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Capítulo Seis "Sus hijos e hijas..."

de una autobiografía de Bob Avakian From Ike to Mao and Beyond

Esta semana posteamos un famoso clip de Mario Savio en 1964, un líder estudiantil de esa época en la Universidad de California en Berkeley, en que llama a “poner tu cuerpo sobre los engranajes y sobre las ruedas, sobre todo el aparato” del sistema y detener su funcionamiento. Esto tuvo lugar en el momento álgido del Movimiento por la Libertad de Expresión, una de las primeras grandes luchas estudiantiles de la década de 1960. En un momento en el que la Corte Suprema está en camino de arrebatar el derecho al aborto, el espíritu y las palabras de Mario Savio tienen una gran relevancia.

Mario Savio se pronuncia en las escalinatas del edificio Sproul Hall de la Universidad de California-Berkeley, 2 de diciembre de 1964, vídeo en inglés.

(Traducción: "Hay un momento en que el funcionamiento de la máquina se vuelve tan odioso, te parte tanto el corazón, que no puedes participar; no puedes participar ni siquiera pasivamente. Y tienes que poner tu cuerpo sobre los engranajes y sobre las ruedas, sobre todo el aparato, y tienes que hacerlo parar. Y tienes que indicarle a la gente que lo maneje, a la gente que lo posee, que a menos que seas libre, se impedirá que la máquina funcione, en absoluto.")

Para poner algún contexto para este impactante clip, también postearemos un capítulo de la autobiografía de Bob Avakian (BA) que habla de la participación de él en ese movimiento. Este capítulo se inicia cuando BA todavía se está recuperando de una enfermedad muy grave, pero ha podido inscribirse en la Universidad de California-Berkeley y reanudar una vida estudiantil normal. Este capítulo da una idea de la manera en que BA empezó a desarrollarse políticamente, de la época y de Mario Savio, y también una idea más amplia de la manera en que la gente en general puede empezar a experimentar cambios en su forma de pensar y en lo que hace cuando empiezan a activar su participación.

Mi familia, mis amigos y yo todavía no sabíamos si estaba recuperado del todo porque en dos ocasiones me bajaron la dosis de cortisona y tuve una recaída de los riñones. Cuando suspendí completamente la cortisona, temíamos que recayera, pero ese verano trajo muchos cambios a mi vida.

Unos profesores de inglés me propusieron para un seminario sobre John Milton, el poeta inglés que escribió Paraíso perdido (y Paraíso reconquistado), que se daría a los estudiantes del cuadro de honor ese verano. Éramos unos diez estudiantes y el profesor era Stanley Fish, un experto en Milton muy célebre, apenas unos pocos años mayor que nosotros; creo que tenía 24 años. Ahora es una importante figura académica e intelectual y yo he escrito unos cuantos comentarios sobre sus libros en los últimos años. En esa época no lo conocía, pero me interesaba la literatura inglesa, me interesaba escribir poesía y la idea me entusiasmó, así que cuando me invitaron a participar, acepté.

Nos reunimos varias horas al día, cinco días a la semana, durante varias semanas y resultó muy interesante. Una vez el profesor llevó a un conferencista a tratar ciertos aspectos de la obra de Milton. Yo tenía gafas oscuras y el conferencista me miraba y me miraba, y al fin no pudo más y se dirigió a mí: ¿Por qué tiene gafas oscuras en el salón? Por alguna razón yo tenía una respuesta lista y le contesté sin vacilación: Platón escribió que los ojos son el espejo del alma y yo no quiero que nadie se asome a mi alma. Todo mundo, incluido el conferencista, se rió.

Nuevas perspectivas

En ese seminario conocí a Liz, quien fue una fuerte influencia para mí. Yo tenía muchas ganas de meterme más en cuestiones políticas y ella era de una familia progresista (sus padres eran simpatizantes del Partido Comunista y ella conocía gente que tuvo que quemar sus libros marxistas durante el macartismo). Liz me radicalizó; ese otoño estalló el Movimiento pro libertad de expresión y me atrajo mucho, pero Liz me hizo meter mucho más a fondo en él.

Yo estaba pasando por muchos cambios en poco tiempo, tal como sucede cuando en el mundo se dan grandes sucesos uno tras otro. La crisis de los misiles de Cuba fue en 1962 y dos años más tarde China detonó una bomba atómica. Recuerdo que un día iba caminando con un conocido después de una marcha de derechos civiles contra una compañía que no contrataba negros y vimos un periódico con un titular enorme: "China detona bomba atómica". El otro chavo era más radical que yo en ese entonces y le dije:

—Uy, eso es peligroso, qué mala onda.

—No, a mí me parece bueno.

—¿Por qué? Ese Mao es un loco; es peligroso que tenga una bomba atómica.

—No, es bueno, porque así Estados Unidos no podrá joder a China tan fácilmente.

Como se ve en el comentario que hice sobre Mao, yo todavía aceptaba la propaganda anticomunista, pero estaba abierto. Mis prejuicios chocaban con una persona que veía las cosas de otra forma y me quería abrir los ojos; eso pasaba todo el tiempo. De modo que cuando él dijo lo que dijo, no lo descarté de plano; tampoco lo acepté del todo, pero fue una de esas cosas que se quedan dándole a uno vueltas en la cabeza.

Eso sucedía cuando Estados Unidos estaba escalando la guerra de Vietnam, en 1964 y 1965. Yo todavía no había tomado posición sobre Vietnam. Algunos del Movimiento pro libertad de expresión, como Mario Savio, criticaban la guerra de Vietnam, y a mí no me gustaba mucho que lo hicieran. Yo todavía estaba pensando qué posición tomar y opinaba que no debía ser una línea divisoria, o un punto necesario de unión, en el Movimiento pro libertad de expresión. Pero en tiempos como esos muchas cosas contradictorias le dan a uno vueltas en la cabeza.

