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Reflexiones sobre el Movimiento Pro Libertad de Expresión:
Volverse revolucionario

Front Cover of pamphlet "FSM Reflections On Becoming a Revolutionary" by Bob Avakian

Cortesía de El Instituto Bob Avakian

 

Reflexiones sobre el Movimiento Pro Libertad de Expresión (MLE):
Volverse revolucionario

Bob Avakian

 

UN NUEVO FOLLETO QUE YA ESTÁ DISPONIBLE EN INGLÉS

Introducción:

De Bob Avakian, en relación con mi declaración del 17 de noviembre de 1996, “Reflexiones sobre el MLE”:

Aunque en los casi 30 años transcurridos desde que hice esta declaración he continuado el trabajo que ha llevado al desarrollo del nuevo comunismo, como un marco totalmente nuevo para la emancipación humana, esta declaración “Reflexiones sobre el MLE”, de noviembre de 1996, contiene elementos esenciales del nuevo comunismo. Como se deja en claro en esas “Reflexiones”, el comunismo del que hablo y por el que trabajo asiduamente “es uno que abarcará y enriquecerá el ‘proceso de descubrimiento’ de los que apenas despiertan a la vida política y entran a la lucha por cambiar el mundo, contra la tradición y la “sabiduría convencional”. Es un comunismo que, como movimiento y como sociedad futura, ‘da paso’ y da la máxima expresión a la clase de idealismo que era una cualidad central del MLE, como expresa tan elocuentemente ese discurso de Mario Savio”.

Esto se expresa, de manera integral y concreta, en la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, de la que soy autor.

El recuerdo más gráfico que tengo acerca del Movimiento pro Libertad de Expresión (MLE) no son las múltiples manifestaciones y protestas, ni los conmovedores discursos de Mario Savio, ni tampoco el arresto en masa de 800 manifestantes, entre los cuales me cuento con mucho orgullo, sino el suceso que me hizo unirme al MLE. En medio del “incidente del radiopatrulla” (cuando cientos de estudiantes rodearon al radiopatrulla en el que se llevaban a Jack Weinberg por no suspender sus actividades de organización política en la Universidad), fui a una recepción que ofreció el rector Strong a los estudiantes de la lista de honor. Uno de los estudiantes le preguntó al rector el porqué de la protesta y este explicó que la dirección del periódico Oakland Tribune le pidió a la administración que hiciera algo para parar la organización de manifestaciones de derechos civiles contra el Tribune por sus prácticas racistas en el empleo y en el trabajo. Bueno, me puse a pensar qué querría decir el rector porque, siendo de Berkeley, desde hace mucho tiempo sabía que el Tribune era una fuerte voz conservadora y oscurantista. Un ejemplo: al principal dueño, William F. Knowland, muchos lo llamaban William “Formosa” Knowland por su furiosa oposición a la revolución china que dirigió Mao Tsetung y que sacó corriendo a la isla de Formosa (Taiwán) a Chiang Kai-Shek, que contaba con el apoyo de Estados Unidos. Continuando, el rector dijo que en respuesta a la petición del Tribune, la administración (que ya había prohibido la actividad política sobre “temas externos a la Universidad”) investigó el asunto y descubrió que la zona de la entrada sur, donde estaban concentradas las mesas de literatura y la actividad política, no pertenecía al municipio sino a la Universidad, y que por eso se decidió prohibir las actividades políticas del movimiento de derechos civiles y otras actividades políticas que se celebraban ahí.

No lo pude creer, ¡me quedé boquiabierto! No solo por lo que decía sino porque ni se molestó en disimularlo ni disfrazarlo. El no veía ningún problema en lo que decía y claramente pensaba que nosotros tampoco lo veríamos. Aparentemente pensaba que por ser “estudiantes modelo” también éramos “ciudadanos modelo”: de mentalidad estrecha, egoístas, “arribistas”, interesados solo en las notas hoy y en el dinero mañana, y futuros fieles defensores del sistema. Como otros han señalado, y como llegaría a comprender plenamente cuando me involucré en el movimiento, la universidad siempre ha sido muy política: juega un papel importante en el campo militar y en otras instituciones del Estado, en las finanzas y en la industria, así como en la formación y definición de la información; en pocas palabras, es una pieza clave de la maquinaria de la clase dominante, dentro de la cual se espera que los estudiantes desempeñen su papel limitado y pasivo.

