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De Capítulo 2: "Una nación bajo dios — Niñez en los años 50",

de una autobiografía de Bob Avakian

From Ike to Mao and Beyond
My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist

Froggy the Gremlin

En mi casa teníamos televisión desde que yo era pequeño. Los sábados por la mañana veía un programa que se llamaba "The Andy Devine Show", patrocinado por Zapatos Buster Brown. Andy Devine era un actor mayor, medio venido a menos, que tenía un programa infantil; solían promover Zapatos Buster Brown y otras cosas. Lo que más recuerdo del programa era un títere llamado Froggy the Gremlin (La ranita duende). El momento culminante del programa era cuando Andy Devine le decía al público infantil: "OK, niños, ya es hora". Los niños se entusiasmaban y gritaban porque sabían lo que venía. Devine decía: "OK, ranita, toca tu varita mágica y salta". En medio de una bocanada de humo aparecía una ranita saltando: "boing, boing, boing". Con una voz carrasposa, de rana, decía: "Hola, niños, croac, croac". Los niños contestaban con voces agudas: "Hola, ranita". La ranita era un diablillo y traían a invitados que eran pantalla para sus pilatunas. Por ejemplo, un día salía la señora Pillsbury a enseñar a hornear galletas. Decía: "Bueno, niños, ponen la harina en un cuenco, le echan los huevos y la leche, revuelven y..." Entonces la ranita decía con una voz pícara: "Y se lo ponen en la cabeza". La señora Pillsbury decía: "Sí, niños, se lo ponen en la cabeza", y se echaba la mezcla sobre la propia cabeza. Después, cuando se daba cuenta de lo que había hecho, gritaba: "¡Ay, ranita!", y esta se reía. A los nueve años y en ese tiempo, a mí me parecía lo más divertido. Todos los sábados me hacía ilusión ver ese programa. Todos los niños, al menos aquellos que me eran conocidos, querían ser como Froggy el Gremlin. Pero yo lo ponía más en práctica que ellos.

Cuando entré a sexto grado, me inventé una voz que era medio parecida a la de Froggy the Gremlin, y hacía bromas con esa voz y armaba desorden cuando el o la profesora volteaba la espalda. Después le enseñé a un amigo la misma voz. Un día mi amigo hizo una broma con esa voz en medio de un examen; él estaba sentado dos asientos detrás de mí, en la misma hilera, pero irónicamente la profesora me castigó a mí después de clase porque estaba convencida de que solamente yo pude hacerlo y nadie más. Yo le dije que no fui yo, que fue alguien más. No iba a delatar a mi amigo, pero seguí insistiendo: "No fui yo, no fui yo, fue alguien más". Ella no me creyó, claro. Froggy the Gremlin me dio muchas ideas.

Una nación bajo dios

…Cuando tenía 13 ó 14 años, mi padre me llevó a Los Ángeles. Un día él se fue a una reunión y yo me fui al centro a una zona parecida a Hyde Park de Londres; creo que se llama igual. Ahí vi señores parados en cajones dando discursos; cualquiera podía pararse a hablar. Unos refutaban la existencia de dios y defendían el ateísmo. Fue la primera vez que oí una posición atea coherente en público y, aunque los demás eran adultos, yo me paré y me puse a refutar el ateísmo. Fue uno de las primeras veces que hablé en público. Yo no era un fundamentalista religioso reaccionario, pero sí me inculcaron un fervor religioso bastante fuerte. En la vida cotidiana no le prestaba mucha atención a la religión, pero cuando alguien la atacaba, yo contraatacaba porque era un ataque a cosas que me inculcaron profundamente y me parecía un ataque contra mí.

Una vez, como a los 12 años, conocí a un niño judío en clases de natación. Fue la primera vez que hablé con un judío sobre nuestras respectivas creencias. Recuerdo que cuando finalmente entendí lo que me estaba diciendo, le pregunté con mucha candidez —ingenuamente, y sin malicia, pero muy sacudido—: ¿O sea que no crees en Jesucristo? Él lo confirmó y me explicó las razones con calma y paciencia. Para mí fue un choque. Era la primera vez que alguien me decía, cara a cara, en una conversación personal, que no creía en la religión cristiana que a mí me enseñaron. No me indignó, pero me dejó desconcertado; como que no lo podía creer.

En la escuela primaria recitábamos el juramento a la bandera y yo no lo cuestionaba. Es más, recuerdo que cuando tenía unos nueve o diez años un día pensé para mis adentros (no lo hice, pero lo pensé) que debía arrodillarme y darle las gracias a dios por vivir en este gran país y no en uno de esos horribles países en que tanta gente tenía la desgracia de nacer. Eso me pasó por la cabeza. Hablando de religión, recuerdo que me ponía a tentar a dios: decía palabrotas mentalmente para ver qué iba a hacer dios y después le pedía perdón. No me podía aguantar las ganas. Al rato o al día siguiente decía otra palabrota que le oía decir a los muchachos mayores jugando. Así que, sí, era un mundo muy patriótico, muy mojigato: era la clase media en los años 50.

Continuará.

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