Desgarrado por Kennedy y los demócratas

Retrocediendo por un momento, el asesinato de Kennedy fue un perfecto ejemplo de lo contradictorio de mis ideas en ese tiempo. Ese día fui a la universidad y todo mundo estaba sacudido y triste por el asesinato, llorando en público. Recuerdo que una compañera de clase se enojó conmigo porque yo estaba distante y no expresaba emoción. Pero cuando me caló, aunque parezca mentira, escribí un poema en memoria de Kennedy. Me sentía como Phil Ochs en esa época, cuando dijo que sus amigos marxistas nunca entenderían por qué escribió una canción positiva sobre Kennedy y por eso no era marxista. Esas palabras también me retratan a mí en ese tiempo.

Mi padre era del Partido Demócrata. Hacia el final de su vida, se hartó con todo el sistema por todas las injusticias de este país y las injusticias que este país comete en el resto del mundo; pero buena parte de su vida fue un demócrata liberal. Le ofrecieron trabajo en el gobierno de Kennedy, pero no lo aceptó porque yo estaba enfermo y no me podía mudar, y él no quería alejarse de mí. A mis padres les dolió mucho el asesinato de Kennedy y creo que mi padre leyó mi poema a Kennedy en una reunión conmemorativa.

Las ideas contradictorias que caracterizaban a mis padres, y a mí, en esa época son bastantes comunes en círculos progresistas. Uno ve muchas de las injusticias, las "heridas supurantes" de la sociedad, la destrucción de tanta gente, y ve, en parte, que los que gobiernan son responsables. Pero tiene la ilusión y la esperanza de que los podemos hacer recapacitar, los podemos hacer ver los problemas y, como tienen poder para solucionarlos, uno quiere creer que harán algo si ven el problema. Esa es una falsa ilusión difícil de dejar atrás; a mucha gente le cuesta mucho trabajo desechar esas ilusiones, y así sucedió conmigo.

De lleno a la vida estudiantil

A esas alturas, en 1964, finalmente pude irme de la casa. Como me perdí muchas experiencias sociales, quería vivir en las residencias universitarias, aunque ya estaba en el tercer año de clases. Sin embargo, persistía la duda de si mi salud podría tolerarlo. Entre otras cosas, yo tenía una dieta sumamente estricta y cada día tenía que contar los miligramos de sodio que comía. Finalmente tuve una conversación con mi médico y me dijo: Yo creo que has llegado al punto en que si eres cuidadoso con lo que comes, si no comes nada salado y no le pones sal a los alimentos, puedes vivir en una residencia universitaria. Ese era el gran interrogante; estaba bastante fuerte pero la cuestión era la comida porque si me descompensaba podría tener una fuerte recaída.

Un amigo de prepa, Tom, vivía en las residencias y nos pusimos de acuerdo para compartir un cuarto; eso me facilitó mucho la transición. Para mí fue un paso muy importante porque por varios años me tocó ser muy dependiente y, aunque quería a mi familia, quería empezar a vivir por mi cuenta.

Las residencias universitarias tienen sus limitaciones, pero en mis circunstancias vivir ahí fue una experiencia positiva. La mayoría de los estudiantes viven en una residencia cuando entran a la universidad y después se organizan de otra forma, pero como yo no pude hacer eso al principio disfruté el tiempo que pasé en la residencia. Tom, mi compañero de cuarto, era un chavo progresista y un gran aficionado a los deportes, como yo. En esa época, los grandes cambios que recorrían la sociedad y el mundo se sentían en toda la vida universitaria e inclusive en las residencias.

Físicamente, todavía tenía las huellas de la enfermedad y todavía estaba tratando de superar las huellas psicológicas. Mis amigos me sacaban a fiestas y mi gusto por el canto me ayudó a salir del cascarón. No sé exactamente por qué ni de dónde saqué el valor, pero cuando iba a fiestas a veces me ponía a cantar, y no necesitaba trago ni mota. Cantaba canciones de R&B, de Motown y otras. También lo hacía en la residencia. Cuatro residencias tenían la misma cafetería y los domingos ponían un micrófono para hacer anuncios. Un domingo, alentado por mis amigos y también por iniciativa propia, me paré, tomé el micrófono y me puse a cantar una canción de Mary Wells que me encantaba: "Bye, Bye Baby". Todo el mundo respondió con entusiasmo, así que se volvió una institución dominical durante el tiempo que viví en las residencias.

Dylan y la "Beatlemania"

Recuerdo cuando los Beatles vinieron por primera vez a Estados Unidos y fue un gran acontecimiento. Salieron en un programa como The Ed Sullivan Show y en la residencia todos se reunieron a verlos por televisión; todos menos Tom y yo, pues no nos gustaban y además queríamos expresar que nos gustaba otra clase de música y que no íbamos a seguir el rebaño. En retrospectiva, explicando por qué no me gustaba Jimi Hendrix, he dicho que los amigos, la música y otras influencias de la preparatoria me dieron una visión "nacionalista estrecha" y pensaba: "¿Qué hace Jimi Hendrix tocando esa música psicodélica de hippies blancos?". Después vi que esa era una posición estrecha, que no capté algo nuevo que iba contra la corriente, y he tratado de aprender de eso, no solo en el campo de la música sino en general.

Aunque reconozco esa estrechez de miras, creo que la posición que tomamos Tom y yo tenía algo positivo: ¿por qué tanto alboroto porque vienen unos muchachos ingleses a cantar rhythm and blues? Recuerdo que un amigo me contó que en esa época fue a una competencia de pista en Los Ángeles y que Mick Jagger estaba en el mismo hotel que los atletas y un día varios atletas lo rodearon y le dijeron: Ah, conque eres un gran cantante. Se pusieron a cantar canciones de doo-wop y de rhythm and blues, y lo desafiaron: A ver, canta esta rola o esta otra. La anécdota me gustó y me hizo mucha gracia. Más o menos en la misma tónica, Tom y yo resolvimos no dejarnos arrastrar por la Beatlemania. Años más tarde le tomé gusto a John Lennon, de una forma diferente, especialmente por sus ideas políticas y sociales, pero también por su música; pero en esa época no nos dejamos llevar por la Beatlemania.

