A medida que las tensiones comenzaron a aumentar en torno a Ucrania, los medios de comunicación en Estados Unidos produjeron una serie de artículos que intentaban explicar la situación con titulares como “Ukraine Explained” (New York Times, 8/12/21) y “What You Need to Know About Tensions Between Ukraine and Russia” (Washington Post, 26/11/21). Los recuadros tenían notas que intentaban ofrecer contexto para esos titulares. Pero para comprender la realidad de esta crisis, se necesita conocer mucho más que lo que ofrecen estos artículos.
Estos artículos “explicativos” son emblemáticos de la cobertura sobre Ucrania en el resto de los medios informativos corporativos, que casi universalmente ofrecen un punto de vista pro-occidental sobre las relaciones entre Estados Unidos y Rusia y la historia detrás de ellas. Los medios de comunicación se hicieron eco al punto de vista de aquellos que creen que Estados Unidos debería tener un papel activo en la política ucraniana e imponer su perspectiva por medio de amenazas militares.
La línea oficial se parece a lo siguiente: Rusia está desafiando a la OTAN y al “orden internacional basado en reglas” al amenazar con invadir a Ucrania, y la administración de Biden necesitaba disuadir a Rusia brindando más garantías de seguridad al gobierno de Zelenski. La versión oficial aprovecha la anexión de la península ucraniana de Crimea por parte de Rusia en 2014 como un punto de partida para las relaciones entre Estados Unidos y Rusia, y como evidencia de los objetivos de Putin de reconstruir el imperio ruso perdido hace mucho tiempo.
La demanda de Rusia de que la OTAN cese su expansión hacia las fronteras de Rusia se considera una demanda tan obviamente imposible que únicamente es posible entenderla como un pretexto para invadir a Ucrania. Por lo tanto, Estados Unidos debería enviar armamento y tropas a Ucrania, y garantizar su seguridad con amenazas militares a Rusia (FAIR.org, 15/1/22).
El Washington Post preguntó: “¿Por qué hay tensiones entre Rusia y Ucrania?” Su respuesta:
En marzo de 2014, Rusia anexó Crimea a Ucrania. Un mes después, estalló la guerra entre los separatistas aliados con Rusia y el ejército de Ucrania en la región de Donbas, en el este de Ucrania. La oficina de derechos humanos de las Naciones Unidas estima que más de 13.000 personas han muerto.
Pero esa versión es muy engañosa, porque omite el papel crucial que ha desempeñado Estados Unidos en la escalada de las tensiones en la región. En casi todos los casos que analizamos, los reportajes omitieron el extenso papel de Estados Unidos en el golpe de estado de 2014 que precedió a la anexión de Crimea por parte de Rusia. Centrarse en la última parte solo sirve para confeccionar consentimiento para la intervención estadounidense en el extranjero.
El Occidente quiere políticas pro-inversionistas en Ucrania
No es posible entender el telón de fondo del golpe de estado y la anexión de 2014 sin examinar la estrategia de Estados Unidos para abrir los mercados de Ucrania a los inversionistas extranjeros y pasar el control de su economía a las gigantescas corporaciones multinacionales.
Una herramienta clave para hacerlo ha sido el Fondo Monetario Internacional, que palanquea los préstamos de ayuda para presionar a los gobiernos a que adopten políticas favorables a los inversionistas extranjeros. El FMI está financiado por el capital financiero y gobiernos del Occidente y los representa, y ha estado al frente de los esfuerzos por reconfigurar las economías por todo el mundo durante décadas, a menudo con resultados desastrosos. Tanto la guerra civil en Yemen como el golpe de estado en Bolivia ocurrieron después de rechazar las condiciones del FMI.
En Ucrania, el FMI había planeado durante mucho tiempo ejecutar una serie de reformas económicas para hacer que el país fuera más atractivo para los inversionistas. Estas incluían recortar los controles salariales (es decir, reducir los salarios), “reformar y recortar” los sectores de salud y educación (que constituían la mayor parte de los empleos en Ucrania) y recortar los subsidios al gas natural para los ciudadanos ucranianos los cuales hacían que la energía fuera asequible para el público general. Los golpistas como la subsecretaria de Estado de Estados Unidos, Victoria Nuland, insistieron repetidamente en la necesidad de que el gobierno ucraniano promulgara las reformas “necesarias”.
