Pasar al contenido principal

En el espíritu de Phi Slama Jama

Este artículo salió originalmente en el libro de Bob Avakian Reflections, Sketches & Provocations: Essays and Commentary, 1981-1987, publicado en inglés en 1990 (Reflexiones, notas y provocaciones: Ensayos y comentarios, 1981-1987, libro inédito).

“Las sillas, las sillas. El recuerdo más claro son las sillas. El verano pasado en el Torneo Rucker de secundaria…. El juego del equipo de los ases. Todo Harlem está presente, con sus sillas, sillas plegables de madera, bordeando la cancha…

“Comienza el juego y todo mundo corre como loco…. Tú te echas a correr cancha arriba, mirando para atrás. Te llega un pase directo en el estómago, al borde de la línea de tiro libre. Tres tipos grandotes han vuelto a su puesto de guardia. Y qué guardias —grandes, de más de 2 metros— dos al lado y uno al medio. Más tarde te cuentan que eran Val y Vaughan a los lados y Big Thing en el medio. No hay tiempo de preparar el lanzamiento así que sigues derechito en la misma dirección. Oyes que alguien grita “atrás”, pero a estas alturas no vas a hacer un pase. Ahí están los tres, listos a pulverizarte. Ni modo de acercarte a la canasta sin que te caigan encima. Saca fuerzas de alguna parte, siente que puedes hacer cualquier cosa, siente que la muchedumbre te alza. Comienza tu salto. Vamos, Goat. Palmeas el balón, lo aprietas en la cadera. Ellos, también saltan. Ni siquiera puedes ver la canasta, pero por una milésima de segundo parece que saltaste dos dedos más alto, que tú sigues allá arriba cuando ellos comienzan a bajar a tierra. Un enredo de caras negras, brazos, palmas, pecho. No hay más que manos y brazos frente a ti, pero tú sigues más alto que ellos, así que tiras el balón en un arco de la cadera al cielo y de ahí hacia abajo, por fin, adentro de la blanca red de algodón, tan nueva y limpia para este juego. Blam lam. La belleza del sacudón del tablero. Un sonido que todo mundo entiende.

“Ahora estrellarse en la caída al duro concreto, y los tres defensores tambalean y caen sobre ti, como la vez que estábamos jugando en PS 119 y nos confundimos todos y acabamos estrellándonos unos contra otros. Nadie se cae pero todo mundo ha perdido el balance. Ahora la parte que recuerdas con tanta claridad y que recordarás el resto de tu vida. Las sillas. Están arrojando las sillas a la cancha. Al principio te metieron un susto del diablo. No sabes qué es ese estrépito a tu alrededor hasta que volteas y ves una silla a poca distancia, con las patas dobladas. La gente de las orillas está lanzando las sillas a la cancha porque no se le ocurre otra manera de expresar su asombro y admiración.

“‘Es el Goat, señoras y señores. Metió una canasta en frente de tres de los gigantes de Nueva York y vivió para contarlo’, grita Motorman, que se ha tomado la mitad de la cancha con un megáfono portátil. ‘¿Cuándo han visto ustedes algo así? Se está haciendo historia. Es el Goat, señoras y señores. Grábense ese nombre. Lo hizo el Goat’.

“Dicen que después suspendieron el juego 10 minutos. Tú solo recuerdas las palmadas en la espalda, frases como ‘qué maravilla’, ‘chévere’, ‘del otro mundo’. No puedes distinguir ninguna cara, ninguna voz. Es la confusión, una bella confusión. El estómago te hormiguea. Sillas. Te preguntas cuándo fue la última vez que lanzaron sillas a la cancha. Se comenta días enteros. Los chiquillos te señalan con el dedo y dicen que estaban ahí cuando lo hiciste. ‘Oí lo de las sillas’, dice una anciana que vende lotería. ‘Alborotaste el parque, ¿no?’ dice un barbero”.

(de Double Dunk, una biografía de 
Earl [The Goat] Manigault, de Barry Beckham)

Esto es baloncesto —el baloncesto que se juega en pedazos de asfalto urbano y baloncesto, punto— en su máxima expresión. Earl (The Goat) Manigault —un jugador legendario de baloncesto callejero de la ciudad de Nueva York en los años 60, tan renombrado que Pete Axthelm le dedicó un capítulo entero en su libro The City Game— fue Earl Manigault quien me pasó por la mente viendo a Clyde (The Glyde) Drexler, de la Universidad de Houston, coger impulso y arrancar a tres metros y medio de la canasta, arquearse, balón en la mano derecha... conservarlo ahí, estirándose a la cumbre y... embutirlo con una explosión en la canasta: Slam, Jam. Solo al ver el replay me di cuenta de que, al caer, Drexler se arqueó y le sacó el quite al defensa del equipo contrario, que estaba parado ahí esperando que le cayera encima para que la autoridad de camisa de rayas y silbato pudiera mancharlo todo con una amonestación y un llamado al orden y la decencia: “foul, un foul ofensivo”. Pero quedaron frustrados, esta vez Drexler esquivó la trampa y se deslizó veloz cancha arriba, triunfante. 

