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El “juego de la ciudad” — y la ciudad, nada de juego

Este artículo se publicó en 1990 en el libro de Bob Avakian Reflections, Sketches & Provocations: Essays and Commentary, 1981-1987, en inglés (Reflexiones, notas y provocaciones: Ensayos y comentarios, 1981-1987, libro inédito).

A ratos siento la tentación (pero sería un error, por varias razones) de traducir nuestra estrategia para la revolución —el frente unido bajo la dirección del proletariado— a los siguientes términos: apoyarse firmemente en el baloncesto, conquistar (o neutralizar) en la medida posible el fútbol americano (y béisbol), y oponerse firmemente y vencer al golf (y ni hablar del polo).

Lo que quiero decir es que cada deporte, como cualquier otra cosa en la sociedad, tiene un significado social diferente y particular; tiene su base social específica y su papel social. Quiero citar unos comentarios del libro The City Game (El juego de la ciudad), de Pete Axthelm, sorprendentemente perspicaces:

“El baloncesto es el juego de la ciudad.

“Su campo de batalla son franjas de asfalto entre cercas de alambre deterioradas y edificios destartalados; sus ritmos surgen del golpe irregular de la pelota contra superficies duras…. El baloncesto es el juego para los atletas jóvenes sin carro ni dinero; el juego cuyo drama y acción los intensifican su campo limitado y sus alrededores caóticos.

“Todo deporte americano se dirige de una manera general a ciertos sectores de la vida americana. El béisbol básicamente es una experiencia sin prisa, pastoral, que presenta un cuadro de atletas en un trasfondo plácidamente verde y ofrece momentos de acción entre largos intervalos para la contemplación del espectáculo…. Nacido en una época rural, todavía presenta el encanto de una isla tranquila donde, por unas pocas horas, un lanzador que se jala el pantalón puede parecer la cosa más importante en la vida de un aficionado.

“La atracción del fútbol americano es más contemporánea. Su violencia está a tono con los tiempos, y sus juegos de guerra, estratégicos y bien planeados, invitan a los aficionados a ser generales, a complotar y maniobrar junto con los guerreros de la cancha. Con su acción encerrada en un perímetro relativamente pequeño y con formaciones y patrones relativamente fáciles de interpretar, el fútbol americano es el espectáculo ideal para la televisión: es el deporte de ese leal televidente de domingos por la tarde…. Y el baloncesto le pertenece a las ciudades.

“El baloncesto es más que un deporte o diversión en las ciudades. Es una parte de la vida misma, a menudo una parte importante. Los muchachos de pueblos pequeños —particularmente en los estados centrales— a veces llegan a ser excelentes jugadores de baloncesto. Pero lo logran aprendiendo a hacer lanzamientos acertados y con precisión; en las ciudades, los muchachos simplemente inventan ‘movidas’. Otros atletas jóvenes pueden aprender a jugar baloncesto, pero los chavos de la ciudad lo viven”. (páginas ix, x)

Leyendo a Axthelm se puede entender por qué el fútbol americano, con su culminación en el Superbowl de la Liga Nacional de Fútbol (NFL) profesional, tiene tan gran importancia para el imperio, especialmente en estos días. Con razón los locutores y comentaristas de TV con frecuencia usan expresiones como le “están exprimiendo mucha productividad a fulano de tal” y “obtuvieron un valioso terreno con esa jugada”, y términos como “blitz” o “la bomba” para describir los pases, ¡y muchas veces describen a un jugador herido que mira el partido desde el banquillo porque no puede jugar, como vestido “de civil”! (No obstante, aquí hay una ironía: algunos estrategas militares de los imperialistas estadounidenses, dándose cuenta de que no será posible contar simplemente con una fuerza arrolladora como en el pasado, recalcan la necesidad de tener más movilidad y flexibilidad. Un artículo de la New York Times Magazine del 28 de noviembre de 1982 señala: “Al General Morelli le gusta presentar una transparencia de un partido de fút y una de un partido de fútbol americano. El Ejército, sustenta, debe dejar de considerar la batalla como un juego de fútbol americano, en que los jugadores asumen posiciones fijas, y comenzar a emular el fút, en que el juego vira rápidamente de una parte de la cancha a otra y los jugadores deciden independientemente qué hacer”. ¡Vaya! fút en vez de fútbol americano. ¿No hay nada sagrado y seguro?

