Informe directo de la guerra popular de Nepal

Parte 14: Guerrilleras

Li Onesto

Obrero Revolucionario #1032, 28 de noviembre, 1999

El 13 de febrero de 1996, una serie de ataques armados coordinados inició un nuevo capítulo en la historia de Nepal. Bajo la dirección del Partido Comunista de Nepal (Maoísta), miles de hombres y mujeres dieron inicio a una guerra popular con el fin de barrer el imperialismo, el feudalismo y el capitalismo burocrático de la faz del país. Durante tres años, la revolución se ha extendido, ha echado raíces y ha logrado mucho en Nepal. Es un acontecimiento significativo, pero altamente desconocido en Estados Unidos. Los que hemos tratado de mantenernos al tanto de esta guerra popular hemos obtenido información valiosa, pero es escasa.

Ahora el Obrero Revolucionario/Revolutionary Worker presenta un reportaje exclusivo. Hace poco nuestra corresponsal Li Onesto regresó de un viaje de varios meses a Nepal, donde recorrió el país con el Ejército Popular, se reunió y platicó con dirigentes del partido, guerrilleros, activistas de las organizaciones populares y habitantes de muchos pueblos... o sea, con los que están librando una auténtica guerra popular maoísta y empiezan a ejercer el nuevo poder popular. Damos un saludo rojo "lal salaam" a todos los de Nepal que hicieron posible este viaje.

A continuación publicamos la entrega número 14 de nuestra serie sobre Nepal. (Las partes 1-13 en el OR No. 1014-1020, 1022, 1023, 1025, 1027-1029.)


¡Qué tristeza me dio despedirme de Rachana cuando pasamos la frontera de Rukum! En Rolpa, siempre estaba a mi lado: en las noches oscuras me extendía las manos en las vertientes casi verticales, y cuando tambaleaba al cruzar una cañada, me ayudaba a recobrar el equilibrio.

Como la mayoría de las guerrilleras del ejército popular, Rachana es una joven campesina, fuerte y dedicada a la causa revolucionaria. Día y noche trepa por los senderos escarpados con el rifle al hombro; de pie firme, es tan ágil como los compañeros de la escuadra y carga bultos muy pesados.

Un día le propuse que me contara de su vida. Quedó sorprendida y tardó un poco en dar su respuesta, pero luego dijo: "Está bien, pero lo hacemos después de la cena. Primero tengo que pensar en lo que voy a decir". Finalmente, tuvimos la oportunidad de platicar unos días después en la frontera donde nos íbamos a despedir. Como Rachana observó varias entrevistas que hice a importantes dirigentes del partido y mandos militares, le dio mucha emoción que ahora le tocara a ella. Le pedí que me hablara de su familia y de la vida de niña en su aldea:

"Soy de una familia campesina de Rolpa. En mi casa éramos once: mi madre, padre, tres hermanos, dos hermanas, mi cuñada y tres primos. Soy la mayor de las mujeres; tengo 18 años. Mis tres hermanos estudiaron, pero a mí no me dejaron. Mis padres dijeron que no tenía caso porque una hija se casa y se va a otro hogar. Eso me dio mucha tristeza. Cuando abrieron unas clases para adultos en la aldea, me inscribí porque quería aprender a leer y escribir. Pero mi padre no me dejaba asistir; me mandaba a cortar pasto y recoger leña".

Rachana habló de su ingreso al ejército popular: "Antes del inicio de la guerra popular, no sabía nada de política ni de partidos. Pero después un pariente me animó a participar en el grupo cultural de la aldea y me invitó a ensayar con ellos. No se lo mencioné a mis padres, solo a mi hermano mayor, quien dijo: `Andale si quieres morir... ¿A poco puedes cargar un rifle al hombro?'. Le contesté: `No me dieron la oportunidad de estudiar, pero tengo muchas ganas de resolver los problemas del pueblo y la nación. Quiero luchar por la liberación. Si me lo prohíben, me rebelo'.

"Un camarada del partido conversó con mi familia en varias ocasiones; hablaron de la política revolucionaria y la guerra popular. Después de muchas pláticas, mis padres cambiaron de opinión y me dieron permiso de ingresar al partido. Eso ocurrió hace un año y entré a trabajar en la organización y milicia de mujeres. Hace ocho meses, me aceptaron en esta escuadra. Soy muy optimista acerca de las perspectivas de la guerra popular.

"Ahora toda la familia ha abrazado la política de la guerra popular. Todos participan en organizaciones de masas y mi hermana menor, de 15 años, asiste a la escuela. Aprobó sexto grado y está enseñando a otros a leer. Cuando iba a las clases para adultos, no tenía tiempo para estudiar, pero en el ejército popular sí me da tiempo para la lectura y la ortografía, y los camaradas me ayudan. Ahora leo el periódico y escribo cartas.

