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Con la filtración del anteproyecto de la decisión de la Corte Suprema, que deja en claro la intención de la mayoría “conservadora” de la Corte de abolir el derecho al aborto legal, salió una avalancha de justa indignación de masas de mujeres, y de la gente en general que odia la injusticia. Pero también salió un redoble de tambores cada vez más fuerte, por parte de los políticos del Partido Demócrata (y de aquellos que dependen servilmente de ellos), que insisten en que es necesario canalizar (una vez más) cualquier oposición significativa a este anteproyecto hacia votar por los demócratas. Este argumento está totalmente mal. Y, con demasiada frecuencia, se hace como una racionalización para aceptar que el derecho al aborto terminará — que una decisión de la Corte Suprema que arranque este derecho es un “trato consumado”, y que la única esperanza estriba en elegir a los demócratas en elecciones del futuro.
Como parte de este argumento, escuchamos cosas como: “Fíjese que — si Hillary Clinton, en lugar de Donald Trump, fuera presidente, esto no habría ocurrido. ¿Qué otra prueba se necesita de que las elecciones sí tienen un efecto?”. (Esto suele estar acompañado de señalamientos de que la mayoría “conservadora” de la Corte Suprema fue nombrada por presidentes republicanos, y en particular que tres magistrados de la Corte fueron nombrados por Donald Trump, quien había dejado muy en claro que tenía la intención de nombrar “jueces” para la Corte que actuaran para anular el caso Roe contra Wade, la decisión de la Corte Suprema y el precedente jurisprudencial de larga duración que estableció y hasta ahora, ha mantenido el derecho al aborto en todo Estados Unidos). Pero esa manera de ver las cosas es demasiado estrecha, y no ve (o no tiene en cuenta) el panorama más amplio de lo que está pasando en la sociedad (y en el mundo) en general — lo que abarca las razones por las que alguien como Trump resultó elegido, y la manera en que el movimiento para prohibir el aborto cobró un impulso tan poderoso y llegó a ser una fuerza tan poderosa. Analizaré esto con más detalle en el resto de este artículo, pero primero es importante enfatizar el siguiente principio básico: Independientemente de si las personas votan o no, lo que se necesita con urgencia ahora es una masiva y sostenida movilización y resistencia para dejar en claro que no se permitirá que se quite el derecho al aborto, que se paralizarán las cosas antes de que la gente acepte que se quite el derecho al aborto.
Ahora, en respuesta al argumento de que todo depende de votar por los demócratas, podemos empezar con la siguiente verdad básica: incluso el derecho a votar no se ganó por medio de una votación. Eso no es la manera en que los negros, las mujeres y otros ganaron el derecho a votar. Se ganó protestando y luchando contra la injusticia. Y esto también es cierto para otros derechos que se han ganado cuando fuerzas poderosas han estado decididas a negarle a la gente esos derechos — eso es cierto en general para los cambios positivos verdaderamente significativos en la sociedad. Aun cuando por fin se reconocen (y “se formalizan”) por medio de un acto del gobierno los derechos que anteriormente se negaban, esto ocurre fundamentalmente como resultado de que masas de personas se levanten para exigir el cambio.
El propio derecho al aborto se consiguió en primer lugar como resultado de las protestas y rebeliones masivas de los años 1960 y la primera parte de los 1970, incluido el movimiento por la liberación de las mujeres de aquella época.
Negar el derecho al aborto se trata de controlar, y degradar, a las mujeres
Para entender a fondo por qué apoyarse en los demócratas, y canalizar todo hacia votar por ellos, es un enfoque completamente mal, es muy importante tener claridad sobre qué está al centro de esta lucha en torno al derecho al aborto, y qué papel han desempeñado los demócratas al respecto.
Como he subrayado muchas veces, esta ofensiva fascista para prohibir el aborto no tiene que ver con “salvar bebés” — sino con controlar a las mujeres y con reducirlas a incubadoras “criadas” de niños, bajo la dominación de los hombres.
