo colonizó
este continente, cometió genocidio contra los
indígenas y sigue explotando a los indígenas (y
al resto de la población). El mismo capitalismo ha
querido borrar la larga historia de lucha popular contra esa
opresión. Y el capitalismo imperialista explota y
domina a México y otros países oprimidos. Es
preciso captar que el sistema capitalista es la fuente de los
problemas de todo el pueblo; si no, podemos caer en la trampa
de culpar a la cultura occidental o a los blancos, lo cual no
nos permitiría unir a todos los que es posible unir y
aliarnos con los que luchan contra el mismo sistema en todo
el mundo para derrocar el dominio del capital y construir un
mundo libre de opresión y explotación.
Al ver que explotan los recursos naturales del planeta para
sacar ganancias y que la industria maderera arrasa grupos
humanos enteros, algunos concluyen que la tecnología
en sí amenaza destruir el medio ambiente. Por eso
propone un retorno a la época de una tecnología
menos avanzada. Sin embargo, un análisis de ese
período demuestra que no fue para nada
“idílico”. No nos referimos al
“nivel de vida”—porque en realidad la vida
de millones de este hemisferio es más ardua hoy
que hace 500 años—sino al hecho de que esas
sociedades tenían jerarquías de clase, de
género, etc., y la violencia y matanzas entre tribus
eran muy comunes. (Por ejemplo, antes de la conquista, la
sociedad azteca tenía jerarquías, y
oprimía y explotaba a grandes sectores; además,
dominaba y saqueaba a otros pueblos, lo cual permitió
a los españoles movilizar a esos pueblos contra los
aztecas).
Nuestro punto de partida tiene que ser atender a las
necesidades del pueblo. Hoy, la población mundial
excede a 6 mil millones, y la humanidad ha superado la
época de “cazadores-recolectores” y la
agricultura de subsistencia; sin la tecnología,
simplemente no sería posible alimentar y dar vivienda
a los habitantes del planeta ni a la población de este
país. Entonces, retornar a una época anterior
(es decir, a una versión idealizada) sin
tecnología no beneficiaría a la gran
mayoría. Por eso es erróneo pensar que podemos
solucionar los problemas del capitalismo regresando a
“los tiempos de antes”.
Sin embargo, hay mucho que podemos y debemos aprender de la
experiencia de los indígenas, como la importancia que
dan a proteger el mundo natural. La revolución
proletaria incorporará esto al dar a luz una nueva
vida libre de opresión y explotación.
Es importante captar que la tecnología en sí no
está destruyendo el planeta y la vida de sus
habitantes; es la forma en que el capitalismo la utiliza y
desarrolla. La tecnología no es el problema; el
problema es que hoy la tecnología está en manos
del capitalismo:
“Con el insaciable afán de convertirlo todo en
un medio para exprimir ganancias privadas, y con los
monstruosos métodos de guerra que usan para defender y
extender su predominio, los imperialistas tumban bosques,
contaminan el agua y el aire, ponen en peligro la
atmósfera y devastan sistemas ecológicos. En
una palabra, están destruyendo el planeta. No se les
puede confiar. Además de haber causado enorme
sufrimiento a muchas generaciones, cada día destruyen
más el medio ambiente, lo que perjudicará a
muchas generaciones por venir en todo el mundo”.
