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Romper con el mito de Israel y qué implica en realidad “nunca jamás”

Tenía 12 años cuando le confié ansiosamente a mi rabino que en realidad no creía en dios. No podía obligarme a creer en nada de lo que está escrito en la Biblia y lo que se recita los viernes por la noche en la sinagoga. “Eso no es un problema”, me dijo. “Aún puedes ser judío”. Fue un alivio, porque… me encantaba ser judío, al menos lo que “ser judío” significaba para mí de joven.

En mi familia liberal del judaísmo reformado, “ser judío” tenía poca relación con las escrituras. No importaba lo que uno decía en las oraciones; lo que importaba era lo que uno hacía, y la forma en que trataba a los demás. Junto con esto, estaba rodeado de la idea de que el judaísmo tenía tradiciones centenarias que valoraban la investigación intelectual. Al igual que los judíos de antaño que discutían sobre las interpretaciones de las leyes y las prácticas judías, aprendimos que era bueno debatir, no sólo sobre esas tradiciones, sino también sobre la política y la ética. Lo más importante es que me criaron con la idea de que los judíos debían luchar por la justicia del lado de los pisoteados y los oprimidos. Ser judío incluía los sermones de mi rabino sobre por qué estábamos del lado de la gente que luchaba por los derechos civiles en el Sur [de Estados Unidos] o por los derechos de los trabajadores. Era la historia de la Pascua de la liberación de la esclavitud, donde todos los años recitábamos la lección de que, como “éramos esclavos en la tierra de Egipto”, debíamos comprender la suerte de todas las personas que luchaban por la liberación de la esclavitud. Me encantaban estas fiestas y valoraba estas tradiciones.

Lo BAsico 5-12

 

Ambos lados de mi familia emigraron a Estados Unidos en la década de 1910, para alejarse de los pogromos (motines antijudíos) y de la persecución de los judíos en la Rusia zarista. Aunque esos antepasados ​​y sus numerosas familias extendidas no habían sido víctimas del Holocausto nazi, crecí profundamente consciente de ese crimen monumental. La lección que saqué de todo esto fue que, debido a lo que se le hizo al pueblo judío, deberíamos ser de los primeros en alzar la voz contra los prejuicios. “Nunca jamás” debería pasarle a nadie un genocidio así.

Me sentí orgulloso cuando vi las fotos de rabinos en la Marcha sobre Washington de 1963, marchando junto con Martin Luther King, Jr. Leí sobre los asesinatos de los activistas de los derechos civiles James Chaney, Andrew Goodman y Michael Schwerner por parte del Ku Klux Klan durante el Verano por la Libertad en Misisipí en 1964 y cuando vi que dos de ellos eran judíos, pensé: “Por supuesto... eso es lo que hacen los judíos”.

Pero junto con las canciones por los derechos civiles que aprendí de mi profesor de guitarra bohemio afroamericano, junto con aprender sobre los Viajeros por la Libertad y los plantones en las loncherías, junto con las recaudaciones de fondos para el derecho de votar y las campañas vecinales contra la discriminación en la vivienda, crecí con algo más. Se trataba de una historia sobre el nuevo “estado asediado del pequeño Israel”, donde “valientes partisanos judíos, sobrevivientes de los campos de exterminio y desesperados refugiados judíos de la devastada Europa estaban construyendo contra mucho obstáculos un lugar de refugio para los judíos”. Aprendimos canciones folclóricas israelíes y representamos bailes folclóricos israelíes. Aprendimos sobre los kibutzes, granjas colectivas “socialistas” donde todos trabajaban y comían juntos y criaban a los hijos juntos. En la escuela dominical, recaudábamos donaciones para Israel y un regalo común para una ocasión especial era plantar un árbol en Israel en tu nombre.

Teníamos nuestros elepés de Harry Belafonte en los que, junto con los calipsos de Jamaica y canciones de la lucha del pueblo negro en Estados Unidos, cantaba canciones folclóricas israelíes como “Hinei Mah Tov u-ma nayim, Shevet achim gam Yachad” (“Mirad cuán bueno y cuán agradable es que los hombres vivan juntos en armonía”).

Parecía que todo era de una sola pieza: anhelos por un mundo justo de paz y hermandad. Para mí, ser judío era parte de esto. ¿Y el pueblo palestino? Era como si no existiera.

Ahora, avancemos unos años. Es el 11 de junio de 1967 en Los Ángeles y 20.000 personas llenan el Hollywood Bowl para una noche repleta de estrellas para “Mitin por la supervivencia de Israel”. Yo estaba ahí bajo el cielo nocturno con toda mi familia, pero me sentí terrible. Fue justo al final de la “Guerra de los Seis Días” entre Israel y los países árabes vecinos1.

