Introducción
En mi mensaje número Treintisiete en las redes sociales (@BobAvakianOfficial), hice referencia a mi artículo Otra verdad provocadora pero sencilla y básica sobre el comunismo y la falacia del “totalitarismo”, que se inicia con la siguiente contundente declaración:
Es muy común oír que denuncian al comunismo por “totalitario”, pero la realidad es que no existe el totalitarismo.
En seguida, ese artículo señala:
[N]unca ha existido una sociedad —en Rusia, en China o en otra parte— que corresponda a lo que afirma Hannah Arendt en Los orígenes del totalitarismo, la obra seminal y “Biblia” de los “antitotalitarios”.
Como he analizado extensamente, el “totalitarismo” es una “teoría” cien por ciento no científica —o de hecho es anticientífica— que ha sido confeccionada y promovida por los apologistas intelectuales de este sistema de atrocidades perpetuas (este sistema del capitalismo-imperialismo), que sirve de distracción y de contribución a racionalizar los continuos crímenes masivos contra la humanidad de este sistema y a fomentar una oposición irracional a la revolución y especialmente a la revolución comunista. El que alguien pueda tomar en serio esta “teoría” —y el que amplios sectores de personas la traten como una suerte de “sabiduría sagrada”— constituye un triste testimonio del deseo voluntarioso de una cantidad demasiado grande de personas, incluida una cantidad demasiado grande de autoproclamados “liberales”, de acomodarse a este sistema capitalista-imperialista que descansa en la explotación despiadada de miles de millones de personas por todo el mundo, incluidos cientos de millones de niños, impuesta por medio de la represión brutal y la violencia destructiva masiva.
La “teoría” del “totalitarismo” intenta identificar al comunismo y al fascismo como dos sistemas extremadamente opresivos que tienen en común el hecho de que gobiernan negando a la gente derechos básicos y manteniendo a las masas de personas en un estado de terror constante. De hecho, como he dejado claro en artículos y otras obras que están disponibles en revcom.us, el comunismo y el fascismo son opuestos exactos y en lo fundamental están en antagonismo entre sí. El comunismo representa y encarna la lucha por el fin de todas las relaciones de explotación y opresión entre los seres humanos, a la vez que el fascismo busca imponer las manifestaciones más extremas y grotescas de estas relaciones. El comunismo se basa en un método y enfoque científico, y apela a las aspiraciones más elevadas de la gente por un mundo en el que los seres humanos de veras puedan florecer, sin estas divisiones y los antagonismos que engendran. El fascismo es fundamentalmente anticientífico y se basa en la promoción de la ignorancia, la superstición y las crudas tergiversaciones de la realidad, y en la movilización de una masa rabiosamente fanática de personas descerebradas motivadas por los impulsos y prejuicios más bajos y depravados, con un odio virulento hacia todos aquellos que no son parte de la “raza superior” masculina de personas.
Como mencionaré en adelante en este artículo, hay críticas reales que hay que hacer y lecciones importantes que hay que extraer de la manera en que la experiencia de las sociedades socialistas, dirigidas por los comunistas, primero en la Unión Soviética (de 1917 a 1956) y luego en China (de 1949 a 1976), han encarnado problemas y errores importantes, incluso en sentidos que se han apartado de los principios básicos del comunismo. Pero, a este respecto, es necesario enfatizar varios puntos cruciales.
En primer lugar, como he analizado en varias obras que están disponibles en revcom.us, estos errores se han cometido en el contexto de difíciles desafíos sin precedentes, especialmente en forma de presiones implacables e incluso ataques destructivos masivos por parte de fuerzas imperialistas y de otro tipo decididas a eliminar a estas sociedades socialistas.
En segundo lugar, los errores que se cometieron no caracterizaron sino que representaron una contracorriente secundaria a las transformaciones principal, casi totalmente, emancipadoras, que se plasmaron en el período históricamente corto de la existencia de estos países socialistas.
En tercer lugar, la “teoría” del “totalitarismo”, con su intento de identificar el comunismo con el fascismo, no explica ninguno de estos problemas y errores — lo cual, como mostraré, representa una tergiversación grotesca del carácter de estas sociedades socialistas, del comunismo y de la realidad en un sentido más integral.