En 2013, después de los pasos iniciales para integrarse con el Occidente, el presidente ucraniano, Viktor Yanukóvich, se volvió en contra de estos cambios y puso fin a las negociaciones de integración comercial con la Unión Europea. Meses antes de su derrocamiento, reinició las negociaciones económicas con Rusia, en un importante desaire hacia el campo económico occidental. Para ese entonces, ya se calentaban las protestas nacionalistas que iba a continuar hasta derrocar a su gobierno.
Después del golpe de estado de 2014, el nuevo gobierno reinició rápidamente el acuerdo con la UE. Después de recortar los subsidios para la calefacción a la mitad, amarró un compromiso de $27 mil millones de parte del FMI. Los objetivos del FMI aún incluyen “reducir el papel del estado y los intereses particulares en la economía” a fin de atraer más capital extranjero.
El FMI es una de las muchas instituciones mundiales cuyo papel en el mantenimiento de las desigualdades en el mundo a menudo pasa desapercibido e ignorado por el público. El afán económico de Estados Unidos de abrir los mercados globales al capital es un impulsor clave de los asuntos internacionales, pero si la prensa elige ignorarlo, el debate público es incompleto y superficial.
Estados Unidos ayudó a derrocar al presidente electo de Ucrania
Durante el estira y afloje entre Estados Unidos y Rusia, los estadounidenses estaban enfrascados en una campaña de desestabilización contra el gobierno de Yanukóvich. La campaña culminó con el derrocamiento del presidente electo en la Revolución de Maidan, también conocida como el Golpe de Estado de Maidan, llamada así por la plaza de Kiev en que albergó la mayor parte de las protestas.
Mientras la agitación política englobaba al país en el período previo a 2014, Estados Unidos impulsaba el sentimiento antigubernamental mediante mecanismos como la Agencia de los Estados Unidos para el Desarrollo Internacional (USAID, por sus siglas en inglés) y la Fundación Nacional para la Democracia (NED), tal como lo había hecho en 2004. En diciembre de 2013, Nuland, subsecretaria de Estado para asuntos europeos y promotora del cambio de régimen desde hace mucho tiempo, dijo que desde 1991, el gobierno de Estados Unidos había erogado $5 mil millones para promover la “democracia” en Ucrania. El dinero se asignó a apoyar a “altos funcionarios del gobierno de Ucrania... [miembros de] la comunidad empresarial así como la sociedad civil opositora” que están de acuerdo con los objetivos de Estados Unidos.
La NED es una organización clave en la red de poder blando estadounidense que inyecta $170 millones al año en organizaciones dedicadas a defender o instaurar regímenes favorables a Estados Unidos. David Ignatius del Washington Post (22/9/91) escribió una vez que la organización funciona “haciendo en público lo que la CIA solía hacer en privado”. La NED se centra en los gobiernos que se oponen a la política militar o económica de Estados Unidos, incitando una oposición antigubernamental.
La junta directiva de la NED incluye a Elliott Abrams, cuyo sórdido historial va desde el asunto Irán/Contra de los años 1980 hasta el esfuerzo de la administración de Trump por derrocar al gobierno venezolano. En 2013, el presidente de la NED, Carl Gershman, escribió un artículo en el Washington Post (26/9/13) que describía a Ucrania como el “gran premio” en la rivalidad entre el Este y el Oeste. Después de la administración de Obama, Nuland ingresó a la junta directiva de la NED antes de regresar al Departamento de Estado en la administración de Biden como subsecretaria de Estado para Asuntos Políticos.
Uno de los muchos beneficiarios del dinero de la NED para proyectos en Ucrania fue el Instituto Republicano Internacional. El IRI, una vez presidido por el senador John McCain, ha participado durante mucho tiempo en las operaciones estadounidenses de cambio de régimen. Durante las protestas que finalmente derrocaron al gobierno, McCain y otros funcionarios estadounidenses volaron personalmente a Ucrania para animar a los manifestantes.