En primer lugar, la inmensa mayoría de los abortos se practican en una fase relativamente temprana del embarazo, cuando el feto (no un bebé, sino un feto) es diminuto y aún no ha desarrollado los órganos y otros rasgos que constituyen un ser humano independiente capaz de vivir por sí mismo fuera del cuerpo de una mujer y sin las funciones corporales de la mujer. (Y en cuanto al pequeñísimo porcentaje de abortos que se practican mucho más tarde durante el embarazo de una mujer, en su inmensa mayoría se practican debido a un riesgo para la salud básica, o incluso para la vida, de la mujer, y/o porque el feto tiene anomalías tan severas que no podría sobrevivir por sí mismo, o sufriría terriblemente durante el tiempo que sí sobreviviera).
La verdad de que la abolición del derecho al aborto no tiene que ver con “salvar bebés” también se revela agudamente en el hecho de que las fuerzas que están impulsando esfuerzos por prohibir el aborto también quieren eliminar el control de la natalidad — lo que, como varias personas han señalado, pronto podría ocurrir en la estela de una decisión de la Corte Suprema que elimine el derecho al aborto. Una vez más: el esfuerzo por prohibir el aborto se trata de controlar a las mujeres, con la imposición de la subordinación de las mujeres a los hombres y de una sociedad supremacista masculina.
Si se observa a los maníacos fascistas que se manifiestan en contra del derecho al aborto y hostigan a las mujeres que van a las clínicas de aborto, se verá que estos fanáticos fundamentalistas cristianos agitan sus Biblias mientras gritan a las mujeres que dejen de aspirar a la independencia y que obedezcan el mandato bíblico de ser sumisas y subordinadas a los hombres. Eso es lo que ha estado impulsando las acciones para prohibir el derecho al aborto, desde el momento en que Roe contra Wade estableció este derecho hace 50 años.
En los términos más básicos, lo que está en juego con el derecho al aborto es la vida, los derechos y la condición básica de las mujeres, como seres humanos plenos, y no algo menos. Privar a las mujeres del derecho fundamental a controlar su propia reproducción degrada a todas las mujeres, inclusive aquellas que quizá nunca se embaracen — una vez más consagra y refuerza la subordinación de las mujeres bajo el patriarcado.
Los demócratas efectivamente han ayudado a esta ofensiva fascista
Ante esta ofensiva fascista para prohibir el aborto —y la escalada e intensificación de esta ofensiva en las últimas décadas—, ¿qué, en el Partido Demócrata, han hecho los “salvadores” del derecho al aborto? De manera constante y repetida, hacer compromisos con esta ofensiva fascista y efectivamente facilitarla — eso es lo que, en realidad, han estado haciendo.
Y desde el año pasado, cuando quedó en claro que la mayoría fascista de la Corte Suprema casi a ciencia cierta iba a destripar Roe contra Wade, o a anularlo por completo, los demócratas —y mucha gente que dependen de los demócratas en el movimiento por los derechos reproductivos, así como en los “medios de comunicación tradicionales” que por lo general expresan los puntos de vista de los demócratas— básicamente han actuado como si no hubiera forma de impedir que la Corte Suprema arrebatara este derecho fundamental a las mujeres. Han argumentado que lo único que se podía hacer era aceptar este atropello procedente de la Corte Suprema y “prepararse para un mundo post Roe”. Mientras RiseUp4AbortionRights.org (De Pie Por el Derecho al Aborto) ha estado haciendo sonar la alarma y trabajando para conseguir la movilización sostenida de masas y la resistencia decidida que se necesitan con urgencia para defender el derecho al aborto, en su inmensa mayoría estas otras organizaciones y medios de comunicación animaron a todos los que se preocupan por el derecho al aborto a “calmarse” —insistiendo en que el derecho al aborto aún seguiría existiendo en algunos estados, y que hay cosas como la píldora abortiva, de modo que las mujeres aún seguirán pudiendo abortar de forma segura— lo que ignora el hecho de que los fascistas están decididos a eliminar el derecho al aborto legal y seguro, en cualquiera de sus formas, en todo Estados Unidos.