(Borrador del Programa , p. 7)
Cuando el proletariado tome el poder, pondrá la
tecnología en manos que la desarrollará al
servicio de las necesidades del pueblo y el avance de la
sociedad, y protegerá y sanará el medio
ambiente:
“El proletariado seguirá una pauta de
‘desarrollo socialista sustentable’ para proteger
el medio ambiente. Corregirá paso a paso la
destrucción de los bosques, el suelo, el agua y el
aire. Desarrollará sistemas industriales y
agrícolas que sean productivos según las normas
de productividad económica, racionalidad
ecológica y justicia social. En general, la nueva
sociedad se propondrá interactuar con la naturaleza de
una forma planificada que preserve los sistemas
ecológicos, y promueva mayor conocimiento y respeto de
la diversidad del mundo natural”. (Borrador del
Programa, p. 17)
Como ya señalamos, muchos jóvenes admiran la
espiritualidad indígena porque rechaza los valores
hipócritas de la clase dominante, la afirmación
de que el egoísmo es el motivo básico de los
seres humanos, y la decadencia y degradación que
engendra. También se rebelan contra la iglesia
católica y los valores tradicionales, que fortalecen
la opresión de la mujer, la esclavitud asalariada,
etc. Es bueno que critiquen los ideales de esta sociedad y
busquen una moral de los oprimidos y no de los opresores.
Pero la orientación de los comunistas es distinta: no
creemos en fuerzas o seres sobrenaturales de ninguna clase.
Nuestra posición es que las masas se
emanciparán a sí mismas. Reconocemos que el
papel de la religión es consolar a los oprimidos e
inculcarles la idea de que son impotentes ante Dios, las
fuerzas de la naturaleza y los opresores, y no incitarlos a
alzarse y abolir por medio de la lucha revolucionaria el
sistema que los oprime. Por otro lado, también
reconocemos que muchos luchan contra la injusticia, la
opresión y a veces conscientemente contra el
imperialismo por ideales o creencias religiosos. Por eso
instamos a todos a medir sus creencias con esta vara:
¿les llevarán a conformarse con la
opresión y hacer las paces con el sistema, o a
derrocarlo? 13
La lucha por el socialismo, y no por un estado nacional
separado, llevará a la liberación chicana
El concepto de Aztlán,14 la tierra mítica de
los chicanos, se popularizó en la conferencia de la
juventud chicana convocada en la ciudad de Denver, Colorado,
en marzo de 1969, donde también se originó
“El Plan Espiritual de Aztlán”, una
declaración espiritual de independencia e identidad
chicana, que reclamó libertad y fin a la
opresión. Aztlán sigue siendo un importante
símbolo (aunque tiene significados variados) y tema
central del movimiento chicano porque toca los problemas
candentes de los chicanos y sus anhelos de liberarse de la
opresión. Para muchos chicanos, Aztlán
simboliza su identidad y lucha común por la igualdad y
la libertad.
Algunos argumentan que los chicanos son una nación y
no una minoría nacional oprimida, y que para acabar
con su opresión deben establecer su propio estado
nacional en su “tierra natal” del Sudoeste
después de—o en lugar de—la
revolución. Se habla de la lucha por recuperar
“Aztlán”; pero este planteamiento no parte
de un análisis correcto de la historia de los chicanos
o del Sudoeste; como no capta que los chicanos son una
minoría nacional oprimida, no contribuye a forjar una
estrategia correcta para acabar con su opresión.
La situación es compleja, ya que además del
robo de la tierra de México y la subyugación de
los mexicanos que permanecieron allí, la historia del
Sudoeste abarca la supresión de los indígenas
que habitaban la región mucho antes de la conquista
española, y sus reclamos de indemnización y
tierra se deben tomar en cuenta. Los indígenas
libraron guerras de resistencia contra los asentamientos
españoles/mexicanos y lucharon contra el expansionismo
estadounidense (aunque terminaron encerrados en campos de
concentración, llamados reservas). Por otro lado,
México también pudiera exigir
legítimamente ese territorio que se le robó en
una guerra injusta, una cuestión que podría
entrar en juego en el contexto de un levantamiento
revolucionario al otro lado de la frontera.