Funcionarios estadounidenses fueron pescados seleccionando el nuevo gobierno
El 6 de febrero de 2014, mientras se intensificaban las protestas antigubernamentales, una parte anónima (que muchos suponían que era Rusia) se filtró una llamada entre la subsecretaria de Estado Nuland y el embajador estadounidense en Ucrania, Geoffrey Pyatt. Los dos funcionarios hablaron de cuáles funcionarios de la oposición iban a integrar un posible nuevo gobierno, y se acordaron que Arseni Yatseniuk, al cual Nuland se refirió con el apodo de “Yats”, debería estar a cargo. También se acordaron de que iba a incorporarse a alguien de “alto perfil” para impulsar las cosas. Ese alguien era Joe Biden.
Semanas más tarde, el 22 de febrero, después de que una masacre perpetrada por francotiradores sospechosos llevó las tensiones a un punto crítico, el parlamento ucraniano destituyó rápidamente a Yanukóvich de su cargo en una maniobra constitucionalmente cuestionable. Luego, Yanukóvich huyó del país y calificó de golpe de estado al derrocamiento. El 27 de febrero, Yatseniuk asumió el cargo de primer ministro.
En el momento en que se filtró la llamada, los medios de comunicación sin demora cayeron sobre Nuland quien dijo “que se vaya a la mierda la UE”. El comentario acaparó los titulares (Daily Beast, 6/2/14; BuzzFeed, 6/2/14; Atlantic, 6/2/14; Guardian, 6/2/14), mientras que se desestimaba la evidencia de los esfuerzos de cambio de régimen de parte de Estados Unidos. Con el titular “Russia Claims US Is Meddling Over Ukraine”, el New York Times (6/2/14) puso los hechos de la participación de Estados Unidos en boca de un enemigo oficial, mitigando su impacto en los lectores. Más tarde, el Times (6/2/14) describió que los dos funcionarios benignamente “hablaban sobre la crisis política en Kiev” y compartían “sus puntos de vista sobre cómo podría resolverse”.
El Washington Post (6/2/14) reconoció que la llamada mostraba “un profundo grado de injerencia de Estados Unidos en asuntos que Washington dice oficialmente que le corresponden a Ucrania resolver”, pero ese hecho casi nunca se figuró en la futura cobertura de la relación entre Estados Unidos, Ucrania y Rusia.
Washington usó a nazis para ayudar a derrocar al gobierno
La oposición respaldada por Washington que derrocó al gobierno fue impulsada por elementos abiertamente nazis y de extrema derecha como el Right Sector (Sector de la Derecha). Un grupo de extrema derecha que surgió de las protestas fue el Batallón Azov, una milicia paramilitar de extremistas neo-nazis. Sus dirigentes constituyeron la vanguardia de las protestas anti-Yanukóvich, e incluso se pronunciaron en actos de la oposición en Maidan junto a los promotores estadounidenses del cambio de régimen como McCain y Nuland.
Después del golpe de estado violento, posteriormente estos grupos se incorporaron a las fuerzas armadas ucranianas, las mismas fuerzas armadas a las que Estados Unidos ahora ha dado $2.500 millones. Aunque el Congreso técnicamente restringió el flujo de dinero para que no se canalizara al Batallón Azov en 2018, los entrenadores en el terreno dicen que no existe ningún mecanismo para que se observe efectivamente la estipulación. Desde el golpe de estado, las fuerzas nacionalistas ucranianas han sido responsables de una amplia variedad de atrocidades en la guerra de contrainsurgencia.
La influencia de la extrema derecha ha aumentado en toda Ucrania como resultado de las acciones de Washington. Un reciente consejo de Derechos Humanos de la ONU ha señalado que “las libertades fundamentales en Ucrania han sido restringidas” desde 2014, lo que debilita aún más el argumento de que Estados Unidos está involucrado en el país en nombre de los valores liberales.