También es posible ver a partir de todo esto cuál fue el aspecto más significativo de la huelga de jugadores de la Liga Nacional de Fútbol de 1982 y lo más inquietante y molesto para los que tienen tantas inversiones —no solo económica sino política e ideológicamente— en el fútbol americano. No fueron las demandas económicas de los jugadores —aunque eso molestó a los dueños de los equipos y su junta directiva, por supuesto— más bien fue el hecho de que los jugadores se salieron de su rol asignado y que, además, trastornaron el papel social de ese deporte; eso agitó a los dueños del imperio y su gobierno. (También hay que admitir que agitó a algunos hinchas que de buena gana aceptan y se tragan ese simbolismo del “American way of life” y la batalla “en las trincheras” y “en el aire” para que “América siga siendo Número Uno”.)

Sin embargo, el baloncesto “le pertenece a las ciudades”. Y, estratégicamente, las ciudades son ante todo del proletariado revolucionario, especialmente en un país como Estados Unidos.

Claro que ahora las ciudades, sus canchas y el baloncesto todavía le pertenecen, principal y esencialmente, a la burguesía. Y la burguesía usa las canchas y el baloncesto para fomentar sus propios fines por medio de cierto darvinismo social (una aplicación cruda del principio de la “supervivencia de los más aptos” tomada del proceso de adaptación y selección natural, vulgarizado y adaptado a la compulsión capitalista de vencer la competencia). Millones de jóvenes del ghetto se lanzan desde muy chicos a las canchas no solo para jugar y pasar el rato con sus compañeros sino, en muchos, muchos casos, con miras —ya sea consciente o “espontáneamente”— a competir por ese objetivo lejano de las ligas profesionales (la Asociación Nacional de Baloncesto — NBA). Es verdad que hoy la mayoría de los jugadores de la NBA son negros —y que hay jugadores negros que ganan un salario anual de seis o siete cifras— pero se trata de unos pocos centenares de jugadores en la NBA y de un puñado que gana un millón o más al año (por unos diez años). Cuando consideramos estos hechos y que la NBA es una de las poquísimas avenidas de este sistema que le ofrece a las masas de los ghettos una oportunidad de “salir adelante”, se puede ver más claramente lo que este sistema tiene que ofrecer a esas masas. 

Es interesante que aquí es donde gente como Axthelm tropieza con los límites de su concepción del mundo burguesa y le da la espalda a sus propias observaciones. En The City Game, Axthelm trata de dar un salto y combinar el mundo del baloncesto de las canchas del ghetto y el de la NBA. Los dos se relacionan, pero se relacionan como los contrarios de una contradicción. El propio Axthelm reconoce —es más, enfatiza— que por cada muchacho del ghetto que llega a las ligas profesionales hay centenares de miles que no llegan, a quienes se traga vivos la calle. Pero al final, él le hace eco a las mismas mentiras gastadas y trilladas, la misma vieja mitología del avance social: si te esfuerzas triunfarás y si no, es que no tenías pasta, te faltaba madera. Él admite que “Al describir los deportes, una palabra como ‘determinación’ es tan común que pasa a ser un cliché”. Pero enseguidita concluye que “La determinación es una parte integral del juego a todo nivel. Determina quién saldrá del ghetto y a menudo determina cuál de dos equipos casi iguales ganará un importante partido profesional” (The City Game, p. 159, énfasis mío).