El Borrador del Programa toma en cuenta la compleja
historia del Sudoeste y plantea el derecho de los chicanos a
la autonomía (al autogobierno en las zonas donde se
han concentrado) dentro del estado socialista unificado:
“Al aplicarse la autonomía en el caso de los
chicanos, habrá que tomar en cuenta los siguientes
factores: el desenvolvimiento de la revolución en
Estados Unidos y su interrelación con la
revolución en México, la situación en la
región fronteriza y los derechos históricos de
la tierra de otros grupos de oprimidos del Sudoeste,
especialmente los amerindios”. (Borrador del
Programa, p. 93)
Pero: ¿los chicanos constituyen una nación o
no? Como hemos visto, cuando Estados Unidos se robó
ese territorio de México los asentamientos mexicanos
no estaban muy desarrollados; estaban muy aislados entre
sí y de México, y por eso no forjaron una
nación. La conquista estadounidense rompió toda
conexión con México, que en ese momento se
constituía como nación. La población
mexicana del Sudoeste no se constituyó como
nación; la salvaje opresión que sufrió
forjó una nacionalidad oprimida en Estados Unidos,
pero no una nación chicana.
También es importante entender el proceso singular de
desarrollo y transformación de los chicanos desde ese
tiempo; durante el siglo pasado se han registrado grandes
olas de migración de México y la
población chicana ha crecido enormemente. Ahora las
raíces de la gran mayoría de los chicanos
están en México y no en el Sudoeste. Para
ellos, Aztlán puede ser un símbolo de unidad,
pero en realidad no tiene conexión a su tierra natal.
Al permanecer en El Norte muchos de ellos—y
especialmente sus hijos—se han integrado a la
nacionalidad oprimida chicana.
La relación con México es algo que define a los
chicanos, y su cultura tiene mucha influencia de
México, aunque tiene rasgos muy propios. Su herencia
—y su opresión nacional actual e
histórica—les da a los chicanos una identidad
común, pero en su composición y carácter
saltan a la vista orígenes diversos: tienen distintas
raíces históricas, hablan diferentes idiomas
(el español y el inglés, y variedades
maravillosas de ambos), y aunque históricamente
comparten una historia económica y social (como
menciona el Borrador del Programa), nunca alcanzaron
la vida económica común característica
de una nación; es decir, una vida económica
arraigada y entretejida en un territorio común.
Una nación es una “comunidad humana estable,
históricamente formada y surgida sobre la base de la
comunidad de idioma, de territorio, de vida económica
y de psicología, manifestada ésta en la
comunidad de cultura” (El marxismo y la
cuestión nacional, J. V. Stalin). Las naciones
modernas surgieron con el nacimiento y el desarrollo del
capitalismo. Por varias razones unas dominaron a otras; en
general, las naciones con mayor desarrollo capitalista han
dominado y oprimido a las demás, y en algunos casos
eso ha impedido que ciertos grupos se constituyeran como
nación.
Existe una diferencia entre una “nación” y
una “minoría nacional”, y el
propósito de trazar esa distinción no es
catalogar la cantidad de sufrimiento de las naciones y
minorías nacionales ni decidir si tienen o no el
derecho de ser libres de la opresión, sino entender su
desarrollo histórico y las consecuencias que conlleva
para el futuro de la lucha. Una nación posee una
cohesión interna producto de su desarrollo
histórico que le permite establecer su propio estado,
no porque se le concede esa posibilidad, sino precisamente
porque su desarrollo histórico la ha creado. Por eso,
el proletariado defiende el derecho de la
autodeterminación, el derecho a separarse de la
nación dominante y formar su propio estado (pero la
posición del proletariado a favor o en contra de la
secesión en un caso dado dependerá de las
circunstancias concretas y de la mejor manera de unir a la
población y zafarse de las garras del
imperialismo).
Por otra parte, las minorías nacionales oprimidas, que
también han sido sometidas a las necesidades del
desarrollo capitalista de las naciones dominantes, no tienen
el derecho a la secesión, no porque se les niega ese
derecho, sino porque su desarrollo histórico no ha
creado las condiciones para formar una nación.
En el caso de los chicanos, su desarrollo histórico no
ha creado las bases para establecer su propio estado. Sin
embargo sí tienen el derecho de ser
libres (de la desigualdad y del racismo), pero esa
libertad solo se conseguirá aliándose con la
revolución proletaria y luchando por tumbar al sistema
capitalista, que es la fuente de la opresión nacional
y se beneficia de ella.