Entre los neonazis estadounidenses, incluso hay un movimiento cuyo objetivo es alentar a los extremistas de derecha a unirse al Batallón para “adquirir experiencia en combate real” en preparación para una potencial guerra civil en Estados Unidos.
En una votación reciente de la ONU sobre “combatir la glorificación del nazismo, el neo-nazismo y otras prácticas que contribuyen a impulsar formas contemporáneas de racismo”, Estados Unidos y Ucrania fueron los únicos dos países que votaron en contra.
Como informó FAIR (15/1/22), entre el 6 de diciembre de 2021 y el 6 de enero de 2022, el New York Times publicó 228 artículos que se refieren a Ucrania, pero ninguno de ellos hace referencia a los elementos pro-nazis en la política de Ucrania o su gobierno. Lo mismo puede decirse de los 201 artículos del Washington Post sobre el tema.
La anexión de Crimea encierra mucho más
Los citados hechos dan más contexto a las acciones rusas posteriores al golpe de estado y deberían contrarrestar la caricatura de un Imperio Ruso empeñado en expandirse. Desde el punto de vista de Rusia, un antiguo adversario había logrado derrocar a un gobierno vecino usando a extremistas violentos de extrema derecha.
La península de Crimea, que formaba parte de Rusia hasta que fue transferida a la República Soviética de Ucrania en 1954, alberga una de las dos bases navales rusas con acceso a los mares Negro y Mediterráneo, uno de los teatros marítimos más importantes de la historia. Una Crimea controlada por un gobierno ucraniano respaldado por Estados Unidos era una importante amenaza al acceso naval ruso.
La península —el 82% de cuyos hogares hablan ruso y solo el 2% son principalmente ucranianos— celebró un plebiscito en marzo de 2014 sobre si debería o no unirse a Rusia o permanecer bajo el nuevo gobierno ucraniano. El campo pro-Rusia ganó con el 95% de los votos. La Asamblea General de la ONU, bajo la dirección de Estados Unidos, votó a favor de ignorar los resultados del referéndum con el argumento de que era contrario a la constitución de Ucrania. Un mes antes, esta misma constitución se había dejado de lado para derrocar al presidente Yanukóvich.
Todo esto se ha omitido en la cobertura occidental.
Estados Unidos quiere expandir la OTAN
Además de integrar a Ucrania en la esfera económica dominada por Estados Unidos, los planificadores occidentales también quieren integrar a Ucrania en el ámbito militar. Durante años, Estados Unidos ha buscado la expansión de la OTAN, una alianza militar explícitamente anti-rusa. Originalmente se anunció que la OTAN era una contrafuerza al Pacto de Varsovia durante la Guerra Fría, pero después del hundimiento de la Unión Soviética, Estados Unidos le prometió a la nueva Rusia que no iba a expandir la OTAN hacia el este de Alemania. A pesar de este acuerdo, Estados Unidos continuó ampliando su alianza militar, acercándose cada vez más a las fronteras de Rusia e ignorando las objeciones de Rusia.
En los medios de comunicación corporativos, a veces se admite esta historia pero generalmente se la resta importancia. En una entrevista con el Washington Post (1/12/21), la profesora Mary Sarotte, autora de Not One Inch: America, Russia and the Making of Post-Cold War Stalemate, dijo que después del colapso soviético, “Washington se dio cuenta de que no solo podía ganar en grande, sino ganar en muy grande. Ni una pulgada de territorio tenía que estar fuera de los límites de membresía de pleno derecho en la OTAN”. El “enfoque de todo o nada del expansionismo de Estados Unidos… maximizó el conflicto con Moscú”, señaló. Desgraciadamente, una sola entrevista hace poco para despejar el constante redoble de tambores de los argumentos a favor de la OTAN.
En 2008, los miembros de la OTAN se comprometieron a extender su membresía a Ucrania. La destitución del gobierno pro-ruso en 2014 fue un gigantesco salto hacia la conversión de ese compromiso en realidad. Hace poco, el secretario general de la OTAN, Stoltenberg, anunció que la alianza defiende los planes para integrar a Ucrania en la alianza.