"Siempre tuve muchas ganas de cumplir la labor del partido. Pero al ingresar a la escuadra, participé en un enfrentamiento y eso fortaleció mi compromiso. La policía emboscó a 14 camaradas cuando nos trasladábamos de un lugar a otro y mataron a un camarada. Mi compromiso es vengarlo. Lucharé hasta la última gota de sangre. Estoy muy contenta y tengo mucha confianza en el triunfo de la revolución.

"En el tercer aniversario de la guerra popular, participé en una acción contra el puesto policial de Jugar en Rolpa. Queríamos infundirles pavor y matar al centinela. Cuando abrimos fuego, la policía huyó al bosque para salvarse. En otro incidente, cuatro compañeros de la escuadra estábamos trabajando en la aldea. Aunque había 29 policías ahí, cuando nos vieron, echaron a correr".

Feudalismo y disparidad

En Nepal, muchas niñas pasan por la misma experiencia que Rachana, o sea, no les permiten asistir a la escuela. En el feudalismo se considera que una hija "sirve" para el quehacer de la casa, pero no vale la pena "invertir" en ella-permitir que estudie-porque se casará e irá a vivir (y a prestar servicio) a otro hogar.

Como dice un refrán nepalés: "Tener una niña es como regar el árbol del vecino. Uno gasta en cultivar la planta, pero la fruta la agarra otro". Conocí a un puñado de mujeres que cursaron hasta la preparatoria, pero en las universidades casi todos los estudiantes son hombres.

Cuando vi a Rachana muy concentrada en sus lecciones de lectura y ortografía, y su libro maltratado por tanto uso, me puse a pensar en las jóvenes campesinas a través del país-analfabetas, terriblemente oprimidas y sin futuro-que han dejado sus aldeas para empuñar el fusil, aprender a leer y escribir, y estudiar la política y teoría revolucionaria. La verdad, al pensar en todo eso, se me aguan los ojos, pero más que eso nos debe llenar de una gran confianza en la guerra popular, y en su capacidad de perseverar y triunfar.

Como Rachana, conocí a muchas compañeras: jóvenes hartas de la opresión feudal que ingresaron a las filas del ejército popular. De hecho, para mí la participación de la mujer es uno de los aspectos más valiosos de esta guerra popular.

A mi alrededor veo mil y una señales del entusiasmo inagotable de la mujer por la revolución: en los ojos de las ancianas que han sufrido tantos años bajo las relaciones feudales, quienes ahora alcen la frente y sueñan con una sociedad completamente nueva; en la voz de las jóvenes que no asistieron a la escuela, quienes me hablan con emoción de su primera acción armada contra el enemigo; y en la resolución y decisión implacable de las mujeres can han perdido el esposo, un hijo, una hija, pero que siguen hospedando y ayudando a los guerrilleros a pesar de los grandes peligros.

Desde el principio, la lucha contra la opresión de la mujer se ha entretejido en el gran fragor de esta guerra popular. En el inicio de la lucha armada en 1996, se abrió el portón de una gran prisión y un torrente de mujeres se apresuraron a tomar su lugar en la guerra, hombro a hombro con los compañeros. Miles de compañeras se rebelaron contra sus padres y hermanos, dejaron a esposos retrógrados y huyeron de matrimonios concertados. Repudiaron las tradiciones feudales que disponen que la mujer es inferior y que sus ideas no tienen importancia.

En Katmandú, entrevisté a Rekha Sharm, la presidenta de la Asociación Nacional de Mujeres (Revolucionaria), quien me platicó de la opresión de la mujer nepalesa:

"En las zonas rurales, las mujeres sufren opresión a manos de la familia, la suegra, el esposo; hasta las matan por la dote. Así es en todo el país, tanto en las ciudades como en el campo. Se piensa que la mujer existe para servir al hombre y para tener hijos, nada más. Para resolver esa clase de problemas, hacemos una labor de educación de la mujer, para demostrarles que no es por culpa del esposo, la suegra, etc., que más bien el problema radica en la estructura social que descansa en el poder del estado, es decir, que necesitamos un cambio total, una revolución. Así educamos a la mujer".

Rekha me habló del extenso comercio de mujeres. Cada año "exportan" de 5000 a 7000 niñas de 10 a 18 años a India, donde las obligan a trabajar de prostitutas. Sus padres, hermanos y tíos las venden al precio de una vaca o una cabra. A veces las engañan, diciendo que irán a un "buen trabajo".

Se calcula que hay de 40.000 a 200.000 prostitutas nepalesas en India. Además, secuestran a muchas mujeres y las llevan a trabajar en los burdeles de los países del Golfo. Cada año, centenares de mujeres regresan a Nepal y muchas de ellas tienen el virus que causa SIDA.