Es cierto que, hace muy poco, a medida que los ataques continuos al derecho al aborto se volvían cada vez más descarados y escandalosos, y salió en público que la mayoría de la Corte Suprema en realidad estaba en camino de anular Roe contra Wade —y que esto estaba suscitando una indignación generalizada—, los demócratas, y aquellos que están aliados con ellos, convocaron a protestas. Pero todavía siguieron actuando como si Roe contra Wade fuera a ser anulado de todos modos, y lo único que se puede hacer es votar por los demócratas en las próximas elecciones. Desde luego que es bueno que estas organizaciones se hayan unido ahora a las convocatorias de protestas de masas —y es muy importante que estas protestas sean lo más grandes y poderosas que sea posible—, pero tratar de utilizar estas protestas como mecanismo para, una vez más, dirigir y canalizar las cosas hacia votar por los demócratas no sería algo bueno, sino algo muy malo: tendría el efecto de desviar, sofocar y a la larga apagar el torrente de furia justa de masas que ahora ha estallado con la divulgación de que la Corte Suprema está en camino de quitar el derecho al aborto, en un momento en que hace falta que esa furia justa se exprese de forma mucho más amplia y masiva con lucha decidida y sostenida con el fin de impedir que la Corte Suprema lo haga, y que aseste un poderoso golpe contra el esfuerzo fascista de efectivamente esclavizar a las mujeres.
La claudicación básica de parte de los demócratas, frente a la ofensiva fascista para prohibir el aborto, ha durado años y décadas. Durante esos años, los propios demócratas de hecho han postulado para cargos electos a algunos llamados candidatos “pro vida” (es decir, anti-aborto), y en nombre de “buscar puntos en común”, los demócratas constantemente han cedido la superioridad política y moral a los fascistas que se proponen eliminar el derecho al aborto (y también revocar otros derechos cruciales). ¿Qué otro significado tiene el lema que los demócratas han enarbolado durante años — que el aborto debe ser “seguro, legal y poco común”? ¿Por qué poco común?
La declaración de que el aborto debería ser “poco común” da a entender muy fuertemente la noción de que el aborto tiene algo de mal — de lo contrario, ¿por qué debería ser poco común? En realidad, eso da apoyo a los argumentos y refuerza los argumentos de los fascistas que se proponen eliminar el derecho al aborto. De hecho, el derecho al aborto, y el acceso al aborto en circunstancias saludables y compasivas, ha enriquecido la vida de las mujeres en su conjunto. Ha hecho que sea más posible que muchas de ellas persigan caminos en la vida que les habrían sido vedados si se les hubieran obligado a continuar un embarazo en contra de su voluntad, y ha hecho posible que las mujeres que quieren tener un hijo determinen cuál es el mejor momento, y cuáles son las mejores circunstancias, para hacerlo. El derecho al aborto también ha salvado la vida de innumerables mujeres (quienes, si no, no obstante habrían intentado abortar pero se les habrían obligado a hacerlo en situaciones inseguras y a menudo mortales, lo que es exactamente lo que ocurría antes de que el caso Roe contra Wade convirtiera el aborto en un derecho a nivel nacional). Y la negación de este derecho afecta especialmente a las mujeres con bajos ingresos, en particular a las negras, latinas y otras mujeres de color empobrecidas, que a menudo son las que necesitan más desesperadamente un aborto. Al mismo tiempo, es importante tener en cuenta que incluso para las mujeres, y las niñas —las que quizá estén en una situación económica relativamente acomodada, o hasta muy acomodada, y las que en teoría podrían darse el lujo de viajar a una zona, o a un país, donde el aborto sea legal— aún pueden enfrentar serios obstáculos para conseguir un aborto: esposos y novios abusivos, padres patriarcales tiranos, una autoridad religiosa dogmática y varios otros factores. Una vez más, el acceso al aborto legal y seguro, como un derecho fundamental y una cuestión de decisión individual, es de profunda importancia para las mujeres en general.