¿Se podrá comparar este despliegue de belleza de Drexler aquí, en este juego regional semifinal contra Memphis State, realmente se podrá equiparar a las jugadas de Earl Manigault, y especialmente a su pièce de résistance, el dunk doble, cuando zampaba el balón dentro de la canasta con una mano y luego, todavía en el aire, a gran altura, lo agarraba con la otra mano y lo volvía a zampar en la canasta? Bueno, quizá no es para tanto, decidí finalmente; pero cuando vi la jugada con que salió Drexler en el juego nacional semifinal contra Louisville, me entraron dudas. Corriendo por la cancha, Drexler recibió un pase de su compañero Benny Anders y quedó esta vez ante uno de los saltadores rápidos y altos de Louisville, Charles Jones, de 2 metros; Drexler (que mide 2 cm menos) se devolvió, alzó el balón en su mano derecha, lo enderezó y... lo volvió a bajar, voló dejando atrás al pasmado Jones y entonces... ¡lo volvió a alzar con dos manos y lo zampó dentro de la canasta! ¡Phi Slama Jama de verdad verdad! El regocijo de la multitud fue tremendo — tanto como podía, porque este no era el Torneo Rucker, en las gradas había otra clase de gente, los asientos estaban clavados al piso y no pararon el juego 10 minutos. Pero lo han debido hacer.

Clyde Drexler fue el motor del equipo de Houston, un equipo que convirtió el campeonato de baloncesto de la NCAA en algo bastante distinto de lo que estaba programado. Como comentó la revista Sports Illustrated: “el Phi Slama Jama es el equipo que ha recibido más atención en la historia reciente de los Cuatro Finales” (los cuatro equipos finalistas que entran al campeonato nacional). Y efectivamente el equipo de Houston fue algo muy raro este año en el deporte universitario, incluso en el baloncesto universitario. Tomemos su quinteto principal como una unidad: cinco jugadores negros; bueno, al nivel universitario no es tan extraordinario ver eso, pero cuatro son de Texas, tres de las escuelas de los ghettos de Houston, y el quinto es Hakeem Abdul Olajuwon, un centro de 2.10 m de Lagos, Nigeria. Olajuwon, quien apenas está en su cuarto año de baloncesto (dos en Nigeria y dos en la Universidad de Houston), ya ha obligado a los “expertos” a reconocerlo como uno de los más grandes jugadores de la historia del baloncesto universitario (y del baloncesto en general) en Estados Unidos. Así que no se trataba precisamente de un equipo típicamente americano. 

En la guardia estaban los estudiantes de primer año Alvin Franklin —acusado por los comentaristas de ser el eslabón débil del equipo debido a supuestos “errores de novato” (que es joven y libre, es lo que quieren decir con eso) y en general porque no cuadra con la imagen de “la extensión del entrenador en la cancha”— y Michael Young, ex-alumno de la secundaria Yates de Houston y a quien Sports Illustrated describió como “un asesino silencioso” (esto es una metáfora sobre su estilo en la cancha, pero es una imagen escogida conscientemente). El delantero era Harry Micheaux (también conocido como Mr. Mean o El Malo), con sus 2.06 m y 220 libras, que llegó a la Universidad de Houston de la secundaria Worthington, pero yendo más al grano, de los ghettos más duros de la ciudad. El comentarista de CBS Billy Packer “explicó” los tatuajes que Micheaux tiene en los brazos así: “ustedes se deben estar preguntando qué son esos tatuajes que tiene Micheaux: son marcas de su barrio, que se hizo de joven”. Mr. Mean, no exactamente Mr. Clean, y uno comienza a darse cuenta por qué los que toman las decisiones y moldean la opinión pública no debían estar muy entusiasmados con que un tipo como Micheaux fuera “modelo para la juventud”. Trataron de salvar la situación un poco cuando Gary Bender, el anunciador de CBS, comentó: “dicen que es uno de esos tipos que uno quisiera tener en la trinchera de su lado”. Bueno, yo no sé personalmente de Larry Micheaux, pero lo que sí le voy a decir a Gary Bender y los que escriben lo que ellos dicen es esto: cuando llegue la hora de las trincheras, los Larry Micheaux del mundo estarán en las nuestras, frente a las de ustedes.

Finalmente, el otro delantero era Drexler, que tiene el espíritu de un artista; él no se mueve con precisión programada y aprendida: se desliza y vuela; no “produce”: él crea; está metido en el juego con intensidad, pero no es un ramplón burdo; juega con un obvio amor por el baloncesto y si uno está compenetrado con él, lo hace pensar no solo en el baloncesto sino en cosas más allá.

Estos jugadores, más otros, especialmente Benny Anders, que entraron de suplentes, le dieron al equipo de Houston su excepcional calidad. Pero no era la mera suma mecánica de diferentes destrezas y características lo que hacía del equipo de Houston lo que era; fue la forja de algo superior a todos o cada uno de ellos, algo que no se podía medir únicamente con estadísticas, un espíritu que no se podía calibrar en una calculadora. Llegó a conocerse como Phi Slama Jama —quizá un chiste al comienzo, o un astuto truco publicitario de la prensa local y la universidad— pero en poco tiempo los jugadores convirtieron ese nombre en algo verdadero, algo con vida propia, cuya marca de fábrica era el dunk, pero no cualquier dunk: el dunk enfático y espectacular.

