Introducción
Una gran agitación ha sacudido al país de Brasil durante meses y llegó a un punto crítico a principios del mes de enero con un intento de golpe de estado contra el gobierno recién elegido.
Brasil, con 215 millones de habitantes, es el sexto país más poblado del mundo y la octava economía más grande. También es el país más poblado de América Latina. Una profunda pobreza caracteriza a Brasil, tanto en las enormes zonas rurales como en las densamente pobladas favelas (barrios marginales) que rodean las principales ciudades. La desigualdad es extrema — la riqueza de las seis personas más ricas de Brasil es igual a la de 100 millones de personas, ¡casi la mitad de la población! Y aunque Brasil es en general una nación oprimida, dominada y explotada por las potencias imperialistas (principalmente Estados Unidos), a menudo ha actuado como una potencia regional, haciendo todo lo posible para promover sus propios intereses y/o los de Estados Unidos.
Así que lo que está sucediendo en Brasil tendrá un impacto significativo, no solo en Brasil mismo y los países vecinos, sino a escala internacional.
¿Qué sucedió el 8 de enero y qué condujo a ello?
El domingo 8 de enero, varios miles de simpatizantes del ex presidente de Brasil, el líder fascista Jair Bolsonaro, tomaron por asalto el Congreso, la Corte Suprema y el Palacio Presidencial en Brasilia, la capital. Enfrentaron poca resistencia por parte de la policía y ninguna por parte de los militares. Luego ocuparon los edificios y, durante varias horas, rompieron ventanas, prendieron fuego, destruyeron obras de arte y agredieron a periodistas. Pidieron al ejército brasileño que restaurara a Bolsonaro en el poder.
De acuerdo al nuevo ministro de justicia de Brasil, los atacantes pretendían “crear un efecto dominó en todo el país”: revueltas fascistas en muchas ciudades. Y hubo llamados en las redes sociales a los fascistas a organizar ataques a infraestructura crítica como refinerías de petróleo, y para bloquear carreteras.
Todo esto ocurrió apenas una semana después de la toma de posesión del nuevo presidente, Luiz Inácio Lula da Silva (comúnmente llamado “Lula”), quien derrotó a Bolsonaro en las elecciones de octubre1. Y llegó como la culminación de dos meses de esfuerzos concertados para anular la elección de Lula. Hubo decenas de bloqueos de carreteras que provocaron escasez de alimentos. Se establecieron campamentos anti-Lula fuera de las bases militares en muchas ciudades, incluidas Río de Janeiro y São Paulo, para agitar por un golpe de estado militar. Y el 12 de diciembre, una turba arrasó las calles de Brasilia e intentó asaltar la sede de la policía allí.
Todo esto se justificó utilizando la falsa afirmación de Bolsonaro de que las elecciones fueron “robadas”.
Con el tiempo, el nuevo gobierno de Lula pudo desalojar los tres edificios, arrestando al menos a 200 de la turba. La noche del domingo 8 de enero, el magistrado de la Corte Suprema de Justicia Moraes suspendió por 90 días al gobernador del Distrito Capital, Ibaneis Rocha, acusándolo de complicidad en el atentado. (Rocha había sido anteriormente ministro de Justicia de Bolsonaro). Y el lunes, la policía despejó un gran campamento de tiendas de campaña frente a una base militar de Brasilia que había funcionado durante semanas como centro de organización y zona de preparación para el ataque a la capital. Allí fueron detenidas al menos 1.200 personas más.
Al día siguiente, el ministro de Justicia, Flávio Dino, dijo a los periodistas que “creemos que lo peor ya pasó”. Pero las acciones y declaraciones del nuevo gobierno dejaron en claro que todavía veían una amenaza grave. En los días siguientes, se desmantelaron los campamentos en las bases militares de todo el país. El gobierno anunció una investigación sobre el financiamiento de actividades golpistas, incluido el de 100 buses que trajeron a 4.000 golpistas a Brasilia en los días previos al 8 de enero. Los funcionarios señalaron que las autoridades locales aparentemente ignoraron un plan de seguridad para Brasilia desarrollado antes del 8 de enero.
El jueves 12 de enero, Lula dijo que “mucha gente de las fuerzas armadas fue cómplice” y que los partidarios más acérrimos de Bolsonaro serían eliminados de las instituciones de seguridad. Al día siguiente, el gobierno anunció que investigaba a Bolsonaro como instigador de un intento de golpe de estado. (Bolsonaro negó haber jugado ningún papel, señalando que ha estado en Florida desde unos días antes de la asunción de Lula, y que criticó públicamente el ataque a la capital, después de que fuera derrotado. Sin embargo, no ha retractado su afirmación de que la elección fue robada.)
Qué hay detrás de estos acontecimientos
Lo que ha estado ocurriendo en Brasil en los últimos meses y años es un choque entre dos sectores de la clase dominante capitalista sobre cómo mantener el control del país y su gente.
