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El borrador del nuevo programa del PCR,EU 

Borrador del Programa, Parte 2


La moral proletaria: 
Una ruptura radical con las cadenas de la tradición

La moral es un conjunto de principios que define “el bien” y la conducta esperada de individuos o grupos. Forma parte de la concepción del mundo (la ideología); en una sociedad dividida en clases, cada ideología, cada manera de pensar, representa el punto de vista de una clase u otra, así que la moral y la ética expresan la ideología de una clase u otra.

Tanto la burguesía como el proletariado tienen sus principios morales, totalmente opuestos, pues sus concepciones del mundo y sus intereses de clase fundamentales son diametralmente opuestos y antagónicos. La lucha sobre la moral —sobre lo moral y lo inmoral, y sobre los principios de conducta— es una parte importante de la lucha ideológica y de la lucha de clases en general.

En la primaria les cuentan a los niños una famosa anécdota de George Wash­ing­ton: de niño cortó un cerezo y cuando su padre le preguntó quién lo hizo, confesó: “Padre, no puedo mentir. Fui yo”. El propósito de la anécdota es mostrar que “el padre de la patria” era incapaz de mentir. Pero, ¿acaso mencionan el hecho de que era dueño de esclavos y canjeó a un esclavo por un barril de melaza?

Lo anterior demuestra patentemente la moral de la clase dominante de este país, que pone como modelos de virtud a hombres que se hicieron ricos gracias a la esclavitud. La esclavitud se abolió y hoy las relaciones de propiedad son predominantemente capitalistas; entonces, ¿por qué siguen elogiando a dueños de esclavos como George Washington? Porque la acumulación de riqueza y poder de la clase dominante es inseparable de la esclavitud; la opresión de los negros es un pilar del sistema capitalista de Estados Unidos; y la historia del país es una larga historia de opresión, desde su fundación hasta hoy como la potencia más saqueadora y explotadora del mundo.

La revolución proletaria y la transición a la sociedad comunista requieren una ruptura radical con las relaciones de propiedad tradicionales —con todas las relaciones de explotación y opresión— y con las ideas tradicionales. Como en las demás esferas, el punto de vista del proletariado sobre la moral es radicalmente diferente y opuesto al del capitalismo.

La moral capitalista y el individualismo

La moral capitalista corresponde a la naturaleza de esta sociedad en que todo se compra y se vende como mercancía, y en que las relaciones entre personas son relaciones entre propietarios.

El capitalismo fomenta el individualismo burgués, según el cual una persona “moral” es la que “asume responsabilidad” por su destino; mejor dicho, tiene la mentalidad de “primero yo”. Se dice que uno no debe herir a otros para lograr sus fines personales e incluso que debe hacer algo por la comunidad, donar a organizaciones de caridad, etc. Pero todo mundo sabe que en esta sociedad lo primero es: “a mí, ¿cuánto me toca?”.

La sociedad capitalista pinta la moral como un conjunto de ideales eternos independientes de las clases. Pero en realidad, propaga la moral de una clase de explotadores —la burguesía— que nació hace poco, desde un punto de vista histórico (unos cuantos siglos), y que ha de extinguirse como clase. Para la burguesía, el individualismo es parte de la esencia inmutable del ser humano. Nos dice: “La gente siempre será egoísta” o “Se puede cambiar el sistema pero a la gente no”.

¿De dónde provienen los valores morales? Nacemos en un mundo donde existen ciertas instituciones y relaciones sociales. En la educación burguesa, ¿nos enseñan a colaborar con los demás para solucionar problemas o nos premian por competir y sacar altas notas? ¿Nos enseñan que en otras épocas de la historia había otros valores y la gente se trataba de otra manera? ¿O nos enseñan que los valores de hoy son eternos, que son lo máximo que puede alcanzar la sociedad y que son inherentes a la “naturaleza humana”? En los juegos y deportes, ¿experimentamos la alegría de trabajar colectivamente con los compañeros del equipo e incluso de aprender de los rivales para superar obstáculos y escalar nuevas alturas? ¿O nos enseñan que “lo más importante es ganar”?