El dunk surgió como un acto de desafío, consciente o inconsciente (y por eso, a propósito, es que muchos —aunque no todos— los jugadores blancos de baloncesto no le ponen mucho énfasis al dunk; no es que no puedan saltar, como dicen los racistas, atribuyéndole la capacidad de saltar a genes peculiares de los negros; más bien es que esos blancos no tienen muchas razones de sentirse desafiantes). Pero a estas alturas el dunk ya se ha institucionalizado en cierta medida y hay que diferenciar entre diferentes estilos de dunk.

Tenemos el dunk de un equipo como los Celtas de Boston —los Yanquis de Nueva York del baloncesto profesional— que hacen rara vez y cuando lo hacen es de manera rutinaria; casi nunca tiene emoción, ánimo. 

Del otro lado, tenemos el dunk de “Dr. J”, Julius Erving (quien recibió el nombre de “el Doctor” o “Dr. J” porque a la gente le gustaba ir a ver cómo “operaba” en la cancha), cuyo estilo de juego en general y de dunk en particular se caracteriza por jugadas garbosas, espectaculares. Pero incluso con Erving se ha perdido algo a medida que se ha vuelto una figura aceptada y establecida: la elegancia sigue ahí pero se ha desvanecido el desafío. 

Y tenemos el dunk en que por un momento, desde el salto inicial al aire, vibra un espíritu de vuelo libre y todo lo que rodea y mantiene la vida en su puesto se enfoca en el balón y se vuelve a embutir por donde vino. Este era el estilo que seguía vivo en el equipo de Houston, lo que Phi Slama Jama —ahora escrito en sus uniformes de calentamiento para que todos lo vean— llegó a representar. Fue eso lo que cogió por sorpresa a las autoridades deportivas (nadie predijo que Houston estaría en la delantera o ni siquiera cerca a la cumbre del baloncesto universitario) y, antes de que tuvieran tiempo de ver qué pasaba, Phi Slama Jama captó la atención nacional y conquistó a millones, especialmente la juventud de los ghettos.

Eso era lo que había que “volver a poner en su puesto”. Y para eso era necesario moldear la opinión pública. Primero comenzó el elogio de doble filo, el insulto dorado. Houston tenía el “mejor grupo de atletas”, descubrieron de repente los expertos, pero dieron a entender o a veces decían de plano que todavía no tenía el mejor equipo. ¿Por qué? Porque su juego no era lo suficientemente “disciplinado”: pueden correr y saltar, tienen un montón de “destreza natural”, sí señor, pero su juego es demasiado “descontrolado”.

¿Y de dónde se supone que deben salir la “disciplina” y el “control”? DEL ENTRENADOR. Para estas autoridades, el papel del entrenador es restringir los impulsos de los jugadores —y en baloncesto, cada día más, los jugadores son negros— y reprogramarlos para que sean piezas engrasadas de una máquina y para que ejecuten, cuando y como se les ordene, las estrategias y tácticas que les indican o les mandan desde la banca. Esencialmente no es nada diferente del entrenamiento militar. En este sentido, los deportes a nivel universitario juegan un papel central. Con el cebo de un jugoso contrato profesional en unos cuantos años y con la amenaza de que te “devuelvan a tu ratonera”, a los atletas recién salidos de la secundaria los entrenan con el futuro en mente. Pero el entrenamiento es sobre todo social e ideológico; moldearlos y prepararlos, “pulirles las asperezas”, meterlos en el molde deseado para que se pueda contar con que jugarán el papel debido cuando estén a la vista del público.

Es muy interesante que el baloncesto profesional permite —incluso demanda— un ritmo mucho más rápido, un estilo de juego más acelerado que el baloncesto universitario, donde las reglas del juego permiten y todo fomenta un control mucho más estricto, más restricción, del entrenador. Es por medio de la experiencia universitaria —y repito, con la perspectiva del gran sueldo que espera al que triunfa— que vuelven inofensivos a los atletas y sanitizan su juego, antes de que puedan pasar a las filas profesionales y de que se les tenga confianza para que jueguen a alta velocidad pero no se “descontrolen”. El hecho de que grandes atletas como Moses Malone y Darryl Dawkins pudieron ir directamente de la secundaria a las ligas de baloncesto profesional y llegar a ser en poco tiempo grandes estrellas indica que la gran mayoría de los mejores jugadores de secundaria podrían adquirir la destreza necesaria para el nivel profesional en, digamos, cinco años después de la secundaria, jugando informalmente y en ligas en las canchas de los parques, sin pasar por la universidad. Y el hecho de que a Darryl Dawkins le atesaron las clavijas a los pocos años porque todavía mostraba mucho “de dónde venía” (se ponía un arete, le inventaba nombres a sus dunks humillando a los jugadores a quienes se los hacía, y finalmente comenzó a romper el tablero de la canasta y a arrancar los aros cuando hacía un dunk) demuestra por qué por regla general, y con pocas excepciones, a los jugadores los hacen pasar por la universidad para que reciban la “preparación” adecuada antes de que se les permita ser profesionales.

