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REVOLUCIÓN Número Veintiuno, @BobAvakianOfficial: 

No existe tal cosa como la “naturaleza humana”.

Una de las grandes razones por las que tanta gente cree que una revolución y un mundo fundamentalmente diferente y mucho mejor no es posible se debe a la noción de que existe una “naturaleza humana”, la que en realidad no se puede cambiar. Pero el hecho es que no existe tal cosa como una “naturaleza humana inmutable”. Las personas pueden cambiar y sí cambian todo el tiempo, especialmente cuando cambien las circunstancias.

Cosas como el racismo y la misoginia (el odio a las mujeres) no son características “integrales” de las personas blancas y los hombres — y la actitud de cuidarse de sí mismo y al diablo los demás no está “integrada” en los seres humanos. Todas estas cosas son productos del sistema bajo el cual la gente está obligada a vivir — las opresivas relaciones económicas, políticas y sociales del sistema, y las ideas y la cultura que reflejan y refuerzan esas relaciones.

Examinemos esto más a fondo.

A lo largo de varios siglos, comenzando hace más de 500 años, varias potencias europeas llevaron a cabo la conquista y la colonización de pueblos en África, Asia y las Américas — y una gran parte de este proceso fue la esclavización y la trata de millones de seres humanos. Como señalé en un artículo que explica qué es la explotación, y la manera de ponerle fin:

Es un hecho que algunas de las sociedades anteriores en las Américas —tales como el imperio inca en América del Sur y el azteca en México— se basaron también en la explotación de las masas de personas por parte de las clases dominantes en esas sociedades; y es cierto que existía la esclavitud en el propio África durante un tiempo antes de la invasión de ese continente por los explotadores europeos. Pero todo esto asumió dimensiones mucho más grandes y mucho más horripilantes, comenzando hace varios siglos con la conquista y la colonización de estos continentes, el desarrollo de la trata internacional de esclavos y la maquinaria implacable de la explotación capitalista, todo lo que despiadadamente ha usado y ha matado, de manera inmediata o más gradual, a generación tras generación, a millones tras millones, de personas, en la búsqueda capitalista maníaca, y la competencia inmisericorde entre capitalistas, por conseguir cada vez más ganancias.

Y lo que acompañaba todo esto —la forma de pensar que lo “justificaba”— era la noción de que ciertos grupos o “razas” de personas son superiores, y otros son inferiores, y que por lo tanto era correcto y bueno para las personas supuestamente “superiores” esclavizar y explotar a aquellos que supuestamente eran “inferiores”.

Pero las divisiones opresivas entre las personas no son simplemente alguna “cosa europea”, y la idea venenosa de que ciertas personas son “superiores”, y otras son “inferiores”, no es una noción exclusivamente “europea”. En general a lo largo de la historia de la humanidad, en cualquier parte del mundo en que las personas hayan estado divididas en amos y esclavos, en “clases altas y clases bajas”, esta división ha ido acompañado de la idea de que aquellos en la posición superior son de alguna manera, por su propia “naturaleza”, superiores como seres humanos, y aquellos en la posición inferior son seres humanos “inferiores”. Esto ha sido cierto en los imperios y países antiguos, así como en los más modernos, de Asia, África y las Américas, así como en Europa.

Una vez más, son las relaciones dominantes del sistema las que determinan en lo fundamental las ideas y la cultura que dominan en ese sistema. Siempre que tengamos un sistema basado en la explotación y la opresión, tendremos la cultura correspondiente que promoverá la idea de que algunas personas son, por naturaleza, superiores a otras.

Pero examinemos este tema aún más a fondo — la cuestión de si, independientemente del sistema bajo el que viva la gente, existe una cierta “naturaleza humana” básica que recorre todos los sistemas.

En términos de lo que podría considerarse la “naturaleza” de los seres humanos, existen ciertas características comunes a las personas en todas partes. Como resultado de la evolución natural, junto con otras características biológicas que los seres humanos tenemos en común, tenemos una conciencia y una capacidad de “pensamiento abstracto”, de una manera que no ocurre con otros seres. Podemos pensar en lo que significaría “estar en el pellejo de otra persona” — ver las cosas y sentirlas como lo hacen otras personas. Podemos reflexionar sobre lo que sucedió en el pasado, y podemos proyectar nuestras ideas hacia el futuro. Podemos crear en nuestra imaginación todo tipo de seres, y otras cosas, que no existen en el mundo real. Podemos visualizar, y luego ponernos a construir, todo tipo de estructuras físicas. Usamos el lenguaje para crear todo tipo de poesía y otra literatura, así como música con muchos tipos diferentes de letras. Y así sucesivamente.

La característica más importante de los seres humanos es la capacidad de adaptarse conscientemente —de cambiar—, especialmente ante circunstancias cambiantes. Y la gente sí ha cambiado, a lo largo de la historia.

En las sociedades humanas tempranas, cuando la gente vivía en pequeños grupos comunales, sin los tipos de divisiones que nos son tan familiares hoy, la gente pensaba de manera muy diferente a la manera en que pensaban una vez que se desarrollaran la propiedad privada a gran escala de la tierra, la esclavitud y otras formas de explotación y opresión, o cuando los reyes y otros monarcas gobernaban las sociedades feudales cuya palabra era ley, o en este “mundo moderno”, dominado por el sistema capitalista-imperialista.

