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De Atash/Fuego #145, Revista del Partido Comunista de Irán (marxista leninista maoísta) 

La realidad del comunismo 

Democracia y la libertad de expresión — ¡La base económica es el factor decisivo! 

Tercera parte

Nota de la redacción: Este artículo que presentamos a continuación se publicó en persa en la revista Atash/Fuego #145, diciembre de 2023 en cpimlm.org. Fue traducido por voluntarios de revcom.us, primero al inglés y luego del inglés al español. Los traductores añadieron palabras y frases entre corchetes para mayor claridad. Se publicaron la Primera parte y la Segunda parte anteriormente en revcom.us.

La fuente principal de esta serie de artículos es el libro Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr? de Bob Avakian y sus otras obras sobre la democracia y la dictadura.

En las secciones anteriores, discutimos cómo, en esencia, la democracia burguesa es una dictadura burguesa. También examinamos cómo la contradicción entre el ideal de la democracia y su realidad es la fuente de muchas ilusiones y teorías pequeñoburguesas para reformar y expandir la democracia burguesa, y que los límites de cualquier estado y su superestructura general, incluida una democracia, están determinados por su base económica. En esta sección, discutiremos por qué y cómo los cimientos económicos de cualquier sistema social determinan el contenido y los parámetros de [sus] “derechos” y, en particular, cómo moldean la “libertad de expresión”, que es uno de los rasgos más celebrados y admirados de la democracia burguesa. Finalmente mostraremos que para ir más allá del estrecho horizonte del “derecho burgués”, no hay otro camino que el derrocamiento revolucionario de la clase dominante y la construcción de una dictadura/democracia radicalmente diferente.

Democracia: Es lo mejor que podemos lograr forro, de Bob Avakian

 

Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr?

(en inglés, 1986; en español, 2006)
Bob Avakian
ISBN-13: 978-0916650308 [edición en inglés]
Precio: $10.95 [edición en inglés]
Formato: Rústica [edición en inglés]
Pedidos: RCP Publications [edición en inglés]
PO Box 804956, Chicago, Illinois 60680-4111
rcppublications@gmail.com

El problema más fundamental es que en todo sistema social (por ejemplo, el sistema capitalista o el sistema socialista), la superestructura política debe servir a su base económica subyacente. Esto no es una mera abstracción teórica, sino que tiene un significado concreto. Es decir, las políticas y acciones que van en contra de la infraestructura económica o la socavan conducirán al desorden, el caos y la alteración de todo el sistema. Si las leyes (que son parte de la superestructura política) entran en conflicto con las relaciones de propiedad fundamentales, la base económica se desintegrará totalmente y la sociedad (independientemente de si el sistema social es capitalista o socialista) no podrá funcionar.

Imaginemos, por ejemplo, que las necesidades básicas de la vida sigan produciéndose como se producen ahora en la sociedad capitalista; es decir, la gran mayoría son producidas por trabajadores que venden su fuerza de trabajo a cambio de salarios en fábricas [o tierras de cultivo] propiedad de capitalistas, los capitalistas vendiendo los productos que ellos  poseen y controlan [privadamente]. Entonces, imaginemos que en esas circunstancias se apruebe una ley que dice ¡que nadie tiene que pagar por sus necesidades y que todos pueden tomar [lo que sea y] tanto como necesiten de lo que se produce! El hecho de que esto parezca absurdo y que no pueda implementarse en absoluto es la expresión de una realidad fundamental: las relaciones de producción (es decir, la infraestructura económica) de la sociedad [establecen los términos básicos para] la superestructura ideológica y política, la que incluye sus leyes.