Por lo tanto es irónico que buena parte del ataque a Phi Slama Jama se haya dado como ataques al entrenador, Guy Lewis. Lewis lleva 27 años de entrenador y en ese tiempo ha adquirido un excelente récord y ha ganado unos 530 partidos en Houston. Pero con todo y sus 61 años, los comentaristas de deportes no le dan el nombre de “decano” de los entrenadores universitarios, como llaman a hombres más jóvenes como Bobby Knight de Indiana y Dean Smith de Carolina del Norte. Vaya, es que Knight toma como modelo abiertamente al general Patton y entrena como él; y Smith ha instituido, o por lo menos institucionalizado, un patrón de matar tiempo en que su equipo retiene el balón sin tratar de encestarlo por intervalos de varios minutos. Lewis, por otra parte, sea cual sea su filosofía general, tiene una filosofía de entrenar y dirigir muy diferente a la de los Knights, Smiths y otros similares. Lewis prefiere y enseña un estilo de juego de un ritmo más acelerado; y además ha tratado de moldear el equipo a partir de lo que mejor saben hacer sus jugadores, añadiéndole cosas, templándolo un poco, pero no reprimiéndolo. Lewis acepta la idea de que haya “una extensión del entrenador en la cancha”, pero eso no es suficiente para los que deciden quién llega a ser “decano” de entrenadores universitarios y quién no. Porque, como reconoció el New York Times en una rara admisión, “Guy Lewis habla de ‘control’, un eufemismo de ‘disciplina’, pero ha sido lo suficientemente sabio como para no sofocar a la fraternidad Phi Slama Jama”. Esto fue cuando Houston andaba por los cielos y hubo que poner en segundo término la crítica común contra Lewis —que su papel no era más que botar la bola a la cancha y dejarlos jugar— y cuando cierta especie de elogio resultó ser una parte necesaria del arsenal para bajarle los humos al Phi Slama Jama.

Porque, nuevamente, Phi Slama Jama, definitivamente no era lo que habían programado ni era lo que necesitaban los que están a cargo de la “disciplina” y el “control”. Hasta el momento final, casi todas las autoridades y “expertos” predijeron abiertamente la caída de Houston o, si no, tartamudearon, dieron rodeos sobre quién ganaría el campeonato de la NCAA y rehusaron predecir que Houston sería el ganador, aun después de que resultó claro que ese era el equipo que iba a ganar. Por ejemplo, la víspera del partido por el campeonato entre Houston y Carolina del Norte, Al McGuire (antiguo entrenador de baloncesto en la Universidad de Marquette, donde uno de sus equipos ganó el campeonato nacional) demostró poco entusiasmo por el partido en su programa de deportes; de hecho, encontró muy poco que decir al respecto, aunque se suponía que era un programa dedicado al campeonato de la NCAA. Y en vez de predecir quién sería el ganador, McGuire simplemente repitió la fórmula relativamente inofensiva de que si el equipo ganador sacaba más de 70 puntos Houston ganaría y si el partido se ganaba con menos de 70 puntos Carolina del Norte triunfaría.

Pero, vaya, quizá no sea justo culpar a McGuire por ignorar casi totalmente el partido; él estaba preocupado por otras cosas, como acariciar (sí, literalmente, sobar afectuosamente) modelos de las bombas atómicas descargadas en Hiroshima y Nagasaki. (¿Cuál es la conexión con el baloncesto? Bueno, el partido era en Albuquerque, Nuevo México, y las bombas las inventaron y construyeron en Nuevo México y ahí tienen exhibidos modelos; ¿sí ven? ¡Y nos acusan a nosotros de propaganda cruda!) McGuire pasó la mayor parte del programa alabando la producción de defensa de Nuevo México o dándonos definiciones de términos deportivos de su propia cosecha: como “portaviones” para describir a un jugador dominante, o “prime time” para describir al jugador que busca el balón, que quiere ser el que manda la parada cuando llega el momento decisivo, como Frank Sinatra o Barbara Streisand cantando en público, explicó McGuire. Es que al baloncesto (y al deporte en general) lo controla y disciplina gente cuya posición en el mundo, valores y modelos son producto de la supremacía estadounidense obtenida a raíz del triunfo y conquista de la II Guerra Mundial. Qué contradicción que ahora tengan que “entrenar” a jóvenes de barrios donde todo eso es ajeno y donde a la gran masa la están preparando no para la Asociación Nacional de Baloncesto sino para las trincheras.

No, Phi Slama Jama no era lo que habían programado. No querían tener de modelos a gente como Barry Micheaux, Michael Young y Clyde Drexler, ni querían a un nigeriano (quien ni siquiera puede jugar en el equipo olímpico de Estados Unidos, ¡hágame el favor!) que arrebataba prácticamente todo rebote, desviaba los tiros de los jugadores del equipo contrario, iniciaba las rápidas carreras de Houston y a menudo corría hasta el otro extremo para dar el golpe de gracia. No, este debía ser el año del tan largamente esperado triunfo de Ralph Sampson, Inc. de la Universidad de Virginia. 

Sampson, con sus 2.23 m., también es un atleta de auténtico talento, es una gran fuerza en la cancha de baloncesto con un gran futuro en las ligas profesionales, y es el modelo respetable, “responsable” que querían. Desde sus primeros días en la universidad ha seguido de buena gana el camino del ejecutivo-en-ciernes, “refinándose” para alcanzar los stándards prescritos y, uno no puede evitar pensar esto, sumándolo todo en su calculadora de bolsillo, a medida que su ejecución técnica en el baloncesto mejora y su imagen se pule. Pero Sampson no pudo cumplir lo que se esperaba de él; quizá, irónicamente, como lleva varios años contando con que será millonario cuando salga de la universidad, no tenía suficientes ganas. De todos modos, cuando su equipo de Virginia descalificó del campeonato a manos de Carolina del Norte, se podía oír el cambio de engranaje en el trasfondo, y a Carolina del Norte le comenzaron a dar más y más el nombre de “un equipo de destino”, incluso se oyó por ahí un par de veces la expresión “el equipo de América”.