Y finalmente, mediante el trabajo que he realizado, al sacar lecciones de la experiencia de las revoluciones comunistas anteriores, y de una amplia gama de experiencias humanas, se ha dado el desarrollo del nuevo comunismo, que representa una continuación, pero también un salto cualitativo más allá y, en algunos aspectos importantes, una ruptura con la teoría comunista tal como se había desarrollado anteriormente. Como expresión esencial de este nuevo comunismo, se tiene la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, de mi autoría, que contiene una visión panorámica y un plano concreto para una sociedad radicalmente nueva y emancipadora, cuyo objetivo es la emancipación de la humanidad en su conjunto de todas las relaciones de explotación y opresión, mediante la consecución del comunismo en todo el mundo. Como he dicho sobre esta Constitución:
Es un hecho que no existe en ningún otro lugar, en ningún documento de fundación o guía real o propuesto de ningún gobierno, nada que se parezca no sólo a las protecciones sino a las disposiciones para el disentimiento y la efervescencia intelectual y cultural que están encarnadas en esta Constitución, mientras que ésta tiene, en su núcleo sólido, una cimentación en la transformación socialista de la economía, con el objetivo de abolir toda explotación, y la correspondiente transformación de las relaciones sociales e instituciones políticas, para arrancar de raíz toda la opresión, y la promoción, por medio del sistema educativo y en la sociedad en su conjunto, de una orientación que “habrá de capacitar a las personas en buscar la verdad dondequiera que ésta conduzca, con un espíritu de pensamiento crítico y curiosidad científica y de esta manera aprender continuamente acerca del mundo y estar mejor capacitadas para contribuir a cambiarlo en conformidad con los intereses fundamentales de la humanidad.
Teniendo en cuenta lo anterior, ahora podemos pasar a un análisis más completo de la “teoría” del “totalitarismo” y a la manera en que tergiversa constantemente —y dirige a la gente para alejarse de una comprensión científica— de la realidad, especialmente de la crucial experiencia histórica de las revoluciones comunistas y las sociedades socialistas.
El “análisis extenso” al que me referí al principio está contenido en mi libro Democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr? en el que demuestro la ruindad total de esta “teoría” del “totalitarismo”. Ese libro fue escrito hace 40 años, pero aunque contiene algunas partes que ya no tienen la misma relevancia (por ejemplo, un análisis de la naturaleza y el papel de la Unión Soviética, la que ya no existe), y contiene algunas cosas particulares que yo quizá formularía de manera un tanto distinta (a medida que la vida ha transcurrido y he seguido aprendiendo), el análisis básico en el libro, incluida su crítica a la “teoría” del “totalitarismo”, definitivamente sigue siendo válido y muy importante. En consecuencia, voy a incluir aquí algunos pasajes relevantes tomados de la crítica del libro al “totalitarismo”, junto con algunos comentarios adicionales para poner mayor contexto y explicación. (Estos pasajes pertenecen a la sección “La teoría del totalitarismo y su papel político”, pp. 167-190 de la edición en inglés del libro).
Como escribí al comienzo de mi crítica al “totalitarismo”, “no es una teoría científica (al menos no es una teoría científicamente correcta) sino una tergiversación de la realidad al servicio de intereses de clase definidos y objetivos políticos específicos”.
Los “intereses de clase definidos” son los intereses de la clase dominante capitalista-imperialista, particularmente de Estados Unidos (y de sus “aliados imperialistas occidentales”). Y los “objetivos políticos específicos” se determinan por el hecho de que este libro de Arendt (Los orígenes del totalitarismo) fue escrito poco después del fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando se estaba calentando la “guerra fría” con la entonces socialista Unión Soviética. El propósito y el objetivo de este libro de Arendt (como señalo en mi crítica) era, en primer lugar, “elegir a la Unión Soviética” como “el eje del mal en el mundo” (como lo expresó más tarde Ronald Reagan) y además servir de apologista para los numerosos regímenes no tan democráticos que constituyen una gran parte del “mundo libre”, encabezado por Estados Unidos, además de “embellecer” y distraer la atención de la naturaleza criminal de las democracias imperialistas occidentales en sí.