Bob Dylan era algo totalmente distinto. En la universidad teníamos un compañero que cantaba todo su repertorio musical y que además se parecía. Estoy seguro de que ese fenómeno se dio por todo el país y también estoy seguro de que a Bob Dylan no le gustaba esa clase de "imitación". Este chavo tenía armónica, guitarra y todo, y así fue como empecé a oír las canciones de Dylan. A medida que me politicé, le entré más a su música y recuerdo en especial el disco The Times They Are A-Changing (Los tiempos están cambiando). Efectivamente los tiempos estaban cambiando y eso sembró muchos conflictos generacionales.

Una vez que estábamos con mis padres, Liz y yo pusimos esa canción a todo volumen, como para restregárselas en las narices: "madres y padres, no critiquen lo que no entienden". Yo no quería nada con los Beatles, pero Bob Dylan hablaba de los trastornos sociales y políticos del momento de una forma que le llegaba a muchos chavos de la clase media, pero no solo a ellos. Al principio muchas de sus canciones eran sobre la lucha de derechos civiles, como "The Lonesome Death of Hattie Carroll", sobre el asesinato de una empleada doméstica negra por un hacendado joven blanco en Baltimore, y otras canciones sobre horrores similares. También me encantaba la poesía de Dylan; a mí me gustaba la poesía y ese aspecto de sus canciones me cautivaba. No lo veía como un blanco que se pone a imitar la música de otros. Lo veía como un músico poeta y como la voz de una generación que planteaba muchas cosas en un momento en que "los tiempos están cambiando".

Nuevos amigos, nuevas influencias

Viví poco tiempo en las residencias y después Tom, dos amigos y yo sacamos un apartamento. Uno de los amigos era de India y se llamaba Sidhartha Burman, pero le decíamos Sid. Mis amigos judíos, en broma, pronunciaban su apellido como si fuera un nombre judío: Sid Berman. En realidad tenía un nombre clásico de su país y él era de una familia burguesa muy rica. Teníamos muchas discusiones políticas con él. Era muy buena persona, pero nos contaba que en su casa de Calcuta los sirvientes lo despertaban todos los días con un masaje. Después caminaba a la oficina de su papá y por el camino tenía que saltar por encima de los cadáveres de los que se murieron de hambre la noche anterior. Tuvimos muchas discusiones con él y lo máximo que logramos fue que se volviera medio hippie por un tiempo; no llegamos más allá. Para nosotros fue muy útil oír sus experiencias; nos dieron un vistazo de otra parte del mundo, de otras culturas y costumbres.

A nivel político en ese tiempo, antes del Movimiento pro libertad de expresión, los estudiantes se dedicaban principalmente a la lucha de derechos civiles. Precisamente el Movimiento pro libertad de expresión surgió cuando los estudiantes trataron de organizar actividades de derechos civiles en la universidad. Hoy puede parecer increíble, pero en esos tiempos solo se podían organizar actividades como clubes estudiantiles; no se podían organizar actividades para “causas políticas externas”, como los derechos civiles. Estaba prohibido organizar, por ejemplo, una protesta de derechos civiles o una manifestación contra una compañía que no contrataba negros; iba contra las reglas y era motivo de expulsión. Esa fue la chispa que prendió el Movimiento pro libertad de expresión. Este movimiento cambió radicalmente la ciudad universitaria de Berkeley y, además, inició una ola de cambios en universidades por todo el país. De muchas partes iba gente a Berkeley a checar el movimiento.

Por ejemplo, un día conocí a un chavo de Nueva York que fue a Berkeley porque reconoció la importancia de ese movimiento, que todavía estaba en sus inicios. Me contó que estuvo en Italia, donde el Partido Comunista era un partido político establecido, a diferencia de Estados Unidos. También me contó una anécdota de un juzgado de Nueva York: un día unos policías llevaron a un preso terriblemente golpeado y por un momento el juez perdió el control y soltó: Por dios, ¿qué pasó? Pero inmediatamente recobró la “compostura” y siguió los trámites como si no pasara nada. Eso se sumó a cosas que sabía por mi propia experiencia y especialmente por la experiencia de mis amigos.

Malcolm X

Como describí antes, a mi preparatoria llegaron los vientos del movimiento de derechos civiles, que llevaron especialmente los estudiantes negros. Por eso oí hablar de Malcolm X. Recuerdo que más o menos al año de graduarme de preparatoria, cuando estaba en el hospital recibiendo cortisona, un domingo por la tarde vi un programa de debate político por televisión sobre Malcolm X y los Musulmanes Negros. Todos los participantes eran blancos, pero tenían distintas posiciones y debatían si los Musulmanes Negros eran tan malos como el Ku Klux Klan. Uno dijo: “No, no es lo mismo porque el Ku Klux Klan y los supremacistas blancos defienden la opresión, mientras que los Musulmanes Negros se oponen a esa opresión”. Yo inmediatamente estuve de acuerdo con él; me pareció correcto e importante. Coincidía con lo que pensaba, pero además ató cabos sueltos para mí.

Recuerdo ver a Malcolm X por televisión y oír sus discursos; me parecían fascinantes y estimulantes. Estaba de acuerdo con su frase de “libertad, por los medios que sea necesario”. Nunca me convencieron las ideas pacifistas. Una cosa es adoptar tácticas pacifistas en una situación, como una manifestación, pero nunca me convenció el pacifismo como principio: por ejemplo, que los negros siempre debían poner la otra mejilla. Cuando me enteré de que en el Sur se formó un grupo, Deacons for Defense, que defendía con armas a la comunidad negra ante los ataques del KKK y los sheriffs racistas, me pareció bien, me pareció necesario e importante. Así que cuando Malcolm X proclamó “por los medios que sea necesario”, me pareció correcto. Yo no estaba de acuerdo con confinar a la gente a poner la otra mejilla o a aceptar pasivamente la violencia dizque por nobleza.

