En este momento, la guerra en Gaza ha suscitado preguntas muy agudas para muchísima gente. Una de esas preguntas se refiere al carácter fundamental del estado de Israel y a si debería siquiera existir un estado reservado para el pueblo judío. Quiero compartir mi experiencia, incluida mi experiencia directa en el propio estado de Israel, de hace muchos años, en un momento diferente en el que los acontecimientos en el mundo también obligaban a la gente a repensar algunas cosas muy fundamentales. Una buena parte de lo que sigue a continuación es la historia de la forma en que un joven en tiempos de crisis bregaba con la intersección de la política, la moral y la epistemología.
A principios de 1969 me encontraba en una encrucijada.
A partir de 1965, primero me opuse y luego, a medida que entendía mejor el tema, me opuse con más firmeza y pasión a la guerra de Estados Unidos contra Vietnam — una guerra que mató hasta 3 millones de vietnamitas y se caracterizó por atrocidades espeluznantes llevadas a cabo por las fuerzas estadounidenses.
En 1967, había llegado al punto en que, parafraseando a Mario Savio (quien dirigía el Movimiento por la Libertad de Expresión en Berkeley en 1964), el sistema me había adolorido tanto el corazón que me había arrojado sobre los engranajes de la maquinaria. Lo hice rechazando una exención estudiantil del servicio militar y quemando mi tarjeta de reclutamiento militar como acto de desafío contra el Sistema de Servicio Selectivo — la maquinaria del reclutamiento militar que estaba transformando a los adolescentes en asesinos para el imperialismo estadounidense. Esto conllevaba una pena de cinco años de cárcel, pero sentía muy profundamente que no podía convencerme a cooperar con un sistema que llevaba a cabo genocidio.
Si había aprendido algo de mis padres judíos ateos sobre el Holocausto, era eso.
Al principio se trataba de un acto de conciencia individual. Pero luego di el siguiente paso: persuadí a otros para que hicieran lo mismo, comencé a liderar manifestaciones, me arrestaron y luego —una vez reclutado— me negué a aceptar el proceso de reclutamiento militar obligatorio.
Pero no había dado el salto hacia la revolución en los hechos y menos aún al comunismo. Mi comprensión de las causas de la guerra no era muy profunda ni muy científica. Y después de un tiempo me desorienté —“las manifestaciones y los sacrificios no me parecían estar haciendo ningún bien, pues ¿cómo podríamos siquiera detener la guerra?”— y luego me desmoralicé. Todavía estaba enojado y todavía salía a las manifestaciones, especialmente contra la represión del Partido Pantera Negra. Y todavía no podía soportar lo que había aprendido sobre la verdadera historia y naturaleza de las guerras injustas y el trato horroroso de Estados Unidos hacia los negros y otros pueblos oprimidos, por más básico que fuera en ese momento. Pero no pude ver un camino hacia adelante.
Y fue en ese momento cuando pensé: mmmm, ¿tal vez deba visitar a Israel?
Bob Avakian sobre los dos significados de “nunca jamás”
Un corto de REVOLUCIÓN Y RELIGIÓN: Un diálogo entre CORNEL WEST y BOB AVAKIAN (vídeo en inglés)
La “pequeña excepción”
Ahora incluso en 1969, todavía era posible estar en cierto nivel en contra de lo que Estados Unidos estaba haciendo en todo el mundo, pero hacer “una sola pequeña excepción” en el caso de Israel. Y, de hecho, a juzgar por el número de judíos progresistas que hoy dicen que se sienten “traicionados” por el hecho de que otros progresistas no se les unen para apoyar a Israel aunque éste libra una guerra genocida contra Gaza, aparentemente esta “pequeña excepción” sigue viva en demasiadas personas.
En aquel entonces, Israel aun tenía este barniz cuasi socialista. Los kibutz —que eran granjas de propiedad colectiva en las que las comidas se tomaban en grupo y a menudo se compartía la crianza de los niños— fueron presentados como una forma de socialismo, sin importar que sólo el dos por ciento de los israelíes residieran en realidad en los kibutz.
