La investigación biológica en busca de descubrir las posibles bases biológicas subyacentes a la orientación sexual (o dirigida a explorar cuestiones relacionadas) es extensa y sustancial y no es posible analizarla con algún grado de profundidad en el contexto de este documento. Por ahora nos limitaremos a realizar unas cuantas observaciones breves sobre la dirección que han tomado los estudios y los tipos de problemas que han encontrado, y remitimos a los lectores a algunas referencias adicionales que pueden ser útiles si desean estudiar más sobre este tema por su propia cuenta.
Las discusiones de la supuesta biología de la orientación sexual han tendido a centrarse en los resultados de estudios en tres campos diferentes de la biología: la neuroanatomía, la genética, y el estudio de las hormonas y el comportamiento. A comienzos de los años 90 se dio gran importancia al campo de la neuroanatomía y áreas relacionadas cuando Simon LeVay afirmó haber encontrado diferencias substanciales en la morfología (tamaño y forma) de secciones específicas del cerebro entre el hombre y la mujer por una parte, y entre heterosexuales y homosexuales por la otra. Esto llevó a todo tipo de especulaciones sobre las posibles influencias funcionales (en la orientación sexual) de estas supuestas diferencias morfológicas.
Como es lógico, las afirmaciones de LeVay han sido ampliamente criticadas por errores conceptuales, metodológicos, experimentales y de interpretación (para más información sobre la aburrida historia de tales estudios de “forma y tamaño del cerebro” véase Gould 1981 y para las discusiones específicas de los problemas con los estudios de LeVay y otros estudios similares véase Fausto-Sterling y Stein). Además, los intentos de otros científicos por reproducir y confirmar sus hallazgos han fallado en lo fundamental.
En los últimos años se le ha dado mucha importancia en el campo de la herencia y la genética a estudios de árboles genealógicos de homosexuales que sugerían de manera convincente, al menos al principio, que en especial la homosexualidad masculina “venía de familia” y que además sugerían que el hipotético “rasgo” biológico de la homosexualidad parecía transmitirse por línea femenina en una familia, en un patrón típico de los llamados “rasgos recesivos ligados al cromosoma X”. Estudios citados muy frecuentemente acerca de historias familiares de hombres homosexuales con hermanos gemelos también homosexuales, a una tasa que (al menos al principio) parecía notablemente más alta que la tasa de homosexualidad de la población en general (aunque siempre es difícil determinar cuál es esa tasa), también generaron tremendos rumores, y la prensa popular fue mucho más allá pregonando que ya se había “demostrado” que la homosexualidad era un rasgo genético y hereditario. Los estudios de gemelos en cuestión (en particular Bailey, Pillard, et al.) sugerían un alto grado de “concordancia” (similitud) entre la orientación sexual de gemelos idénticos, un nivel ligeramente inferior de concordancia entre gemelos no idénticos, y luego un grado cada vez más bajo de concordancia en la orientación sexual de hermanos biológicos no gemelos y finalmente un nivel de concordancia mucho menor con los hermanos adoptados (biológicamente no relacionados) criados en el mismo hogar.
Sin duda todo esto dio la apariencia del tipo de patrón que se esperaría encontrar si de hecho la homosexualidad fuera un rasgo heredable transmitido genéticamente. Pero hubo muchos problemas en la forma como fueron llevados a cabo estos estudios (y algunos de estos problemas han sido reconocidos por los principales investigadores involucrados). En particular hubo algunos problemas relacionados con el diseño experimental y con los métodos de muestreo (especialmente en la forma no aleatoria en que fueron reclutados los voluntarios para estos estudios, a través de anuncios en revistas gay, y otros factores de selección que sugieren que los voluntarios y sus familiares cooperantes muy probablemente no eran representativos de la más amplia población de hombres homosexuales, su familia y dinámica familiar).
Además, desde el principio también hubo problemas conceptuales con algunas de las hipótesis de trabajo básicas. En particular había una hipótesis de que para los propósitos de estos estudios podrían ser simplemente descartados los posibles efectos o influencias ambientales (que no habrían tenido efecto sobre los datos recogidos) ya que todos los diferentes tipos de hermanos en cada familia estudiada se criaron juntos y por lo tanto se asumía que habían compartido exactamente el mismo ambiente físico y social. Y había una suposición subyacente de que los gemelos no habían experimentado o interactuado con el ambiente externo físico y social en cualquier forma que pudiera ser significativamente diferente al de sus hermanos biológicos no gemelos o sus hermanos adoptivos.