Pero antes de que Carolina del Norte y Houston se enfrentaran en el partido del campeonato, cada uno tenía que ganar una semifinal. Carolina del Norte derrotó con relativa facilidad a Georgia — al que no pintaron de “Cenicienta” ni ciertamente de un “equipo de destino”, aunque Georgia sacudió poderosas instituciones del baloncesto, como otro equipo de Carolina, el de la Universidad de Carolina del Norte, y el de St. John, rumbo a los Cuatro Finales. Georgia usó más que todo velocidad y rápidos saltos largos, pero no tenía lo suficiente de eso para ponerse a la altura de Houston. 

El otro partido de las semifinales, el de Houston y Louisville, concentró todo lo que es Phi Slama Jama. Houston ganó, cobrando la delantera en la segunda mitad y estableciendo claramente su superioridad sobre otro gran equipo que se ha ganado el nombre de “los Doctores del Dunk”. Si a uno le gusta el juego de la ciudad, como lo juegan en grande los más grandes de sus jugadores, este partido era para enloquecerse. Hasta los “expertos” le tuvieron que hacer una venia — fue emocionante, lleno de sensación, etc., etc.... pero — pero, se quejaron, no fue un buen modelo de entrenamiento, fue un partido que estuvo más de la cuenta en manos de los jugadores, demasiado incontenible. Billy Packer, el comentarista de CBS (y antiguo entrenador) tuvo que decir: uno podrá pintar todas las “X” y “O” que quiera (para diagramar estrategia y táctica), pero estos jugadores sencillamente tienen tanta destreza que han llevado el juego mucho más allá de eso.

Pero, repitamos, no es que el entrenador no diera dirección. Sin entrar en muchos detalles aquí, un aspecto clave del avance de Houston desde su posición de segundo lugar fue la táctica de Lewis de pasar en la segunda mitad de una zona de defensa más estática a una defensa más fluida e intensa de uno-a-uno, además de otras buenas medidas que tomó. Pero esas medidas precisamente le dieron rienda suelta a lo que saben hacer mejor los jugadores de Houston — o como el propio Lewis lo dijo, “Phi Slama Jama se puso en marcha”. Este estilo de dirección era completamente opuesto al “comentario experto” que ofreció Bobby Knight cuando lo entrevistaron a la mitad del partido y le preguntaron qué debería hacer Houston, en ese momento con un atraso de 5 puntos, para ganar la delantera. 

Este fue, como dije, un partido en que se deberían haber arrojado sillas a la cancha en señal de reconocimiento. Hubo grandes jugadas estupendas y de ambos lados, porque Louisville también se destaca por su rapidez y saltos. Pero Louisville como que se ha vuelto la versión aceptable, institucionalizada de esto —es un equipo muy disciplinado, como saltó a recordarnos Billy Packer— mientras que Houston seguía siendo el advenedizo. Y el advenedizo ganó, ganó con una demostración que no solo retumbó la canasta del “hoyo” (el gimnasio donde se efectuó el partido en Albuquerque); también reverberó mucho más arriba. Pete Axthelm, en Newsweek, dio a conocer que durante el juego, “como de costumbre CBS tenía un micrófono detrás de los tableros para captar el sonido de los rebotes y el roce de las redes; CBS no lo usó cuando Phi Slama Jama sonaba como una ametralladora”. Bueno, parece que como con la jugada de Earl Manigault que paró el juego, los dunks de Houston resonaron con un “ruido que todo mundo entiende”.

Cuando Billy Packer entrevistó a Clyde Drexler después del partido, le preguntó por su double-pump (subir el balón con una mano, bajarlo, volverlo a subir y encestar con las dos manos) — al que Sports Illustrated se refirió como “la jugada del siglo”. Drexler contestó: “Ah, esa es una de esas cositas que me he puesto a practicar”. Esta respuesta, acompañada de la sonrisa irónica de Drexler, quería decir dos cosas: primero, esa es una jugada “fenomenal” y yo lo sé y de remate me voy a hacer el que no es gran cosa; pero segundo, jugadas así no son una simple expresión espontánea de “destreza pura”, hay que trabajarles, como todo lo demás — y lo que tú escoges para llevar a nuevos niveles mediante tu trabajo depende de tu perspectiva y orientación. A eso fue que se refirió Guy Lewis cuando contraatacó, a su manera, los ataques a su equipo: “Oigan, para hacer dunks se necesita disciplina”.

Esto, entre otras cosas, se lo refregaron en la cara a Houston —y a todos los que pusieron sus esperanzas en él y lo apoyaron con gran entusiasmo— cuando perdió el partido del campeonato, en el último segundo, por un dunk de un jugador de Carolina del Norte. Y fue extraordinario ver hasta dónde llegaron las cosas, ver los extremos a que llegaron los que tienen el control, para producir la derrota de Phi Slama Jama.