Así que vendí mi estéreo, tomé la herencia que había recibido de mi abuelo recientemente fallecido y compré un boleto en el tecolote de Islandic Airlines a Israel. La mayoría de mis familiares y amigos estaban totalmente de acuerdo — aunque un tipo con el que yo estaba muy cerca me dijo que pensaba que yo estaba “saltando de un estado policial fascista a otro”.
Pero yo no estaba listo para escuchar eso en ese momento.
Mis primeras dos conocidas: ¿¡¿hiciste qué?!?
Cuando llegué a Tel Aviv, tomé un café, me acerqué a unas cuantas mujeres jóvenes que estaban sentadas en una mesa al aire libre y me presenté. La conversación comenzó y en un momento mencioné mi postura contra la guerra de Vietnam.
Ellas se sorprendieron. “¿¡¿Cómo puedes ir en contra de lo que te dice tu país?!?”
Intenté explicarlo, detallando algunos de los ejemplos concretos de los horrores que Estados Unidos estaba perpetrando en Vietnam y que me revolvían el estómago. “¿No lo ven?”, les dije. “Estados Unidos está llevando a cabo nada menos que un genocidio en Vietnam. Y cuando tu país comete genocidio, los juicios de Nuremberg establecieron que tenías la obligación moral y legal de oponértele”. (Los juicios de Nuremberg contra ex funcionarios nazis por crímenes de guerra fueron llevados a cabo por las autoridades estadounidenses, soviéticas, británicas y francesas después de la Segunda Guerra Mundial.)
Más sorpresa. “A ningún israelí se le ocurriría algo así”, me aseguraron, y me dieron la espalda y se negaron a mirarme por un minuto. Eso de “a ningún israelí” no era del todo cierto, por supuesto — a lo largo de los años, especialmente cuando Israel ha llevado a cabo acciones cada vez más agresivas, violentas, represivas y, de hecho, genocidas, más de unos pocos israelíes han adoptado valientes posturas de conciencia contra lo que su gobierno hace. Pero lo que sí era cierto era que, en general, la oposición irreflexiva y la incomprensión de estas jóvenes eran un ejemplo típico de lo que me encontré — y de lo que todavía caracteriza a la sociedad israelí.
Avi: ¿Quiénes somos “nosotros” y quiénes son “ellos”?
Después de unos días de turismo, me asignaron a un kibutz. Hice amigos, pero en realidad no había muchos israelíes de mi edad ahí — la mayoría estaban en las ciudades, en el ejército o en la escuela.
Luego conocí a alguien a quien llamaré Avi. Era un poco más joven que yo y había llegado a Israel desde un orfanato en Marruecos — y esto era cierto para varios de los adolescentes en el kibutz. Avi quería mejorar su inglés y aprender sobre Estados Unidos, y yo quería conocer su manera de ver el mundo — pero más que eso, Avi tenía un espíritu inquisitivo y entusiasta que resonó en mí. Quería saber sobre Estados Unidos, y le expliqué mi manera de verlo.
Pero un día Avi se sentó a la mesa y muy sobriamente repitió una historia que había oído de un hombre mayor en el kibutz. El tipo le dijo que un día lo habían “rodeado” en su automóvil unos negros mientras conducía por el ghetto de Detroit. Se alejó manejando cuando cambió el semáforo, pero el tipo le dijo a Avi que tienes que tener mucho cuidado en Estados Unidos. Le dije que no sé qué le pasó a tu amigo, pero que yo también tenía amigos —amigos negros que había hecho en la universidad, con algunos de los cuales trabajé cuando me volví políticamente activo— amigos que me habían “educado” en algunas cosas, amigos que vivían en ciudades como Detroit, y durante un tiempo yo había vivido en ghettos o cerca y no era ingenuo. Pero también tenía cierta idea de la historia y la realidad actual de las cosas más allá de un solo incidente, haya ocurrido o no. Y yo había aprendido lo suficiente como para conocer a más que algunas pocas personas blancas y para estar enterado de personas blancas que eran muy propensas a exagerar, sacar conclusiones precipitadas, malinterpretar a las personas que no soportaban las tonterías que se habían visto obligadas a soportar durante décadas y siglos, y de plano inventar tonterías sobre cualquier persona negra que encontraran... así que hablemos, le dije.