Con frecuencia varios biólogos (Lewontin, entre otros) han planteado que éste es uno de los muchos problemas inherentes a los estudios de gemelos que no fueron criados por separado. Los gemelos criados juntos, y en particular los gemelos idénticos, a menudo crecen experimentando e interactuando con el mundo exterior como gemelos y con frecuencia son vistos y tratados por el mundo exterior (más allá incluso de sus familias) de manera particular por ser gemelos. Esto es especialmente cierto en la experiencia de muchos gemelos monocigóticos (idénticos). Así que en realidad no sería disparatado sugerir que los gemelos idénticos en estos estudios podrían haber experimentado e interactuado con el mundo exterior y todas sus influencias sociales (incluidas posiblemente las formativas) de maneras que en realidad eran mucho más similares entre sí que con sus otros hermanos. Sin embargo, la suposición de que los gemelos en una familia determinada no han experimentado una mayor similitud de ambiente (y posibles efectos o experiencias formativos a partir de ese ambiente) que sus otros hermanos es sólo uno de los graves defectos de las hipótesis que hicieron más fácil saltar a la conclusión de que la única manera de explicar el notablemente alto grado de concordancia observada en la orientación sexual de los gemelos estudiados era atribuible a su mayor similitud genética.
Por supuesto que en todo esto hay un problema más general y fundamental de reduccionismo involucrado al tratar de localizar el origen de cualquier comportamiento social complejo a nivel de simples genes. Esto es algo que nunca se ha logrado para ningún comportamiento social complejo y que, como muchos científicos han señalado, constituye un enfoque incorrecto como cuestión de principios científicos (véase el debate sobre ésta y otras cuestiones relacionadas en Lewontin, así como Gould, Hubbard, etc.) Sin embargo, los resultados de estos estudios con gemelos eran al comienzo lo suficientemente llamativos que había una gran prisa por tratar de localizar en los cromosomas X de hombres homosexuales la ubicación exacta de cualquier secuencia de genes que parecieran tener en común de manera desproporcionada con sus hermanos homosexuales que posiblemente pudieran estar implicados en la transmisión de la orientación sexual. Pronto se hizo el anuncio de que los estudios con marcadores genéticos de Dean Hamer, S. Hu, et al., habían encontrado la ubicación de estas supuestamente compartidas secuencias de genes en la ahora afamada (¡o infame!) región Xq28 en el cromosoma X. “¡Encontrado gen gay!” pregonó la prensa hace sólo unos cuantos años... y hoy mucha gente cree que se ha encontrado una sólida “prueba” de que la orientación sexual está codificada en los genes.
Pero la realidad es que ninguno de estos estudios parece resistir un examen cuidadoso. Reconociendo las limitaciones de sus estudios anteriores (sobre todo en los métodos de muestreo) los científicos involucrados en estudios de gemelos han tratado de reproducir sus resultados con más grandes grupos de sujetos al azar (registros anónimos de gemelos en Australia), con resultados mucho más ambiguos. Las correlaciones que parecían tan llamativas en los estudios más pequeños y menos aleatorios parecen ser mucho menos importantes a medida que el grupo de sujetos de la prueba se amplía, y se emplean técnicas de muestreo más aleatorias. En cuanto a los famosos reportes sobre Xq28, parece que han fracasado los intentos más recientes de reproducir estos resultados (Rice y Anderson, 1999).
En el campo de las hormonas y el comportamiento: Ésta puede considerarse (al menos en principio) un área particularmente interesante porque ha habido más de 40 años de investigación meticulosa que involucra estudios de innumerables animales por muchos investigadores diferentes que han empleado una gran variedad de especies (incluyendo algunos mamíferos superiores) y a menudo generando resultados que otros en estos casos han sido capaces de reproducir con éxito. Aunque ha habido innumerables variaciones en el diseño experimental, las especies utilizadas, y en el enfoque específico de las diferentes investigaciones, se puede decir que, en un sentido básico y acumulativo, muchos de estos estudios se reducen a la observación de que, al manipular las proporciones relativas de las hormonas esteroides (tales como estrógenos y andrógenos) a las que se exponen los embriones antes del nacimiento (en el útero) o poco después del nacimiento, y probando con diferentes momentos específicos de la manipulación hormonal en relación con las etapas de desarrollo de esos organismos (el cual varía entre especies), se pueden efectuar de manera confiable algunos cambios permanentes en los comportamientos “sexuales” que estos animales mostrarán posteriormente, cuando maduren sexualmente. Y esto incluye observaciones de que se puede manipular hormonalmente a los machos en el útero para producir posteriormente conductas de apareamiento más típicamente femeninas, y manipular hormonalmente a las hembras en el útero para producir posteriormente comportamientos de apareamiento más típicamente masculinos. Además de estas observaciones se ha sugerido que el mecanismo implicado en tales transformaciones sería probablemente un cambio mediado hormonalmente en la organización del cerebro (cosas como la cantidad y distribución en la superficie del cerebro de receptores hormonales y enzimas convertidoras de [testosterona en] estrógeno) al comienzo de su desarrollo, de modo que de hecho responda de maneras “atípicas” (y a menudo con los que son —aparentemente al menos— comportamientos “de sexo invertido”) a la posterior presencia y niveles de hormonas esteroides circulantes cuando el animal llega a la madurez sexual.