En primer lugar, había tenido una fuerte discusión con mis padres sobre ir a este mitin, pero me insistieron. Una familiar cercana había pasado un año en Israel, estaba a punto de volver a Israel y yo tenía que ir para mostrarle mi apoyo. Pero yo acababa de regresar a casa para el verano tras mi primer año de Universidad Estatal en San Francisco… y yo había comenzado a cambiar.

En San Francisco, Berkeley, en todo el Área de la Bahía y en todo el país, el movimiento para poner alto a la guerra en Vietnam estaba en auge. La Universidad Estatal de San Francisco estaba agitada por el debate sobre la guerra. Había talleres, vigilias por la paz y protestas. Un día de enero de 1967, sentado en mi cama en mi residencia estudiantil, leí “Niños de Vietnam”, un artículo en la Revista Ramparts con fotos del periodista William Pepper. Foto tras foto mostraban el efecto del napalm que el gobierno de Estados Unidos estaba lanzando masivamente sobre el pueblo de Vietnam, incluidos decenas de miles de niños. Contemplé los rostros y cuerpos desfigurados de todos esos niños, y recuerdo que pensé que no podía seguir con mi vida “normal” mientras esto sucedía, mientras este gobierno, nuestro gobierno, hacía esto.

Todavía sabía poco sobre la verdadera historia de Israel o la lucha del pueblo palestino, pero me sentía cada vez más alienado del gobierno de Estados Unidos, que yo sabía que estaba detrás de Israel. Se estaban deshilachando la historia embellecida de Estados Unidos y los mitos de que Estados Unidos era una fuerza para el bien en el mundo. Por eso, cuando el presidente de ese entonces, Lyndon Johnson, habló de la necesidad de tomar posición con Israel, me mostré escéptico y comencé a cuestionar lo que me habían enseñado sobre Israel. En el mitin en el Hollywood Bowl, uno de los oradores destacados fue el recientemente elegido gobernador de California, Ronald Reagan. El mismo Reagan que se postuló con una plataforma para “enviar a los vagabundos de welfare de vuelta al trabajo” y “limpiar el desastre en Berkeley”, es decir, reprimir al mismo movimiento contra la guerra del que yo ahora formaba parte. A medida que avanzaba el mitin, me molestaba cada vez más. Al final, mientras mis padres me miraban con enojo, me negué a ponerme de pie con la multitud para cantar “Hatikvah”, el himno nacional israelí2.

Algunos años después, leí libros como Our Roots Are Still Alive: The Story of the Palestine People [Nuestras raíces siguen vivas: la historia del pueblo palestino], publicado en inglés por United Front Press en 1977, y conocí obras de Noam Chomsky y Edward Said, y descubrí la verdad. Me di cuenta de inmediato: nos habían mentido. La historia idealizada que me habían contado sobre Israel era un mito monumental, ¡tan relacionado con la verdad como si alguien hubiera pensado que la película Lo que el viento se llevó contaba la verdad sobre la esclavitud! Cuando un pariente cercano mío, que ahora estaba formando una familia en Israel, me envió una nueva versión del mapa de Israel que lo mostraba como toda la península del Sinaí y todos los territorios recientemente ocupados, me dio asco y me hizo pensar en la manera en que Estados Unidos comenzó con el genocidio de los pueblos indígenas, y que sus fronteras se ampliaron al arrebatarle todo el Suroeste a México.

Cuanto más venía aprendiendo sobre Palestina y la lucha por la liberación del pueblo palestino, más me ponía de su lado.

Cuanto más aprendía sobre la manera en que el capitalismo-imperialismo engendró el movimiento sionista, más me oponía a Israel. El mito idealizado fue reemplazado por la verdad: que el estado de apartheid supremacista judío de Israel se basaba en la limpieza étnica del pueblo palestino originario.

Todo esto implicó una creciente divisoria entre mí y casi todos los demás miembros de mi familia inmediata y extendida. Ellos sacaron una lección diferente del Holocausto. Para ellos, “Nunca Jamás” significaba que debido a lo que se le había hecho al pueblo judío durante siglos, y lo que se les hizo a los judíos en el Holocausto, se justifica todo lo que se requiera para crear Israel y todo lo que Israel haga en nombre de la “seguridad judía”. Esta divisoria era especialmente aguda con mi padre, cuyo apoyo a Israel era inquebrantable.