Salí volando de la recepción y me fui al bloqueo del radiopatrulla, esperé mi turno para hablar y cuando me llegó me subí al radiopatrulla y les conté a los manifestantes la “explicación” que había dado el rector y anuncié que, como consecuencia, contribuía a la causa los $100 que me habían dado por ser un “estudiante modelo”. Si bien todavía no lo sabía, para mí y muchos más ese fue un momento decisivo. Aunque el suceso que me impulsó en ese instante al movimiento tenía sus propias particularidades, existían otras causas más profundas que influenciaron a todos los que nos incorporamos al movimiento. Como otros ya han señalado al reflexionar sobre el MLE y su contexto general, no era solo una cuestión de derechos estudiantiles en abstracto o por sí solos, sino una cuestión del derecho y, por qué no, de la responsabilidad, de apoyar y participar en la lucha contra las flagrantes injusticias de la sociedad estadounidense, especialmente la lucha contra la opresión del pueblo negro. Si ese no hubiera sido el caso, el MLE no hubiera tenido el enorme atractivo que tuvo.

En ese entonces, yo sentí personalmente ese atractivo con mucha fuerza. Cuando entré a la Universidad ya era un fuerte defensor del movimiento de los derechos civiles, solo que no estaba de acuerdo con su principio de no violencia en todas las circunstancias. Mucho antes de ser revolucionario, empecé a pensar que los negros tenían el derecho de defenderse ante los ataques del KKK y la policía que, como sabemos, eran y son en muchos casos la misma cosa. Mi posición se debía a que tuve la muy buena fortuna de ir a la prepa Berkeley High, que por muchas décadas ha contado con bastantes alumnos negros. Algunos llegaron a ser íntimos amigos míos y, tanto sus relatos personales como la experiencia que conocí de los negros en conjunto (los horribles atropellos que vivían a diario y los insultos a que los sometían), dejaron en mí unas profundas ganas militantes de luchar contra esa opresión, y me llevaron a reconocer lo justo y justificado de la posición de Malcolm X de que había que luchar con todos los medios necesarios, a como dé lugar. Mi compromiso con la lucha por los derechos de los negros fue una de las razones esenciales por las que, cuando capté las dimensiones y las implicaciones generales del MLE, me zambullí en él y nunca di vuelta atrás.

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No quiero dar la impresión de que todo eso fue unidimensional o “un proceso rectilíneo”. Existían otros factores que me influenciaron, a mí y a muchos otros, con respecto a posición política y participación. Y como todo, fue un proceso, un desarrollo, un cúmulo de factores que llevaron a un cambio fundamental. Por ejemplo, la crisis de los misiles en Cuba, cuando el mundo fue arrastrado al borde de una guerra nuclear, me afectó profundamente, y no solo en un sentido general: minó la confianza que todavía tenía (a pesar de mi furia por el tratamiento a los negros) en las instituciones y en los líderes del gobierno de Estados Unidos. Recuerdo un incidente en particular: en un discurso que dio por esos días el presidente Kennedy para justificar el bloqueo a Cuba y su anuncio de que consideraría un acto de guerra cualquier intento de romperlo, dijo que la colocación de misiles en Cuba por la Unión Soviética constituía una violación de la Carta de la ONU. Fui a la biblioteca de la Universidad y me puse a leer, en detalle, la Carta de la ONU, con ingenuidad o quizás esperanza, ¡esperando encontrar que dijera textualmente que la colocación de misiles en Cuba por parte de la Unión Soviética violaba la Carta de la ONU! Naturalmente terminé frustrado. Leí la Carta varias veces y no encontré nada por el estilo ni nada más general que respaldara lo que dijo Kennedy, que era una violación que un país coloque misiles en otro país. Solo después supe que durante todo ese tiempo Estados Unidos tenía misiles en Turquía, y que estaban más cerca a la frontera de Rusia que los misiles en Cuba de la frontera de Estados Unidos; pero el hecho de que Kennedy mintiera ante todo el mundo, y con todo lo que estaba en juego en el mundo, me afectó profundamente y sacudió mi fe más o menos ciega en las instituciones y los líderes de mi país.