Existe una clase en este país (el proletariado de
todas las nacionalidades) que solo puede terminar su propia
esclavitud si dirige la lucha consecuente por tumbar al
sistema que causa toda la explotación y
opresión en este país, como parte de la lucha
mundial por tumbar al imperialismo. Millones de personas en
este país se oponen al imperialismo, y las luchas de
las nacionalidades oprimidas en particular han asestado y
asestarán golpes contundentes contra el sistema. Con
la dirección del proletariado consciente de clase que
trabaja por forjar la alianza entre su lucha por el
socialismo y las luchas de las nacionalidades oprimidas
contra su opresión como el núcleo sólido
del frente único, es posible obtener la victoria de la
revolución proletaria. Y como ya vimos, el estado
socialista reconocerá la necesidad urgente de acabar
con el racismo y la opresión nacional por toda la
sociedad; defenderá el derecho de las nacionalidades
oprimidas a la autonomía y formas de autogobierno en
las zonas donde están concentradas dentro del estado
socialista. 15
Debemos reconocer que las distintas perspectivas sobre esta
cuestión representan distintas clases e intereses de
clase de los chicanos. La idea de que la liberación de
los chicanos solo se dará estableciendo su propio
estado nacional no representa los intereses de las masas
chicanas ni de las masas oprimidas y explotadas en general,
ya que en realidad en el sentido científico el
desarrollo histórico de los chicanos no llevó a
formar una nación. De hecho, esa idea
beneficiará a la burguesía imperialista, que la
aprovechará para contraponer los reclamos de distintos
sectores de las masas de ambos lados de la frontera y llevar
la lucha popular a un callejón sin salida.
Los chicanos sufren una salvaje opresión y
explotación desde hace 150 años, y su lucha
puede aportar una inmensa fuerza a la lucha por acabar con el
sistema imperialista, que es la fuente de enorme sufrimiento
de las masas aquí y en el mundo entero.
El nacionalismo y el internacionalismo
El nacionalismo ha jugado un papel importante en las luchas
de los chicanos y de todos los oprimidos en Estados Unidos y
por todo el mundo; es justo que un pueblo oprimido se rebele
contra la dominación y opresión, y es una
fuerza poderosa para la revolución. Asimismo, es justo
que se sienta orgulloso de su historia y “sus
orígenes”, que el opresor ha degradado. El
nacionalismo de los oprimidos es muy distinto al nacionalismo
del opresor porque lucha contra la opresión y
la desigualdad, mientras que el del opresor fortalece la
opresión y pisotea la justicia y la igualdad.
Pero a fin de cuentas, como ideología, cualquier forma
de nacionalismo plantea “mi nación
primero”, representa a la burguesía y termina
beneficiando al capitalismo. Es la concepción del
mundo de los explotadores y de los que “quisieran
ser” explotadores, aun si estos son pisoteados y
discriminados por explotadores más grandes y
poderosos. Incluso cuando tiene una expresión radical
y hasta revolucionaria, dicha ideología no lleva a una
ruptura completa con el marco burgués y los principios
capitalistas, y en última instancia canalizará
la lucha nuevamente por ese cauce. Y debe quedar claro que lo
esencial del capitalismo es la explotación: no es
posible y nunca será posible acumular capital
sin explotar a los demás.
Hasta cierto punto, el nacionalismo es una fuerza positiva en
la lucha de una nacionalidad oprimida, pero jamás
llevará a la meta final, es decir, no sirve como
guía a la liberación total. No permite unir a
los oprimidos de distintas nacionalidades, ya que con el
nacionalismo al mando, cada cual defiende los intereses de su
propia nacionalidad ante todo. Así es el nacionalismo.
No da una visión completa de nuestra lucha y su
alcance mundial. No permite unirnos con los amigos
auténticos para luchar contra los enemigos comunes (en
un país dado y por todo el mundo), ni mucho menos
aborda el problema de acabar con toda la opresión,
especialmente la opresión de la mujer.