Me encantaba oír los discursos de Malcolm X. Una vez conseguí un disco de su discurso “The Ballot or the Bullet” (El voto o la bala) y lo oí muchas veces. Después, cuando empecé a dar discursos, aprendí mucho de Malcolm X, especialmente su forma tan aguda de desenmascarar las profundas injusticias y contradicciones del sistema. (También aprendí mucho del cómico Richard Pryor, especialmente su manejo del humor para sacar a la luz cosas tapadas o de las que no se “debe” hablar).

Un pie aquí y el otro allá

Mi amigo Matthew regresó a la universidad y andaba con un grupo de amigos negros de los que yo también me hice amigo. Asimismo, cuando volví a mi antigua preparatoria a ser tutor académico, árbitro de competencias de pista y entrenador de los equipos de baloncesto de la liga de verano, seguí en contacto con mis viejos amigos y con ese medio. En ese entonces no captaba algo que ahora veo: tenía un pie en un mundo y otro pie en otro mundo, pero los dos eran parte de mi vida, eran parte de mi mundo. En la universidad tropecé con las mismas actitudes que en la preparatoria; por ejemplo, unos tipos me dijeron que no querían ser mis amigos porque me la pasaba con estudiantes negros. Como dije, tenía un pie aquí y el otro allá, pero eso era parte de mi mundo. No lo hacía como “proclama”; eran mis amigos, eran las personas y los asuntos que me interesaban, eran las diferentes partes que formaban mi vida. No me decía: “Estoy entre dos aguas”, pero objetivamente lo estaba.

En el aspecto cultural, me atraían más las cosas de mis años anteriores, especialmente de la preparatoria, que las cosas de la universidad. Pero a nivel político e intelectual, la universidad tenía cosas que me jalaban mucho: la música de Dylan, la poesía, el seminario de Milton; tomé cursos de Shakespeare y de Chaucer, ¡y soy una de las pocas personas que conozco que ha leído entero “Faerie Queene” de Edmund Spenser!, que es una epopeya clásica de cientos y cientos de páginas, escrita más o menos en los tiempos de Shakespeare. La leí (tomé un curso sobre ella) porque sabía que Spenser fue una influencia importante en Keats, y Keats me encantaba. Todo eso también era parte de mi vida.

Tenía la meta de aprender cinco o seis idiomas. Tomé clases de italiano y un poco de español, pero nunca cumplí esa meta porque intervinieron otras cosas que me parecieron más importantes. Pero al tomar clases de italiano se me despertó el interés por los poetas románticos italianos contemporáneos de Keats y los otros poetas románticos ingleses. Mi profesor favorito de italiano era muy progresista y hablábamos de lo que pasaba en el mundo; yo hacía un esfuerzo y hablaba en italiano con él.

Pero, repito, vivía en dos mundos. La mayor parte de los muchachos aficionados al atletismo no eran progresistas y radicales, por decirlo así. Mi amigo Kayo y mi compañero de cuarto Tom eran muy aficionados al deporte y también tenían fuertes tendencias progresistas y radicales, pero eran la excepción a la regla. En ese sentido, se puede decir que mis intereses eran conflictivos, pero para esa época, 1964, ya me sentía del todo bien y con ganas de hacer muchas cosas. Así que cuando llegó el otoño y surgió el Movimiento pro libertad de expresión, y con la influencia de Liz (de quien me estaba enamorando), estaba listo para entrarle de lleno.

El Movimiento pro libertad de expresión

A pesar de que estaba prohibido organizar actividades sobre "asuntos extracurriculares", en la universidad se estaban organizando protestas contra las compañías que discriminaban contra los negros, como el periódico Oakland Tribune y el restaurante Mel’s Diner. Todos los estudiantes lo sabían; era un asunto que se comentaba y se debatía cada día más, y mucha gente lo apoyaba o lo atacaba, porque la situación se estaba polarizando. Voy a saltar un momento para dar una idea de esto: un poco más adelante, una noche que los estudiantes rodearon una radiopatrulla y no la dejaban mover, llegaron 500 tipos de hermandades estudiantiles a tirarles cosas y a gritarles. Varias veces he dicho que en los años 60 hasta a los tipos de las hermandades les creció el cerebro, pero eso fue más adelante; en la época del Movimiento pro libertad de expresión todavía no les había crecido.

La rectoría mandó a la policía universitaria a parar los "asuntos extracurriculares". Un chavo, Jack Weinberg, tenía una mesa con materiales sobre discriminación y dijo que no la iba a quitar. La policía lo agarró y lo metió a una radiopatrulla para llevárselo, pero unos estudiantes la rodearon y no la dejaban mover. Justo al mismo tiempo yo estaba en la rectoría en una recepción para los estudiantes del cuadro de honor. En esa recepción un estudiante le preguntó al rector sobre el incidente de la radiopatrulla y él básicamente contestó: "Bueno, al principio pensamos que los organizadores estaban en terrenos públicos, porque es justo a la entrada de la universidad, pero investigamos y nos dimos cuenta de que están en los terrenos de la universidad y resolvimos pararlos". ¿Y por qué investigaron? Porque, siguió, el Oakland Tribune, y su dueño William F. Knowland (un conocido reaccionario1) les puso presión. El Tribune llamó y se quejó de que los estudiantes estaban organizando manifestaciones de derechos civiles contra el periódico porque no contrataba a negros. El rector terminó: "Así que tomamos medidas enérgicas contra eso".