Primero, hay que observar el papel de mezcla de Rocky y abogado de la Mafia del entrenador de Carolina del Norte, Jim Valvano. Comenzando inmediatamente después de la victoria de Houston sobre Louisville en las semifinales —y con no poca ayuda de sus amigos— Valvano protestó y protestó que Houston era demasiado imponente, que la única manera de que su equipo tendría un chance de ganar era aflojando considerablemente el paso del juego, hacer que los jugadores de Houston cometieran foul, hacer que el partido fuera completamente distinto de lo que fue el de Houston/Louisville. Todo el propósito de esta camorra, incluyendo la parte sobre lo abrumador que era Houston, era moldear la opinión pública contra Houston y crear una atmósfera donde prácticamente cualquier cosa que se hiciera para ayudar a Carolina del Norte a ganar pareciera justificada. A pesar de la comedia de humildad de Valvano cuando pintaron a Carolina del Norte como “el de abajo”, yo no pude menos que pensar en todos esos cavernícolas que durante la “crisis de los rehenes de Irán” gruñían: “Basta ya de ser buena gente, nos han abusado demasiado”: ¡los de abajo con nada más que todo el imperio estadounidense y su poderío militar de respaldo!

Carolina del Norte, el “equipo del destino”, demostraría que la disciplina puede meter en orden las fuerzas del caos, puede volver a meter el genio a la lámpara. “Les hicimos tiros comunes y corrientes y ellos no podían hacer esos”, se comenta que dijo un jugador de Carolina del Norte al hacer un balance de su victoria. ¡Cuántas veces he oído eso! — pero en el pasado eran las palabras de un presumido niño blanco malcriado de los suburbios, jactándose de cómo su equipo dio una “lección” y “los puso en su puesto”. Pero la formación de Carolina del Norte es enteramente negra, como la de Houston — y uno de los jugadores de Carolina del Norte se puso a repetir ese mismo estribillo. Por lo visto a estas alturas el juego de las ciudades —al igual que las ciudades— ya no se puede manejar con la vieja estructura blanca de poder: necesitan un contingente negro en la superestructura para que los ayude.

A juzgar por todos los eventos, a tipos así se les encontrará vomitando todo tipo de basura reaccionaria. Bueno, no lo hicieron mal: Thurl Bailey, uno de los héroes de la victoria de Carolina del Norte sobre Houston, soltó a bocajarro en una entrevista inmediatamente después del juego “gracias a dios... sin él de nuestra parte no estaríamos aquí”. ¡Hasta eso —“dios de nuestra parte”— se coló en el campeonato de baloncesto de la NCAA este año!

Estaba reacio a decirlo, de hecho al principio no creí que fuera verdad, pero después de volver a ver la cinta del partido, parece muy claro que se tomaron medidas directas para robarle de frente a Houston la victoria. La manera de hacerlo fue tan simple como mortal: a Clyde Drexler le apuntaron tres foul rápidamente a comienzos del partido y luego un cuarto varios minutos antes de acabarse la primera mitad. Puesto que con un quinto foul el jugador se tiene que salir del partido, esos cuatro fouls le asestaron un golpe paralizante al estilo de Drexler y por lo tanto a todo el equipo de Houston. Alteraron su fluidez y específicamente rompieron el ritmo entre Drexler y Olajuwon, o sea el ritmo básico del equipo de Houston.

Olajuwon tuvo que sacar todas sus fuerzas desde temprano para mantener al equipo con buen puntaje, y esto lo pagó más adelante, en la segunda mitad, cuando habían establecido una ventaja. Olajuwon, agotado a estas alturas, tuvo que ir a la banca a recuperarse cuando faltaban unos 10 minutos de juego. Por lo visto esto fue, por lo menos en parte, lo que tentó a Lewis a usar una táctica de dilación para que Olajuwon pudiera recuperarse y no volverse a agotar cuando regresara al juego. Esto, a su vez, le facilitó a Carolina del Norte decidir y escoger a quién y cuándo cargarle foul, obligar a Houston a decidir el partido con tiros libres y con quien quiera que resultara ser en ese momento el jugador de tiros libres menos efectivo de Houston (Valvano dijo más tarde de frente que hubieran seguido cargándole fouls a cualquiera que perdiera los tiros libres y que hubieran usado esta táctica 8, 9 o más veces, lo necesario para “colocarnos en posición de ganar”). 

El resultado final fue que Carolina del Norte logró alcanzarlos y, en la última campana, ganar. Y, de nuevo, los fouls que le anotaron a Drexler a comienzos del juego fueron claves en esto: sin esos fouls Houston casi con seguridad hubiera acumulado un margen de ventaja mucho mayor del que tenía, a pesar de todo, a los 10 minutos finales del juego; y con una ventaja de digamos, 12 o más puntos a esas alturas, las deliberadas tácticas de fouls de Carolina del Norte no hubieran funcionado. Hubiera tenido que acelerar su ritmo para tratar de alcanzar a Houston, y eso hubiera favorecido todavía más a Houston. Y observando la cinta, para mí es muy claro que solo uno de esos fouls que le contaron a Drexler (el segundo) fue legítimo (el primero no fue foul, punto; el tercero y el cuarto se los debían haber anotado a los jugadores de Carolina del Norte que lo tocaron a él; de hecho uno de ellos le agarró la pierna antes de hacer otro contacto en el cuarto foul).