El matrimonio o el embarazo a una edad temprana y los embarazos múltiples les afecta mental y físicamente a la mujer. Además, hay mucha presión para que dé a luz a un varón para heredar la propiedad familiar, aunque peligre la salud. Nepal tiene uno de los promedios más altos de muertes maternas: 875 por cada 100.000. Con frecuencia a las mujeres que no dan a luz a un varón las abandonan.

Por otra parte, las leyes contra el aborto son sumamente opresivas: el aborto es ilegal y es considerado homicidio aun si el embarazo pone en peligro la salud o la vida de la mujer, e inclusive si ocurrió como consecuencia de violación o incesto. Muchas mujeres están purgando largas condenas de cárcel-hasta 20 años-por hacerse un aborto. Debido a esa situación, se practican muchos legrados clandestinos que, según notas periodísticas, provocan más de la mitad de muertes maternas del país. Se informó que un médico visitó hospitales en todo el país y descubrió que muchas mujeres estaban internadas por complicaciones de abortos ilegales. Por ejemplo, el 61% de las pacientes de obstetricia y ginecología en el Hospital Maternal de Katmandú padecían complicaciones de un aborto.

Nuevas relaciones

La guerra popular ha cambiado la vida cotidiana en el campo, sobre todo la división de trabajo entre mujeres y hombres. En la sociedad feudal, la opresión de la mujer la subordina y delimita sus tareas al cuidado infantil, la cocina, el aseo, lavar ropa, etc. Pero la revolución está transformando todo eso. Por ejemplo, cuando andaba con el ejército popular, era muy común que los compañeros de la escuadra prepararan los alimentos.

Las largas caminatas abren el apetito, eso sí, y para mí los alimentos preparados por los compañeros eran especialmente sabrosos. Llegábamos a una aldea, y en seguida se ponían a recoger leña y a preparar la comida. Luego nos servían y después lavaban los trastes. A veces las compañeras de la escuadra y las aldeanas descansaban o se ocupaban de otros asuntos mientras los compañeros hacían todo eso. Eso me impactó mucho, pues era inaudito y completamente radical en un país como Nepal.

Una camarada me comentó: "La forma de pensar de la gente ha cambiado mucho desde el inicio. Ahora padres y hermanos cocinan, traen agua, lavan trastes. Y la mujer también ha cambiado su forma de pensar. No nos permitían construir techos o arar la tierra, pero actualmente en las zonas donde se libra la guerra popular es muy fácil que la mujer haga todo eso. No elaborábamos canastas o tapetes. Según nuestras costumbres, no servíamos para eso. Pero cuando nos atrevimos a hacerlo, fue fácil. Así que podemos hacer de todo, si nos atrevemos; es decir, no existen diferencias entre los hombres y las mujeres. Han ocurrido dos cambios [respecto al papel de la mujer], un cambio de ideología y un cambio en la práctica.

"Las mujeres han emprendido el trabajo de los hombres por dos razones. Primero, por necesidad: los hombres han pasado a la clandestinidad y les ha tocado a las mujeres arar, construir techos y hacer `el trabajo del hombre'. Por ejemplo, donde vive mi padre, los hombres abandonaron la aldea. La policía saqueó todo, los granos, ghee (manteca). Entonces, las mujeres se pusieron a arar, a construir techos para las casas.

"Por otra parte, la mujer se está convenciendo ideológicamente. Antes del inicio, pocas mujeres se atrevían a hacer el trabajo del hombre, pero ahora desempeñamos oficios de todo tipo y los hombres tampoco son reacios a hacer el quehacer de la casa. Antes del inicio, no pensaban así, pero con la guerra popular su ideología ha cambiado".

La guerra popular está transformando las relaciones entre hombres y mujeres. Por ejemplo, me encanta el trato entre los guerrilleros y guerrilleras. No hay "tensión sexual" en la escuadra y siempre me siento muy cómoda. A veces nos toca dormir juntos, muy apretados, en un corral o en el piso de la casa de un campesino. Pero no me siento incómoda porque los guerrilleros y militantes del partido respetan a las camaradas, y nos dan un trato de iguales y compañeras de la lucha revolucionaria, no de objetos sexuales.

En las zonas guerrilleras que he visitado, las mujeres tienen la responsabilidad principal por el cuidado de los niños. Esa situación apenas empieza a cambiar. Muchas camaradas tienen niños chiquitos y he notado que todo el mundo las ayuda, pues en la "comunidad revolucionaria" hay muchos "tíos" y "tías". Pero hasta ahora no han organizado cuidado infantil colectivo, aunque varios camaradas han comentado que están analizando cómo resolver el problema para facilitar la más plena participación de la mujer en la revolución. Conforme avance la revolución y se establezcan bases de apoyo, será más fácil organizar formas colectivas de cuidado infantil. Actualmente, las revolucionarias de tiempo completo cargan su hijo consigo por todos lados mientras lo están amamantanomitdo y cuando crece, lo encargan a un pariente.