No era la primera vez que hablaba con Avi sobre la opresión de los negros, y él ya había estado receptivo a escucharme antes. Pero había algo en la historia que este tipo le había contado a Avi que lo había atrapado, algo con lo que Avi se estaba identificando en un nivel profundo que yo parecía no poder sacudir o penetrar y, según lo recuerdo, ni siquiera podía alcanzar. No es tan difícil saber qué era —la sensación que tienen aquellos que tienen un pequeño interés en las cosas de ver a los que están “debajo de ellos” como amenazas—, pero fue otro recordatorio de qué tan brutalmente familiar era esta sociedad con la de Estados Unidos que yo supuestamente había rechazado y abandonado.
Belén: Pequeños Niños de Belén
Durante mis primeros días en Israel, visité Jerusalén. Me encanta visitar sitios históricos en general y debo decir que incluso para un judío ateo había algo “grueso” en caminar por la Vía Dolorosa — el sendero por el cual supuestamente Jesús llevó la cruz, así como diferentes sitios históricos judíos. Pero también tengo que decir que había algo muy inquietante en ver a palestinos extremadamente empobrecidos mientras caminaba por Jerusalén, hora tras hora. Si la conversación con las dos mujeres mientras tomaban un café había plantado las primeras semillas del “ah, no”, lo que me parecía ser la transformación en un ghetto a los palestinos en Jerusalén había sembrado la segunda semilla.
Cuando el kibutz me ofreció un viaje de campo a Belén —que había sido anexada ilegalmente por Israel durante la guerra de 1967, apenas un año y medio antes—, mi afición a la historia aprovechó la oportunidad. Pero en Belén la pobreza y la opresión estaban aún más agudas que en Jerusalén, y las miradas de los niños y adolescentes palestinos hacia la bola de personas del kibutz eran mucho más frías y penetrantes que las de los infantes en Jerusalén. Comenzó a imponerse con más fuerza una sensación persistente de “algo anda mal aquí” con la que había estado lidiando desde aquella primera conversación junto al mar en Tel Aviv.
En un momento dado, después de haber visto el granero donde supuestamente había nacido Jesús, el guía del kibutz nos apresuró a volver y subir al autobús y, cuando éste arrancaba, los niños del vecindario comenzaron a tirarle piedras — la peor pesadilla del mentor de Avi en el kibutz. No, no hicieron ningún daño — de hecho, a mí me hicieron un gran bien al ayudarme a consolidar una convicción a la que poco a poco estaba llegando.
“¿Vas a estar ‘viajando en este autobús’ toda tu vida, corriendo para huir de la furia de los oprimidos? Vuelve a casa y ocúpate de esta mierda. Deja de huir”.
Así que volví a Estados Unidos, fui a juicio (me declararon culpable, me dieron condena, pero luego gané la apelación), y un mes después —tras el asesinato del líder de los Panteras Negras, Fred Hampton, por el FBI y la policía de Chicago mientras él yacía durmiendo— me zambullí de nuevo en el movimiento y nunca miré hacia atrás. Menos de un año después, me uní a la Unión Revolucionaria, el movimiento comunista que formó la base de los Revcom de hoy.
Saldar algunas cosas, romper con otras y buscar la emancipación TOTAL
Pero eso no sucedió de la noche a la mañana después de que dejé Israel. Tuve que llegar a comprender que las guerras de Estados Unidos no estaban impulsadas por la codicia, las malas políticas, el racismo o el sadismo, sino por una lógica subyacente e imparable — la lógica de expandirse o morir. Esto era una locura, pero la locura tiene un método. La misma regla básica que impulsa a toda empresa capitalista impulsa a cada nación capitalista-imperialista a apoderarse de partes enteras del mundo a fin de explotarlas. Impulsa a esos imperialistas a librar guerras contra las personas en las partes menos desarrolladas económicamente del mundo a fin de obtener el control y explotar esas zonas, y a librar guerras contra otras potencias imperialistas acerca de QUIÉNES controlarían esas zonas —ya sea ellas mismas o por medio de sustitutos como Israel. Genera, o adapta y refuerza, las horribles relaciones entre las personas —la supremacía blanca, la supremacía masculina, el nacionalismo— que ayudan a que todo siga funcionando. Israel era un engranaje en ese sistema — y, de hecho, los sionistas se habían vendido al mejor postor como un engranaje particularmente invaluable, uno que podía, como dijo el fundador del sionismo, “ser un pequeño y leal Ulster1 judío en un mar de arabismo potencialmente hostil”.