Aunque al volver a mirar la cinta quedé fuertemente convencido de esto, no quiero enfocarme demasiado en eso porque la “trampa” del partido se dio más a nivel del ambiente social que prepararon. Houston entró a ese gimnasio llevando sobre los hombros un tremendo peso, muy superior a la presión normal de un partido importante de baloncesto. Por un lado, no estaba preparado para lidiar con lo que realmente estaba de por medio aquí, en sus implicaciones generales, pero por otro lado tenía cierta noción de lo que pasaba. Esto se revela en un comentario de Clyde Drexler, citado en el New York Times en un artículo escrito el día del partido. Cuando le preguntaron si él creía que ganar el campeonato nacional haría que a Phi Slama Jama se le reconociera como uno de los mejores equipos de baloncesto universitario de todos los tiempos, Drexler respondió: “Espero que sí, pero probablemente dirán que fue suerte”.

Dada la atmósfera que crearon y la manera en que casi era un hecho que se iba a desenvolver todo el partido, en vista de todas las componendas, la cosa se redujo a que Houston tenía que hacer un tiro libre tras otro y marcar los suficientes puntos para aferrarse a la victoria. (Si este fuera el Torneo Rucker y Valvano saliera con esas tácticas y los jueces impusieran el tipo de fouls que hicieron, también habrían volado sillas — ¡pero por una razón diferente y contra blancos definidos!) No es accidental que Houston no sea un buen equipo de tiros libres. Los tiros libres son la antítesis de todo lo que es Phi Slama Jama: son algo estático, todos en fila, todo parado y sin tener nadie cara a cara ni nadie a quien arrojarle el balón a la cara; son el forte, como el mismo Axthelm lo reconoció una vez, de los muchachos de pueblos chicos (y suburbios) que “aprenden tiros acertados y destrezas precisas” pero no “movidas” y definitivamente no el desafiante dunk. Esto no quiere decir que los muchachos urbanos no puedan aprender a hacer buenos tiros libres — ni que los jugadores de Houston estaban destinados a perder todos los tiros libres que hicieran o a perder el juego esa noche, aun con todo lo que tenían en su contra — pero los dunks y las “movidas” requieren disciplina, hay que trabajarles, lo mismo que a los tiros libres. Y no es accidental que diferentes tipos de jugadores, de distintos mundos, dediquen su tiempo y esfuerzo a diferentes estilos de baloncesto. ¡Por qué no hace la NCAA un concurso de tiros libres la próxima vez para que ver lo emocionante que es, lo agradable estéticamente y cuánta gente va a verlo!

Los representantes de la NCAA son los que siguen oponiéndose a un reloj de tiros en el baloncesto universitario para limitar el tiempo que un equipo puede tener el balón sin tratar de hacer un lanzamiento a la canasta*. Y en general, las reglas que han adoptado, y especialmente la forma en que las ponen en práctica, buscan mantener a los jugadores “bajo control” que jueguen dentro de límites definidos. Uno de los mayores ejemplos de esto, una de las peores trabas a la fuerza productiva del baloncesto creativo y liberador, es la regla de los fouls ofensivos y específicamente lo que se llama “recibir la carga”. Esto se refiere a cuando un jugador defensivo se coloca en un lugar donde él puede anticipar que va a correr o saltar un jugador ofensivo, y se para ahí (“establece posición”) de manera que el jugador ofensivo se tropiece con él o le caiga encima, cometiendo por ende un foul ofensivo. 

Bueno, a mí me parece que debería ser así: si uno es un defensa y trata de tapar a alguien y ese jugador te empuja o te atropella, okay, ese es un foul del jugador ofensivo; pero si tú no estás tratando de taparlo, sino nada más corres a un lugar y esperas a que se tropiece contigo o te caiga encima, entonces ese foul es tuyo, cabrón, y la próxima vez no te atravieses para que los demás puedan jugar baloncesto como se debe jugar, como somos capaces de jugarlo hoy día. Cambiar así la regla sería un señor golpe subversivo. Todo el objeto de la regla tal como existe ahora es ponerle una traba al estilo rebelde de juego, especialmente a jugadas a la canasta y por encima de toda la acción (después de que alguien hace una jugada realmente estupenda, y quizá remata con un estruendoso slam, hay de por medio algún cretino que por lo visto no puede hacer nada más para pararlo todo que esperar que le caigan encima, cuando ya pasó todo lo que a fin de cuentas tiene importancia).

Recordemos que fueron los que imponen las reglas quienes, en su infinita sabiduría y amor al baloncesto, decretaron ilegal el dunk en el baloncesto universitario y escolar varios años (pero, cosa interesante, no en las ligas profesionales) y quienes siguen prohibiendo el dunk en el calentamiento de juegos universitarios y escolares. ¡A mi manera de ver no es accidental que el dunk estuvo prohibido precisamente en los años 60 y comienzos de los 70! Una justificación y excusa común de la imposición de esta regla es que a los jugadores altos les quedaba demasiado fácil hacer un dunk, y citaban a Kareem Abdul-Jabbar (entonces conocido como Lew Alcindor) como el peor “delincuente”. Pero el siguiente comentario, que ofrece el libro The City Game de Pete Axthelm, va mucho más al grano:

“‘Mira, si un tipo mide 2.10 m. va a encestar de cerca, ya sea que embuta el balón en la red o que lo deslice’, explicó Robert Bownes. ‘El objetivo de esa regla no fue trancar a los tipos de más de 2.10 m. Fue ponerle un freno a los hermanos de 1.90 m. que podían deslumbrar a la multitud y avergonzar a muchachos blancos mucho más altos haciendo un dunk. El establishment blanco tiene la muy desagradable sensación de que los negros están dominando demasiadas áreas del deporte. Así que están imponiendo todo tipo de barreras y restricciones. Todo mundo sabe que el dunk es el sello de los grandes atletas negros de los barrios populares. Y por lo tanto se lo arrebataron. La cosa es así de simple’”. 