En el New York Times (11/1/21), Bret Stephens sostiene que si no se permitiera que Ucrania ingresara a la organización, “eso rompería la columna vertebral de la OTAN” y “terminaría con la alianza occidental tal como la hemos conocido desde la Carta del Atlántico”.
Estados Unidos no toleraría lo que se espera que Rusia acepte
Se ha escrito mucho sobre el aumento de fuerzas rusas en la frontera con Ucrania. Los informes del aumento se han intensificado a causa de las advertencias de un ataque de parte de los funcionarios de inteligencia estadounidenses. Los medios de comunicación a menudo se hacen eco a la afirmación de una invasión inevitable. El consejo editorial del Washington Post (24/1/22) escribió: “Putin puede utilizar, y utilizará, cualquier medida que Estados Unidos y sus aliados de la OTAN tomen o de las cuales se abstengan como pretexto para una agresión”.
Pero Putin se ha expresado con claridad respecto a un camino hacia una desescalada. Su demanda principal ha sido negociaciones directas para poner fin a la expansión de la alianza militar hostil hacia sus fronteras. Anunció: “Hemos dejado en claro que el movimiento de la OTAN hacia el este es inaceptable” y que “Estados Unidos está parado con misiles en el umbral de nuestra puerta de entrada”. Putin preguntó: “¿Cómo reaccionarían los estadounidenses si se emplazaran misiles en la frontera con Canadá o México?”
En la cobertura de los medios de comunicación corporativos, nadie se molesta en hacer esta pregunta importante. En cambio, la suposición es que Putin debería tolerar una alianza militar hostil directamente al otro lado de su frontera. Estados Unidos, al parecer, es el único país al que se le permite tener una esfera de influencia.
El New York Times (26/1/22) preguntó: “¿Es posible que el Occidente impida que Rusia invada a Ucrania?” pero se encoge de hombros ante el rechazo estadounidense de los términos de Putin, llamándolos “nonstarters” (no dignos de consideración). El Washington Post (10/12/21) informó: “Algunos analistas han expresado inquietudes de que el líder ruso esté haciendo demandas que sabe que Washington rechazará, posiblemente como pretexto para una acción militar una vez que él sea rechazado”. El Post citó a un analista: “No veo que les demos nada que bastaría en relación con sus demandas, y lo que me inquieta es que ellos lo saben”.
Los públicos también han recibido garantías de que la reacción de Putin al expansionismo occidental es en realidad un preludio de acciones más agresivas. “Ucrania es solo una pequeña parte de los planes de Putin”, advirtió el New York Times (7/1/22). Posteriormente, el Times (26/1/22) describió la política de Putin sobre Ucrania como un intento de “restaurar lo que él considera el lugar que le corresponde a Rusia entre las grandes potencias del mundo”, en lugar de un intento de evitar que el ejército estadounidense se encuentre directamente en su frontera. USA Today (18/1/22) advirtió a su lectorado que “Putin ‘no se detendrá’ con Ucrania”.
Pero adoptar este punto de vista es una mala praxis diplomática. Anatol Lieven (Responsible Statecraft (3/1/22), analista del Instituto Quincy, escribió que la aquiescencia de Estados Unidos a una Ucrania neutral sería un “puente de oro” que, además de reducir las tensiones entre Estados Unidos y Rusia, podría permitir una solución política a la guerra civil de Ucrania. Esta política orientada a la moderación se considera una idea marginal en el establecimiento de política exterior de Washington.
El agujero de la memoria
Todo este contexto faltante permite que los halcones promuevan una escalada desastrosa de las tensiones. El Wall Street Journal (22/12/21) publicó una columna de opinión que trata de convencer al lectorado de que había una “Ventaja estratégica para correr riesgos con una guerra en Ucrania”. La columna, de John Deni de la Universidad de Guerra del Ejército Estadounidense, resumía los conocidos argumentos de los halcones y afirmaba que una Ucrania neutral es “anatema para los valores occidentales de autodeterminación y soberanía nacional.
