Septiembre 11, 2001. USA. Shock. Derrumbe aplastante de montañas de acero y concreto. Muerte. Destrucción de vidas en un momento. Búsqueda de seres queridos bajo montañas de escombros.
Del cielo se descuaja un horror.
Una señora de piel canela espera en la fila de la Cruz Roja con una foto de su esposo, buscando con los ojos, como si su angustiada mirada lo pudiera salvar. Un joven de ojos azules espera nerviosamente noticias de su amante. La esperanza cede paso al reconocimiento de que compañeros, amigos y colegas han desaparecido. Pulverizados por un conflicto que irrumpió brutalmente del cielo en la vida cotidiana.
En un instante Nueva York nos recuerda a Bagdad, Belgrado, Sudán, Cisjordania, Vietnam, Panamá, Indonesia, Hiroshima, Vieques.
La cabeza se nos llena de imágenes: madres corriendo por las calles de Bagdad con sus niños porque están lloviendo bombas Made in USA. Madres iraquíes viendo morir a sus hijos porque las bombas y las sanciones han envenenado a propósito el agua. Familias de Cisjordania cargando el ataúd de hijos despedazados por cohetes Made in USA. Obreros de la única fábrica de medicinas de Sudán escarbando los escombros que dejaron misiles cruceros Made in USA. Gente buscando protección de los bombardeos estadounidenses en Belgrado. Miles recorriendo el estadio de Santiago de Chile, donde yacen compañeros, hijos e hijas callados para siempre por un golpe militar fraguado en Washington. Ríos de Indonesia llenos de cadáveres de la oposición, masacrados por pelotones de fusilamiento con listas de la CIA.
Hiroshima, Vietnam, Bagdad. La guerra ha llegado a suelo estadounidense. El World Trade Center y el Pentágono fueron atacados como símbolos del poder económico y militar del imperialismo yanqui, pero murieron muchos inocentes.
¿Y quién es el responsable? ¿Quién puso en peligro a la población de Estados Unidos?
La estructura de poder de Estados Unidos señala con dedo acusador al Oriente Medio. Pero la respuesta está aquí. Estos imperialistas, que han perpetrado incontables crímenes y desastres contra los pueblos del mundo con su implacable explotación global y ataques militares, han creado una situación en que millones odian el gobierno de Estados Unidos por todo el mundo.
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La población del país más poderoso del mundo sufre las inevitables repercusiones de la conducta de la estructura de poder y la sanguinaria maquinaria militar. Ahora, además de los horrores que han perpetuado contra los pueblos del mundo (horrores que multiplican por mil las lágrimas derramadas en Nueva York y Washington), han provocado la misma clase de devastación en las entrañas de su propia bestia.
Y ahora nos piden que apoyemos su revancha. Hablan de guerra y justicia. No.
No tienen el derecho de seguir buscando pelea. Son la fuente de tanto dolor y sufrimiento en el mundo. Hay que refutar contundentemente los planes de guerra y ataques militares que ya se perfilan contra países y objetivos definidos y todavía sin definir.
A través del shock vemos la verdad: los explotadores globales y los multiasesinos no tienen derecho de vengarse; solo causarán más destrucción e injusticia. Unir fuerzas con ellos, pedirles protección, los espoleará a cometer más crímenes contra el pueblo de nuestro planeta.
Nos muestran fotos de chavos árabes que vitorean en las calles de los territorios ocupados, y nos piden que nos indignemos y clamemos venganza. Más bien tenemos que preguntarnos por qué la gente del Oriente Medio y de otras partes del mundo celebró los sucesos del 11 de septiembre: no por la pérdida de vidas inocentes, sino porque se vio la vulnerabilidad de una potencia arrogante que ha asesinado con impunidad y se ha jactado de invencibilidad.
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La clase dominante saca provecho de nuestro dolor y nos pide que recemos unidos. Pero mientras recordamos a los muertos, ¿qué hace la estructura de poder? Prepara más guerra y represión. Despoja a los pueblos del mundo.
Hablan de proteger a la ciudadanía, pero hacen listas de nombres y redadas e implantan montones de nuevas medidas represivas.
Hablan de acabar el terror, por medio de la guerra, y alistan las fuerzas armadas para desencadenar grandes horrores.
Nos llaman a cerrar filas con la clase dominante y a ondear la bandera. No.
En la tensión del presente, recordamos las lecciones de la historia. Mientras gimotean que es como otro ataque a Pearl Harbor, recordamos que el gobierno manipuló los temores de la población para que apoyara la detención de miles de hijos y nietos de japoneses en campos de concentración. Recordamos que a los que se opusieron los pintaron de amigos del enemigo.
Recordar estos crímenes tiempla nuestra decisión de impedir que se repitan. No podemos dejar que nos intimide la presión oficial y extraoficial a apoyar las medidas bélicas y besar la bandera. La lógica de ese veneno ya resalta en la ola actual de amenazas y ataques a los árabes.
En medio del duelo por la pérdida de seres queridos, de las manifestaciones de solidaridad, todos los que queremos justicia de veras debemos extender la mano a los pueblos del mundo para oponernos unidos a los crímenes de este sistema, para reforzar nuestra resistencia contra todo acto de guerra y represión.
Debemos tener sumamente clara la naturaleza del gobierno que se desboca hacia una nueva guerra: esos monstruos explotadores, mentirosos y arrogantes no gobiernan para beneficio de los pueblos de este país ni del mundo. Mientras sigan en el poder, se seguirán descuajando del cielo los horrores que genera su sistema.
Partido Comunista Revolucionario, EU
Septiembre 14, 2001
rwor.org