Pero no todas las teorías que entran en conflicto con la base económica del capitalismo son tan claramente irreales como este ejemplo. Por ejemplo, hay muchas teorías de la democracia burguesa que prevén una distribución justa de la riqueza, o incluso la distribución equitativa de los medios de producción (tierra, máquinas, fábricas, etc.). Dicen, por ejemplo, que a todos se les puede dar una parcela de tierra agrícola para labrar, y si alguien comienza a adelantarse a los demás, ¡el excedente puede gravarse y redistribuirse equitativamente nuevamente! Pero el problema es que la producción y el intercambio de mercancías, sobre la base de este mismo modo de producción capitalista, conducirán inevitablemente a la desigualdad y la polarización de la sociedad, incluso si se empieza a trabajar con una parte igual de los medios de producción. Además, existe el hecho de que tierras de cultivo iguales nunca pueden ser absolutamente iguales, porque algunas tierras son más fértiles, están más cerca del agua, o tienen una mejor ubicación, etc.; los productos de estas tierras deben comercializarse en competencia con otros productos y [con] agricultores de otros países. De esta manera, la ley del valor conecta a todos estos productores separados a través del mercado y les impone un cierto estándar de calidad y eficiencia. Al final, tarde o temprano, se desarrollará una desigualdad entre estos productores que, con la intervención del gobierno para imponer la igualdad [de propiedad], profundizará las divisiones en la sociedad hasta el punto en que ¡algunos tomarán las armas y se levantarán contra el gobierno que les impide ampliar la producción!

Si un gobierno quiere evitar que este proceso conduzca a la desigualdad, debe detener la producción para el mercado mundial, lo que nuevamente es poco realista y poco práctico dentro del marco del sistema capitalista. Así que no importa lo bueno que seas, o en qué medida tus políticas y leyes estén diseñadas para promover la igualdad. Mientras funciones dentro del marco de la producción e intercambio capitalista de mercancías y transformes la fuerza de trabajo en mercancías, generarás desigualdad.

Por eso, en el “mundo real”, es decir, en la sociedad capitalista, es perfectamente legal que una empresa se niegue a contratar personas basándose en que no sería rentable emplearlas, incluso si eso causaría hambre y falta de vivienda para las personas que están desempleadas (y quizás para sus familias). Si estas personas desempleadas y sin hogar ocupan algún lugar, o toman comida y ropa de una tienda sin pagar, serán castigadas por el aparato [de aplicación de la ley] del Estado, porque han actuado en contra del funcionamiento de la infraestructura económica del capitalismo. Por eso es legal desalojar a las personas que no pueden hacer los pagos del alquiler o de la hipoteca. Una compañía de energía, agua o gas puede cortarte la electricidad, el agua y el gas si no pagas las facturas, y es perfectamente legal.

Estas leyes, que sirven y se ajustan al principio de la propiedad privada y el intercambio de mercancías [en] la producción, no son sólo leyes que se relacionan con el ámbito financiero y económico, ni reflejan directamente el modo de producción. Más bien, algunas leyes están relacionadas con el mantenimiento de la superestructura política, cultural y militar, y éstas, a su vez, sirven para proteger y reforzar las relaciones de producción subyacentes. Por ejemplo, la tan elogiada libertad de expresión en los “países democráticos” no está en contradicción con la dictadura de la burguesía, sino que existe dentro de ese marco y está limitada por él, por dos razones. Una es que la clase dominante domina y monopoliza la formación de la opinión pública. Por esta razón, lo que Marx y Engels escribieron en el Manifiesto Comunista es hoy más cierto que nunca: “Las ideas imperantes en una época han sido siempre las ideas propias de la clase imperante”. En segundo lugar, la clase dominante domina y controla las fuerzas armadas y las utiliza para aplastar ideas y prácticas que representan una seria amenaza a su sistema.

Esto está sucediendo hoy ante nuestros ojos. La guerra de Israel contra Palestina ha provocado una aguda polarización en todo el mundo. Millones de personas no pueden permanecer indiferentes ante la masacre de más de 11.000 personas en sólo 40 días, y las calles y universidades se han convertido en lugares de protesta. Pero la reacción de las “democracias burguesas” no ha sido reconocer la libertad de expresión de los partidarios de Palestina, sino prohibiciones –desde consignas hasta mítines, desde portar una bandera palestina hasta llevar una keffiyeh1– mientras los medios de comunicación y las redes virtuales distorsionan o eliminan ampliamente las noticias y opiniones de los partidarios de Palestina. Lo hacen con tanto celo porque Israel es un aliado importante para las democracias occidentales, y no defenderlo significa darle la espalda a los intereses fundamentales de su sistema.