Jair Bolsonaro es un firme defensor de una dictadura fascista. A menudo se le conoce como “el Trump tropical” debido a su admiración mutua y sus similares personalidades de machos idiotas. Pero las raíces de Bolsonaro se remontan a la época de la dictadura militar respaldada por Estados Unidos que mantuvo a Brasil en un estado de terror durante 21 años (1965-1986), con el asesinato de cientos y el encarcelamiento o tortura de decenas de miles de opositores políticos2.
Bolsonaro era capitán del ejército en esa época y estaba y está entusiasmado con el gobierno militar. Su única crítica es que no fue lo suficientemente represiva: dijo que “El error de la dictadura fue torturar pero no matar”. Cuando Bolsonaro ingresó a la política a principios de la década de 1990, él declaró: “Estoy a favor de una dictadura. Nunca resolveremos problemas nacionales graves con esta democracia irresponsable”.
Más recientemente, Bolsonaro combinó esta lealtad al gobierno militar al viejo estilo con una alianza con el movimiento fascista cristiano de Brasil, que se ha fortalecido mucho durante la última década, incluso entre muchas personas pobres, y especialmente por medio del crecimiento de las iglesias evangélicas protestantes3. Según la evolución de esa situación, la orientación del gobierno de Bolsonaro (2019-2023) fue ferozmente pro-policía4, anti-gay5, anti-aborto, and anti-ciencia6.
¿Quién es Lula da Silva y qué representa?
Lula es el “opuesto” a Bolsonaro, el opuesto burgués (capitalista). Lula es el líder del Partido dos Trabalhadores (PT), en español, el Partido de los Trabajadores. Lula y el PT reconocen y condenan muchas de las horribles condiciones que enfrentan las masas de personas en Brasil: la profunda desigualdad, los barrios marginales masivos y empobrecidos, el racismo contra los negros e indígenas, la negación de los derechos reproductivos básicos de las mujeres, la destrucción de la selva tropical.
El PT y Lula argumentan que todos estos problemas pueden abordarse, resolverse o al menos reducirse en gran medida, por medio del sistema político de la democracia (burguesa) (al colocar en el cargo a “buenas personas” como ellos) y bajo el sistema de producción capitalista impulsado por las ganancias, y sin una revolución real que haga desintegrar ese viejo sistema y establezca una sociedad socialista.
Esta ilusión del progreso indoloro es muy atractiva para muchas personas, y consiguió que los candidatos del PT (primero Lula y luego Dilma Rousseff) fueran elegidos presidente varias veces (el PT estuvo en el poder de 2003 a 2016). Pero la realidad es que es el mismo sistema capitalista-imperialista el que causa tanto sufrimiento y destrucción, y estos problemas no pueden resolverse dentro de ese sistema.
Trece años de gobierno del PT no trajeron ningún cambio cualitativo a Brasil. Las mujeres no obtuvieron el derecho al aborto; las favelas no fueron reemplazadas por viviendas dignas; la desigualdad y la pobreza siguen siendo extremas; y la Amazonía no fue protegida y restaurada. Este fracaso en lograr un cambio significativo es una de las razones por las que Lula, una vez extremadamente popular, apenas logró una victoria del uno por ciento sobre Bolsonaro.
Los fascistas como Bolsonaro critican y de verdad quieren masacrar al PT y a sus seguidores como parte de perseguir y aplastar a los sectores del pueblo que el PT dice representar, y cuentan con un poderoso apoyo para esto entre sectores de las fuerzas de seguridad, los ricos y algunas de las masas. El PT quiere atraer a la gente a la ilusión de cambiar el sistema desde adentro y engañar la gente con la promesa (y entrega ocasional) de reformas modestas, una posición que también cuenta con un apoyo significativo de la clase dominante.
Pero nuevamente, ambas son formas de gobierno capitalista —dictadura capitalista— cuyo propósito es preservar el sistema capitalista.
En esta última ronda, las fuerzas fascistas no lograron sus objetivos, pero está claro que siguen siendo poderosas y persistirán.
El golpe de estado fallido en Brasil y la profunda división en el pueblo reflejada por las elecciones no es exclusivo de Brasil. La pregunta crítica allí, como lo es en tantos lugares, es si se puede hacer nacer una fuerza que pueda abrir brecha en medio del estancamiento y trabajar hacia una revolución real.
Para obtener más información sobre el conflicto entre el fascismo y la democracia burguesa, y la relación de eso con hacer una revolución REAL, vea:
- Qué es el fascismo: Declaraciones de Bob Avakian
- Algo terrible O algo verdaderamente emancipador: Crisis profunda, divisiones crecientes, la inminente posibilidad de una guerra civil — y la revolución que se necesita con urgencia, Una base necesaria, una hoja de ruta básica para esta revolución de Bob Avakian
- “¿Por qué está creciendo el fundamentalismo religioso en el mundo actual — y cuál es la verdadera alternativa?” de Bob Avakian