Se trata de la misma persona que estaba en las líneas del frente en la lucha por la acción afirmativa en su trabajo. La misma persona que me escribió para decirme lo orgulloso que estaba cuando fui a dar a la cárcel por protestar contra la guerra de Vietnam. A mediados de la década de 1990, se ofreció de voluntario en un proyecto en el que llevaban a los sobrevivientes del Holocausto a hablar con los estudiantes de secundaria en todo Los Ángeles. Describió cómo todos estos niños, desde secundarias de élite hasta escuelas en las comunidades urbanas pobres con niños negros en su mayoría pobres, estaban cautivados cuando escuchaban las historias de estos sobrevivientes en su mayoría ancianos; historias sobre lo que pasó en los campos de exterminio nazis y la campaña de odio y mentiras sobre los judíos que se desarrolló en Alemania en la década de 1930 que condujo a este genocidio. Al final de la presentación de cada sobreviviente, mi padre trazaba un paralelo. “¿Ven lo que está pasando aquí en California con las mentiras y amenazas contra los inmigrantes?”, les decía. “Si no luchan contra esto, en eso es lo que puede resultar ese odio”.

Así que se tiene esta terrible ironía: la humanidad de mi padre, su certeza sobre lo que está bien y lo que está mal y la necesidad de luchar contra la injusticia, una moralidad que él consideraba que estaban vinculada a su judaísmo, todo esto se tergiversó y distorsionó de la manera más fea en materia de la cuestión de Israel. A la hora de ver la “seguridad judía”, él no reconocía la realidad.

Esta divisoria en mi familia —la inmoralidad y la negativa a reconocer lo que es verdad— continúa al día de hoy, incluso frente al genocidio en Gaza, el genocidio que es evidente para el mundo entero. Ya son 76 años de ocupación, persecución, oleadas de bombardeos, terrorismo del estado israelí y de los colonos, y un genocidio que se agrava a diario, todo ello con el apoyo y ayuda del gobierno de Estados Unidos. Vea algunas de las redes sociales difundidas por los soldados de las Fuerzas de Defensa de Israel en Gaza y sentirá en sus entrañas tan correcto está Bob Avakian cuando dice: “Israel ha hecho algo verdaderamente increíble —  ¡Israel ha conseguido convertir a judíos en nazis!

Frente a todo esto, desde el 7 de octubre, el mundo ha presenciado algo sin precedentes: muchos miles de judíos en Estados Unidos, en toda Europa y en otros países, e incluso un pequeño número de judíos extremadamente valientes dentro del propio Israel, que han salido a las calles en acciones audaces para oponerse a este genocidio. Jóvenes estudiantes judíos se han sumado a los campamentos de Solidaridad con Gaza, funcionarios del gobierno judío han dimitido en señal de protesta, médicos judíos se han sumado a equipos de trabajadores sanitarios para ir a Gaza. Todos dicen que no permitiremos que el sufrimiento de los judíos y el trauma del Holocausto se utilicen como justificación para semejante crimen. Esto es tremendamente significativo y se necesita mucho más.

Este es el reto que enfrenta todos los judíos, y francamente todos: ¿Cómo se entiende el “Nunca Jamás” y cómo actuarán según ese entendimiento?

Hay un punto donde la epistemología y la moral se encuentran. Hay un punto donde uno tiene que decir: No es aceptable no querer mirar algo, o no creerlo, porque incomoda. Y: no es aceptable creer algo porque tranquiliza.

BAsics cover front

 

— Bob Avakian, Lo BAsico 5:11
Lo BAsico: de los discursos y escritos de Bob Avakian

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NOTAS:

1. Aunque la propaganda estadounidense e israelí describe la enorme victoria militar de Israel como una victoria contundente contra los ataques de parte de los países árabes vecinos, la verdad es que Israel lanzó una guerra preventiva contra Egipto, Jordania y Siria. Se apoderó de los Altos del Golán de Siria, Cisjordania, incluida Jerusalén Oriental, a Jordania, y la Franja de Gaza a Egipto, y sigue ocupando ilegalmente todo este territorio. Israel incluso se apoderó de toda la península del Sinaí, aunque finalmente esta fue devuelta a Egipto como parte de los Acuerdos de Camp David en 1978. [volver]

2. Una canción que todos aprendimos en hebreo en la escuela dominical. La influyente película épica de propaganda pro israelí de Hollywood de 1960, Éxodo, termina con ella. La traducción al español del final es: “Nuestra esperanza aún no se ha perdido, la esperanza de dos mil años, de ser una nación libre en nuestra propia tierra, la tierra de Sión y Jerusalén”. [volver]

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