Al mismo tiempo, también señalo que el análisis de Arendt “carece incluso de coherencia lógica interna”. Esto sobresale, por ejemplo, en el hecho de que, aunque al principio Arendt parece estar analizando el “totalitarismo” tanto en su forma fascista como en su forma comunista, su verdadero objetivo es el comunismo. Su libro es en realidad solamente una obra elaborada, pretenciosa pero intelectualmente empobrecida y deshonesta de “propaganda de la guerra fría”. Entre otras cosas, esto se puede ver en el hecho de que, por un lado, Arendt escribe que “Prácticamente hablando, será de escasa diferencia el que los movimientos totalitarios adopten el marco del nazismo o el del bolchevismo” [comunismo] — pero luego ella sostiene que durante el período de la década de 1930 y entrando a la Segunda Guerra Mundial (que se inició en 1939 y terminó en 1945), únicamente la Unión Soviética fue completamente “totalitaria”, mientras que la Italia fascista (encabezada por Mussolini) no fue completamente “totalitaria”, e incluso la Alemania nazi, bajo Hitler, “no se hallaba completamente totalitarizada” y que “sólo si hubiese ganado la guerra habría conocido Alemania una dominación totalitaria completamente evolucionada”.
Esto lleva a Arendt por el camino de tergiversar habitualmente la realidad al servicio de su cruzada anticomunista, llevada a cabo en nombre de oponerse al “totalitarismo”. Como señalo en mi crítica a esto, Arendt (y los “antitotalitarios” similares) son tan fanáticos en su descripción del “totalitarismo” como los “totalitarios” que inventan. Aquí van unos ejemplos.
* ¡Arendt hace la ridícula afirmación de que, con el totalitarismo, ¡“nos hallamos, desde luego, en el fin de la era burguesa de ganancias y poder, así como en el fin del imperialismo y de la expansión”! ¿Tengo que decir qué tan alejada de la realidad está esta afirmación — y que lo estaba en el momento en que Arendt la escribió? (En adelante abordaré los intentos de Arendt de “embellecer” al imperialismo.)
* Arendt está de acuerdo con lo que sólo puede considerarse una declaración mentalmente trastornada del “socialista” anticomunista francés Boris Souvarine, quien de hecho dijo acerca de Stalin (que dirigió la Unión Soviética durante varias décadas, comenzando en la década de 1920) que Stalin a propósito siempre decía lo opuesto de lo que hacía y hacía lo opuesto de lo que decía. (Souvarine dijo literalmente “siempre” — ¡y Arendt estuvo de acuerdo con esto!) Esto es ridículo, y descabellado, a primera vista — tal como cualquiera que piense racionalmente reconocería de inmediato. Como señalé al responderle: “¿En realidad, alguien puede imaginar una persona, sin mencionar a la sociedad en su conjunto, que de hecho funcione mientras se rige por el principio de decir siempre lo opuesto a lo que hace y de hacer lo opuesto a lo que dice?” Declaraciones de este tipo, hechas por Souvarine y con las que Arendt está de acuerdo, representan los extremos verdaderamente lunáticos a los que se impulsan los “antitotalitarios” en el intento de articular su fanatismo “antitotalitario”.
* Como señalo en mi crítica a Arendt (y sobre lo que he escrito más extensamente en otras obras), tras la muerte del líder de la revolución rusa, V.I. Lenin, en 1924, cuando la Unión Soviética se enfrentaba a la situación de ser la única revolución socialista triunfante en el mundo (con el aplastamiento brutal de otros intentos de hacer esta revolución, por ejemplo en Alemania), se dio lucha entre los líderes soviéticos sobre la cuestión de si se podía construir un sistema socialista en un solo país — y, de ser así, cómo ponerse a hacerlo. Este era un problema particularmente agudo en la Unión Soviética de ese entonces, en la que la mayoría de la población vivía en condiciones muy atrasadas en el vasto campo, y esta nueva república soviética estaba rodeada de potencias imperialistas hostiles, muchas de las cuales (incluido Estados Unidos) se habían puesto del lado del intento fallido de los contrarrevolucionarios de aplastar y derrotar a la república soviética mediante la guerra civil que siguió a la revolución rusa de 1917 (algunos de estos países imperialistas de hecho invadieron al territorio de la nueva república soviética durante esa guerra civil).