Durante décadas, los demócratas —y las organizaciones “pro derecho a decidir y derechos reproductivos” que dependen de los demócratas y los siguen servilmente— no convocaron, o se negaron a convocar, a la gente a las calles en una movilización de masas consecuente y decidida en defensa del derecho al aborto. Esto guarda una relación muy estrecha con la manera en que los demócratas han permitido continuamente que los fascistas asuman la “superioridad” moral y política en torno al aborto —en lugar de oponerse ferozmente a esta ofensiva fascista insistiendo enérgicamente en que tiene que existir el derecho al aborto, a solicitud y sin disculpas, y en que la oportunidad de que las mujeres decidan libremente cuándo tener hijos, o si tenerlos, no es una especie de derecho “negativo” que únicamente debería ejercerse “en muy pocos casos”— pero que, por el contrario, es algo muy bueno y algo que todas las personas que quieren vivir en una sociedad justa deberían sostener con osadía y vigor, y apoyar y defender activamente.
Una razón esencial tras la creciente claudicación de los demócratas ante los fascistas es lo siguiente: si bien los fascistas están decididos a movilizar a su “base” en torno a sus puntos de vista lunáticos y su “agenda” agresivamente opresiva y represiva, y acogen con entusiasmo las formas en que esto desafía y hace añicos las “normas establecidas”, los demócratas se dedican a un intento cada vez más fallido de mantener esas “normas” y a seguir intentando, aunque fracasen, “superar las divisiones y la polarización en la sociedad”. Esta es una orientación y enfoque que van a perpetuar horrores muy reales, lo que incluye la opresión, brutalidad y terror tanto supremacista masculino como supremacista blanco, y van a engendrar continuamente horrores aún mayores.
La claudicación de los demócratas frente a la ofensiva fascista también se revela nítidamente en el hecho de que los demócratas se niegan a desafiar —directa y consecuentemente y con alguna convicción real— la locura fundamentalista cristiana que es la “base moral” de la oposición fanática de los fascistas al aborto. (Este fundamentalismo cristiano tiene mucho en común con el fundamentalismo islámico de fuerzas como el Talibán en Afganistán — y una de las principales cosas que comparten es la convicción fanática de que las mujeres deben estar subordinadas y dominadas por los hombres, a la fuerza de ser necesario).
¿Por qué los demócratas no desafían esto realmente? Una parte importante de la respuesta es que los demócratas, sean o no individualmente religiosos (y específicamente cristianos), se basan en la convicción de que la religión, y en particular el cristianismo, es necesaria para mantener la articulación de su sistema del capitalismo-imperialismo, el que está repleto de relaciones y divisiones cruelmente explotadoras y opresivas que podrían desgarrar al país, si la religión no jugara un papel importante en “mantener su articulación”, frente a esta terrible explotación y opresión, y la brutalidad y el asesinato que la imponen. Los demócratas son muy conscientes de que, si bien hacen leves críticas al fundamentalismo cristiano, o insisten enérgicamente en la “separación entre Iglesia y Estado” bajo la Constitución, los fascistas cristianos los atacarán implacablemente por ser “anticristianos” (aunque el fundamentalismo cristiano es una versión extrema, y extremadamente opresiva, del cristianismo y no es lo mismo que el cristianismo en general).