Yo quedé boquiabierto. Primero que todo me sorprendió lo que pasó y, segundo, que lo dijera abiertamente, como si todo mundo lo fuera a aceptar. Como he dicho en otras ocasiones2, creo que pensó que como éramos "estudiantes modelo" también éramos "ciudadanos modelo": arribistas, interesados solo en las notas hoy y en el dinero mañana, y que no nos iba a chocar lo que decía. Pero a mucha gente en esa reunión le chocó, y yo era uno de ellos. Inmediatamente fui al plantón y me puse en la cola para hablar: la radiopatrulla estaba rodeada de estudiantes, con Jack Weinberg adentro, y uno por uno los estudiantes se paraban encima a hablar. ¡Era increíble! Cuando me llegó el turno, me subí encima de la radiopatrulla, conté lo que dijo el rector, expliqué que eso me hizo apoyar el plantón y doné los $100 que gané por entrar al cuadro de honor. Así fue como me metí al Movimiento pro libertad de expresión.

Pensándolo ahora, creo que ese movimiento expresó el deseo general de los estudiantes de que los trataran como adultos y como ciudadanos; querían los mismos derechos que los demás. Phil Ochs tenía una canción que decía: "Cuando tenga algo que decir, lo voy a decir ya". Esa era la posición de los estudiantes. Pero además, en el mundo sucedían muchas cosas importantes. Vietnam estaba empezando a ser un tema candente en el otoño del 64 y el movimiento de derechos civiles estaba en marcha. Había mucho interés por debatir y participar en esas cosas, por ser parte del mundo, y no ser tratados como niños solo por ser estudiantes. Muchas cosas se mezclaban: la resistencia general contra el hecho de que a los estudiantes los trataban como si no tuvieran cerebro, contra la burocratización de la universidad y el servicio de la universidad al mundo corporativo y las fuerzas armadas, contra la despersonalización de los estudiantes y, por otra parte, el interés por participar en los movimientos de derechos civiles y contra la guerra de Vietnam. Todo eso se mezclaba.

La universidad decía que todo eso lo fomentaban "agitadores de fuera". Es cierto que unos organizadores no eran estudiantes, y su presencia era bienvenida y positiva. Pero la gran mayoría del movimiento eran estudiantes. Eso se comprobó tras los arrestos por la ocupación del edificio administrativo. La rectoría anunció que se trataba de "flojos, de estudiantes malcontentos y gente de fuera". Sin embargo, se comprobó que la gran mayoría de los arrestados eran estudiantes. Después, la rectoría salió con el cuento de que eran malos estudiantes que iban perdiendo el año y que por eso andaban buscando pleitos. En respuesta, el comité del movimiento hizo una encuesta de los arrestados y les preguntó cuál era su promedio de calificaciones. Resulta que tenían un promedio superior al general, que no eran malos estudiantes.

Liz era más radical y militante que yo. Las conexiones de su familia con el Partido Comunista le dieron más conciencia política de la que yo tenía en ese momento (aunque en última instancia eso quería decir revisionismo: reformismo en nombre del comunismo). Ella fue una gran influencia para mí. Nuestras discusiones políticas y, para ser honesto, el hecho de que me gustaba y de que estaba muy metida en el Movimiento pro libertad de expresión, me estimularon a participar más.

Cuando nos tomamos el edificio de la administración (Sproul Hall) varios días, yo me dediqué a mantener la moral en alto e iba de piso en piso organizando grupos de canto. Pero yo era un estudiante serio y seguía haciendo mis tareas, hasta que en un momento decidí mandarlas al diablo y tiré mi cuaderno a un lado. Eso tenía un significado simbólico, aunque yo mismo no me diera cuenta en ese momento.

Otra ironía de "nadar entre dos aguas" sucedió al final de la toma del edificio, cuando la policía nos estaba arrestando a todos, uno por uno. A muchos estudiantes los tiraron por las escaleras, y en especial a las mujeres las agarraban por el cabello y las tiraban por las escaleras. Yo estaba en el último piso y vi que tiraron a mucha gente. Esto sucedió unos pocos meses después de mi recuperación, así que además de enfurecerme al ver eso, me preocupaba que me tiraran por las escaleras y que me golpearan los riñones. Cuando me llegó el turno, reconocí al policía que me iba a arrestar porque era un jugador de baloncesto universitario. En la placa decía "Gray", y le dije: ¿No eres el "Gray" que jugó en el equipo de baloncesto de St. Mary? Y encogí los hombres como diciendo: ¿Qué vas a hacer? Él me contestó: Lo siento, no puedo hacer nada. Y me agarró.

Bueno, me alegró mucho que me arrestaran pues quería ser parte de eso y nos unía una gran camaradería. Cuando le hablé a Gray no era para que no me arrestara sino para que no me tirara por las escaleras o me golpeara en los riñones, y me alegraba ser parte de eso.

Por otra parte, yo le entré al Movimiento pro libertad de expresión poco después de que a mi padre lo nombró juez el mismo gobernador que mandó la policía a arrestarnos: Edmund G. "Pat" Brown. Eso capta una fuerte contradicción. Mi padre nos decía a mi hermana menor y a mí: Miren, me acaban de nombrar... Era una forma de decirnos: No me dañen la chamba. Mi hermana y yo teníamos una actitud similar: Bueno, no vamos a hacer un esfuerzo por causarte problemas, pero tampoco nos vamos a amarrar las manos si nos parece que algo es correcto o importante.

Cuando me arrestaron, mis padres estaban de acuerdo con los principios de la libertad de palabra y en general con la lucha de los estudiantes, pero creo que los inquietó mucho en un sentido personal y en un sentido más amplio por los trastornos que el movimiento estaba causando: prácticamente el cierre de la universidad, los arrestos, así como la dimensión personal de si iba a perjudicar la posición de mi padre como juez. Tan pronto como supieron de mi arresto mis padres llamaron a mi médico porque mi salud todavía era delicada. El médico, quien resulta que simpatizaba con las protestas, les dijo: "Esto puede ser muy peligroso. Si pasa la noche en el piso frío, puede recaer". Con mucho énfasis le insistió a mi padre que me sacara de la cárcel esa noche para que no durmiera en el suelo. A mí me sorprendió salir antes que los demás. Casi todos salieron a la mañana siguiente o en el curso del día.

