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Revolución #64, 8 de octubre de 2006

La “sentencia Katrina”—Tortura en las prisiones de Nueva Orleáns

Primera parte: Celdas con llave e inundación

1,157 millas. Esa es la distancia de Nueva Orleáns a Guantánamo, en términos físicos. Pero en cuanto a la horripilante tortura de presos, están muy cerca.

Los meteorólogos pronosticaron que el huracán Katrina sería devastador. Pero el gobierno no evacuó la ciudad y dejó en peligro a miles de personas, especialmente a los pobres que no tienen carros o dinero, y a los ancianos que no podían trasladarse.

Se tomó la decisión de NO evacuar la prisión del condado de Orleáns. A pesar de que las fotos de satélites indicaban que un huracán de categoría 5 se acercaba, el sheriff de la prisión, Marlin Gusman, le dijo a la prensa: “Los presos se van a quedar donde se merecen”.

En otra parte de la ciudad, la Sociedad de Louisiana para Prevenir el Maltrato de Animales trasladó sus 263 perros y gatos fuera de peligro.

29 de agosto de 2005. El día que Katrina azotó a Nueva Orleáns había 6,375 presos en la ciudad. De ellos 670 eran mujeres y 354 eran menores de edad (unos hasta de 10 años). También había inmigrantes. El 60% de los presos, unas 3,800 personas, estaban detenidas por infracciones de tránsito, infracciones de estacionamiento, embriaguez en público, pedir limosnada, bloquear la banqueta (o sea por no tener casa) y no pagar multas. Muchos esperaban un juicio, o sea que ni siquiera los habían condenado.

Nueva Orleáns tiene una tasa de 1,468 presos por 100,000 personas: la más alta de las ciudades de Estados Unidos. Este país tiene el mayor índice de presos del mundo y en Nueva Orleáns era el doble. El 90% de los presos son negros.

El agua entró rápidamente en la prisión y se fue la electricidad. Todo quedó en tinieblas y el sistema electrónico de abrir y cerrar las puertas de las celdas no funcionaba. En una entrevista que le hizo la BBC de Londres para un programa de TV, “Presos de Katrina”, Cardell Williams dijo: “Cuando teníamos el agua hasta la cintura los guardias nos dijeron que nos metiéramos en las celdas. Estaban armados con gas mace y escopetas”.

Historia oculta. ¿Cuántos saben que cuando azotó el huracán Katrina, miles de presos estaban encerrados en celdas con el peligro de que se ahogaran? La administración de la prisión, los funcionarios del gobierno y los políticos han tapado esto.

El 10 de agosto, el Proyecto Prisión de la Unión Americana de Libertades Civiles (ACLU) dio a conocer un informe: “Abandonados y maltratados: Presos del condado Orleáns después del huracán Katrina”, que documenta lo que vivieron los miles de hombres, mujeres y niños abandonados en la prisión. El informe se basa en un cuestionario que contestaron 1,300 presos y en entrevistas de presos actuales o que salieron. Contiene extensos testimonios y pruebas del maltrato inhumano y racista, semejante a la tortura, que sufrieron los presos: del abandono, las palizas, los disparos y luego una evacuación en condiciones igualmente inhumanas y crueles.

El Sur de Jim Crow y las cadenas de presos. Nueva Orleáns está en el Sur profundo. En la época de la esclavitud, tenía dos docenas de casas de subastas de esclavos y, varias veces al año, los salones de baile de dos enormes hoteles servían de vitrinas para la mercancía humana. Hoy, la plaza Congo, donde se realizaban subastas, se llama parque Louis Armstrong y la ciudad es mundialmente conocida por el carnaval Mardi Gras. Pero el legado de las leyes racistas conocidas como Jim Crow, las cadenas de presos y el KKK es algo vivo en Nueva Orleáns. Las consecuencias de esa historia opresiva siguen vigentes y se ven especialmente en el sistema judicial injusto, en la brutalidad policial y las cárceles inhumanas.

El informe de la ACLU dice: “En 1980, una chusma de policías blancos arrasaron un barrio negro en represalia por la muerte de un policía blanco, y dejaron cuatro muertos y 50 heridos. Según informes, torturaron y arrastraron a unos a los pantanos, donde llevaron a cabo simulacros de ejecuciones. En 1990, unos policías esperaron en el hospital a un señor negro acusado de matar a un policía blanco y lo mataron a golpes. Ninguno recibió castigos penales ni administrativos. Estos incidentes, que de llevarse a cabo por ciudadanos serían motín racial y linchamiento, son apenas ejemplos llamativos de las prácticas racialmente discriminatorias del departamento de policía”.