Así preparan a los niños para el mundo en que tendrán que vivir, donde tendrán que competir para conseguir un trabajo, un apartamento, etc., y si un familiar se enferma o queda incapacitado, la responsabilidad de cuidarlo recaerá en la familia. Este sistema desalmado, donde hay que pelear como una fiera para subsistir —y no la mítica y supuestamente eterna “naturaleza humana”— genera la mentalidad de ver a los demás como enemigos, o como objetos para utilizar o desechar.

Esa moral e individualismo burgués corresponde a las relaciones de producción capitalistas, en que los capitalistas solo prosperan si explotan más despiadadamente a los proletarios y aplastan la competencia. Las escuelas e iglesias que inculcan el individualismo, las relaciones sociales que lo refuerzan, todo eso se desprende de la estructura económica y las relaciones de clase del capitalismo (y, a su vez, las beneficia).

El individualismo burgués —el principio de velar por uno mismo y al diablo los demás— se plantea como la “más elemental” ley de supervivencia y la esencia del concepto capitalista de la libertad. Por eso la Declaración de Independencia sostiene como “verdad evidente” el “derecho inalienable” del individuo de buscar su propia felicidad.

Sin embargo, el individuo solo tiene libertad de desenvolverse dentro de los confines de las condiciones y relaciones sociales en que funciona. En la sociedad de clases, estas son esencialmente relaciones de clase. Por ejemplo, cualquier proletario sabe muy bien que solamente puede ir a los barrios residenciales de los ricos para trabajar, pues un paseo dominical por esos rumbos terminará mal. No sería raro que la policía lo pare, ni que lo hostigue, lo amenace, lo golpee o que lo mate.

La moral capitalista es una moral de explotación

Los filósofos burgueses afirman que el interés propio es muy bueno y que es el motor del progreso social. Pero en realidad, eso aplaude la acumulación de riqueza por medio de la explotación.

En la sociedad capitalista, en vez de consumir lo que uno mismo produce, los bienes y servicios se producen y se distribuyen como mercancías, y se da una feroz competencia entre individuos (los propietarios de esas mercancías). Más aún, el aspecto central del capitalismo es que la misma fuerza de trabajo —la capacidad de trabajar— se vuelve una mercancía, cuyo empleo es la base de la producción y las ganancias capitalistas. Ese es el “sórdido secreto” del capitalismo.

Por eso, la moral capitalista es sobre todo una moral de explotación. Concretamente, es una relación de explotación en que los proletarios (la clase explotada) no son directamente esclavos y supuestamente son libres, pero a diario tienen que vender su capacidad de trabajar; su habilidad física, su destreza y su esfuerzo pasan a fuerzas ajenas, cuyo único fin es exprimirles ganancias. De la riqueza que producen, solo les devuelven lo necesario para vivir y seguir trabajando. Si no producen suficientes ganancias, por más que se rompan el lomo, los correrán y tendrán que buscar otro capitalista que los explote.

Los proletarios no son los esclavos de un dueño en particular, sino de la clase capitalista en general. Esa esclavitud asalariada corresponde al modo de producción capitalista y beneficia a la clase dominante.

Por supuesto, solo una pequeña minoría de personas ejerce —o puede ejercer— el “derecho” de acumular grandes riquezas, pues para eso tienen que explotar a muchísima gente y sumirla en la pobreza. Así que los tan sonados “derechos del individuo” en la sociedad burguesa no son más que ¡el “derecho” de una minoría de acumular riqueza mediante la explotación de los demás y el “derecho” de los demás de ser explotados! Hoy, cuando el capitalismo es un sistema mundial de explotación (el imperialismo), la fuente de su gran riqueza y poderío es la despiadada explotación y opresión de billones de niños, adultos y ancianos de todo el planeta.

Para captar la naturaleza de un sistema social y su clase dominante, es ilustrativo examinar los modelos que pone.