En fin, el punto de partida de la nación y del
nacionalismo como ideología es demasiado estrecho para
siquiera concebir la lucha por abolir toda la opresión
y explotación, ni hablar de llevarla a cabo. Es
imposible poner en primer plano los intereses de la
nación y, a la vez, los del proletariado.
El proletariado es una clase internacional, y aunque
necesariamente conquista el poder país por país
(y no en todo el mundo de un golpe), solo hará
realidad sus intereses fundamentales a nivel mundial por
medio de la victoria de la revolución proletaria
mundial. Por esa razón, debe desarrollar su lucha
revolucionaria en cada país como parte de la
revolución proletaria mundial, y en un sentido
fundamental subordinada a ella. Por su propia naturaleza y
lógica el nacionalismo no está a la altura de
esta tarea.
El nacionalismo eleva una nación por encima de las
demás; según su lógica, lo que divide a
la nación es dañino. Si bien algunos matices
plantean que los intereses de la nación son
idénticos a los de las clases bajas (los proletarios)
o que las clases altas no pertenecen a la nación, a
fin de cuentas tendrán que reconocer que la
nación se compone de distintas clases, entre ellas la
burguesía. Si la unidad de la nación
está por encima de todo (como dicta el nacionalismo),
entonces lo que dañe esa unidad—por ejemplo la
lucha del proletariado contra la burguesía o la lucha
contra la opresión de la mujer—tarde o temprano
será en un obstáculo que habrá que
suprimir.
Fundamentalmente, es imprescindible guiarse por la
metodología y cosmovisión científica del
proletariado, especialmente el internacionalismo. De otro
modo, no será posible dirigir a las masas a tumbar y
abolir las relaciones milenarias de explotación y
opresión, y sus correspondientes ideas y costumbres,
respaldadas por la inmensa fuerza de la tradición. En
tal caso, no habría más remedio que recurrir a
métodos burgueses y relaciones capitalistas para
resolver problemas concretos. Para extirpar esas relaciones
milenarias de opresión y explotación, se
necesitará una lucha constante y decidida por captar y
poner en práctica la metodología y
cosmovisión científica del proletariado:
habrá que contrarrestar constantemente la fuerza de
las relaciones e ideas burguesas, y la espontaneidad que las
refuerza.
En cuanto a sus intereses fundamentales, el proletariado de
un país dado tiene más en común con el
proletariado y las masas de otros países y naciones
que con la burguesía de su propio país o
nación. Y eso comprueba nuevamente que la
nación es un marco demasiado estrecho para siquiera
concebir eliminar todas las relaciones de explotación
y opresión, y la superestructura política e
ideológica correspondiente, y mucho más para
extirparlas. Por eso, el nacionalismo como ideología
no llevará a la completa liberación de una
nación oprimida ni a la emancipación
fundamental de las masas de oprimidos y explotados de esa
nación, ni mucho menos a la emancipación de los
explotados y oprimidos del mundo entero, y de toda la
humanidad.
Para cumplir los objetivos de esta revolución
liberadora de a de veras, necesitamos otra
ideología; necesitamos el internacionalismo, y
no el nacionalismo. El internacionalismo corresponde a los
intereses del proletariado porque esta clase solo
obtendrá su emancipación eliminando la
explotación y opresión de toda forma y en todas
partes. Está comprometido, no con una nación,
sino con la causa de la emancipación—de acabar
toda explotación y opresión—en el
mundo entero.
Las chicanas en la lucha por la liberación y la
revolución
Las mujeres son de los más férreos luchadores
del movimiento chicano. A pesar de las nociones machistas, no
aceptan un papel secundario en los estallidos sociales,
manifestaciones y rebeliones, ni en las organizaciones y
coaliciones estudiantiles. Más que nunca se encuentran
en las primeras filas y como líderes de dichas luchas,
y exigen igualdad y respeto.