La claudicación básica de los demócratas en torno a “la separación entre Iglesia y Estado” se reveló agudamente cuando, a principios de la década del 2000, un padre ateo (Michael Newdow), que también es abogado, impugnó la frase “bajo dios” (“una nación bajo dios”) en la “promesa de lealtad” que los escolares en particular a menudo son obligados a recitar. Su caso pasó a la Corte Suprema, y aunque la Corte falló en su contra (con la estrecha base de que no tenía personería jurídica para presentar esta impugnación), Newdow tenía una base muy fuerte en la Constitución a favor de sus argumentos de que esta frase (“bajo dios”), tal como la promueven las instituciones gubernamentales, es una clara violación de “la separación entre Iglesia y Estado” y discrimina contra las personas que no son religiosas. ¿Los demócratas apoyaron esta impugnación de parte de Newdow? No. De hecho, gran cantidad de políticos demócratas, entre ellos miembros prominentes del Congreso, se aseguraron de reunirse, no para movilizarse en apoyo a Newdow y al principio de “la separación entre Iglesia y Estado”, sino para recitar en público y en voz muy alta la “promesa de lealtad” y enfatizar particularmente las palabras “bajo dios”.
Con su orientación y enfoque, los demócratas jamás podrán desafiar, y nunca desafiarán, resueltamente la base “moral” de los fundamentalistas cristianos para oponerse al aborto y proponerse prohibirlo, ni tampoco los demócratas movilizarán el tipo de oposición masiva sostenida y determinada a esta ofensiva fascista que es necesario para conservar y ampliar los derechos que son vitales para las masas de mujeres, y para las masas de personas en su conjunto.
“¡No me digan que las elecciones no tienen un efecto!”
Sí LO TIENEN — pero NO lo tienen en el sentido en que ustedes dicen
Aquí se tiene una verdad muy fundamental: la razón por la que los demócratas actúan en la manera en que lo hacen es porque son representantes, funcionarios y ejecutores de este sistema capitalista-imperialista — son uno de los dos partidos burgueses de la clase dominante de este sistema. Un papel y objetivo esencial de los demócratas es mantener el “funcionamiento ordenado” de este sistema. Una parte clave de hacer eso, mientras se mantiene la “lealtad” de la gente a este sistema, es mantener la visión y la actividad de la gente restringidas dentro de las estructuras y procesos que sirven para perpetuar y reforzar el gobierno de este sistema — y una parte crucial de eso es conseguir que la gente crea que las elecciones son la única (o por mucho la más significativa) forma de obtener un cambio positivo. En oposición a esa noción continuamente propagada, la pura realidad es que, bajo este sistema:
Las elecciones son controladas por la burguesía; no son de ningún modo el medio por el cual se toman las decisiones básicas; y se efectúan con el propósito primario de legitimar el sistema, la política y las acciones de la clase dominante —dándoles la fachada de un mandato popular— y de canalizar, confinar y controlar la actividad política de las masas populares1.
Y ahora, además de esta realidad fundamental, el Partido Republicano fascista está amañando las elecciones de manera aún más agresiva —tomando medidas para suprimir votos, con mas “gerrymandering” de los distritos electorales (darle un nuevo trazo a los distritos electorales a fin de favorecer a los candidatos republicanos)— y, en una serie de estados, sentando las bases para que las legislaturas estatales dominadas por republicanos anulen los resultados de las elecciones, si no favorecen a los republicanos. Y, como he señalado antes, la forma en que se ha establecido el sistema electoral en Estados Unidos distorsiona muchísimo las cosas, de modo que las elecciones a menudo no reflejen la “voluntad del pueblo” —inclusive en vista de que esta “voluntad” supuestamente se expresa por medio de los procesos electorales de este sistema— y eso será aún más cierto a raíz de las acciones que los republicanos han estado tomando para manipular y controlar las elecciones2.
(Para ver un análisis adicional, y más específico, de las peculiaridades, y de las distorsiones, del sistema electoral en Estados Unidos, consulte la Nota adicional al fin de este artículo).
