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Revolución #031, 22 de enero de 2006
El socialismo es mucho mejor que el capitalismo, y el comunismo será un mundo mucho mejor
Séptima Parte: El gran avance de Mao: La revolución conquista el poder
Cada vez más personas se preocupan por el estado del mundo y la suerte del planeta. ¿Tiene que ser así el mundo? No; hay una alternativa mundial concreta: el socialismo y el comunismo. Pero constantemente nos remachan que el socialismo fracasó y que el capitalismo es lo máximo. Toda una generación no ha oído más que el socialismo es una pesadilla. Esa "revisión de la historia" también ha afectado a muchos intelectuales progresistas. El proyecto Pongamos las cosas en claro se propone convertir este ataque ideológico contra el comunismo en un debate enérgico en las universidades sobre el pasado del comunismo y el futuro del comunismo. El economista político maoísta Raymond Lotta está dando una serie de conferencias por todo el país con ese fin. La conferencia "El socialismo es mucho mejor que el capitalismo, y el comunismo será un mundo mucho mejor" confronta las mentiras sobre el socialismo, analiza la experiencia y los logros de la revolución bolchevique de 1917 a 1956 y de la revolución china de 1949 a 1976, y plantea la nueva visión de Bob Avakian sobre el proyecto comunista. Revolución está publicando por entregas la conferencia:
Primera
parte: Introducción
Segunda
parte: Comunismo y socialismo
Tercera
parte: La revolución bolchevique estremece al mundo
Cuarta
parte: El experimento soviético: El poder proletario abre paso
a la revolución social
Quinta
parte: El experimento soviético: Se establece la primera economía
socialista
Sexta
parte: La II Guerra Mundial y sus secuelas
El 1° de octubre de 1949, Mao Tsetung habló a millones de personas reunidas en la plaza Tiananmen de la capital, tras dirigir 20 años de lucha armada para derrocar a los grandes terratenientes opresores y sacar al imperialismo extranjero. Ahora, celebraban la victoria. Mao les dijo a los presentes y al mundo: "El pueblo chino se ha puesto en pie". La multitud vitoreaba. Mao sentía con ellos la gran alegría del triunfo, pero veía más allá de ese momento. Dijo que el heroísmo y el sacrificio que los llevaron a esta celebración eran "solo un comienzo... un breve prólogo de una larga obra".
Para Mao, la revolución no terminaba ahí. Entraba en una nueva etapa de la transformación socialista de la economía, de crear nuevas instituciones políticas y de forjar los nuevos valores de trabajar por el bien común. La meta final era el comunismo, un mundo sin clases. Pero otros dirigentes del partido veían la situación de un modo muy diferente. Para ellos, la conquista del poder en 1949 básicamente era el final de la revolución, y la tarea era construir una China moderna y poderosa. Ese era un aspecto de la situación complicada y difícil que tenían por delante Mao y las masas.
Los grandes terratenientes y capitalistas no se conformaron con su derrota; tampoco los imperialistas que antes dominaban a China.
Antes de cumplirse un año, Estados Unidos empezó una guerra en Corea y la llevó cada vez más cerca de China. Amenazó atacar a China con armas nucleares. China mandó ayuda militar y voluntarios a Corea, y como resultado la guerra quedó en un impasse. Pero China pagó un costo muy alto: sufrió más de 200,000 bajas en el conflicto; el número de muertos y heridos ascendió a 900,000.
Estados Unidos rodeó a la China revolucionaria con una red de bases militares en Taiwán, Corea del Sur y Japón, además de su Sexta Armada. También, durante dos décadas, junto con los países europeos, impuso un embargo económico y le prohibió el comercio con importantes regiones del mundo. La revolución se veía ante condiciones internacionales sumamente hostiles.
Por qué se hizo la revolución
Hace poco salió un nuevo libro contra Mao: Mao: The Unknown Story (Mao: La historia desconocida) de Jung Chang y Jon Halliday. En el típico estilo anticomunista, declara que la revolución china fue el producto de maquinaciones malévolas de Mao... como si todo fuera tan maravilloso antes de la revolución o como si la opresión social se acabara por sí sola. Echemos, entonces, un vistazo a China antes de la revolución.
La mayoría de la población eran campesinos que trabajaban tierras ajenas o tenían muy poco terreno propio. Vivían bajo la bota de terratenientes que dominaban la economía local y la vida de todos. Sobrevivían a duras penas. En los años de escasez, comían hojas y corteza, y tenían que vender los hijos. Solo el ciclo de desastres no les fallaba: si las lluvias no inundaban los campos, la sequía los acababa. China sufría, en un promedio, una hambruna importante al año; cientos de miles murieron en las hambrunas de 1921 y 1943.