Aunque se destacan como líderes y reclaman la igualdad
de la mujer, lamentablemente se siguen topando con el
machismo en el movimiento, lo cual por mucho tiempo ha sido
tema tabú porque los hombres (y a veces las mujeres)
consideran que causa divisiones. Esta experiencia plantea
preguntas más profundas: ¿por qué existe
tanto machismo en un movimiento que en teoría se opone
a la opresión? ¿Por qué persiste la
tendencia tan fuerte en el movimiento chicano de que la
liberación de la mujer sea “secundaria”?
¿Cómo se pondrá fin a la opresión
de la mujer?
El presidente Avakian dice: “Una cuestión
primordial para las mismas masas oprimidas, sobre todo
los compañeros, es eliminar o no la opresión de
la mujer: ¿barrer o conservar (¡quizás un
poquito!) las relaciones de propiedad, las relaciones
sociales y su correspondiente ideología, que encadenan
a la mujer? He aquí un deslinde entre luchar
por acabar con toda opresión y explotación
—y la misma división de la sociedad en
clases—o, a fin de cuentas, sacarle
provecho”.
Hagamos hincapié en esto: la posición en cuanto
a la opresión de la mujer es un deslinde entre acabar
o no con toda opresión y explotación.
Evidentemente, estas jóvenes chicanas se topan, entre
otras cosas, con la realidad de que el nacionalismo, aun de
los oprimidos, no puede desencadenar profundamente la lucha
para eliminar la opresión de la mujer.
La lucha por los intereses básicos de la mujer implica
lanzarse contra la estructura patriarcal, que es una piedra
angular del sistema capitalista. A la pregunta:
¿unirse o no a esa gran fuerza de masas cuya lucha
amenaza los cimientos del sistema?, los que se guían
por la ideología nacionalista forzosamente
responderán que no, porque a fin de cuentas su
concepción estrecha no permite comprender por
qué unirse con esa lucha ni cómo cumplir sus
metas. Pero la respuesta contundente del proletariado
revolucionario es: “¡Sí! ¡Romper las
cadenas, desencadenar la furia de la mujer como una fuerza
poderosa para la revolución!”.
A veces las compañeras se desaniman porque
encuentran oposición a que desempeñen un papel
igual al de los hombres en todos los aspectos, por ejemplo
como líderes del movimiento. En estos casos es
común que adopten el feminismo. Si bien el feminismo
juega un papel importante al condenar la opresión de
la mujer y estimular la lucha contra ella, no aclara que el
sistema capitalista es la fuente de esa opresión ni se
propone acabar con él. El feminismo no capta la
necesidad ni la base material de unir a todos los que es
posible unir bajo la dirección del proletariado y su
partido de vanguardia en la lucha por la revolución ni
capta cabalmente la base para lograr que los hombres superen
sus ideas y conductas tradicionales burguesas acerca de la
mujer a través de la lucha revolucionaria. Por eso,
puede llevar a la desmoralización o a dar la espalda a
la lucha contra el sistema.
Tenemos que luchar para que esta nueva generación
de chicanas capte que el punto de partida de la
revolución es poner fin a toda la opresión. Y
en esa lucha, las mujeres están, y deben estar, en las
primeras filas. Como dice el Borrador del Programa :
“El proletariado desencadenará la furia de la
mujer como una fuerza poderosa para la revolución.