Eso en sí no me empujó a oponerme inmediatamente a todo el sistema, pero me planteó dudas y cuestiones fundamentales y agudizó mi espíritu crítico. Como para muchas otras personas, cuando ocurrió el MLE, en el contexto del movimiento de derechos civiles y otros acontecimientos importantes en Estados Unidos y el mundo, muchas cosas “convergieron” y llevaron a que mi concepción del mundo y mi compromiso dieran un salto. Repito, ese proceso tuvo muchas vueltas y revueltas. Recuerdo por lo menos una vez durante el MLE que me llamó una activista de una unidad de la organización (las llamaban “centrales”, según lo que recuerdo, y si no me falla la memoria, en cierto momento había una “central de centrales”, ¿o era eso simplemente un chiste que nos inventamos?), y me preguntó si podía ayudar a repartir volantes por la mañana en la Universidad. No quería; tenía tareas y, después de todo, ¡no iba a dedicar toda mi vida al MLE! Pero ella no se contentó con eso y al fin dije “bueno”, y solté una maldición cuando colgué el teléfono. Al fin y al cabo ella ganó, no por ser más tenaz que yo sino, fundamentalmente, porque no podía refutar su argumento de que el MLE era un movimiento popular y contaba con la participación de la gente para plantársele a sus poderosos y resueltos enemigos. En ese momento yo era nuevo en la lucha, no era un líder ni miembro del “núcleo” que tomaba las decisiones, y esa experiencia fue muy valiosa para mí; todavía me sirve como punto de referencia; me comprobó que se necesitan líderes (sabía que alguien tenía que tomar las decisiones y, aunque quería participar en el proceso y contribuir a mi manera, sabía que no estaba listo para desempeñar el papel de dirigente y cumplir con las responsabilidades que conlleva) y que los que no son líderes tienen que contribuir lo máximo posible, no solo con su presencia sino también con sus ideas.

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De vez en cuando los líderes del movimiento “me perdieron”, no de modo definitivo ni fundamentalmente, pero a veces me opuse a su dirección... por ejemplo, cuando las maniobras de la administración me hacían preguntar, momentáneamente, si nuestros líderes se estaban “excediendo”. Pero luego la administración hacía algo que de nuevo dejaba ver su verdadera naturaleza y metas, y me llevaba más firmemente al curso que señalaban nuestros líderes. De vez en cuando me parecía que los líderes iban “más allá” de lo posible, trazando conexiones fuera de los límites que dictaba nuestro nivel de unidad. Por ejemplo, recuerdo que durante la toma del edificio Sproul Hall (que terminó con el arresto de 800 manifestantes), Mario nos informó de la última maniobra del otro lado y dijo algo como que el gobierno estadounidense hacía lo mismito en Vietnam. No me gustó esa comparación, porque todavía no me había decidido con respecto a Vietnam. Pero en tiempos tan “acelerados” como esos, solo fue cuestión de unos pocos meses y de unos cuantos importantes acontecimientos en Vietnam y en Estados Unidos (como los ataques contra los manifestantes de derechos civiles en Selma, Alabama, y la incapacidad del gobierno de pararlos o su decisión de no hacerlo) para que viera claramente que el gobierno no tenía la menor intención ni capacidad de liberar al pueblo vietnamita. Los argumentos de Mario Savio y de otras personas que respetaba mucho me ayudaron a sacar esa conclusión.