En esta sociedad, la clase dominante idolatra el dinero y el implacable afán de acumular riqueza material, a expensas del tremendo sufrimiento de las masas. Su visión pesimista de la naturaleza humana afirma que, en el fondo, lo que motiva a los seres humanos es el egoísmo. El capitalismo reduce hasta la gente y las ideas a capital y mercancías, y nos hace vivir en medio de la decadencia y degradación que eso produce. Por eso, mucha gente siente un vacío y anhela algo más. Para aprovechar y canalizar esos sentimientos, la clase dominante fomenta valores religiosos tradicionales que refuerzan relaciones milenarias de opresión y explotación, como el patriarcado y la opresión de la mujer, la esclavitud asalariada (y la esclavitud franca) y la dominación de un grupo, o una nación, sobre los demás.

Desde que se adoptó como religión oficial del imperio romano hasta hoy, el cristianismo y la Biblia han sido un elemento importante del “código moral” tradicional de la sociedad occidental y han justificado la más horrenda opresión. Como declaró abiertamente Napoleón, un representante de la burguesía francesa: “La sociedad es imposible sin la desigualdad; la desigualdad es intolerable sin un código moral; y un código moral es inaceptable sin la religión”. Los “valores de la familia” que pregonan los cristianos fundamentalistas, y que repite hasta el cansancio la clase dominante, dictan la obediencia ciega a la autoridad reaccionaria, la dominación tradicional de la mujer por el hombre y de los hijos por los padres, y la servidumbre incondicional de los pobres a los ricos.

He aquí dos caras de la misma moneda: por un lado, el amor a lo material y la decadencia burguesa y, por el otro, la puritana moral tradicional tan común en Estados Unidos. Los dos forman la hipócrita moral que la clase dominante ofrece como guía.

La moral proletaria

La moral proletaria se opone rotundamente a todo eso, pues entiende que la humanidad ha llegado al punto en que la desigualdad es intolerable e innecesaria, y que el avance de la humanidad exige eliminarla, junto con todas las relaciones de explotación y opresión. Esa meta histórica requiere un código moral radicalmente nuevo: la moral proletaria.

La moral proletaria expresa los intereses y el punto de vista revolucionario del proletariado y su misión: derrocar el sistema capitalista imperialista, suprimir a la burguesía y las fuerzas de la contrarrevolución para prevenir la restauración del capitalismo, y transformar completamente la sociedad y alcanzar un mundo comunista, donde no habrá diferencias de clase ni la necesidad de que una parte de la sociedad, o del mundo, domine o suprima políticamente a otra.

La moral proletaria se basa en el hecho de que esa revolución trascendental será el acto consciente y voluntario de las masas, pues, como dijo Mao Tsetung, en la sociedad comunista, la humanidad se cambiará voluntaria y conscientemente a sí misma y al mundo.

Según la burguesía, la moral comunista afirma que “el fin justifica los medios”, es decir, que todo se justifica con tal de conquistar el poder y afianzar la dominación de la sociedad por el proletariado (o por el partido, que domina a las masas, como diría la burguesía). Eso es una descarada mentira.

En realidad, la moral comunista —la moral del proletariado revolucionario— afirma que en cada momento, los medios deben corresponder a la meta de eliminar toda explotación y todas las relaciones sociales opresivas.

La burguesía, y no el proletariado, plantea la noción perversa de que cualquier crimen que sirva para explotar y saquear a las masas y las naciones oprimidas del mundo es “bueno y moral”. La burguesía es quien pregona “la ley del más fuerte”. ¿Quién no ha oído a la clase dominante de Estados Unidos —y a sus aliados y rivales— justificar y celebrar sus crímenes contra la humanidad con esa mismísima lógica?

Hay una profunda diferencia entre la moral proletaria y la moral burguesa. Expresan dos visiones totalmente distintas de cómo el mundo puede y debe ser: por un lado, el mundo actual, bajo el dominio capitalista imperialista, donde la gente vive sumida en el hambre y la miseria, y un puñado acumula grandes riquezas; por el otro, el mundo que el proletariado revolucionario lucha por alcanzar, donde se eliminará el “derecho” de ser millonario, pero habrá una abundancia de riqueza material y una dinámica vida cultural e intelectual para el pueblo. ¿Cuál visión y cuál moral es mejor?