Pero Arendt se niega a reconocer todo esto. Según ella, estos desafíos tan reales y la lucha que se desarrolló entre los dirigentes soviéticos en esta situación crítica —todo esto no fue muy real— fue simplemente un invento de Stalin, un artilugio utilizado por Stalin como parte de su afán totalitario de conseguir el poder absoluto. Este es otro ejemplo contundente de la forma en que los llamados “estudiosos” del “antitotalitarismo” ignoran la verdadera realidad, o la tergiversan burdamente, al servicio de su “teoría” anticientífica.
* Arendt intenta decir que el marxismo —o, de hecho, su tergiversación de la perspectiva y los objetivos emancipadores y científicos establecidos por primera vez por Marx— es esencialmente lo mismo que el fanatismo anticientífico genocida de los nazis. Arendt escribe lo siguiente:
Subyacente a la creencia de los nazis en las leyes raciales como expresión de la ley de la Naturaleza del hombre, se halla la idea darwiniana del hombre como producto de una evolución natural que no se detiene necesariamente en la especie actual de seres humanos, de la misma manera que la creencia de los bolcheviques en la lucha de clases como expresión de la ley de la Historia se basa en la noción marxista de la sociedad como producto de un gigantesco movimiento histórico que corre según su propia ley de desplazamiento hasta el fin de los tiempos históricos, cuando llegará a abolirse por sí mismo.
Nótese aquí que Arendt primero tergiversa y difama crudamente la teoría de la evolución, desarrollada por Charles Darwin, ¡presentando esta teoría científicamente establecida como la fuente de las leyes raciales genocidas de los nazis! Y de ahí Arendt pasa a tergiversar crudamente la teoría marxista. La última parte de la supuesta caracterización que Arendt hace del marxismo aquí se parece más a la filosofía de Friedrich Hegel, quien fue una de las primeras influencias en Marx, pero de lo que Marx fue más allá, de hecho “puso de cabeza” partes clave del “método dialéctico” de Hegel. Esto rebasa lo que puedo abordar en este artículo, pero lo relevante aquí es que Marx no consideraba la realización del comunismo como el “fin de los tiempos históricos”, sino más bien el inicio de una nueva era en la historia humana, con la abolición de las relaciones de explotación y opresión entre los seres humanos.
Una vez más, en el intento desesperado de equiparar el comunismo con el nazismo-fascismo —y, como he demostrado, elegir al comunismo como el peor de los dos—, Arendt se obliga a realizar tergiversaciones aún más crudas. Como escribí al responder a esta tergiversación particular, ¿el simple hecho de que las personas sean promotores de una concepción del mundo integral, y que además, insistan en que esta concepción del mundo tiene una relevancia directa para cambiar el mundo de un modo deseado, “hace que estos concepciones del mundo sean esencialmente iguales, o vuelven irrelevantes cualquier diferencia entre sí?” Existe una diferencia fundamental, de verdad un mundo de diferencia, entre la perspectiva y método emancipadores científicos del comunismo, tal como los desarrolló por primera vez Marx, y la perspectiva y método genocidas y anticientíficos del nazismo (y del fascismo en general) — una diferencia que está claro para cualquiera que lo analice con seriedad y honestidad, y no esté cegado por un “antitotalitarismo” irracional.
* Arendt hasta va al extremo de insistir en que, “contra ciertas leyendas de la postguerra... Hitler nunca trató de defender al ‘Occidente’ contra el bolchevismo, sino que siempre estuvo dispuesto a unirse ‘a los rojos’ para la destrucción de Occidente, aun en medio de la lucha contra la Rusia soviética”. Tanta realidad está mutilada en esta declaración de Arendt, que es difícil saber por dónde empezar a poner al descubierto las mentiras aquí. Comencemos con el hecho de que una de las características que definen la perspectiva de Hitler, junto con su animadversión genocida hacia los judíos, era su odio igualmente fanático hacia el comunismo y los comunistas (que figuraron entre los primeros objetivos de Hitler para el encarcelamiento y el asesinato). A esto se suma el hecho de que, en la Segunda Guerra Mundial, la invasión masiva a la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi hitleriana cobró la vida a entre 20 y 30 millones de personas en la Unión Soviética. La derrota de esa invasión por parte de la Unión Soviética rompió efectivamente la columna vertebral de la máquina de guerra nazi, fue decisiva en la derrota de la Alemania nazi en general y constituyó un punto de viraje en la guerra en su conjunto. Mi crítica a Arendt cita el libro America in Decline sobre el siguiente punto esencial:
La historia militar es aquí muy clara. Incluso Winston Churchill admitió en marzo de 1943 que durante los próximos seis meses la Gran Bretaña y los Estados Unidos estarían “jugando al tonto” con media docena de divisiones alemanas mientras que Stalin estaba enfrentando 185 divisiones.