Celdas con llave e inundación. Cerremos los ojos e imaginemos que estamos en tinieblas, encerrados en una celda y que el agua sube y en cuestión de minutos nos da al pecho. Los guardias que tienen las llaves de las celdas y las puertas del penal se han ido. Los teléfonos no funcionan y no hay manera de comunicarse con el exterior. Sin saber si alguien nos va a rescatar… o si nos abandonaron a la muerte.

Los presos cuentan que se oían gritos de no sé nadar, no quiero morir. Colgaron por las ventanas letreros de “Necesitamos ayuda”, “Socorro, no hay comida, nos estamos muriendo”.

Los que no estaban encerrados en las celdas lograron rescatar a otros. Un preso escribió: “Si no hubiera sido por el hecho de que no sé cómo un preso logró abrir mi celda, probablemente hubiera muerto”. Pero otros no pudieron salir de las celdas.

Por varios días los presos permanecieron atrapados, sin comida ni agua, y tuvieron que tomar agua contaminada. Más de la mitad de los 6,000 presos estaban tomando medicinas, pero eso no les importó a las autoridades. Unos empezaron a sufrir ataques de epilepsia; otros empezaron a sentir los efectos de no tener las medicinas para el asma y la diabetes.

Un preso dijo: “Durante todo ese tiempo se escuchaban gritos aterrados, gritos de socorro sin que nadie respondiera… La mayoría tomábamos medicinas y no las teníamos. Por mi parte, tuve que pasar sin mi inhalador para el asma y me estaba asfixiando, no podía hablar y me sentía débil. Todo estaba lleno de humo y durante la noche y hasta la madrugada se escuchaban disparos. ¡Yo sentía que me iba a morir, como que me abandonaron a la muerte!”.

Joyce Gilson dijo: “Nunca me imaginé que un ser humano dejaría a otro en esa situación cuando había tiempo para rescatarnos. Nunca se me hubiera ocurrido que una persona permitiera eso; aunque estamos presos somos seres humanos”.

Gas mace, porras, escopetas y descargas eléctricas: Cuando los guardias regresaron a la prisión no llegaron con comida, agua ni ayuda. Entraron con uniformes de motín, armados con escopetas, porras, pistolas de descargas eléctricas y violencia: Un preso escribió: “Los guardias entraron disparando para que nos quedáramos en las celdas… a unos los esposaron a las barras”.

Unos presos se pusieron a perforar los muros para salirse. Otros se lanzaron del tercer piso al agua. Dicen que los francotiradores disparaban contra los que intentaban salirse de los edificios inundados. Unos presos acabaron colgados de los alambres de púas que rodean la prisión. Ace Martin, un preso del pabellón Templeman III, dijo: “Un tipo se salió de la celda y le dispararon… se desplomó sobre el alambre de púas. Los guardias lo recogieron en una lancha y nos dijeron que si intentábamos salir nos dispararían”.

Mentiras y encubrimiento. Las autoridades y la prensa grande no dijeron casi nada sobre los presos. Cuando por fin las autoridades dieron a conocer un informe, estaba repleto de rumores y mentiras. Decía que los presos se habían amotinado y se habían apoderado de la prisión. El presidente del consejo municipal le dijo a los canales de TV que los presos habían tomado de rehenes a un guardia, su esposa y sus cuatro hijos, lo cual fue un invento absoluto. Eso concuerda con el retrato que la prensa pintó de las masas negras de Nueva Orleáns, como saqueadores y criminales, sin jamás mencionar las maneras creativas de cooperar y ayudarse mutuamente ante nefastas condiciones y a pesar del descarado abandono del gobierno.

El sheriff Marlin Gusman dice que nadie murió durante la tormenta y evacuación, aunque sus propios guardias y los presos dicen que vieron muertos. Hasta la fecha el sheriff Gusman niega que se haya maltratado a los presos y dice que les dio agua y comida. ¿Cómo entonces responde ante el hecho de que cientos de presos y muchos de sus propios guardias que respondieron al cuestionario de la ACLU lo contradicen? “Tengo 75 relatos de detenidos entregados por abogados con preguntas engañosas. Da risa leerlos… Nada de eso es cierto. Pero cuando lo repiten en los periódicos parece verdad y eso me frustra. No esperen que drogadictos, cobardes y criminales les vayan a contar la verdad”.

¿Quiénes fueron los cobardes y criminales cuando azotó el huracán? ¿Los miles de presos y miles más en toda la ciudad que hicieron todo lo posible por sobrevivir a pesar de la negligencia criminal y el salvajismo racista? ¿O los que dejaron a seres humanos encerrados en celdas cuando subía el agua, que dispararon a los que intentaron salvarse, que los maltrataron con gas mace, porras, descargas eléctricas y perros, y que después encubrieron y mintieron para tapar sus crímenes?

Continúa— Segunda parte: La pesadilla de la evacuación

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