La moral en la sociedad socialista

Al conquistar el poder, el proletariado propagará y popularizará la moral revolucionaria. Criticará las ideas que fortalecen las viejas relaciones capitalistas de desigualdad, opresión y subyugación. Fomentará nuevas relaciones, ideas y prácticas sociales que revolucionarán la sociedad y emanciparán a las masas y, en última instancia, a toda la humanidad.

Pondrá en primer plano los valores de cooperación y de servir al pueblo, que son opuestos al individualismo burgués y a la teoría reaccionaria de que los seres humanos son egoístas por naturaleza y de que el interés propio es la más alta y, en realidad, la única motivación posible.

En lugar de la obediencia servil a la autoridad, el proletariado estimulará la creatividad y un espíritu crítico. Fo­men­tará una atmósfera de crítica y autocrítica para ayudar a la gente a aprender y a apoyarse mutuamente a fin de aplicar valores y normas comunistas, y contribuir a la lucha para revolucionar la sociedad.

En oposición a la ideología racista, la moral proletaria inculcará la igualdad entre pueblos y naciones.

En oposición a la supremacía masculina, el estado proletario proclamará que “las mujeres sostienen la mitad del cielo”. Fomentará normas y valores que desencadenen la plena participación de la mujer en toda esfera de la sociedad y en la lucha por extirpar todas las tradiciones opresivas y obsoletas, y toda relación de subyugación y explotación.

Se realzará el internacionalismo proletario y se alentará a hacer sacrificios para apoyar las luchas revolucionarias del mundo y construir el estado socialista, sobre todo como una base de apoyo para la revolución proletaria mundial. Eso, y no las estrechas nociones reaccionarias de “mi país primero”, motivará a la gente.

La sociedad socialista: Servir al pueblo y avanzar hacia el comunismo

En la sociedad socialista, se trabajará colectivamente por el bien común, y se luchará por superar y eliminar todas las desigualdades y diferencias heredadas de la vieja sociedad. Se rechazará “la lucha del individuo contra los demás” y el “derecho” de acumular riquezas por medio de la explotación. En lugar de “enriquecerse es glorioso”, el lema de la sociedad será “servir al pueblo”; en vez de “USA número uno”, regirá el principio: “Aportar lo máximo al avance de la revolución mundial y la emancipación de toda la humanidad”.

A medida que vaya desenvolviéndose la transición al comunismo, como parte de la revolución mundial, las masas dejarán atrás las limitaciones de la lucha individual para subsistir. No se motivarán por la riqueza ni por salir adelante a expensas de los demás. En la sociedad comunista, existirán las bases materiales e ideológicas para que cada quien se subordine voluntaria y conscientemente a los intereses de toda la sociedad.

El individuo gozará de libertad en un plano superior y se sentarán las bases para mayor individualidad que nunca, pero no existirá el individualismo. En una sociedad donde la gente trabaje en común por sus intereses, la cooperación será tan natural como la competencia de hoy, y la creatividad, la iniciativa y el potencial de todos los miembros de la sociedad se desencadenarán de una forma inimaginable en el pasado.

Así que la meta más elevada del proletariado no es la libertad del individuo de luchar por salir adelante en este sistema, sino la lucha de las masas para tumbarlo y reemplazarlo con una sociedad donde trabajen en común por sus intereses. La revolución proletaria liberará a los individuos de la explotación y opresión, pero la visión comunista de libertad no es un futuro donde cada quien luche por sus propios intereses aparte y a costa de los demás.

Las cuatro todas

La moral proletaria es una manifestación de la misión histórica del proletariado. Se basa en lo que los maoístas llamamos “las cuatro todas”, una síntesis de Marx de la meta de la revolución comunista: la abolición de todas las diferencias de clase; la abolición de todas las relaciones de producción en que estas descansan; la abolición de todas las relaciones sociales que corresponden a esas relaciones de producción; y la subversión de todas las ideas que brotan de estas relaciones sociales.

Solo al superar la división de la sociedad en clases, donde un puñado acapara la riqueza y el poder, y los demás viven bajo su bota; solo al eliminar toda forma de desigualdad y opresión, para que el hombre no subyugue a la mujer ni un país a otro; solo al hacer avanzar las relaciones humanas al punto donde la gente no tenga ni la necesidad ni el interés de explotar a otros o usarlos y manipularlos como propiedad; solo al crear un mundo de seres humanos libremente asociados... solo así se plasmarán los intereses más elevados del proletariado.