Más allá de eso, se tiene la realidad más fundamental de que, bajo este sistema, jamás será posible realizar los verdaderos intereses de las masas de personas — un sistema el que se basa en la explotación y la opresión y en el gobierno (de hecho, la dictadura) de la clase capitalista, cuya riqueza y poder descansa sobre esta explotación y opresión, en Estados Unidos y en vastas regiones del mundo en su conjunto. Sobre esta base, la clase capitalista domina el control de la economía y de todas las grandes instituciones de la sociedad, y mantiene un monopolio del poder político, y de la fuerza armada y de la violencia “legítimas”, tal como las ejercen la policía y las fuerzas armadas, y tal como los tribunales las cumplen.
Todo esto deja en claro qué tan totalmente ridícula lo es la insistencia, por parte de los demócratas (y aquellos que les hacen eco), en que todo depende de las elecciones, y que votar por los demócratas es, a la larga, la única forma de conseguir un cambio positivo.
En realidad, apoyarse en las elecciones, bajo este sistema, es un callejón sin salida desmovilizador y una trampa mortal en términos de cualquier esfuerzo real para crear una sociedad más justa.
La respuesta concreta a la ofensiva fascista... y la solución fundamental
En este momento, en lugar de apoyarse en los demócratas y ser restringidos por éstos, todos los que se niegan a ver a las mujeres reducidas a incubadoras de niños, dominadas por hombres y una sociedad supremacista masculina, todos los que se preocupan por vivir en una sociedad justa, deberían de estar tomándose las calles —y permanecer en las calles— con protestas y rebeliones masivas, sostenidas y crecientes con el fin de impedir que la Corte Suprema (y los fascistas más ampliamente) les nieguen a las mujeres el derecho al aborto, con todo lo que eso representaría (y el terrible futuro que presagia). Maternidad obligatoria ES esclavización femenina.
Al movilizarnos masivamente, con una determinación apasionada y poderosamente demostrada de no permitir que se quite el derecho al aborto — existe una verdadera posibilidad de que la Corte Suprema sea obligada a retroceder en los esfuerzos por quitar este derecho fundamental. Y si, incluso frente a esta decidida movilización de masas, los fascistas en la Corte (y en la sociedad en general) todavía siguen adelante con su esfuerzo de prohibir el aborto, pues en tal caso esta movilización masiva en apoyo del derecho al aborto habrá puesto a la gente en una posición más fuerte para continuar la lucha por este derecho y por una sociedad más justa en general.
En lo fundamental, para crear una sociedad y un mundo más justos, lo que hace falta, y lo que hace falta con mayor urgencia ahora, es una revolución para derrocar todo este sistema, el que tanto los demócratas como los republicanos representan y trabajan para imponer, a la vez que tienen agudas diferencias entre sí sobre la manera de hacerlo. En “Algo terrible, o algo verdaderamente emancipador”, analizo a fondo por qué éstos son momentos poco comunes en los que una revolución se vuelve más posible, inclusive en este país poderoso. Es de crucial importancia entender por qué esto es así —lo que tiene que ver con las divisiones ya muy profundas y cada vez más profundas, no solo en Estados Unidos en general sino particularmente al interior de la clase dominante, y por qué esa clase dominante no puede continuar gobernando de la “manera normal” en que lleva generaciones haciendo— y cómo ponernos a acumular las fuerzas revolucionarias con la estrategia y la organización capaces de aprovechar esta oportunidad poco común, no para llevar a cabo una “transferencia pacífica del poder” de un sector de la clase dominante capitalista-imperialista a otro, sino para que se lleve a cabo una toma del poder por un pueblo revolucionario, que cuente con millones y millones de personas y que esté decidido a llevar a cabo un cambio verdaderamente emancipador — al hacer caer este sistema monstruoso y al construir un sistema radicalmente diferente y mucho mejor3.
Existe una necesidad urgente de que el trabajo decidido con fundamentación científica de aquellos que ya están con esta revolución despierte a sacudidas a cantidades cada vez más grandes de personas —a fin de transformar el modo de pensar de las masas de personas, para que dejen de ciegamente “jugar según las reglas” de este sistema y dejen de limitarse a intentos fútiles de efectuar cambios fundamentales “trabajando dentro del sistema”— ganándoselas, en cambio, a un entendimiento científico de la posibilidad y de la necesidad de una revolución, los medios para hacer esa revolución y lo que se propone esa revolución.