Bueno, si bien este comentario tiene mucho de verdad y de profundidad, hoy la cosa no es así de simple. Hoy al “establishment blanco” le preocupa especialmente distinguir entre diferentes tipos, diferentes clases, de negros, en deportes y en otras esferas, ¡e incluso entre diferentes tipos de dunks! Por eso es que la victoria de Carolina del Norte — obtenida malogrando el espíritu del baloncesto como se juega hoy, y convirtiendo a la fuerza el partido en algo sin vida y feo — les resulta útil y por eso declaran que esta pútrida perversión fue un juego de gran drama, rematado con un final emocionante, un dunk que es... perfectamente aceptable. Y por eso es que tenían que aplastar, extinguir el ejemplo y el espíritu de Phi Slama Jama: mediante una derrota sin demostrar su injerencia demasiado patentemente si fuera posible; o si de algún modo Houston ganara, matarlo a punta de amor, exprimirle la vida de esa manera. Pero sin la menor duda el método preferido era hacer que Houston perdiera y desmoralizar a sus seguidores.

En el capítulo sobre Earl Manigault en The City Game se relata la historia de que alguien que no podía jugar al nivel de Manigault lo retó a voz en cuello a un juego:

“‘Earl aceptó jugar solo con él sin mucho aspaviento. Ahí mismo corrió la voz y en minutos se reunió un montón de gente para presenciar el drama.

“‘Y comenzaron a jugar. Earl le pasó por encima e hizo un dunk y luego le bloqueó el primer lanzamiento. Era obvio que ese tipo no tenía nada que contraponerle a Earl. Pero estaba completamente resuelto a ganarse una reputación. Así que comenzó a empujar, atropellar y a cometer fouls. Earl no dijo ni mu, siguió haciendo sus jugadas y derrotando al otro, que seguía agarrándolo y codeándolo para pararlo. Llegó al punto en que eso no era baloncesto. Y de repente Earl soltó la pelota y dijo: “Yo no necesito esto, tú ganas”, y dio media vuelta y se fue.

“‘Bueno, si Earl hubiera seguido y derrotado al tipo 30 a 0, no hubiera probado más de lo que probó’”. 

Imagínense si después de que Houston estableciera su clara ventaja, y cuando Carolina del Norte comenzara con su rutina de fouls, llevando las cosas todavía más claramente al punto en que eso ya no era baloncesto, Houston se hubiera retirado de la cancha y dejado a Carolina del Norte recibir sus honores... si es que se hubiera podido realizar la ceremonia. Esa hubiera sido sin vuelta de hoja la mejor manera de triunfar de Phi Slama Jama... ¡y eso hubiera sido lo más parecido a una revolución que se pueda ver en una cancha de baloncesto! Y por eso mismo es que precisamente algo así solo ocurrirá cuando las cosas en general estén en marcha a la revolución.

“¡Qué elasticidad, qué iniciativa histórica, qué capacidad de sacrificio la de estos parisienses!”, escribió Marx de los Comuneros de París un mes antes de que los aplastaran con salvajismo. Por más que los derrotasen, escribió, aun si la Comuna “sucumbe a los lobos, chanchos y viles perros de la Vieja Sociedad”, no se podrá arrasar lo que los Comuneros lograron y el legado que dejaron. “Compárese a estos parisienses, que toman el cielo por asalto, con los esclavos hasta el cielo del Imperio Germano-prusiano, del Sacro Imperio Romano, con sus mascaradas póstumas, apestando a cuartel, a iglesia, a repollo de hacienda junker y, sobre todo, a filisteo”. ¿Estoy forzando las cosas un tris aquí? Sí, pero quien sepa de qué estoy hablando comprenderá por qué no pude menos que pensar en esto después del campeonato de baloncesto de la NCAA y del impacto de Phi Slama Jama, a pesar de su derrota final. ¿Quién ni se va a acordar de Carolina del Norte? Desde ya su única importancia es su papel negativo, por ser los despojadores de Phi Slama Jama, por su capacidad y buena gana de servir en su mediocridad como un modelo de disciplina — una disciplina que sirve el farisaico orden mundial americano encaminado a su eventual extinción, con dios de su lado. El espíritu que mostró Phi Slama Jama vivirá... y volverá a alzarse otra vez... y otra vez.

_______________

NOTAS:

* Finalmente se adoptó un reloj de tiros de 45 segundos en el baloncesto universitario masculino, pero no hasta un par de años después de este partido del campeonato entre Houston y North Carolina State, y mucho después de que fuera patente que se necesitaba un reloj de tiros y que mejoraría el juego. Y adoptaron el intervalo de 45 segundos como tiempo para el reloj de tiros (a diferencia del reloj de 24 segundos en las ligas profesionales) para dejar una cantidad considerable de “control” en manos de los entrenadores. [volver]