Relaciones íntimas y personales

En la sociedad capitalista, la capacidad humana de amor romántico y la sexualidad como parte de una relación íntima se convierte en una relación de mercancías, de compraventa y de dominación y explotación. En las relaciones sexuales burguesas, la regla es “usar o ser usado”. Y debido a las relaciones patriarcales de la sociedad, las mujeres, sobre todo, sufren las consecuencias.

El deseo de intimidad y cariño se frustra continuamente porque en la sociedad de clases el matrimonio y las relaciones familiares son relaciones de propiedad. A pesar de que la sociedad capitalista modifica las apariencias, en el fondo no las cambia y, de hecho, crea formas nuevas y extremas de esas relaciones de propiedad opresivas.

Mucha gente siente que las relaciones románticas son el único refugio de la dura realidad de este sistema. La cultura capitalista aprovecha eso al máximo, divulgando esas ideas por dondequiera (en los avisos, la cultura popular, la literatura, la psicología, etc.), para que la gente se obsesione con las relaciones sexuales y el romance; eso sirve como un medio de control social.

En cuanto a las relaciones íntimas y sexuales, la moral proletaria plantea superar y eliminar las relaciones de desigualdad que oprimen a la mujer.

La nueva sociedad fomentará los valores de amor mutuo, respeto e igualdad (y no dominación, falta de respeto o aprovecharse de otros) en las relaciones personales, familiares y sexuales. Se eliminarán las prácticas sociales dañinas y desmoralizantes, por ejemplo, cosificar a la gente como objeto sexual o explotarla y degradarla en la cultura popular. Se criticarán y se transformarán los estilos de vida hedonistas, que ponen la gratificación del individuo por encima de la sociedad o que defienden el “derecho masculino” en oposición a la liberación de la mujer.

Se creará un ambiente donde no reine el puritanismo religioso ni la ignorancia que inculca y donde se pueda hablar francamente de esas cosas, sin temor a la represión. A la vez, será posible criticar y transformar prácticas sociales opresivas, incluso las que ocurren en la “intimidad” de la familia.

La mujer, tradicionalmente la víctima de la autoridad masculina, contará con el respaldo de la sociedad para rebelarse y transformar las opresivas relaciones personales y familiares. (El tema de las relaciones íntimas y sexuales, y su relación con la cuestión decisiva de la emancipación de la mujer, se aborda más a fondo en el apéndice “La revolución proletaria y la emancipación de la mujer”).

Al igual que las relaciones románticas y sexuales, la amistad se corrompe y se desfigura en la sociedad capitalista. Es difícil establecer y mantener profundas amistades debido a: la feroz competencia entre individuos que el capitalismo fomenta; la idea de que lo más importante es que uno “se realice”; el aislamiento de la familia; las relaciones y costumbres de supremacía masculina y las normas sociales sobre lo correcto e incorrecto para amigos del mismo sexo o del sexo opuesto; las desigualdades entre nacionalidades y las ideas racistas; y en general la mentalidad de explotación de la sociedad capitalista.

La revolución proletaria hace añicos el poder burgués. Con la transformación de las relaciones económicas, sociales y políticas, y la creciente influencia en la nueva sociedad de la moral y la ideología del proletariado, se sentarán las bases para relaciones íntimas y amistosas entre iguales.

Florecerán amistades genuinas entre hombres y mujeres, en contraste con la sociedad capitalista, donde la influencia patriarcal, el “derecho masculino”, el trato a la mujer como objeto sexual y la obsesión con las relaciones sexuales crean grandes obstáculos para esas amistades. Las amistades y relaciones de pareja no servirán como un refugio, ni mucho menos para desquitarse o ser un pequeño opresor; serán para nutrir el amor, el cariño y la afinidad de pareja o de amigos.

En la sociedad socialista, se valorarán las relaciones personales, pero en el marco del contexto social, tomando en cuenta su efecto positivo o negativo en la capacidad de participar de lleno en la transformación de la sociedad. ¿Con­tri­buyen a revolucionar la sociedad y servir al pueblo, o tienden a perpetuar las relaciones sociales y de propiedad tradicionales?