En cuanto al hecho de que en 1939, el gobierno soviético firmó un pacto de no agresión con la Alemania nazi: como también señala America in Decline, la Unión Soviética firmó este acuerdo debido a la necesidad de ganar tiempo para prepararse para lo que sería muy probablemente un ataque a la Unión Soviética por parte de la Alemania nazi. Y, como señalé, “el pacto entre la Unión Soviética y Alemania en 1939 fue suscrito por Stalin sólo después de que sus repetidos intentos por llevar a las ‘democracias occidentales’ a una alianza contra Alemania fueron rechazados igualmente en varias ocasiones”.
Dos años después de que la Alemania nazi firmara este pacto de “no agresión”, rompió el acuerdo y lanzó su invasión masiva a la Unión Soviética, con todos los terribles resultados correspondientes (incluidas las muertes soviéticas que fueron más de 10 veces las muertes en batalla combinadas de Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia en la guerra en su conjunto). Y, para repetir, la derrota final de esta invasión por parte de la Unión Soviética, con toda la masiva destrucción, hambre y terror general que causó, también fue el factor clave en la derrota final de la Alemania nazi.
No obstante, pese a todo esto, Arendt quiere que la gente crea que ¡Hitler “siempre estuvo dispuesto a unirse ‘a los rojos’ para la destrucción de Occidente, aun en medio de la lucha contra la Rusia soviética”! El que Arendt de hecho pudiera escribir esto es una prueba del viejo dicho de que “el papel aguantará todo lo que esté escrito en él” — incluso las tergiversaciones más flagrantes y grotescas de los hechos históricos, al servicio de propósitos ideológicos (en este caso, el crudo anticomunismo de Arendt en nombre del “antitotalitarismo”).
Como señalé en Democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr? —y como he analizado más a fondo en los 40 años transcurridos desde ese entonces—, desde la perspectiva de la transformación revolucionaria del mundo, para hacer surgir la emancipación de las masas de la humanidad, y a la larga de la humanidad en su conjunto, de todos los sistemas y relaciones de explotación y opresión, es correcto defender el papel de Stalin en general, en su dirección y defensa del primer estado socialista del mundo frente a circunstancias extremadamente difíciles — y, como hemos visto, ataques masivamente devastadores. Pero, al mismo tiempo, definitivamente es necesario hacer críticas serias al papel de Stalin en todo este proceso. Esto supone lecciones cruciales en términos de llevar adelante la lucha revolucionaria por el socialismo, y, en última instancia, por un mundo comunista, sobre una base mucho más consecuentemente científica y verdaderamente emancipadora. Y, de hecho, tiene gran importancia una evaluación crítica de la experiencia histórica de la revolución comunista en su conjunto, algo que también he emprendido.
Este es un proceso que comencé, de manera concentrada, con mi obra ¿Conquistar el mundo?, del mismo período general que Democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr?, y el que he continuado en los 40 años desde ese entonces, con el desarrollo del nuevo comunismo. Hay varias obras mías, que están disponibles en revcom.us, que abordan con cierta profundidad este tema. (Y hay obras importantes de otros, en particular de Raymond Lotta, que aplican el método del nuevo comunismo a este importante resumen histórico.) Pero este resumen necesario y crítico, sobre una base científica, es completa y fundamentalmente distinto al trabajo de Arendt y otros “antitotalitarios” — cuyo propósito es difamar al comunismo al servicio de la dominación, el saqueo y la destrucción capitalista-imperialista de las personas y del medio ambiente, por todo el mundo, y cuyo método, en la consecución de ese propósito, es de tergiversar de manera burda y verdaderamente grotesca realidades cruciales.