Mario Savio

Mario Savio, el líder del Movimiento pro libertad de expresión, ejerció una gran influencia en mí, aunque no lo conocí en un plano personal. Yo participé en el movimiento desde el comienzo, fui a todos los mítines y oí hablar a Mario y los demás. Sus discursos eran muy emocionantes porque describían de manera muy aguda los problemas que veíamos y nuestras motivaciones. En general me gustaban mucho, pero recuerdo que una vez, antes de que nos arrestaran en Sproul Hall, Mario dio un discurso que me inquietó; fue cuando nos enteramos que el gobernador despachó tropas a arrestarnos. Mario se puso a hablar de la duplicidad de la rectoría y del gobernador, de que no negociaron de buena fe, de que hicieron un montón de tramoyas, y de repente dijo: "Es lo mismo que está haciendo el gobierno en Vietnam". Eso fue a principios de diciembre del 64; yo estaba examinando en serio la cuestión de la guerra de Vietnam para tomar una posición, pero no me había decidido todavía.

Como mencioné, me inquietó que Mario dijera eso porque me parecía que el Movimiento pro libertad de expresión tenía cierto nivel de unidad, que no requería oponerse a la guerra de Vietnam. Para meterse en el Movimiento pro libertad de expresión no era necesario oponerse a la guerra, pero de haberse hecho una encuesta seguro indicaría que la gran mayoría del movimiento se oponía. Al poco tiempo, yo mismo me convencí de que era necesario oponerse rotundamente a la guerra, pero en ese momento todavía lo estaba sopesando: debatiendo y estudiando para tomar una decisión. Así que eso me inquietó, aunque, como he dicho, en ese proceso lo que dijo gente como Mario Savio (a quien respetaba mucho) obviamente tuvo una gran influencia para oponerme a lo que el gobierno hacía en Vietnam. Así que fue algo contradictorio.

El asesinato de Malcolm X

Poco después, en febrero de 1965, asesinaron a Malcolm X. Me pareció un golpe tremendo para los negros y en general para los que luchan contra la injusticia, en este país y en todo el mundo. Sabía que Malcolm X quería conectarse con gente de otras partes del mundo que luchaban contra la injusticia y la opresión. No me tragué el cuento de que Elijah Muhammed y la Nación de Islam fueron los únicos responsables. Participaran o no, yo sabía que el gobierno estaba metido. Sabía lo suficiente para saber eso.

Eso fue otra cosa que me radicalizó. Primero vi a Kennedy mentir descaradamente delante de todo el mundo y poner en juego el futuro del mundo con la crisis de misiles de Cuba; después pasó esto, el asesinato de Malcolm X, e inmediatamente intuí que el gobierno estaba metido. No había investigado el tema y todavía no se sabían los detalles, pero intuí que era obra del gobierno. Sabía que el gobierno odiaba a Malcolm X y que lo consideraba muy peligroso, y me dio mucha tristeza, pero también mucha rabia.

Yo estaba enterado de las transformaciones de Malcolm X. Mis amigos y yo le poníamos mucha atención a eso. Se debatía mucho la escisión entre Elijah Muhammed y Malcolm X, y casi todos mis conocidos tomaron partido con Malcolm. Nos parecía más radical, más dispuesto a confrontar al sistema, más firme y decidido a dar la cara ante cualquier amenaza a los negros y su opresión. Yo seguía eso con mucha atención; era una parte importante de lo que me estaba motivando a cambiar mi perspectiva de la situación y de lo que había que hacer. No recuerdo dónde estaba cuando oí la noticia del asesinato, pero recuerdo muy bien el impacto que me causó. A mis amigos y a mí nos dio muy duro. Antes mencioné una canción de Phil Ochs, "Love Me, I’m a Liberal" (Quiéreme que soy liberal), que retrata a un liberal, con toda la hipocresía y contradicción de los liberales: empieza diciendo que un liberal está muy triste por la muerte de Kennedy y que inclusive le parece una tragedia que mataran al líder de derechos civiles Medgar Evers, pero luego dice que Malcolm X se lo buscó. Era una posición muy común de los liberales y Phil Ochs la captó con gran ironía en esa canción. Yo tuve discusiones muy acaloradas con conocidos que pensaban de esa manera; estaba totalmente en desacuerdo.

Decisión sobre Vietnam

Todo esto influenció mi decisión sobre Vietnam. Malcolm X no se oponía apenas a lo que el gobierno hacía en Vietnam. En discursos como "The Ballot or the Bullet" tomó partido con el pueblo vietnamita y aplaudía que un pueblo sin mucha tecnología peleara y le estuviera asestando buenos golpes a una gran potencia poderosa, blanca ("el gran hipócrita Estados Unidos"), como lo veía. Eso tuvo mucha influencia para mí.

Por otra parte, en la universidad y en los círculos militantes se estaban dando debates importantes. Un tema de gran discusión era quién violó los Acuerdos de Ginebra de 1954 sobre Vietnam, los acuerdos que estipulaban reunificación y elecciones en 19563. Francia se estaba retirando de Vietnam: la lucha del pueblo vietnamita echó a Francia, tras la derrota total de Dien Bien Phu. Malcolm X habló de eso, de que los vietnamitas sacaron corriendo a Francia. Cuando yo examiné el tema y fui a la biblioteca y leí el Acuerdo y los informes de la comisión que lo escribió, vi que demostraban que Estados Unidos estaba saboteando sistemáticamente el Acuerdo. Me enteré de que el presidente Eisenhower reconoció que Ho Chi Minh hubiera ganado rotundamente las elecciones de un Vietnam reunificado y que, entonces, armó un gobierno títere en la parte sur de Vietnam, la República de Vietnam del Sur, como un estado separado, y que no permitió elecciones para la reunificación en 1956. Me puse a leer un montón de folletos y artículos sobre esto, y a oír los debates, tratando de entender la verdad de los hechos, tal como lo hice durante la crisis de los misiles de Cuba. Así vi que sin lugar a dudas Estados Unidos estaba saboteando los Acuerdos de Ginebra y que impidió la reunificación de Vietnam porque no le convenía.