La determinación decide quién saldrá del ghetto; vamos, ese sí que es un cliché gastado a todo nivel. Esto es separar las partes del conjunto para tergiversar la esencia. Es como ver un molino de carne que pulveriza a millones de personas y en vez de fijarse en que a la gran mayoría la vuelve pedazos, concentrarse en los pocos que se escapan enteros, fijarse en alguna característica individual de ellos —su “determinación”— y decir que eso es lo decisivo… y de remate, usar eso, directa o indirectamente, para decir que ¡“el molino sí sirve”!

Axthelm expresa cierta apreciación por el baloncesto de los ghettos, pero lo ve como un lugar donde la lucha darviniana decide quiénes son los más “aptos” que entrarán a las filas de la esfera más controlada y cómoda del baloncesto profesional. No es capaz de ver más alla de los marcos impuestos por el sistema capitalista. Y, por lo que respecta al sistema, el baloncesto de las calles —y el de los ghettos propiamente— es, al fin y al cabo, ajeno y peligroso. Para nosotros es precisamente lo contrario. Nosotros reconocemos que nuestro territorio y los nuestros son los ghettos y los millones que se quedan allí, atrapados, sin ninguna salida salvo la revolución. Sí, las ciudades le pertenecen estratégicamente al proletariado revolucionario.

Esta cuestión estratégica y su importancia la reconocen las fuerzas revolucionarias y también las reaccionarias. El PCR ha mencionado esto en su análisis estratégico general (por ejemplo, en el folleto Seguir trazando el camino no trazado) y también recientemente, en un artículo del OR “Al fondo del incidente de Oroville”, en que se señala que la “visión del futuro” del jefe local de los nazis

“es similar a los planes de otras organizaciones — el KKK y el Partido Patriota Cristiano, por ejemplo. Estos grupos vinculan sus planes de una ‘guerra entre razas’ y la unificación de los sectores patriotas y retrógrados en lo político contra los sectores de potencial revolucionario —inmigrantes de naciones oprimidas, la gente de los ghettos y barrios de los centros urbanos— con una estrategia militar de crear bases de apoyo en las zonas rurales y algunos suburbios, para ‘cercar las ciudades’ militarmente en tiempo de crisis social profunda y de posibilidades revolucionarias. Estos planes merecen cuidadosa atención — especialmente en la medida en que estén ligados sistemáticamente a actividades relacionadas del gobierno y otras ramas del imperialismo estadounidense” (OR, No. 187, 7 de enero de 1983).

Si le ponemos cuidadosa atención a los planes y acciones del enemigo, y los volteamos, podemos captar más claramente las posibilidades estratégicas de la revolución proletaria, aquí mismo en Estados Unidos, y de las alianzas estratégicas y principios que tendrán enorme importancia cuando llegue la hora.

Advertirle a “la gente de los ghettos y barrios de las ciudades” que solo “son una pequeña minoría” y que irremediablemente los aplastarán si tratan de iniciar un levantamiento revolucionario, es un truco conocido. Pero, a pesar de la posición relativamente privilegiada de muchos obreros blancos y de las capas clasemedieras, existe una división fundamental de clase en Estados Unidos entre la burguesía y el proletariado (donde están millones de blancos, así como los oprimidos concentrados en los ghettos y barrios) y hay una tendencia creciente hacia la polarización en la sociedad estadounidense. Ya hemos visto, en la esfera cultural pero también en la política, cómo los que menos tienen que perder pueden ejercer una poderosa influencia que supera con creces a su tamaño. En el período venidero, con mayor alienación y torbellinos en la sociedad, que afectarán a más gente de diferentes capas, con un posible desenlace de todo esto, ¿quién puede decir que, cuando la cosa no sea un juego, la ciudad, especialmente con el proletariado revolucionario consciente a la cabeza, no puede ejercer una fuerza suficientemente poderosa y movilizar suficientes fuerzas para ganar?