Para la mujer, la vida era un infierno: le pegaba el marido, había matrimonios arreglados, de niña le vendaban los pies, el terrateniente o el caudillo podía llevársela como concubina.
La economía estaba en un nivel de desarrollo muy bajo, con muy poca industria. Por ejemplo, de los 700,000 habitantes de Nankín, 200,000 trabajaban de sirvientes, meseros, cantineras, prostitutas, porteros de rickshaw y oficios similares; solo 16,000 trabajaban en la industria.
En las fábricas textiles, de noche encerraban con llave a las muchachas obreras. La gente vivía apiñada en casuchas en callejones angostos, oscuros y sucios, o vivía en la calle. Se calcula que cada año los basureros recolectaban 25,000 muertos de la calle. Por otro lado, los extranjeros tenían distritos relucientes con hoteles y clubes nocturnos.
En un país de 500 millones de personas, solo había 12,000 médicos con conocimientos de medicina occidental. Cuatro millones de personas fallecían al año de enfermedades contagiosas y parasíticas. Había 90 millones de adictos al opio.
Por eso el pueblo chino hizo la revolución y conquistó el poder. Bajo la dirección de Mao Tsetung y el Partido Comunista de China, la revolución inmediatamente se propuso cambiar la situación.
La revolución trae cambios decisivos
En cuanto el Ejército Rojo se apoderó de las ciudades grandes, tomó control de los grandes bancos, fábricas y otros negocios importantes, y puso estos recursos productivos al servicio de la nueva economía. El partido dirigió al pueblo a reorganizar la producción. Abolió el trabajo de niños. Redujo la jornada de 12 ó 16 horas a 8 horas.
Cuando el ejército revolucionario derrotó a las fuerzas armadas de Chiang Kai-shek (que gozaba del respaldo de Estados Unidos) y de los terratenientes, el sistema feudal cayó rápidamente. De hecho, esa labor empezó en las zonas liberadas durante la guerra revolucionaria. Equipos de trabajo, bajo el liderazgo del partido, iban a las aldeas a hacer campañas de educación política y hablar con los campesinos sobre sus problemas. Los apoyaron y los dirigieron a que se levantaran, se organizaran y tomaran las tierras.
A partir de la conquista del poder nacional en 1949, la reforma agraria se hizo ley y arrasó como un río que reventó una presa. Por todo el país, los campesinos se dividieron entre ellos la tierra, la herramienta y los animales. En un país donde nunca antes se trató como igual a la mujer, tanto hombres como mujeres recibieron tierras.
La mujer alzó la cabeza. En 1950, una nueva ley matrimonial puso fin al matrimonio arreglado y de niños. Garantizó el derecho al divorcio a la mujer igual que al hombre. Pero Mao entendía que la revolución iba más allá que cambiar las leyes. Tenía que transformar el modo de pensar y las antiguas relaciones sociales; tenía que luchar contra los retrógrados valores e ideas basados en esas relaciones, que eran muy comunes.
Las biografías histéricas contra Mao dicen que se embriagó de poder. Pero en realidad, de lo que se quejan es de que la revolución derrocó el viejo poder de los terratenientes, grandes capitalistas e imperialistas extranjeros, y estableció un nuevo poder: una forma de la dictadura del proletariado. Dio a los trabajadores y campesinos la autoridad de empezar a gobernar la sociedad y de suprimir a los explotadores viejos y nuevos.
Nos dicen que Mao mató gratuitamente a millones de personas. De hecho, el nuevo sistema económico y social que creó la revolución maoísta liberó a cientos de millones, y salvó a incontables vidas. Durante toda la historia, a los oprimidos los trataron como bestias de carga. Ahora, tenían el derecho y la capacidad de alzar la cabeza. Y contaban con el apoyo de un ejército popular de liberación.
Imagínense lo que significaría en una futura sociedad en el territorio actual de Estados Unidos, si los oprimidos contaran con un poder estatal que defendiera sus intereses. En vez de que la policía sembrara terror en las comunidades oprimidas, el estado apoyaría al pueblo a arrancar de raíz la discriminación. En la China de Mao, los de abajo tenían la libertad y el poder de transformar la vida económica, política, social y cultural.
LA PRÓXIMA SEMANA: Transformación social y el Gran Salto Adelante
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