Y, como queda claro en el caso de Arendt, lo que esto revela es un temor profundamente arraigado —no es exagerado decir un terror— ante la perspectiva del cambio radical, incluso del cambio del tipo más emancipador. En el caso de Arendt, esto se manifiesta no sólo en su odio irracional por el comunismo sino también, como he señalado, en su tergiversación y profundamente arraigado malestar para con el darwinismo, al que ella se refiere como “la evolución que se pusiera el manto de la ciencia” — como si la teoría de la evolución fuera algo siniestro y artero (“ponerse el manto” de la ciencia, como ella dice, en lugar de un hecho científico bien establecido). Y se tiene una unidad en la aversión de parte de Arendt hacia la evolución y su odio hacia el comunismo. Como escribí en Democracia: ¿es lo mejor que podemos lograr?:
[E]l conocimiento de que la especie humana es capaz de gran flexibilidad, que posee gran plasticidad en términos de sus respuestas hacia el resto de la naturaleza, y que con el cambio de sus circunstancias —ante todo de su sistema social— las personas son capaces de profundos cambios en sus perspectivas y creencias... sí, incluso en sus sentimientos... todo esto es tremendamente liberador para aquellos sin intereses creados en el presente orden de cosas.... pero para personas como Arendt el mero intento... [de hacer surgir estos cambios] es de por sí horripilante. De ahí que escuchemos [de parte de Arendt] los siguientes oscuros bramidos existenciales: “Desde los griegos sabemos que una vida política muy evolucionada alberga una enraizada suspicacia hacia esta esfera privada, una profunda hostilidad contra el inquietante milagro contenido en el hecho de que cada uno de nosotros está hecho como es — singular, único, incambiable”. (Se agregaron las cursivas en mi citación original, y se agregaron las negritas aquí).
En mi mensaje número Veintidós en las redes sociales (@BobAvakianOfficial), volví al siguiente punto crítico:
En mi mensaje anterior (número Veintiuno) abordé el hecho de que no existe... la “naturaleza humana”. En este mensaje, voy a seguir explicando la manera en que la revolución comunista pondrá fin a toda explotación y opresión — y que, junto con esto, hará posible una forma radicalmente diferente y edificante en que las personas se relacionan.
El comunismo utilizará la tecnología y los recursos en el mundo, y los conocimientos y las habilidades de la gente en el mundo, para el bien común. Esto posibilitará la creación de una abundancia común para todas las personas, lo que eliminará la necesidad de que los individuos luchen simplemente por sobrevivir, y eliminará la necesidad de que las personas se compitan entre sí para conseguir las necesidades básicas de la vida. Sobre esta base, posibilitará una transformación fundamental de lo que ahora se considera la “naturaleza humana”.
Una vez más, el hecho de que (como señalo en esos mensajes en las redes sociales) las personas pueden cambiarse y de hecho se cambian todo el tiempo, especialmente ante los cambios en sus circunstancias, y existe el potencial de que las personas se cambien de una manera radicalmente edificante y emancipadora — pues esto es tremendamente alentador e inspirador para todos aquellos que no tienen intereses creados en este monstruoso sistema del capitalismo-imperialismo.
Pero aquellos, como Hannah Arendt, con un interés creado en este sistema, sólo pueden recular horrorizados ante la perspectiva de la transformación emancipadora consciente de circunstancias y personas que la revolución comunista representa, y la transformación que es posible alcanzar por medio de dicha revolución.
Esto lleva a alguien como Arendt no sólo a dedicarse a tergiversaciones y calumnias ridículas, y escandalosas, del comunismo, sino que al mismo tiempo también tergiversa —y de hecho disculpa— los crímenes más horrendos de parte de los países “occidentales” y de sus potencias coloniales e imperialistas líder, específicamente Estados Unidos y Gran Bretaña. Así, Arendt le resta importancia al horror de la esclavitud en Estados Unidos, particularmente con la afirmación trillada y contraria a los hechos de que los propietarios de los esclavos “querían abolir [la esclavitud] gradualmente”. Hechos “desafortunados” lo contradicen profundamente — tal como el hecho de que un propietario de esclavos líder, Thomas Jefferson, fue responsable de ampliar enormemente el territorio bajo la esclavitud en Estados Unidos mediante la Compra de Luisiana a principios del siglo 19. Y los “propietarios de esclavos” que, según Arendt, querían eliminar gradualmente la esclavitud, provocaron una Guerra Civil en la década de 1860 en el intento fallido de no sólo mantener, sino que, si fuera posible, ampliar la esclavitud.