Todo eso me daba vueltas en la cabeza y recuerdo con toda claridad el día de principios de 1965 que me levanté, fui por el periódico y vi grandes titulares sobre el brutal ataque contra una manifestación de derechos civiles en Selma, Alabama. Me dije: "¿Cómo demonios puede el gobierno de Estados Unidos ir a Vietnam a luchar por la libertad de los vietnamitas, como dice, cuando los negros aquí están pasando por estas y el gobierno no hace nada por su libertad y, es más, permite que el KKK y los sheriffs y autoridades racistas del Sur ataquen salvajemente a los que luchan por ellos?". Para mí, esa fue la gota que desbordó la copa. Supe que Estados Unidos no podía estar luchando por la libertad en Vietnam. Eso fue lo que me convenció de que también tenía que meterme al movimiento de oposición contra la guerra.

Sin embargo, todavía existía mucha división sobre estos asuntos en Berkeley. Como he mencionado varias veces, mi familia era de clase media y bastante acomodada y, en esa parte de la sociedad, se estaban creando fuertes divisiones entre generaciones. También existían divisiones políticas a la par con las divisiones económicas y sociales generales. Muchos negros que conocía en Berkeley y Oakland se oponían a la guerra de Vietnam porque entendían lo que yo entendí al ver las noticias de Selma. Sabían de un modo u otro que el gobierno no estaba haciendo nada bueno, dijera lo que dijera, en Vietnam o aquí. No es que tuvieran un análisis elaborado de todas las complejidades del asunto ni que hubieran leído los informes de la Convención de Ginebra ni cosas por el estilo, pero tenían una idea clara de la verdad: que el gobierno no estaba haciendo nada bueno en Vietnam. Su experiencia les enseñaba eso. Así que existían esas divisiones.

Los años 60 fueron una época en que las universidades se abrieron a más sectores de la sociedad. Antes, estaban restringidas a las élites. Pero de todos modos, todavía la gran mayoría de los estudiantes eran de la clase media y en Berkeley la mayoría eran blancos. Se estaban perfilando grandes conflictos entre los estudiantes y sus padres sobre muchos temas, especialmente Vietnam. Era un fenómeno marcado de la época. Por ejemplo, a mis padres les disgustaba la guerra de Vietnam, pero todavía la apoyaban.

Yo discutía con mis padres todo el tiempo sobre esto y en una de esas discusiones me puse a presentar los argumentos de un folleto contra la guerra que escribió Bob Scheer (quien ahora trabaja para el L.A. Times y es más o menos liberal, pero en esa época era más radical) con puntos muy fuertes, convincentes y bien documentados. Mi papá se puso a buscarle defectos que me parecieron ridículos. Esto se podría caracterizar como "argucias de tinterillo", pero yo respetaba mucho la lógica de los argumentos judiciales de mi papá, y aprendí mucho en las sobremesas cuando se ponía a enseñarnos a razonar y decía: Bueno, muchachos, veamos un caso; pasó esto y esto; ¿qué les parece? Yo respetaba su lógica y me gustaba. Pero no me gustó que se pusiera a buscarle defectos tontos a la cuestión de Vietnam porque era una forma de evadir la verdad. Me molesté mucho, agarré el folleto, lo tiré al suelo y salí furioso de la casa.

Fue un conflicto muy agudo y recuerdo que mis padres dijeron que si me importaba tanto el tema, que le escribiera a nuestro congresista y le planteara mis argumentos. Nuestro congresista era Jeffrey Cohalen, amigo de mis padres, y ellos trabajaron en su campaña. Así que en una carta de varias páginas detallé mis argumentos. Él me mandó prácticamente una carta mimeografiada, y seguro que me la mandó solo porque conocía a mis padres y no quería desairarlos. Repetía la propaganda oficial de que Estados Unidos estaba ayudando al pueblo de Vietnam y citaba a un profesor de Berkeley, Robert Scalapino, que para mí y para muchos otros era un vocero del Departamento de Estado. Eso me enfureció y me convenció más profundamente de que a) el gobierno de Estados Unidos no debía estar en Vietnam y b) no iba a escuchar razones válidas.

Más a fondo

Unos estudiantes apoyaban la guerra agresivamente, como los Young Republicans, pero otros estudiantes, inclusive los liberales, no estaban del todo seguros o querían aferrarse a la idea de que Estados Unidos estaba haciendo algo positivo en Vietnam, quizá porque el gobierno era demócrata (primero Kennedy y después Lyndon Johnson). También debatíamos sobre la guerra con esos estudiantes liberales. A veces venía gente de fuera de la universidad a debatir con nosotros. La organización antibélica de la universidad se llamaba Comité del Día de Vietnam porque organizó una gran conferencia pública llamada "Día de Vietnam" en la primavera del 65. Muchos soldados venían a buscar la mesa de nuestro comité para debatir: soldados que pasaron un año en Vietnam y que no se ofrecieron para regresar y cumplían el resto de su servicio militar en el país; o soldados que estaban de regreso de Vietnam e iban para, digamos, Alemania. Venían a discutir con nosotros, a veces en uniforme o a veces de civil, pero decían que eran soldados y que conocían bien a Vietnam y que nosotros no sabíamos nada. Trataban de imponerse diciendo que eran expertos en Vietnam porque fueron a conquistar y ocupar el país, y a oprimir al pueblo. Nos soltaban la carreta militar oficial. Eso fue antes de la gran rebelión que sacudió a las fuerzas armadas. Unos años después, muchos soldados y veteranos de la guerra de Vietnam tenían un punto de vista diferente, pero esto era al comienzo, en el 65 ó 66, y en general los soldados defendían lo que hacían. Muchas veces pasaban de hablar de que luchaban por la libertad a hablar de sus compañeros. Esa era la última línea de persuasión del gobierno para que siguieran luchando: mira lo que le pasó a tu cuate; lo mataron esos "gooks" (u otros términos racistas), así que tienes que odiarlos y darles duro. Con frecuencia la discusión llegaba muy rápido a ese nivel: lo que le pasó a "mis cuates". Pero primero soltaban el rollo de la libertad: el mismo rollo que el gobierno repite ahora en Irak. En esa época, la línea oficial era que "fuimos a liberar al pueblo de los tiranos comunistas".

