Deen, el dolor que siento al estar lejos de ti es una gota en un mar de dolor en el que las familias palestinas se han ahogado durante generaciones.
Yaba Deen1, han pasado dos semanas desde que naciste y estas son mis primeras palabras para ti.
En la madrugada del 21 de abril, esperé al otro extremo de una línea telefónica mientras tu madre se esforzaba por traerte a este mundo. Escuché su respiración entrecortada e intenté consolarla con palabras al oído a través de la línea. Durante tus primeros momentos, me escondí la cara entre los brazos y hablé en voz baja para que los otros 70 hombres que dormían en esta sala de hormigón no vieran mis ojos nublados ni oyeran mi voz entrecortada. Me siento sofocado por la furia y la crueldad de un sistema que nos privó a tu madre y a mí de compartir esta experiencia. ¿Por qué los políticos sin rostro tienen el poder de despojar a los seres humanos de sus momentos divinos?
Desde esa mañana, he llegado a reconocer la mirada de cada padre en este centro de detención. Me siento aquí, contemplando la inmensidad de tu nacimiento y me pregunto cuántos otros primeros momentos se sacrificarán por los caprichos del gobierno estadounidense, que me negó incluso la posibilidad de un permiso para asistir a tu nacimiento. ¿Cómo es posible que los mismos políticos que predican “valores familiares” sean los que desgarran familias?
Deen, me duele el corazón no haber podido abrazarte y escuchar tu primer llanto, no haber podido abrir tus puños apretados ni cambiar tu primer pañal. Lamento no haber estado allí para tomar la mano de tu madre ni para recitar el adhan, o llamada a la oración, a tu oído. Pero mi ausencia no es única. Como otros padres palestinos, me separaron de ti regímenes racistas y prisiones lejanas. En Palestina, este dolor es parte de la vida cotidiana. Cada día nacen bebés sin sus padres — no debido a que estos decidieran irse, sino debido a que se los llevan la guerra, las bombas, las celdas y la fría máquina de la ocupación. El dolor que sentimos tu madre y yo es solo una gota en un mar de tristeza en el que las familias palestinas se han ahogado durante generaciones.
Bebé Deen, foto cortesía de la Dra. Noor Abdallah y Mahmud Jalil. Foto: Rafiya Alam
Deen, no fue una laguna en la ley la que me convirtió en prisionero político en Luisiana. Fue mi firme convicción de que nuestro pueblo merece ser libre, de que la vida de mi pueblo vale más que la masacre televisada que presenciamos en Gaza, y de que el desplazamiento que se inició en 1948 y culminó en el genocidio actual por fin debe terminar. Esta mera convicción es lo que impulsó al estado a detenerme. No importa dónde yo esté cuando leas esto, ya sea en Estados Unidos o en otro país, quiero dejarle una lección:
La lucha por la liberación de Palestina no es una carga; es un deber y un honor que llevamos con orgullo. Por eso, en cada punto de viraje en mi vida, me encontrarás eligiendo a Palestina. Palestina sobre lo fácil. Palestina sobre la comodidad. Palestina sobre mí mismo. Esta lucha es más dulce que una vida sin dignidad. Los tiranos quieren que nos sometamos, que obedezcamos, que seamos víctimas perfectas. Pero somos libres, y seguiremos siendo libres. Espero que lo sientas tan profundamente que yo.
Deen, como refugiado palestino, heredé una especie de exilio que me siguió a cada frontera, a cada aeropuerto, en cada forma. Las fronteras significan algo para mí que quizá no signifiquen para ti. Cada cruce me exigía demostrar mi docilidad, mi identidad y mi derecho a existir. Naciste ciudadano estadounidense. Quizá nunca sientas ese peso. Quizá nunca tengas que demostrar tu humanidad por medio del papeleo, innumerables solicitudes de visa y citas para entrevistas. Espero que uses esto no para separarte de los demás, sino para elevar a aquellos que viven en las mismas circunstancias que una vez me limitaron. Pero no fingiré que esta ciudadanía te protege. No del todo. No cuando llevas mi nombre. No cuando aquellos que tienen el poder aún ven a nuestro pueblo como amenazas.
Deen, me duele el corazón no poder abrazarte ni escuchar tu primer llanto.
Mahmud Jalil
Algún día, quizás te preguntes por qué se castiga a la gente por ponerse de pie por Palestina, por qué la verdad y la compasión parecen peligrosas para el poder. Son preguntas difíciles, pero espero que nuestra historia te muestre lo siguiente: el mundo necesita más valor, no menos. Necesita personas que prioricen la justicia por encima de la conveniencia.
No es más que la deshumanización y el desprecio racista hacia los palestinos lo que vuelve olvidable su vida y lo que se atreve a describir como “terroristas” a los padres palestinos que aman a sus hijos. Quizás por eso el mundo olvidó tan rápidamente el asesinato de Iman Hijjo, de cuatro meses de edad, en Gaza en 2001. ¿Por qué Abdullah, el amado hijo de Ahmed Abu Artema , murió hambriento queriendo pan? ¿Quién recuerda a los niños perdidos en la Masacre de la Harina? ¿Dónde está la justicia para los padres en Cisjordania que visten con esmero a sus hijos para la cárcel? ¿Por qué la libertad no visita los cuerpos de los niños palestinos a los cuales les faltan extremidades, cuyas costillas están expuestas bajo la piel transparente y que nacen con cariño solo para morir bajo una bomba israelí?
En este primer Día de la Madre para Noor, sueño con un mundo en el que todas las familias estén reunidas para celebrar a las mujeres increíbles en su vida. Hace muchos años, en una de nuestras primeras citas, le pregunté a tu madre qué cambiaría del mundo si pudiera. Su simple respuesta fue: “Solo quiero que las personas sean más amables entre sí”. Deen, naciste de una madre tan gentil como feroz. Rezo para que vivas en un mundo formado por esa bondad. Espero, de todo corazón, que no seas testigo de la opresión que yo he conocido. Espero que nunca tengas que corear por Palestina, porque desde hace mucho tiempo haya sido libre, con dignidad y prosperidad para todos. Si ese día llegara, conocerías que se anunció gracias al valor de aquellos que te precedieron. Estoy seguro de que en ese nuevo mundo, tú y yo visitaremos Tiberíades juntos, beberemos del río y nos maravillaremos con el mar. Allí, en una Palestina libre y justa, verás los frutos de nuestra lucha.
Deen, mi amor por ti es más profundo que cualquier cosa que yo haya conocido. Amarte no es algo separado de la lucha por la liberación. Es la liberación misma. Lucho por ti y por cada niño palestino cuya vida merece seguridad, ternura y libertad. Espero que algún día te mantengas firme sabiendo que tu padre no estuvo ausente por apatía, sino por convicción. Y me dedicaré la vida a compensar los momentos que perdimos — empezando por este, escribiéndote con todo el amor de mi corazón.