A las 11:00 p.m. (hora de Corea) del 3 de diciembre, el presidente de Corea del Sur, Yoon Suk-yeol, belicista y reaccionario de línea dura, declaró la ley marcial. Mandó movilizar a los militares a imponer una prohibición de la libertad de expresión, la protesta y hasta las transmisiones de los principales medios de comunicación. Declaró que tenía que hacerlo para detener “la amenaza de las fuerzas comunistas de Corea del Norte” y “erradicar las despreciables fuerzas pro-norcoreanas antiestatales que están saqueando la libertad y la felicidad de nuestro pueblo”.
Tropas y policías con cascos rodearon el edificio de la Asamblea Nacional (parlamento). Se desplegaron helicópteros en el techo. Los medios locales mostraron escenas de tropas enmascaradas y armadas que intentaban ingresar a la Asamblea Nacional mientras el personal civil de la asamblea se movilizaba para mantenerlos a raya con extintores.
Para el final del día, cientos de miles de personas de todos los ámbitos ya protestaban con desafío a los militares. Se tomaron las calles de Seúl, la capital de Corea del Sur, en un clima gélido. Los manifestantes gritaban “¡No a la ley marcial!” y “¡Acabemos con la dictadura!”. Desafiaron las amenazas de utilizar a los militares para detenerlos. Y no se dejaron inmovilizar por el hecho de que, si bien Yoon es profundamente odiado por amplios sectores de la población de Corea del Sur, es el presidente electo del país.
Al día siguiente, el 4 de diciembre, Yoon dio marcha atrás y anuló la ley marcial. En un discurso televisado a nivel nacional, anunció: “Lo siento mucho y quisiera disculparme sinceramente con las personas que resultaron conmocionadas”.
Nadie sabe dónde terminará todo esto. Los partidos de oposición de la clase dominante en la Asamblea Nacional de Corea del Sur no lograron obtener suficientes votos para destituir a Yoon. Pero esta manifestación fue un acontecimiento bienvenido, cuando cientos de miles de personas se levantaron para, hasta ahora, impedir un autogolpe que hubiera impuesto una ley marcial draconiana y fascista.
Y esto ocurrió en un país que los gobernantes de Estados Unidos han convertido en una potencia económica capitalista-imperialista (la décima economía más grande del mundo), un contrapeso militar a Corea del Norte, Rusia y China, y un modelo de “mundo libre”.
Parece que surgió de la nada, pero… no lo hizo en realidad
Los gobernantes de Estados Unidos promocionan a Corea del Sur como un modelo de “mundo libre”. Desarrollaron a Corea del Sur como una “historia de éxito” capitalista-imperialista con prosperidad (para algunos), libertad de expresión limitada pero oficialmente libre para sectores de la población y un ejército masivo.
Este desarrollo en Corea del Sur fue precedido por más de 40 años de opresión y superexplotación extremadamente brutales llevadas a cabo por Estados Unidos, y una dictadura militar sangrienta (vea el recuadro adjunto). Durante los años 1950 y 1960, toda esta situación impulsó a las mujeres coreanas a la prostitución, las que literalmente fueron exhibidas en las vitrinas como si fueran carne cruda para el consumo de los soldados estadounidenses ocupantes. (Esto se describe de manera gráfica y horrorosa en la premiada novela Fox Girl [Chica zorra] de Nora Okja.)
En 1991, la Unión Soviética se derrumbó y Estados Unidos logró ampliar muchísimo su participación en el saqueo global. En ese momento, los gobernantes de Estados Unidos consideraron útil y necesario incluir a Corea del Sur como un “socio menor” en Asia; el imperialismo estadounidense tenía la capacidad de “permitir” que Corea del Sur instituyera ciertas instituciones democrático-burguesas que incluían mayores derechos personales y un gobierno parlamentario, con un poder transferido pacíficamente entre partidos capitalista-imperialistas en competencia.
Pero la sociedad surcoreana sigue estando acribillada de divisiones sociales, de género y económicas. Su clase dominante tiene diferencias sobre la manera de manejar el hecho de estar en la “línea del frente” del conflicto global entre el imperialismo estadounidense y Corea del Norte dotada de armas nucleares (y capitalista, a un estilo diferente), y sus amos imperialistas rusos y chinos. Todas estas contradicciones habían estado embotelladas.
La declaración de la ley marcial destrozó lo que durante décadas había sido la “forma habitual en que supuestamente deben operar las cosas” en una democracia capitalista-imperialista como Corea del Sur. Dejó salir a un genio de la botella. Hizo que cientos de miles de personas se tomaran las calles. Y en 24 horas, en lo que en apariencia era una Corea del Sur estable, gobernada por un reaccionario de línea dura, ¡las cosas cambiaron literalmente de la noche a la mañana!
No sabemos cómo se desenvolverán las cosas a partir de ahora, pero lo que ha pasado hasta ahora es importante, inspirador y algo de lo que sacar lecciones. Cabe que todos aquellos que rechazan al régimen fascista en Estados Unidos y están decididos a impedir su imposición total observen con seriedad y reflexionen sobre la situación en Corea del Sur.
Antecedentes en cuanto a Corea del Sur
Después de la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos emprendió una intervención masiva en la Guerra de Corea entre el norte, que estaba alineado con lo que entonces eran países socialistas en Rusia y China, y las fuerzas pro-estadounidenses en el sur. Estados Unidos desató la muerte y destrucción más terribles sobre toda Corea, incluida la matanza en masa de millones de personas, el bombardeo de saturación de todo el país hasta reducirlo a escombros, el uso de armas químicas contra civiles, la repetida amenaza de usar armas nucleares y la violación al por mayor de las mujeres.
Los combates en la Guerra de Corea llegaron a un punto muerto, lo que supuso un revés para Estados Unidos, que se proponía penetrar hasta el interior de una China socialista (en ese entonces, pero que ya no lo es). Corea siguió dividida en norte y sur. Además de fortalecer económicamente a Corea del Sur, Estados Unidos impuso una serie de brutales gobiernos militares en Corea del Sur, impuestos con cámaras de tortura, como baluarte contra el comunismo y las luchas de liberación nacional que se extendían por Asia, África, América Latina y el Medio Oriente.
Del 18 al 27 de mayo de 1980, la junta militar surcoreana del presidente Chun Doo-hwan, respaldada por Estados Unidos, masacró a unos 2.000 valientes manifestantes en la importante ciudad de Kwangju. Esta y otras represiones violentas, en gran medida orquestadas por Estados Unidos, no lograron aplastar el espíritu y la determinación del pueblo surcoreano de poner fin al régimen fascista. Para fines de la década de 1980, Estados Unidos y sus aliados surcoreanos ya lo consideraron necesario y conveniente instituir elecciones democráticas burguesas y, en general, una práctica de transferencia pacífica del poder entre sectores contendientes de la clase dominante surcoreana y sus bases sociales mediante elecciones.