Hay muchas cosas interesantes en todo esto, y no hay duda de que queda mucho por aprender acerca de las interacciones de las hormonas y el desarrollo y la organización del cerebro entre otras cosas. Pero gran parte de la extrapolación directa que la gente ha tratado de hacer de este tipo de estudios a la cuestión de la orientación sexual en seres humanos es muy problemática, por decir lo menos. Hacer este tipo de saltos interpretativos no se justifica por muchísimas razones, entre ellas: una vez más los problemas conceptuales y metodológicos y los problemas de diseño experimental básicos y la interpretación subjetiva de los resultados (véase Fausto-Sterling para una discusión de algunos de estos); además no hay evidencia que sugiera que algún modelo animal en particular sea especialmente útil o pertinente para la investigación o la interpretación de cualquier comportamiento social en los seres humanos, que son mucho más complejos y culturalmente dependientes que cualquier otra especie, y cuyos comportamientos son infinitamente más flexibles y maleables a lo largo de sus vidas.
También se ha demostrado que las observaciones de la conducta animal pueden estar muy enturbiadas por los prejuicios subjetivos que los experimentadores llevan a sus observaciones (por ejemplo, lo que inconscientemente creen que “ven” hacer a los animales, y cómo lo caracterizan e interpretan como, por ejemplo, “típicamente masculino” o “típicamente femenino”). Tampoco hay una base particularmente buena para suponer que los humanos homosexuales hombres y/o mujeres tienen orientaciones o atracciones sexuales “invertidas” que son “típicas del sexo opuesto”. También hay que señalar que a estas alturas parece haber consenso general en que los homosexuales masculinos y femeninos tienen niveles de circulación de hormonas esteroides como adultos completamente típicos de su sexo, y al menos hasta ahora ningún estudio ha pretendido mostrar evidencia de que los homosexuales estuvieron expuestos a proporciones inusuales de hormonas esteroides antes del nacimiento.
Y de nuevo, y quizás más importante, es sencillamente nada esclarecedor en particular observar e interpretar los comportamientos sociales de las especies sociales (¡incluso los roedores!) en un entorno social no natural (limitado artificialmente o socialmente distorsionado), que en la práctica tiende a llevar a los investigadores a hacer interpretaciones generalizadas de las bases de los comportamientos sin tener en cuenta los posibles efectos de las interacciones sociales (o la falta de éstas) sobre el desarrollo de esos mismos comportamientos. Esto ha siso recalcado como un problema con muchos de los estudios en animales, ¡pero es aún más problemático en relación con los mucho más complejos y altamente socializados seres humanos! Curiosamente, algunos investigadores científicos de los efectos de las hormonas del desarrollo en comportamientos posteriores en diversos animales han comenzado a experimentar con variaciones en los entornos sociales en los que los animales son criados (y/o analizados) y al parecer han encontrado que estas variaciones en el entorno social pueden también tener efectos significativos sobre el comportamiento “sexual” de los sujetos analizados (véase, por ejemplo, Wallen, 1996).
Una vez más, aquí no podemos analizar y discutir completamente estos estudios y de todas maneras queda mucho por estudiar y comprender mejor. Para aquellos que quieran hacer algunas lecturas adicionales sobre estas cuestiones, un buen lugar para empezar podría ser el libro de la bióloga Anne Fausto-Sterling Cuerpos sexuados, publicado en 2000, que tiene amplias discusiones y algunas interesantes e importantes críticas metodológicas de muchos de los estudios biológicos relevantes y también ofrece una extensa lista de referencias bibliográficas (incluyendo muchas fuentes primarias) que podrían ser útiles para cualquiera que desee explorar más estos asuntos. El libro del filósofo Edward Stein The Mismeasure of Desire [La falsa medida del deseo], publicado en 1999, es también un valioso recurso y una guía a otras referencias para aquellos que quieran tener una mejor comprensión de algunas de las dificultades conceptuales y metodológicas que han plagado la investigación biológica y la investigación social dirigidas a descubrir las bases de la formación de las orientaciones sexuales.
Nuestro partido sigue de cerca y evalúa críticamente los avances de la investigación en estas diferentes áreas, y esperamos contribuir, junto con otros, a una comprensión más amplia y más precisa de estas importantes cuestiones.