En todo esto, las ideas dominantes en la sociedad han reflejado y reforzado las relaciones dominantes. Y las ideas dominantes han cambiado de la mano con los cambios en la forma en que se organiza y funciona la sociedad.

En un sistema basado en la esclavitud, y gobernado por propietarios de esclavos, la idea dominante es que la esclavitud es “natural” — es decir, correcta, justa y necesaria. Pero, una vez que se haya eliminado un sistema esclavista y se haya reemplazado por un sistema basado en la explotación capitalista —tal como el sistema bajo el cual vivimos ahora en Estados Unidos—, en tal momento (aunque todavía hay algunas personas que intentan “justificar” la esclavitud) la idea dominante, promovida por las instituciones gobernantes, es que la esclavitud no es (o ya no es) correcta, justa y necesaria.

O, cuando las revoluciones derroquen el gobierno de un sistema encabezado por un rey —tal como ocurrió con la revolución estadounidense hace 250 años—, en tal caso se ha derrocado la idea de que es la “voluntad de Dios” que los reyes gobiernen (“el derecho divino de los reyes”), junto con el propio gobierno del rey.

No obstante, con todos estos cambios, el sistema de los propietarios de los esclavos, el sistema feudal y el sistema “moderno” del capitalismo tienen lo siguiente en común: todos son sistemas divididos en explotadores y explotados, en opresores y oprimidos, en gobernantes y aquellos sobre los cuales éstos gobiernan. Como una gran parte de esta característica común, todos estos sistemas han encarnado e impuesto relaciones patriarcales, supremacistas masculinas. Y las ideas dominantes en todos estos sistemas tienen lo siguiente en común: la noción de que es correcto, justo y necesario que la sociedad esté organizada y funcione tal como lo hace, con todas estas relaciones desiguales y opresivas. Todas las instituciones dominantes, incluidos el sistema educativo, los medios de comunicación y la “cultura popular”, promueven y propagan en muchos sentidos diferentes estas ideas dominantes.

En este sistema capitalista “moderno”, la idea dominante es que es correcto, justo y necesario que algunas personas, los capitalistas, sean propietarias de los medios de producción (las tierras, las materias primas, la maquinaria y otras tecnologías) y que se lucren de la explotación de las personas que no poseen medios de producción y que, por lo tanto, sólo pueden vivir cuando los capitalistas las empleen y exploten. No obstante, los capitalistas no crearon toda la riqueza y la tecnología de este sistema capitalista “moderno” — se creó mediante el trabajo de masas de personas, en todo el mundo, desde hace siglos, bajo condiciones de explotación de una forma u otra. (En términos básicos, la explotación se refiere a lucrar con el trabajo de otros — el que esos “otros” sean esclavos, agricultores pobres o trabajadores asalariados.)

De la mano con todo esto, se tiene el hecho básico de que los seres humanos son individuos, quienes sí tienen necesidades individuales. Bajo este sistema del capitalismo-imperialismo —al igual que ocurre con todos los sistemas basados en relaciones de explotación y opresión—, es posible satisfacer las necesidades de los individuos únicamente mediante los esfuerzos de esos individuos, actuando para sí mismos (y para aquellos que quizá sean dependientes de éstos, tales como sus hijos). Este sistema obliga a las personas a competirse entre sí, en la lucha por satisfacer sus necesidades individuales, y en la contienda por alcanzar sus objetivos individuales y avanzar en sus posiciones individuales.

Al mismo tiempo, tal como hemos visto, los individuos no son solamente individuos — son parte de una sociedad, y un mundo, más amplios, que hoy todavía están dominados por relaciones de explotación, desigualdad y opresión, y por unas instituciones gobernantes que promueven y refuerzan esas relaciones.

Todo esto configura las condiciones en las que las personas viven y funcionan, e influencia fuertemente su forma de pensar. Y todo esto es una gran parte de la razón por la que comúnmente se piensa que existe algún tipo de “naturaleza humana” que no se puede cambiar, y que es inalterable, que hace que las personas sean egoístas, y que hace que las relaciones opresivas entre los seres humanos sean ineludibles e inevitables.

Pero siempre existen contradicciones en cualquier sistema; y siempre habrá algunas personas que ven esas contradicciones y reconocen en esas contradicciones la base para el cambio, de un tipo u otro. Deshacerse de un sistema, y reemplazarlo por otro sistema, requiere un cambio revolucionario — y en aquellos momentos en que las contradicciones de un sistema en particular se vuelvan muy agudas y profundas, se vuelve posible que las masas de personas lleguen a ver la necesidad y la base para semejante cambio revolucionario, y que tomen acciones para hacer que se dé.

Éste es uno de esos momentos. Y además el cambio revolucionario el que es posible ahora no es simplemente un cambio de un sistema de explotación y opresión a otro sistema parecido — tal como ocurrió con la revolución estadounidense hace 250 años. Lo que es posible ahora es un cambio histórico, fundamental, que finalmente hará surgir el fin de toda explotación y opresión. Se trata de la revolución comunista.

Volveré pronto, para seguir abordando esta revolución comunista y la manera en que representa un cambio radical, emancipador en la forma en que está organizada la sociedad y las formas en que las personas se relacionan entre sí — y cómo eso posibilita un cambio fundamental en lo que la gente ahora considera como una “naturaleza humana” inmutable.

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