En el mismo esfuerzo por reescribir la historia para defender algunas de las peores atrocidades de las “democracias (imperialistas) occidentales”, Arendt sostiene que, bajo el dominio del colonialismo británico, en las décadas de 1920 y 1930, entre la Primera Guerra Mundial y la Segunda:
aunque la dominación imperialista británica se hundió hasta cierto nivel de vulgaridad, la crueldad desempeñó entre las dos guerras un papel inferior al que había jugado antes y quedó siempre a salvo un mínimo de los derechos humanos. Esta moderación en medio de una simple locura, fue la que abrió el camino para lo que Churchill denominó “la liquidación del imperio de Su Majestad” y la que finalmente puede llegar a significar la transformación de la nación inglesa en una comunidad de pueblos ingleses.
Esto prácticamente tapa por completo las terribles atrocidades que caracterizaron el dominio colonial británico en la India y otras partes de Asia, África y otros lugares — algo que, entre otras cosas, está detallado y extensamente documentado en el libro de Caroline Elkins Legacy of Violence: A History of the British Empire. En cuanto a Churchill —a quien los representantes del imperialismo “occidental”, incluidos tanto los “liberales” como los “conservadores” en Estados Unidos, tienen una reverencia casi parecida a un dios— es un hecho bien establecido que él fue un colonialista acérrimo y racista, responsable de horrendos crímenes contra la humanidad antes, durante y después de la Segunda Guerra Mundial, y que sólo aceptó el fin del imperio británico cuando fue obligado a hacerlo, después de haber sido responsable de los actos más depravados en los esfuerzos por mantener ese imperio.
Es importante tener en cuenta que lo que aquí he mostrado respecto a Arendt no es propio de ella, sino todo lo contrario, es típico de los apologistas del imperialismo “occidental” estadounidense, y de su tergiversación grotesca y deliberada de la realidad —y en particular de la experiencia del comunismo— con su “teoría” ruin del “totalitarismo”.
Y, de manera llamativa, esto incluso lleva a Arendt al extremo de sostener que vivir en un mundo comunista estuviera tan mal (si no peor) que la devastación nuclear. En este sentido, Arendt se refiere al totalitarismo como un “programa de campos de concentración” (y, una vez más, es importante tener en cuenta la afirmación de Arendt de que únicamente la Unión Soviética, y ni siquiera la Alemania nazi, “se hallaba completamente totalitarizada”). Ella insiste en que el triunfo de este “programa de campos de concentración” significaría “la misma perdición inexorable [inevitable] que el empleo de la bomba de hidrógeno sería para el destino de la raza humana”. Esto se parece mucho —si no es idéntico de hecho— al grito anticomunista enloquecido: “¡mejor muerto que rojo!” O, como señalé en respuesta a esta declaración de parte de Arendt: “Ella está defendiendo un punto de vista muy similar a los razonamientos de los voceros imperialistas occidentales contemporáneos que insisten en que, por horrible que pueda ser una guerra nuclear, existe algo aún peor... la esclavización por parte del totalitarismo”.
De todo lo anterior, lo que cité al principio en este ensayo, tomado de mi artículo anterior sobre el “totalitarismo”1, que sueñe aún más acertada y contundentemente:
Como he analizado extensamente, el “totalitarismo” es una “teoría” cien por ciento no científica —o de hecho es anticientífica— que ha sido confeccionada y promovida por los apologistas intelectuales de este sistema de atrocidades perpetuas (este sistema del capitalismo-imperialismo), que sirve de distracción y de contribución a racionalizar los continuos crímenes masivos contra la humanidad de este sistema y a fomentar una oposición irracional a la revolución y especialmente a la revolución comunista. El que alguien pueda tomar en serio esta “teoría” —y el que amplios sectores de personas la traten como una suerte de “sabiduría sagrada”— constituye un triste testimonio del deseo voluntarioso de una cantidad demasiado grande de personas, incluida una cantidad demasiado grande de autoproclamados “liberales”, de acomodarse a este sistema capitalista-imperialista que descansa en la explotación despiadada de miles de millones de personas por todo el mundo, incluidos cientos de millones de niños, impuesta por medio de la represión brutal y la violencia destructiva masiva.