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En el curso de todo eso —del profundo proceso del MLE y del movimiento social más amplio del que era una parte importante— había una orientación esencial de luchar contra las injusticias en las estructuras institucionales y las relaciones sociales básicas de esta sociedad. Eso se ve muy claramente en los “villancicos” (que llamábamos “Villancicos de la Libertad de Expresión”) escritos en esa época para popularizar al MLE, los cuales satirizaban a las directivas de la Universidad y a las autoridades en general, y contrastaban sus metas con las del movimiento (mis favoritos todavía son “Oski Dolls”, con la melodía de “Jingle Bells”, “U.C. Administration” y “Joy to U.C.”). Ahora cuando escucho esos villancicos, me parece que encarnan una contradicción entre creer en el “ideal democrático” de la clase dominante de Estados Unidos y el deseo de darle una auténtica expresión a ese ideal, por un lado, y por el otro algo más profundo y más radical: una concepción inicial de que la naturaleza y las metas de las principales instituciones de esta sociedad (como las universidades, pero no exclusivamente) las llevan a tratar al pueblo como si fuera un instrumento para utilizar y manipular en beneficio de los que controlan esas instituciones, quienes no se preocupan por las necesidades ni por los derechos del pueblo, sino por las ganancias y el poderío.

Eso se desprende de las todavía poderosas y perturbadoras palabras de Mario Savio en las escalinatas de Sproul Hall antes de la toma: “Llega un momento cuando el funcionamiento de la máquina es tan detestable, cuando lo aborrecemos tanto, que uno no puede participar, ni siquiera tácitamente, y en vez tiene que tirar su cuerpo en los engranajes, las ruedas y las palancas, en todo el aparato, para pararlo. Y tiene que señalarles a los que la manejan, a los dueños de la máquina, que si uno no es libre la máquina no funcionará”.

Asumir ese reto hasta sus últimas consecuencias me ha llevado —no en una línea recta, sino a través de un camino sinuoso salpicado por saltos radicales— a la convicción de que solo una revolución comunista, en Estados Unidos y en todo el mundo, es capaz de extirpar del todo y por fin las injusticias contra las cuales nos rebelábamos en el MLE y las demás injusticias que desde ese entonces se han perfilado con más claridad: la dominación imperialista de los pueblos y naciones oprimidos, la opresión de la mujer, la destrucción del medio ambiente, así como el hecho fundamental de que la economía estadounidense y la global se basan en la explotación y el pillaje de la gran mayoría de la población para beneficio de un puñado. Y esa convicción se ha fortalecido en el curso de más de 25 años de lucha como comunista revolucionario.

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Es fácil ver las dificultades que conlleva una revolución histórico-mundial así —contra miles de años de tradición y contra el poderío militar de los guardianes del viejo orden, sobre todo los gobernantes del imperio estadounidense— y convenir en aceptar algo menos radical. Y eso es especialmente cierto hoy, cuando todas las clases dominantes, de Rusia a China a Estados Unidos, están aprovechando el abierto abandono del comunismo en la Unión Soviética (o, para ser más preciso, el hecho de que lo que ha existido ahí desde el gobierno de Jrushchov es una sociedad burguesa que últimamente se ha vuelto más abiertamente burguesa), así como el hecho de que después de la muerte de Mao Tsetung convirtieron a la China revolucionaria en otro banquete para el capital. A partir de eso proclaman a voz en cuello la “muerte” y el “fracaso” del comunismo. Sin embargo, como dijo Mao hablando de la lucha por el comunismo a nivel mundial, “las perspectivas son brillantes, pero el camino tiene vueltas y revueltas”. No debe sorprenderle a nadie que la revolución comunista, que representa una ruptura tan radical en la historia humana, no pueda avanzar en línea recta de una victoria a otra, sino que atravesará un camino lleno de vueltas y revueltas, altibajos, reveses y grandes saltos adelante. Hay algo que al fin y al cabo es más fundamental y más poderoso que todos los medios de engaño y de destrucción del arsenal de las clases dominantes reaccionarias: la revolución comunista corresponde a los intereses básicos de la gran mayoría del pueblo del mundo, y representa el único sendero que lleva a eliminar la explotación y opresión que significa un sinfín de miseria y agonía, privación indecible e innecesaria y destrucción, cosas que continúan por la razón fundamental de que el capitalismo/imperialismo se ceba de ellas y las necesita.