Nos enfrascábamos en la discusión y, cuando les decíamos que tenían una visión incorrecta de la historia y de los hechos, su última defensa era: Bueno, yo he estado allá y yo sí sé lo que pasa. Nos preguntaban: ¿Y ustedes fueron a Vietnam? Les parecía que con eso ganaban la discusión, pero entonces nosotros les preguntábamos: Bueno, han dicho esto y lo otro del comunismo, de la Unión Soviética y de China; ¿han ido allá? Cuando decían que no, les decíamos: ¿Pues qué pueden decir de todo eso si van a ponerse a discutir en ese nivel? Según su misma lógica, si no han ido, no pueden decir nada. Carraspeaban y tartamudeaban y luego volvíamos a la sustancia del debate, tras liquidar esa lógica tan ridícula. Fuera de participar en manifestaciones, lo que más me gustaban eran esas discusiones apasionadas. Se formaban grupos alrededor de la mesa; se disolvían y se formaba otro; llegaba otro grupo y surgían nuevas discusiones y debates sobre temas sumamente importantes.

A veces las discusiones eran muy acaloradas, inclusive con quienes pensábamos que estaban en contra de la guerra. La onda hippie me parecía bien, aunque yo no estaba metido en eso, pero lo de "que cada cual siga su onda" (sin importar cuál era "su onda") me ponía de punta. Una vez estaba en la oficina del Berkeley Barb (un periódico alternativo bastante radical) hablando sobre la guerra, atacando varias cosas y haciendo añicos a Lyndon Johnson por asesino (todo mundo lo odiaba porque era el símbolo de la escalada de la guerra y su comandante en jefe). Bueno, ahí estaba un motociclista hippie y al cabo de un rato dice: Oye, man, no te acalores; la guerra de Vietnam es la onda de Johnson, esa es su onda. Yo me enfurecí y le dije: Bueno, ¿y si mi onda es partirte las narices? Entonces me contestó: Okay, man, te entiendo.

En ese tiempo, Liz y yo nos acercamos más, nos hicimos amantes y en 1965 nos casamos. Por algún motivo decidí que quería ser médico y dejé de estudiar literatura y me puse a tomar cursos de premedicina. Militaba y quería seguir haciéndolo, pero también pensaba en qué quería hacer en el futuro, por así decirlo. No decidí ser médico para poder jugar al golf; quería ser médico para atender a los que lo necesitaban. Pero en menos de un semestre lo dejé. Recuerdo que tenía un laboratorio de química varias tardes a la semana y me ponía a pensar que por qué no estaba en la mesa del Comité del Día de Vietnam u organizando una protesta. Así que no duré mucho. Fui a preguntar si podía retirarme de las clases ese semestre y como tenía buenas notas me permitieron hacerlo "sin perjuicio". Entonces me dediqué de tiempo completo a la militancia.

Los padres de Liz tuvieron una reacción interesante. Hay que recordar que eran militantes políticos, quizá comunistas o por lo menos radicales con simpatías comunistas. No les molestó que entráramos al Movimiento pro libertad de expresión y ni siquiera que lucháramos contra la guerra. Pero se disgustaron mucho cuando decidí dejar las clases y entrar de lleno a la lucha contra la guerra, al movimiento de derechos civiles y demás. Ellos vivían en Nueva York y recuerdo una vez que su padre llamó y me dijo: Mira, esto es muy serio. Sé lo que estás haciendo: te vas a volver revolucionario de tiempo completo y pronto vas a andar con revolucionarios haciendo planes para una revolución. Yo le dije con toda seriedad que no, porque en esa época no pensaba que iba en esa dirección. Pero irónicamente él, que tenía más experiencia con esas cosas, tenía una visión más clara y, en retrospectiva, por supuesto tenía razón. Por supuesto que no tenía que "acabar" así, pero él reconoció la trayectoria en que me embarqué.

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NOTAS:

1. A William F. Knowland le pusieron el apodo de "Formosa" porque era un gran partidario de Chiang Kai-shek, quien gobernó a China con la anuencia de Estados Unidos y otras potencias imperialistas hasta que lo derrotó la revolución dirigida por Mao Tsetung y se tuvo que retirar a la isla de Taiwan, antes Formosa. [volver]

2. Las apreciaciones del autor sobre el Movimiento de libertad de expresión se detallan en "Reflexiones sobre el Movimiento pro libertad de expresión: Volverse revolucionario", Obrero Revolucionario No. 882, 17 de noviembre de 1996, en revcom.us. [volver]

3. Los Acuerdos de Ginebra de 1954 se firmaron tras una conferencia en que participaron China y la Unión Soviética (en ese entonces socialistas), Estados Unidos, Francia, Inglaterra y otras potencias menores. La conferencia se celebró después de que las fuerzas de liberación vietnamitas, bajo la dirección de Ho Chi Minh, asestaron un golpe devastador en Dien Bien Phu a los franceses (que buscaban restablecer la dominación de Vietnam, y recibían mucho apoyo y ayuda de Estados Unidos). Los Acuerdos establecieron una comisión para supervisar la reunificación del país, que se dividió temporalmente en dos partes, norte y sur, por el paralelo 17. También mandaron celebrar elecciones en 1956 en todo el país para establecer un gobierno nacional. [volver]