Después de todo, mi amigo que me había advertido tenía razón. Le entré más a fondo en el movimiento revolucionario y comencé a desarrollar un profundo compromiso con la emancipación de las personas en todo el mundo y el fin a TODA opresión. Y mientras lo hacía, me di cuenta —y me ayudaron a darme cuenta, mediante lucha— de que tenía que romper con la idea de que debido a lo que se les había hecho a los judíos, éstos, entre todos los pueblos, necesitaban un estado especial propio en caso de que las cosas se pusieran mal. Después de todo, no se podría ser exactamente un internacionalista consecuente y aun así tener algo de nacionalismo guardado detrás con una etiqueta de “Romper el cristal en caso de emergencia”. “Nunca jamás” tiene que significar nunca jamás para todos en principio, y si alguien insiste en conservar un puesto de avanzada —un “espacio seguro”— que sólo existe debido al mismo sistema imperialista y por medio de su servicio al mismo sistema imperialista al que dice que se le está oponiendo… ya ha cedido lo que tiene que ser el objetivo más importante de la lucha.
Nuestro objetivo tiene que ser nada menos que la emancipación de TODA la humanidad. Para citar algo que Bob Avakian dijo en un contexto diferente pero relacionado: “una vez que has levantado la vista hacia todo esto, ¿cómo no vas a sentirte obligado a tomar parte activa en la lucha histórico-mundial para hacerlo realidad; por qué te contentarías con menos?”
¿Y ahora qué?
No fui el único quien hizo esa ruptura. Y si bien los tiempos han cambiado en muchos sentidos, estos tiempos exigen que se trabaje y se luche con muchos más judíos para que hagan esa misma ruptura y estos tiempos en realidad brindan una oportunidad especial para hacerlo — en varias dimensiones, en varios niveles. La lógica fea y sí, genocida, del estado de Israel se manifiesta nítidamente en los escombros de Gaza, en los hospitales diezmados y en el horrendo recuento de cadáveres de niños. ¡ESTO TIENE QUE PARAR!
Hay que luchar, y es posible luchar, de manera aguda contra aquellos que todavía defienden y se aferran a Israel: en la medida en que su sionismo, incluso un sionismo refinado, todavía coexiste con esfuerzos por la justicia social, esos esfuerzos tienen que encontrar expresión en ponerse de pie ahora por lo que es justo y en examinar más a fondo por qué están sucediendo estos horrores. Aquellos que todavía vacilan, que se mantienen al margen aunque estén angustiados, tienen que hacer frente a la realidad del horroroso genocidio que su país está haciendo caer sobre el pueblo palestino y hace falta que asuman la responsabilidad de oponérsele públicamente y a voz en cuello.
Y hasta con aquellos judíos que se ha puesto de pie y se está poniendo de pie, y que tanto han contribuido al hacerlo frente a las amenazas y las calumnias, también hay que desarrollar lucha — para llegar a ver lo que en concreto significa entender que el horror que se está perpetrando en Gaza surge de un sistema, estudiar ese sistema, ver que la existencia misma de Israel es producto de este sistema, y trabajar por lo único que puede arrancarlo de raíz: una revolución comunista, aquí en Estados Unidos, en Palestina-Israel y en todo el mundo.
En un momento como este, hay muchas más personas dispuestas a hacer frente plenamente a la realidad... dispuestas a aceptar la lucha con sí mismas para que rompan con un entendimiento de larga data... dispuestas a resolver conflictos profundamente arraigados en su propia comprensión... en caso de que nosotros luchemos con ellas.