Llaman a Hamás un grupo “terrorista”, pero ni a Israel ni a nadie que sirva a los intereses del imperialismo estadounidense les tachan de “terroristas”. Aunque el silencio de los medios ha disminuido, debido en cierta medida a la polarización de la sociedad en torno a la cuestión palestina y la intensificación de las divisiones en la clase dominante, los medios de comunicación aún no han podido abordar públicamente la cuestión de si Estados Unidos tiene derecho alguno a condenar el “terrorismo”, dados los crímenes de guerra y las prácticas brutales de Estados Unidos en todo el mundo. El control y la gestión de los medios por parte de la clase dominante, como vemos en estos ejemplos, es un aspecto importante del ejercicio omnímodo de la dictadura de la burguesía en la superestructura de la sociedad capitalista. La libertad y la igualdad para todos no existen, ni en la esfera del pensamiento político, ni en las relaciones sociales, ni en las relaciones económicas subyacentes. En todas estas esferas sólo existe el dominio de clase. Momentos como estos revelan la dictadura burguesa oculta en el derecho a la libertad de expresión.

Dentro del marco de la democracia/dictadura burguesa, el concepto mismo de libertad de expresión también está influenciado por la base económica, la producción y el intercambio de mercancías, y el concepto de un “mercado de ideas” es una expresión de las relaciones de propiedad capitalistas. Uno de los teóricos de los derechos burgueses, John Stuart Mill, defendió la libertad de expresión para todos, incluso para las opiniones impopulares, diciendo que se debe escuchar los argumentos de cualquier teoría, no sólo los de sus oponentes, sino también los de los mejores defensores de esa idea. Esta afirmación se puede dividir en dos: por un lado, lo que defiende John Stuart Mill es el derecho de los individuos a poseer propiedad intelectual2. Thomas Jefferson (el padre de la democracia estadounidense) consideraba la propiedad de ideas y opiniones como una forma de propiedad privada, y la protección de la propiedad en cualquier forma como el deber más importante de un gobierno.

En el mercado de las ideas, la libertad de expresión significa que todos son dueños de sus ideas. Si tienen una nueva idea, deben “registrarla” de una manera que les beneficie (como por ejemplo patentar una invención) antes de hacer pública la idea, para que no sea “robada”. Y después de hacerse pública, debe “competir” con otras ideas por el mejor precio (aunque este valor no sea directamente financiero). En este proceso lo único que no importa es si la idea sirve para comprender mejor la verdad, comprender mejor el mundo y cambiarlo en beneficio de la mayoría de las personas. Es así como las ideas pasan a ser propiedad de sus dueños, de modo que desafiarlas de cualquier forma comparándolas con la realidad objetiva se considera un ataque al creador de la idea, porque lo que importa no es la verdad, sino “mi idea”3.

Por otro lado, lo que John Stuart Mill defiende como libertad de expresión también es muy importante desde el punto de vista comunista, y es una parte vital del proceso de comprensión más profunda de la verdad por parte de la gente y de los propios comunistas. La verdad, relacionada con un nivel de realidad material (ya sea en la sociedad o en la naturaleza), está en constante movimiento y desarrollo, y es imposible conocerla sin diálogo y debate sobre ideas opuestas, y con los mejores defensores de esas ideas. La disputa de ideas opuestas genera una gran cantidad de energía en la sociedad para el descubrimiento de la verdad, en la que las ideas correctas pueden volver a demostrar su precisión o rectificar sus defectos. Sí, todos deben ser libres (de la opresión y de la servidumbre de la propiedad privada de pensamientos e ideas) para expresar sus opiniones. Pero esto no es libertad sólo para unos pocos individuos. Más que nada, las amplias masas de personas deben ser libres, a través de este proceso, para llegar a la verdad sobre las cosas y sobre el mundo, en sus aspectos variados y más profundos, y estar empoderadas para buscar el conocimiento científico y descubrir la verdad. Sólo así las personas podrán gestionar y ser líderes de la sociedad.

El otro aspecto del problema es que la “libertad de expresión ilimitada” de la teoría de John Stuart Mill nunca existió en realidad. Aunque no exista una política que proscriba ideas específicas, no todas las ideas y perspectivas del mundo pueden reflejarse por igual en los medios de comunicación y las publicaciones debido a limitaciones objetivas de tiempo y recursos. En realidad, lo que sucede en la sociedad de clases capitalista es que compiten conjuntos de ideas que están de acuerdo con los intereses de la clase dominante, mientras se afirma que no hay liderazgo en este proceso. Pero el programa en la sociedad socialista, teniendo en cuenta las limitaciones objetivas, es proyectar una amplia gama de ideas variadas y contradictorias. Este proceso se dirige de tal manera que sirva para llegar a la verdad al nivel más alto posible, en lugar de una manera que en cualquier coyuntura particular beneficie al Estado, o incluso al partido comunista. Todo lo que sea cierto redundará en última instancia en interés del proletariado.