El partido de vanguardia como modelo para la sociedad

A lo largo de la transición socialista al comunismo, los militantes del partido de vanguardia deben ser un destacamento avanzado de la clase proletaria y un modelo para la sociedad.

Los militantes del partido sirven al pueblo de todo corazón, se basan en eso y siempre lo tienen presente. Dedican la vida a la revolución proletaria y a alcanzar el comunismo por todo el mundo. No los motiva ni el interés propio ni la gloria individual, la comodidad ni los avances personales. Deben ser intrépidos y no temer el hostigamiento, la cárcel ni la muerte. Deben tener un profundo odio al enemigo y un gran amor al pueblo y al partido.

Como escribió Mao Tsetung: el comunista debe ser sincero y franco, leal y activo, poner los intereses de la revolución por encima de su propia vida y subordinar sus intereses personales a los de la revolución; en todo momento y lugar, ha de adherirse a los principios justos y luchar infatigablemente contra todas las ideas y acciones incorrectas, a fin de consolidar la vida colectiva del partido y la ligazón de este con las masas; ha de preocuparse más por el partido y las masas que por ningún individuo, y más por los demás que por sí mismo.


Los siguientes Puntos de disciplina resumen el código de conducta de los militantes del partido en las tareas revolucionarias y en la vida cotidiana. Son una manifestación de la moral proletaria.

Puntos de disciplina para militantes del partido

1. No uses drogas ni te emborraches.

2. No robes nada de las masas, ni siquiera una aguja ni un hilo; devuelve todo lo que pidas prestado.

3. No recolectes dinero para ti en nombre del partido; entrega todo el dinero recolectado para apoyar a la organización.

4. Las mujeres son iguales a los hombres en todo sentido. Deben ser tratadas como camaradas en la lucha revolucionaria, y no como propiedad o premios. El maltrato físico o verbal de la mujer o tratarla como un objeto sexual es completamente contrario a todo lo que representamos.

5. Somos proletarios internacionalistas. Debemos fomentar respeto por la cultura y el idioma de los pueblos oprimidos y la igualdad entre las nacionalidades. No insultes ni ridiculices a otras razas o nacionalidades, ni siquiera en chistes.

6. No uses tu posición de líder político para sacar provecho personal, ya sea en lo económico, sexual, etc.

7. No hagas que otros apoyen o ingresen al partido con amenazas. Los militantes del partido deben usar el método de persuasión y educación con las masas.

8. Nuestros métodos de lucha tienen que corresponder a nuestros principios y nuestros objetivos, y al análisis de quiénes son nuestros amigos y nuestros enemigos. Por ejemplo, no debemos pegar afiches ni hacer pintas en los negocios u hogares de pequeños propietarios sin su consentimiento. La clase media es un aliado potencial del proletariado, y para que la revolución tenga éxito, tendremos que ganarnos a una buena cantidad de ella a una posición de “neutralidad amistosa”, por lo menos. Solo hay que tratar como enemigos a la burguesía y sus secuaces incondicionales.

9. No resuelvas argumentos, desacuerdos o contradicciones dentro del partido por medio de peleas u otros medios violentos. Las contradicciones en el seno del pueblo se deben resolver por medio de discusión y persuasión.

10. No guardes silencio durante una reunión para chismorrear después. Di todo lo que sabes y dilo sin reserva.

11. No guardes silencio por preservar la amistad cuando alguien claramente ha cometido un error. Los militantes del partido deben luchar en todo momento por lo correcto, librar una lucha de principios sobre línea y no temer la crítica y la autocrítica.

12. No hagas ataques personales, no busques pleitos, no insultes a los camaradas ni busques vengarte porque te han criticado.

13. No aproveches tu posición de líder para suprimir la crítica o para tomar represalias; no seas “mandamás” ni te portes como un “pez gordo”.

14. No hables de luchas o asuntos del partido fuera del partido.

15. Practica la crítica y autocrítica respecto a estos puntos y en general.

¡Ser intrépidos, con las miras en la meta desde el principio hasta el final!


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