Unirse a todos los que se puede unir para detener los esfuerzos de prohibir el aborto
Justo en esta coyuntura crítica, existe una necesidad profunda y apremiante de una movilización amplia, poderosa y sostenida de personas decididas a impedir que se quite el derecho al aborto — unificando a todos los que se puede unir, incluidas las personas que han llegado a estar convencidas de que la revolución es necesaria, y aquellas que creen que es de crucial importancia ahora “tomarse las calles” en defensa de este derecho fundamental al aborto, pero quienes también creen que todavía es necesario votar.
Ahora mismo, la lucha por el derecho al aborto es un eje y divisoria de crucial importancia en la lucha por una sociedad más justa — una batalla decisiva para determinar si las mujeres van a ser reducidas a incubadoras “criadas” de niños, esclavizadas efectivamente por una sociedad supremacista masculina, o si la capacidad y la determinación de las mujeres, y de las masas de personas en general, van a ser fortalecidas a fin de ser seres humanos plenos, y totalmente emancipados.
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NOTAS:
1. Bob Avakian, Democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr? (Editorial Tadrui, Bogotá, 2015). Se puede encontrar datos sobre la manera de pedir la edición en inglés de este libro aquí en revcom.us. [volver]
2. "Esta república — ridícula, anticuada, criminal". Este artículo de Bob Avakian está disponible en revcom.us. [volver]
3. "Algo terrible, o algo verdaderamente emancipador: Crisis profunda, divisiones crecientes, la inminente posibilidad de una guerra civil — y la revolución que se necesita con urgencia, Una base necesaria, Una hoja de ruta básica para esta revolución” también está disponible en revcom.us. Y la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, de la autoría de Bob Avakian, que contiene una visión panorámica y un plano concreto para un sistema radicalmente diferente y mucho mejor, también está disponible en revcom.us. [volver]
Nota adicional de Bob Avakian.
Con el sistema electoral en Estados Unidos, los candidatos que pierden el voto popular en general en el país aún pueden ser elegidos a la presidencia, tal como ocurrió en 2016, cuando Hillary Clinton obtuvo tres millones de votos más que Donald Trump, pero Trump obtuvo la presidencia. Ello se debe a que las elecciones presidenciales en Estados Unidos no se deciden por un voto popular, sino por un colegio electoral, cuyos electores son elegidos por 50 estados diferentes, en función de quién obtiene la mayor cantidad de votos en esos estados. Esto puede conducir a situaciones en las que un candidato —y en particular ahora un candidato republicano— prevalecerá en el conteo del colegio electoral si ese candidato gana una mayoría relativamente pequeña en varios estados, aunque a la vez pierde por un amplio margen en algunos estados con poblaciones muy grandes (como California y Nueva York). Con esta configuración, las elecciones ahora generalmente se reducen a una pequeña cantidad de “estados indecisos” — lo que guarda una estrecha relación con por qué Donald Trump fue elegido a la presidencia en 2016 a pesar de que perdió el voto popular general. (Lo mismo ocurrió con el anterior presidente republicano, George W. Bush: en las elecciones presidenciales de 2000, él perdió el voto popular, pero fue elegido a la presidencia por medio de un proceso muy reñido que por fin se decidió mediante un fallo de la Corte Suprema, en que una “mayoría conservadora” de la Corte detuvo un conteo decisivo de votos en el estado de Florida, lo que le dio la “victoria” general a Bush — una decisión de la Corte Suprema en la que habría sido irrelevante si la elección presidencial se hubiera decidido por voto popular).
