La contradicción que vengo abordando desde varios ángulos también se concentra en lo que podríamos llamar "la guerra y los derechos" (o en la sociedad socialista, el "comunismo de guerra" y los derechos). En otras palabras, cuando peligra la estabilidad y la existencia del gobierno, es necesario limitar la libertad del pueblo en mayor o menor grado. En situaciones de guerra y otras situaciones de vida o muerte, cualquier gobierno se ve en la necesidad de limitar oposición a sus instituciones y medidas, y la sociedad socialista no es la excepción, como lo confirma la experiencia de los países socialistas. Por eso, Lenin habló de dictadura, como he mencionado, y concretamente, de ejercerla abierta y despiadadamente contra las clases dominantes derrocadas, así como contra las fuerzas del pueblo (hablando en términos generales) que se oponían o saboteaban (conscientemente o no) la lucha para defender la nueva república socialista y el gobierno del proletariado, y para abrir el camino a la transición socialista hacia el comunismo.
En ese sentido, me parecen interesantes ciertos comentarios de Maquiavelo sobre las conspiraciones. (Me puse a leer sus obras porque al parecer las están leyendo los "pandilleros" y "ex pandilleros"). Por ejemplo, dice que si el pueblo lo estima, el príncipe no tiene por qué preocuparse por las conspiraciones; en cambio, si el pueblo lo odia, debe temer todo y a todo mundo.
Eso me parece muy interesante y (dejando de lado por el momento el punto de vista de Maquiavelo y sus consejos a los príncipes) expresa algo muy real, o sea: una clase dominante o un gobierno relativamente consolidado y estable, que no enfrenta retos serios o fuertes, suele ser menos severo con la oposición. En cambio, si se encuentra en aprietos y acosado por sus enemigos, prohibirá o limitará mucho más la oposición. Es probable que esa tendencia y necesidad opere en la dictadura del proletariado, al igual que en otros estados. Pero entonces salta a la vista la siguiente cuestión: ¿cómo se relaciona eso al principio de que la dictadura del proletariado tiene que distinguirse cualitativamente de todos los estados anteriores, dado que representa el gobierno de las masas y eso, lejos de ser solo un principio de palabra, tiene que concretarse e institucionalizarse?
O sea, algunos dirán: "Cuando toman el poder los comunistas son igualitos a todos los demás. Aflojan el control y permiten cierta oposición mientras les vaya bien y no peligren, pero en cuanto se presente una amenaza, sacan la mano de hierro. Ese estado no es cualitativamente diferente de otros estados".
De hecho, esta es una contradicción muy aguda. ¿Cómo manejarla? Obviamente, es decisivo, es un asunto de vida o muerte, defender el gobierno del proletariado e impedir que lo derroquen los enemigos; en eso no podemos ceder ni un milímetro. Pero los medios y métodos de hacerlo tienen que adecuarse al estado proletario, un estado cualitativamente diferente. Cuando conquisten el poder el proletariado y su vanguardia no pueden valerse de los mismos medios y métodos que las demás clases, es decir, que las clases explotadoras y sus representantes políticos.
Esta contradicción se volverá muy aguda, y no basta con decir: "Bueno, permitiremos oposición, en la medida posible, queremos hacerlo, pero si peligra el estado, hay que reprimirla". Claro que es importante reconocer ese aspecto de la realidad, pero no es suficiente. Habrá que profundizar nuestra comprensión y forjar en la práctica una mejor síntesis que permita defender el gobierno del proletariado, como principio indispensable, y a la vez continuar la revolución bajo la dictadura del proletariado y, especialmente, concretar el principio de que cuanto más se fortalece el estado, tanto más debe distinguirse radicalmente de todos los estados anteriores. Cuanto más se fortalece, tanto más debe avanzar hacia la meta (a largo plazo) de su propia extinción.
No es mi intención ofrecer una solución a esta contradicción aquí, pero quiero destacar la necesidad de profundizar mucho más (en teoría, ¡y lo antes posible, en la práctica!) y elevar nuestra síntesis, y para eso, es necesario examinar la experiencia del movimiento comunista internacional y de los países socialistas.
Mao bregó con esta contradicción, como él mismo señaló, y con los medios de manejarla, sobre todo a través de la Gran Revolución Cultural Proletaria (GRCP), que en gran medida brindó la solución. De hecho, la GRCP fue un medio para manejar este tipo de contradicciones, ¡y fijémonos bien que no se dio en una situación tranquila! ¡Todo lo contrario! Estaba mucho en juego con la oposición en el país y en el plano internacional; fue un momento de contradicciones internacionales muy agudas y de recrudecimiento de la lucha de clases en China. La GRCP empleó un método nuevo: no buscó simplemente apretar las riendas de la dictadura y valerse del poder y las instituciones políticas para reprimir la oposición a la dictadura del proletariado. Claro que reprimieron a los enemigos de clase (como lo venían haciendo) pero también desataron las grandes luchas y movimientos de masas que caracterizaron la GRCP.
Es decir, Mao bregaba precisamente con la cuestión de cómo responder a las cada vez más fuertes embestidas para derrocar el gobierno del proletariado y, a la vez, cómo potenciar la dictadura del proletariado como el gobierno de las masas, concretarla, institucionalizarla y hacer que cuanto más se fortalezca, tanto más se distinga cualitativamente de todos los estados anteriores.
Reconozco las grandes experiencias positivas en ese sentido y no digo que estamos empezando de cero, ¡para nada! Pero hace falta prestar más atención a cómo manejar esta contradicción, partiendo del principio que he venido señalando: cuanto más se fortalece la dictadura del proletariado, tanto más debe ser radicalmente diferente de todos los estados anteriores. Hay que examinar la aplicación de ese principio en diversas, y en muy difíciles, situaciones.