El saldo oculto de muertos en Puerto Rico por huracanes:
Miles mueren como resultado de conscientes políticas racistas y colonialistas yanquis

10 de junio de 2018 | Periódico Revolución | revcom.us

 

 

“Si se tratara de 5.000 gatitos, habría indignación. Si fueran 5.000 perros, habría indignación. Si se tratara de 5.000 rubias de ojos azules, habría indignación”.

— Elizabeth Yeampierre, directora ejecutiva de Uprose, una organización latina de Brooklyn, sobre cómo Estados Unidos ha tratado a Puerto Rico.1

Un nuevo estudio de investigadores de la Universidad Harvard calcula que aproximadamente 5.000 puertorriqueños murieron durante septiembre 2, cuando azotaron los huracanes Irma y María, y los subsecuentes tres meses, o sea más de 70 veces el saldo oficial de 64.

Muchos murieron por las tormentas iniciales —arrastrados por las aguas rugientes, aplastados bajo viviendas colapsadas, abatidos por árboles caídos. Pero la gran mayoría —en su mayoría ancianos y enfermos— murieron en las semanas y meses después de las tormentas. Se asfixiaban lentamente en sus hogares cuando las máquinas respiratorias eléctricas se apagaron; sus propios cuerpos los envenenaron, al no poder desplazarse a un centro de diálisis de los riñones porque los caminos estaban bloqueados; murieron en hospitales a la espera de cirugías esenciales que se postergaron; murieron de enfermedades debido al agua sin tratar. Después de la tormenta la tasa de muertes, debido a la sepsis (infecciones), aumentó 50%.

Estas condiciones mortales persistieron, no por horas o días, sino por meses y meses — de hecho, en grandes partes de Puerto Rico esas condiciones todavía persisten. Al mes de marzo, casi 6 meses después de la tormenta, 46.000 personas tenían carpas en vez de techos en sus casas; solo el 40% de la gente que había solicitado ayuda a FEMA (la Agencia Federal para el Manejo de Emergencias) para reparar las viviendas había recibido algún dinero; decenas de miles carecen de electricidad y la red nacional aún registra frecuentes apagones y es vulnerable a un colapso total. Así es la situación cuando la temporada anual de huracanes está a punto de empezar.

Todo indica que el índice de muertes en Puerto Rico permanece sumamente más alto que antes de la tormenta. Las condiciones están tan malas que decenas de miles se han ido permanentemente, un declive de casi el 5% de la población.

En su mayoría, estas muertes eran innecesarias — porque el régimen de Trump y Pence se negó a organizar o financiar esfuerzos significativos para ayudar a Puerto Rico (y a las Islas Vírgenes también), aunado a las condiciones de miseria y atraso ya impuestos a Puerto Rico desde hace 120 años cuando Estados Unidos impuso su dominio. Trump se negó a movilizar los recursos del gobierno —el gabinete en ningún momento se reunió para hablar del desastre. Se negó a otorgarle a Puerto Rico importante ayuda para aliviar la deuda del gobierno de Puerto Rico ya casi en bancarrota. En un principio se negó a suspender la Ley Jones, que aumenta el precio de los envíos de material de socorro, luego bajo mucha presión la suspendió por 10 días. Fue crítico que, de manera inexplicable rechazaron los procedimientos acostumbrados para movilizar a servicios de electricidad independientes para reactivar la destruida red de electricidad, y los pocos fondos que aportaron con frecuencia se canalizaron a favor de compañías diminutas, sin cualificaciones, pero sí conectadas políticamente, como Whitefish Energy.

Nada de esto fue accidental, incompetencia ni siquiera corrupción. No. Fue típico de la opresión y negligencia con que Estados Unidos ha tratado a Puerto Rico desde que lo colonizó en 1898, y una indicación del salto hacia el fascismo y la descarada supremacía blanca del régimen de Trump y Pence.

Desde el momento que el huracán azotó a la isla, Trump expresó una franca malicia y desprecio hacia el pueblo puertorriqueño. Mientras la isla yacía en ruinas, Trump ladraba que “quieren que se les haga de todo”, y se quejó de que eso había “desequilibrado” el presupuesto de Estados Unidos, y lanzó rollos de toallas de papel a la gente desesperada. Cuando en octubre Trump se autocalificó “un 10 de 10” con respecto a los esfuerzos de socorro —de lo cual jamás se ha retractado—, lo hizo porque desde su punto de vista imperialista, colonialista y supremacista  blanco, el pueblo puertorriqueño no se merece nada mejor de lo que se le dio.

Estas muertes sin sentido y el tormento y destrucción a Puerto Rico y su población que persisten no son un “desastre natural”, son un monumental crimen del imperialismo yanqui. Esta realidad no solo debe suscitar gran indignación, sino también impeler a los oprimidos y a toda la gente de conciencia a conectarse con los preparativos que estamos llevando a cabo, y al movimiento que estamos construyendo, para una revolución real que podría barrer con esta monstruosidad, y hacer nacer una sociedad nueva en la que sería inimaginable el descarado racismo y el cruel abandono de millones de personas.

 


1. Entrevista realizada por el New York Times en una protesta en la Ciudad de Nueva York, 2 de junio de 2018. [regresa]

2.  El saldo exacto de las muertes ha sido difícil de establecer, no solo debido al caos generalizado por la tormenta, sino porque, y de mayor importancia, Estados Unidos no ha reactivado la electricidad, la infraestructura de comunicaciones y transporte, ni siquiera ha enviado rescatistas a las zonas remotas, y además, a los esfuerzos políticamente motivados del régimen lacayo del gobernador Ricardo Rosselló que minimizó las cifras. Varios estudios han sacado diferentes estimados; casi todos son de más de mil muertos. [regresa]

 

 

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