Como otra ilustración de las peculiaridades, y distorsiones, del sistema electoral en Estados Unidos, se tiene que los habitantes en los estados con el 70 por ciento de la población total del país están “representados” por solamente un 30 por ciento de los senadores, mientras que el 30 por ciento de la población del país está “representado” por el 70 por ciento de los senadores. (Eso es el resultado de que cada estado, independientemente de su población, elige dos senadores — así que, por ejemplo, un estado con una población muy pequeña, tal como Wyoming, elige la misma cantidad de senadores que California, el estado con la población más grande del país).
El control de la Cámara de Representantes (así como de muchas legislaturas estatales) también está fuertemente influenciado por la “gerrymandering” y manipulaciones relacionadas — de modo que, por ejemplo, el voto popular para la presidencia (o la gubernatura) en un estado puede favorecer a los demócratas, pero que la legislatura estatal está controlada por los republicanos. El control de la Cámara de Representantes se determina por la votación en tan sólo un porcentaje relativamente pequeño de los distritos del Congreso en Estados Unidos en su conjunto (así que en muchas elecciones, podría darse el caso de que, de sumar todos los votos, en todo el país, para los candidatos a la Cámara de Representantes, el cómputo total favorecería a los demócratas, pero no obstante los republicanos terminarían con una mayoría en la Cámara de Representantes).
Es cierto que, en relación a las elecciones presidenciales de 2020, argumenté que había una especie de “excepción única”, donde era correcto y necesario votar por Biden para impedir un salto cualitativo en la consolidación de un gobierno fascista mediante la reelección del régimen de Trump y Pence. Como explicación adicional, dije en “Algo terrible, o algo verdaderamente emancipador”:
En la situación de las elecciones presidenciales de 2020, fue posible derrotar y sacar a Trump por medio de esas elecciones, y fue importante hacerlo, como una acción táctica para impedir una consolidación más extensa del gobierno fascista en ese mismo momento. No obstante, incluso con esa derrota electoral, Trump y sus partidarios casi lograron dar un golpe de estado que hubiera resultado en su permanencia en el poder, en desafió al resultado de las elecciones y a la “transferencia pacífica del poder” de un sector de la clase dominante a otro. Y las cosas han avanzado, y siguen avanzando rápidamente, más allá de la situación que existía con esas elecciones de 2020 y en sus secuelas inmediatas.
Además, el proceso electoral de este sistema en sí va en contra del tipo de cambio fundamental que ahora se necesita con urgencia. Entre otras cosas, reduce los horizontes de las personas, restringiendo las “opciones realistas” a lo que es posible dentro de los límites de este sistema y condicionando a las personas a ver y abordar las cosas según los términos de este sistema. Continuar votando por los demócratas e intentar, por medio del proceso electoral, impedir una exitosa toma y consolidación del poder por los republi-fascistas, muy probablemente fracasará y, en lo más fundamental, contribuirá a que las cosas continúen por el camino desastroso en el que se encuentran ahora, con terribles consecuencias para los miles de millones de personas sobre este planeta — para la humanidad en su conjunto.
Como enfaticé en mi Declaración de Año Nuevo [enero de 2021]:
La derrota electoral del régimen de Trump y Pence sólo “gana cierto tiempo” — tanto en relación al peligro inminente constituido en el fascismo que este régimen representa, como más fundamentalmente en términos de la crisis potencialmente existencial que la humanidad está enfrentando cada vez más a consecuencia de estar atada a las dinámicas de este sistema del capitalismo-imperialismo. Pero, en términos esenciales, el tiempo no juega a favor de la lucha para un futuro mejor para la humanidad.
Corre el tiempo, y con él el impulso actual de las cosas hacia un desenlace desastroso. Es importante no desperdiciar el tiempo que aún existe en lo que serían, especialmente ahora, maniobras insignificantes en el marco de este sistema y sus elecciones. Es necesario aprovechar este tiempo, con la urgencia necesaria, para impulsar las cosas hacia la única resolución que pueda evitar ese desastre, y arrancar algo verdaderamente positivo a todo esto: una revolución real.