En una versión moderna de la trampa afgana de Zbigniew Brzezinski, Deni afirmó que una guerra en Ucrania en realidad podría servir a los intereses de Estados Unidos al debilitar a Rusia: tal guerra, por desastrosa que fuera, “forjaría un consenso anti-ruso aún más fuerte en toda Europa”, reenfocando la OTAN en contra de Rusia como el principal enemigo, resultaría en “sanciones económicas que debilitarían más la economía de Rusia” y “minaría la fuerza y la moral de las fuerzas armadas de Rusia al tiempo que socavaría la popularidad interna del Sr. Putin”. Por lo tanto, la escalada de tensiones es beneficiosa en toda su extensión para Washington.
Pocos de la reciente ola de artículos sobre Ucrania narran la historia crucial mencionada anteriormente. Incluir la verdad sobre los objetivos de la política exterior de Estados Unidos en la post-Guerra Fría hace que el panorama actual parezca mucho menos unilateral. Imagínese por un segundo cómo se comportaría Estados Unidos si Putin intentara sumar a un vecino de Estados Unidos a una alianza militar hostil después de ayudar a derrocar al gobierno del vecino.
Si se quiere que la línea oficial tenga alguna credibilidad, es necesario enterrar en el agujero de la memoria el imperativo económico para abrir los mercados extranjeros, la campaña de la OTAN de expandirse hacia las fronteras de Rusia, el apoyo de Estados Unidos al golpe de estado de 2014 y la mano directa en la formación del nuevo gobierno. Sin todo eso, es fácil aceptar la ficción de que Ucrania es un campo de batalla entre un “orden basado en reglas” y la autocracia rusa.
De hecho, hace poco el consejo editorial del Washington Post (8/12/21) comparó negociar con Putin con aplacar a Hitler en Múnich. Solicitaba que Biden “se resistiera a las demandas fabricadas de Putin en torno a Ucrania”, “a menos que no desestabilice a toda Europa en beneficio de la Rusia autocrática”. Esta no fue la única ocasión en que el diario ha hecho la analogía a Múnich; el Post (10/12/21) publicó un artículo del ex escritor de discursos de George W. Bush, Marc Thiessen, titulado “Sobre Ucrania, Biden está canalizando su Neville Chamberlain interior”.
En el New York Times (10/12/21), Alexander Vindman, asistente de Trump en el NSC (Consejo Nacional de Seguridad), le dijo al lectorado “Cómo Estados Unidos puede romper el control de Putin sobre Ucrania” e instó a la administración de Biden a enviar soldados estadounidenses en activo al país. Una “Ucrania libre y soberana”, dijo, es vital en “hacer avanzar los intereses de Estados Unidos contra los de Rusia y China”. El reportero del Times Michael Crowley (16/12/21) también enmarcó el enfrentamiento en Ucrania como otra “prueba de la credibilidad de Estados Unidos en el extranjero”, después de que esa credibilidad supuestamente resultó dañado tras terminar la guerra en Afganistán.
En un artículo importante del New York Times (16/1/21) sobre Ucrania, se omitió por completo el papel de Estados Unidos en llevar las tensiones a este extremo, a favor de culpar exclusivamente a la “beligerancia rusa”.
Como resultado de esta cobertura, la mentalidad intervencionista se ha filtrado al público. Una encuesta halló que, si Rusia realmente invadiera a Ucrania, el 50% de los estadounidenses apoyarían la injerencia de Estados Unidos en otro atolladero, frente a solo el 30% en 2014. Biden, sin embargo, ha dicho que no habrá envío de soldados estadounidenses a Ucrania. En cambio, Estados Unidos y la UE han amenazado con imponer sanciones o dar apoyo a una insurgencia rebelde en caso de que Rusia invadiera.
En las últimas pocas semanas, se han sostenido varias conversaciones fallidas entre Estados Unidos y Rusia, ya que Estados Unidos se niega a modificar sus planes para Ucrania. El Congreso de Estados Unidos se está apresurando a aprobar un paquete de “ayuda letal” con el que enviar más armamento a la frontera aquejada. Quizás si el público estuviera mejor informado, habría más presión interna sobre Biden para poner fin a la política arriesgada y buscar una solución genuina al problema.