Todo el mundo debería chequear Cobalt Red: How the Blood of the Congo Powers Our Lives [Rojo cobalto: cómo la sangre del Congo proporciona energía a nuestras vidas], el nuevo e impactante libro de Siddharth Kara.
Cobalt Red examina la catástrofe humana y medioambiental de la extracción de cobalto en la República Democrática del Congo (RDC). Kara hizo muchos viajes a la región minera de la RDC, a menudo con gran riesgo personal, para dejar que la gente de la región contara sus historias: de niños asesinados, miembros aplastados, abusos sexuales, trabajo infantil, operaciones mineras que se apoderan de aldeas, esclavitud pura y dura, y un largo etcétera. Bajo la vigilancia de los guardias de las empresas mineras, los soldados del gobierno y las milicias, la gente arriesgó su vida para contarle a Kara su experiencia.
Uno de los traductores de Kara, con los ojos llenos de lágrimas después de traducir para los padres cuyos hijos murieron en las minas de cobalto, dijo: “Por favor, dígale a la gente de su país que en el Congo muere un niño cada día para que puedan enchufar sus teléfonos móviles”. (p. 155)
Las enormes explotaciones mineras, algunas más grandes que la ciudad de Los Ángeles, envenenan el aire y el agua. Los metales pesados vertidos provocan malformaciones congénitas, enfermedades pulmonares y otros males. Se están talando secciones de la selva tropical de la cuenca del Congo, una de las mayores del planeta, para despejar el terreno para las minas. El polvo de ácido sulfúrico del proceso de refinado se cierne sobre las ciudades como una niebla, cubriéndolo todo de un tinte amarillo.
La producción del cobalto se multiplicó por más de siete entre 2008 y 2015 y ha seguido creciendo debido al auge de los teléfonos móviles, las tabletas y ahora los coches eléctricos. Sin el cobalto, las baterías tienen una carga muy limitada o se incendian. El 50% del cobalto del mundo se encuentra en una pequeña zona de la RDC rica en minerales.
El tipo de minería que se describe en el libro se conoce como minería artesanal de pequeña escala o MAPE. Significa que decenas de miles de personas, entre ellas niños, mujeres embarazadas y mujeres con niños pequeños a cuestas, machacan el suelo con varillas, hachas o palas, en condiciones muy peligrosas. Todo ello por unos 2 dólares al día, y las mujeres y los niños ganan 1 dólar al día.
Las condiciones más peligrosas se dan en los túneles, donde los trabajadores descienden a cientos de metros de profundidad. Todos los días temen un derrumbe, pero no tienen elección: sin hacerlo, ni ellos ni sus familias comen. En una mina “modelo”, Kara fue testigo de un derrumbe que mató a más de 60 mineros, entre ellos muchos niños. La MAPE no se da sólo en la RDC. Según Kara, en todo el mundo hay unos 45 millones de personas que se dedican directamente a la MAPE, lo que representa el 90 por ciento del total de la mano de obra minera mundial.
Las grandes empresas de alta tecnología, como Apple, Tesla, Samsung y Glenco, que se sitúan en la cima de las cadenas de suministro de cobalto, niegan que la MAPE —o al menos los rasgos más brutales de la MAPE— exista en sus cadenas de suministro y aseguran a los usuarios de países como Estados Unidos que sus productos no están mancillados. Este libro revela que todo esto es pura mentira. “Nunca he visto una depredación más extrema con fines lucrativos que la que presencié en el fondo de las cadenas mundiales de suministro de cobalto”. (p. 5)
El libro establece un claro vínculo con la época del rey Leopoldo II de Bélgica, que instauró uno de los regímenes coloniales más brutales de la historia. Se calcula que hasta la mitad de la población —unos 10 millones de congoleños— murieron entre 1885 y 1908. Millones de personas murieron de hambre, agotamiento, exposición a la intemperie, enfermedades y asesinatos a manos de los belgas. Junto con estas muertes, se produjo un descenso general de la tasa de natalidad. Todo esto como el resultado directo o indirecto del afán de Bélgica para maximizar los beneficios de las plantaciones de caucho.
Más tarde, Estados Unidos continuó con el saqueo, pasando del caucho a los ricos recursos minerales y continuando con la explotación del pueblo. El auge del papel de Estados Unidos en la RDC comenzó con el asesinato del presidente anticolonial del Congo, elegido popularmente, Patrice Lumumba. El presidente estadounidense Eisenhower, reunido con su Consejo de Seguridad, dijo que Estados Unidos “tenía que deshacerse de este tipo”. Tras varios intentos de asesinato por parte de la CIA, Estados Unidos, la ONU y Bélgica proporcionaron información de inteligencia que condujo a su captura. Lumumba fue torturado y fusilado. Su cuerpo fue descuartizado, disuelto en ácido sulfúrico y sus huesos triturados y reducidos a polvo para que ni siquiera quedara un cadáver en torno al cual pudieran movilizarse sus partidarios. Estados Unidos respaldó al dictador Mobutu, que gobernó brutalmente el país durante más de 30 años1. Repasando la historia del Congo y las condiciones actuales, Kara escribe: “El cobalto es sólo el último tesoro que han venido a saquear”. (p. 116)
Kara ha escrito una poderosa denuncia de las condiciones en la RDC que, ojalá, abrirá los ojos de mucha gente. Informa de todo este horror con valentía e integridad, aunque sigue creyendo que el sistema puede reformarse. Pero Kara ve la prosperidad de los países imperialistas con nuevos ojos. “El mundo en mi propio país ya no tiene sentido”, escribe. “El aire y el agua limpios parecen un crimen”.
Sólo la revolución puede poner fin al grotesco sistema en el que niños y otras personas trabajan en condiciones inhumanas por minerales para aparatos electrónicos. Como dice el folleto SOMOS LOS REVCOMS: “Ya no podemos darnos el lujo de permitir que estos imperialistas continúen dominando el mundo y determinando el destino de la humanidad. Y es un hecho científico que la humanidad no tiene que vivir así: es posible una forma completamente diferente de organizar la sociedad, un mundo completamente mejor”.