No hace falta decir que, aunque todas las leyes y derechos civiles en las democracias burguesas se basan en consolidar y estabilizar la dictadura de la clase dominante, las mismas leyes también son interpretadas, modificadas y utilizadas contra la gente por la policía, los tribunales y las autoridades en general. Por ejemplo, no es sólo en la República Islámica donde la “libertad de reunión” está reconocida en la constitución4 sino que es pisoteada en la práctica. Durante el levantamiento de Jina, cientos de personas fueron asesinadas o cegadas, y miles más fueron arrestadas. En Estados Unidos, la ley reconoce el mismo derecho de un hombre negro a portar un arma y utilizarla en defensa propia que un hombre blanco. Pero, si un hombre negro con un arma se encuentra cara a cara con un policía, es muy probable que pierda la vida, y su muerte a manos de un policía muy probablemente se considerará “homicidio justificable”. La represión, ya sea en forma de supresión de ideas o en forma de supresión [física] por parte de fuerzas militares o de seguridad, demuestra la existencia de una dictadura de clase, y la columna vertebral de esta dictadura de clase es su ejército y sus fuerzas militares. Por esta razón, no puede existir una “revolución pacífica”.

La revolución significa la transformación de la base económica y la superestructura de la sociedad; esto requiere el reemplazo de la clase dominante por otra clase. En ninguna época de la historia se ha visto a una clase dominante “ceder” voluntariamente su posición a la clase que quiere abolirla. Revolución significa el reemplazo de una clase dominante por otra clase. Esto también es necesario para la revolución de esta era, la revolución comunista. Pero el objetivo de una revolución proletaria, contrario al objetivo de las revoluciones burguesas del siglo XVIII, es abolir todas las relaciones de explotación, todas las divisiones opresivas del trabajo y todas las instituciones políticas e ideas [tradicionales] que representan la división de la sociedad en clases5.

A pesar de todo lo que se ha revelado sobre la verdadera naturaleza de la democracia/dictadura burguesa, la raíz de toda la opresión, explotación, guerra y genocidio que experimentamos hoy no está separada de los fundamentos materiales y subyacentes de los “derechos democráticos” y los horizontes de democracia burguesa. No hay ni ha habido nunca en ningún lugar democracia para todos, libertad de expresión para todos e igualdad entre explotadores y explotados. Dentro del sistema del capitalismo-imperialismo, nunca podremos tener un mundo mejor que el que tenemos ahora. Pero ahora, con una revolución real, es posible vivir en un sistema totalmente diferente. Sin embargo, para la mayoría de la gente en el mundo, la revolución sigue siendo algo ajeno, y muchos prefieren estar ocupados luchando para lograr más y mejores “derechos democráticos”, incluso cuando el cambio climático y la amenaza de una guerra nuclear amenazan seriamente la existencia de la humanidad.

En el próximo número, abordaremos el tema de que, aunque tendremos un tipo muy superior de democracia/dictadura en la sociedad socialista, y un tipo de libertad cualitativamente diferente, no será una expansión, o una mejora, de la democracia/dictadura burguesa.

Nota final de los traductores:

Para obtener una explicación básica de los siguientes términos científicos en el texto: 1) medios de producción 2) producción de mercancías 3) ley del valor, consulte “Mercancías y capitalismo — y las terribles consecuencias de este sistema, una explicación básica” de Bob Avakian

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NOTAS:

1. Por ejemplo, con respecto a la prohibición en Francia: https://www.radiofarda.com/a/32635987.html [volver]

2. Sobre propiedad intelectual, Bob Avakian, 2008. El capítulo: “La libertad de conciencia como propiedad privada, “el libre mercado de ideas” — y una búsqueda radicalmente diferente y mucho más destrabada de la verdad”. [volver]

3. Ibid. [volver]

4. Según el principio 27 de la constitución de Irán, “Se permite la formación de reuniones y marchas sin portar armas, siempre que no perturbe los principios del Islam”. [volver]

5. Democracia: ¿Es lo mejor que podemos lograr? Bob Avakian, Banner Press, en inglés 1986, en español 2006. [volver]

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