Cuando el proletariado llegue al poder, las mujeres ya se
habrán liberado de muchos papeles tradicionales tras
batallar, hombro a hombro con los hombres, por la
emancipación de toda la humanidad. Muchas mujeres
serán líderes comprobadas de la
revolución, y muchos hombres desecharán las
ideas y costumbres tradicionales respecto a la mujer. Eso
será un factor positivo muy importante para lanzar la
lucha socialista contra la opresión de la
mujer”. (Borrador del Programa, p. 20)
Nuestra vanguardia es el Partido Comunista
Revolucionario
Como dijo Mao Tsetung: “Para hacer la
revolución, se necesita un partido
revolucionario”. El Partido Comunista Revolucionario,
EU surgió de las luchas y la turbulencia de la
época de los 60 y 70. Se basa firmemente en la
ideología científica revolucionaria del
marxismo-leninismo-maoísmo y se ha templado por medio
de una lucha implacable por mantener su línea
revolucionaria. Esa línea representa la
cosmovisión y el camino para extirpar la
opresión de los chicanos y de todos los oprimidos y
explotados de Estados Unidos, como parte de la
revolución proletaria mundial. El partido comprende
que para hacer la revolución proletaria el punto de
partida tiene que ser el internacionalismo proletario, que en
esencia nuestra lucha es mundial. Se alía con otras
auténticas fuerzas maoístas del mundo en el
Movimiento Revolucionario Internacionalista, y hace todo lo
posible por fortalecer el movimiento y hacer avanzar la
revolución mundial.
Se plantea un reto a los que anhelan esta revolución,
a los que arden de ganas de un cambio radical, a los que
sueñan con un mundo completamente nuevo y mejor, y
luchan por él: pónganse en onda con el PCR y la
BJCR (Brigada de la Juventud Comunista Revolucionaria), y
consigan el nuevo Borrador del Programa.
Lo que dice el Borrador del Programa sobre la
creación de la nueva sociedad responde a las
preocupaciones de millones. Nuestro deseo de aprender de las
sugerencias y críticas a este borrador es serio.
Así que a todo el que no acepte que este país
es lo “mejor del mundo”, al que busque una forma
de cambiar el mundo, lo invitamos a explorar el Borrador
del Programa y a divulgarlo.
En esta ponencia hemos recalcado la importancia de partir de
las necesidades e intereses fundamentales de las masas, y de
evaluar seriamente lo que se requiere para satisfacerlos. Ya
vimos que la opresión de los chicanos y el pueblo
mexicano (que se matan trabajando en ambos lados de la
frontera) es tan fundamental para el funcionamiento del
sistema y para la estructura social, que los imperialistas
estadounidenses no podrían acabar con ella aunque
quisieran. El Borrador del Programademuestra que por
medio del derrocamiento del sistema imperialista y el
establecimiento del socialismo el estado proletario
guiará a las masas a eliminar esa opresión
nacional y supremacía blanca que los imperialistas
proclaman “eterna”. Con la dirección del
proletariado consciente de clase, es posible construir un
frente único de todos los oprimidos y explotados que
luchan contra este sistema de explotación global (el
imperialismo), en concierto con los que luchan contra el
mismo sistema al otro lado de la frontera y por todo el
mundo. Y sobre todo, con esa dirección, es posible
forjar la alianza crucial del frente único: la
unión de la lucha del proletariado de todas las
nacionalidades por derrocar el capitalismo con las luchas de
los negros, chicanos, puertorriqueños y otras
nacionalidades oprimidas contra su propia opresión. O
sea, forjar la alianza de esas dos fuerzas, con un programa
de emancipación que solo puede realizarse mediante la
lucha por derrocar el imperialismo y al servicio de ella, y
seguir esa lucha hasta eliminar toda opresión.
“Si has concebido un mundo sin Estados Unidos, sin
todo lo que representa y hace, entonces has dado grandes
pasos y empiezas a vislumbrar la posibilidad de un nuevo
mundo. Si puedes imaginar un mundo sin imperialismo,
explotación y opresión, y sin la
filosofía que lo justifica, un mundo sin clases y
sin fronteras, y sin las ideas miopes, egoístas y
caducas que brotan de todo eso; si puedes imaginar eso,
entonces captas la base del internacionalismo proletario. Y
una vez que has elevado las miras y captas todo eso,
¿a poco no ardes de ganas de dedicarte a la lucha
histórico-mundial por hacerla realidad? ¿A
poco te contentarás con menos?”
—(Bob
Avakian, presidente del PCR).