Empuñar el fusil

A muchas mujeres, la guerra popular les ha permitido salir de una situación opresiva en que no podían asistir a la escuela, y tenían que someterse a un matrimonio concertado y dedicar la vida al esposo, los suegros y los hijos. La guerra popular ha dado una nueva vida a las mujeres abandonadas por su esposo y excluidas por la sociedad, ya sea porque fueron violadas o porque su familia no pudo pagar la dote. Muchas compañeras revolucionarias comentan que el gobierno actual no acabará con la desigualdad de la mujer, y les inspira la visión revolucionaria de una sociedad donde la mujer participe en pie de igualdad, sobre todo en la lucha por hacer la revolución y transformar el mundo.

Una organizadora de Rukum me dijo: "Varios factores me motivaron a entrarle a la revolución. Primero, la disparidad entre hijos e hijas; por ejemplo, las hijas no tienen derecho a la propiedad. No nos toman en cuenta nuestros padres, esposos y demás parientes. El sistema feudal nos oprime y muchas mujeres van a India a trabajar como prostitutas. En fin, la opresión de la mujer fue el principal motivo que me impulsó hacia la militancia revolucionaria".

Muchas compañeras me han platicado de las dificultades que tuvieron que sortear. Una dirigente de la organización revolucionaria de mujeres me dijo: "Al principio mi tío (padre de familia de nuestro hogar) no me daba permiso de ingresar a la organización de mujeres. Me rebelé y pasé seis meses fuera de la casa. Al regresar, los familiares no me aceptaron porque no estaban de acuerdo con mis actividades. Entonces las compañeras de la organización de mujeres y yo platicamos con mi tío en muchas oportunidades sobre los derechos de la mujer. No habló contra la organización de mujeres, pero tampoco quería que yo participara, pues quería que me quedara en casa y me encargara del quehacer".

Otra compañera de Rolpa me contó: "Muy joven, me concertaron un matrimonio y a los 15 años fui a vivir a casa de mi esposo. Pasé ocho años ahí. Era menor que yo y después de dos años lo mandaron a India a trabajar. Cuando no regresó, mi hermano me acompañó a buscarlo y lo trajimos para acá. Pero al mes se volvió a ir y jamás regresó. Ahora tengo 27 años. Hace dos años, dejé la casa de mi primer esposo y me casé de nuevo, esta vez por amor (no un matrimonio concertado). Cuando nos casamos, él era combatiente de una escuadra: ahora es integrante de un pelotón. En el período de guerra no conviene tener hijos, sobre todo para los que se dedican de tiempo completo. Y aun después de la revolución, será mejor tener menos hijos".

En Rukum, hablé con la presidenta del comité del distrito de la organización de mujeres. Es integrante del comité del distrito del partido y su esposo lleva dos años preso. Me dijo: "Después del inicio, muchísimas mujeres le entraron a la lucha armada, a las milicias, escuadras y grupos de voluntarios. En esta zona, se establecieron ocho milicias de mujeres de cinco a siete miembros cada una; además, las compañeras participan en milicias junto con los compañeros. Participamos en todos los niveles del partido hasta el comité del distrito. Hay unos 500 comités locales de la organización de mujeres, ocho comités de zona y un comité del distrito. Todos realizan actividades y participan en el frente único revolucionario".

Una de las reglas del ejército popular es que cada escuadra (entre nueve y 11 combatientes) tiene que reclutar por lo menos dos mujeres. Las guerrilleras combaten, hacen propaganda y aran la tierra. Las que no combaten son organizadoras o enfermeras, o hacen propaganda o trabajo cultural. Además, hacen trabajo de logística, espionaje, alojamiento para los cuadros y guerrilleros, y visitan a las familias de los mártires y los presos.

*****

¡Cómo me impactan las compañeras de Nepal que han "empuñado el fusil" con tanto entusiasmo! ¡Qué valor han tenido para rebelarse contra la familia y el tremendo peso de las tradiciones feudales, e ingresar a las filas del ejército popular y el partido! La imagen de jóvenes campesinas armadas con granadas, machetes y rifles siempre me acompaña en mi viaje por estas zonas guerrilleras.

Continuará.


Este artículo se puede encontrar en español e inglés en La Neta del Obrero Revolucionario en:
http://rwor.org
Cartas: Box 3486, Merchandise Mart, Chicago, IL 60654
Teléfono: 773-227-4066 Fax: 773-227-4497
(Por ahora el OR/RW Online no se comunica por correo electrónico.)