Especialmente hoy se dice que eso es retórica y nada más, una especie de dogma anacrónico, que en el mejor de los casos es ingenuo. Pero miren como está el mundo, examínenlo a fondo y con una mirada penetrante y díganme que los problemas del mundo no son tan extremos ni las causas tan fundamentales como los acabo de describir. Muchos que participaron en el MLE y que siguen luchando, a su manera, contra las mismísimas injusticias que los impulsaron a la lucha hace años (así como nuevas generaciones que encaran por primera vez la cuestión de si deben combatir el sistema para corregir los patentes males de esta sociedad, y de cómo hacerlo) no se han convencido de que la revolución comunista sea necesaria, deseable ni posible. Les urjo combatir, o seguir combatiendo, contra los mismos males que combatimos durante el MLE y en todo el movimiento de la década del 1960, y contra los problemas que hoy vemos más claramente; que perseveren en sus propias creencias y sigan luchando contra la opresión y explotación mientras exista; y que busquen las respuestas a esos problemas con la misma osadía y resolución que teníamos durante el MLE y todo el movimiento de los años 1960. Tal como llegué a convencerme de que ese proceso llevará a la conclusión de que el comunismo es necesario, deseable y posible, también estoy convencido de que el avance al comunismo, aunque tiene un camino principal, debe seguir muchos senderos que al fin y al cabo se unirán, y que durante todo el proceso histórico de la lucha para llegar al comunismo se necesitará un proceso de unidad-lucha-unidad entre todos los que buscan auténticamente poner fin a la explotación y opresión.

El comunismo que estoy convencido de que tiene que triunfar y triunfará es uno que abarcará y enriquecerá el “proceso de descubrimiento” de los que apenas despiertan a la vida política y entran a la lucha por cambiar el mundo, contra la tradición y la “sabiduría convencional”. Es un comunismo que, como movimiento y como sociedad futura, “da paso” y da la máxima expresión a la clase de idealismo que era una cualidad central del MLE, como expresa tan elocuentemente ese discurso de Mario Savio. Al contrario de lo que se dice, especialmente hoy, no es verdad que el comunismo no acepte el espíritu humano ni le permita remontar vuelo; decir eso es no entender y vulgarizar el materialismo marxista. Cuando Mao Tsetung exhortó a unir el romanticismo y el realismo revolucionarios en el arte y demás ámbitos, precisamente estaba rechazando tendencias materialistas mecánicas y hablando de la necesidad de inspirar al pueblo con la visión más elevada, y de hacerlo de maneras que desencadenen la imaginación y que den un conocimiento muy profundo de la realidad y de los medios para revolucionarla.

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Si, en el mundo de hoy, las cosas por las cuales luchábamos durante el MLE (y que nacieron o renacieron en el movimiento de ese período) no se han logrado completamente; si, de hecho, los males que combatíamos son en cierto sentido más graves y atrincherados, eso no quiere decir que el movimiento de esos años (y desde entonces) no ha tenido importantes logros. Ni mucho menos es una señal de que el movimiento de esos años, y especialmente su expresión más radical y revolucionaria, “fue demasiado lejos”. Sin duda, el MLE fue un momento de auge de esa lucha. Pero también fue un comienzo, y la unidad que encarnaba estaba llena de contradicciones, de las cuales tenían que surgir nuevas luchas. De no ser así, no se hubiera podido avanzar. La idea de que cuando el MLE y el movimiento pasó a ser más radical, degeneró o cayó en picada es una manera incorrecta y sin bases de leer o re-escribir la historia. Al contrario, el problema es que, si bien logró mucho —tanto que los principales representantes de la clase dominante todavía hoy se ven obligados a atacar “los años 1960” como un aspecto central de su programa, mientras que otros tratan de cooptar ciertos aspectos de “los años 1960”— y si bien, en realidad, logró más en su etapa más radical, la verdad es que el movimiento de esa época no fue lo suficientemente lejos. El mismo sistema sigue en pie: las mismísimas relaciones sociales, instituciones e ideas fundamentales siguen dominando la sociedad y el mundo; sigue siendo necesario tumbar todo eso, y las condiciones para hacerlo no han desaparecido, más bien se han fortalecido.

En la década de los 1960 iniciamos algo nuevo y el MLE fue una parte importante del proceso. Pero todavía tenemos un mundo que ganar. Como dijo Mao, hay tantas tareas por delante, y todas tan urgentes.