Ella tenía 13 años. Se le consideraba “varonera”, una descripción ridícula para las niñas a las que les gustaba el deporte y que jugaban con sus hermanos. Una tarde se la pasó practicando andar en patineta. Jugadas básicas como mantenerse de pie, patinar, girar, y tratar de bajar a un tazón hondo (sin experiencia previa). Ella pensó: Esto se me hace bien nuevo, pero sólo se aprende haciéndole la lucha. Pues se cayó y se dio un golpazo de aquellos. Se raspó feo mucho de la pierna y el brazo. Fue a casa. Se limpió y se vendó sola. Ya para cuando llegó su padre, muchas horas después, las contusiones y la hinchazón les daban una pinta aún más espantosa a las heridas. Esa noche, el dolor no la dejaba dormir. Ella se quejó a su papá, y él, al ver su sufrimiento evidente, le dio un Percocet.
A pesar de su amor al deporte y su tranquilidad al andar sola, ella había batallado durante bastante tiempo con el impulso de hacerse daño a sí misma, lo que surgió del trauma que había experimentado. Ella era muy joven como para entenderlo y le faltaba valor como para hablar de ello. Se atormentaba durante años. Convirtió ese tormento en un arma en su propia contra. No sabía otra forma de lidiar con la intensidad de los sentimientos negativos. No sabía que la culpa no era suya. Nunca antes había usado drogas fuertes. Pues una que otra vez la mota; le hizo sentir paranoica e incómoda. Pero desde el momento que el Percocet empezó a hacer efecto, ella sentía un descanso del dolor. Sentía ligera como no había sentido durante tanto tiempo. No se trataba del dolor físico. La euforia surgía de liberarse de su sentido de culpa y su vergüenza, y de olvidarse del abuso. Se trataba de las sustancias químicas que se vinculaban a los receptores opioides, y la ola de dopamina en el cerebro. Las cosas rápidamente fueron de mal en peor. Al igual que le pasó a millones de otras personas, ella pronto se perdió en la búsqueda de una dosis, en desconectarse de los sentimientos, y en las sobredosis.
Ella sobrevivió. Tantos otros no lo lograron. Y tantos aún viven en dolor y en el precipicio de la muerte.
Consideren este caso. Consideren los millones de otras formas particulares en que la vida en Estados Unidos impele a las personas a buscar un alivio del dolor, para el cual no les ofrecen ninguna respuesta todas las varias instituciones de esta sociedad. En esto caldo revuélvanle el impulso obligatorio por las ganancias del sistema capitalista y resulta la receta para la epidemia opioide que actualmente acecha a Estados Unidos. Durante los meses venideros, nos proponemos contarles cómo y por qué esto ocurrió, y cómo un sistema completamente diferente —un sistema socialista en el camino al comunismo— podría ponerle fin.
Más allá de números — Vidas humanas perdidas debido a un sistema inhumano
Más de 100.000 personas murieron en el curso de un solo año en Estados Unidos en 2021 a causa de las sobredosis de droga, en la inmensa mayoría de los casos por opioides. Esto equivale a aproximadamente 274 personas que mueren al día. Esto supera el número de muertes al año por accidentes automovilísticos, VIH y la violencia armada, en conjunto.
Para visualizar la enormidad de este número, imagínate el Estadio de Michigan apiñado para el día del partido — pero en cada butaca, en vez del aficionado entusiasta, queda un cadáver tieso y abotagado en descomposición. Con cuerpos y caras que se parecen a los de tu tía, o el sobrino. Personas con sueños y familias y potencial. Personas cuyas vidas fueron arruinadas, cuyas familias fueron desgarradas, personas que fueron desechadas y abandonadas para morir por este sistema.
Ahora, imagínate este estadio apiñado 10 veces más con los cuerpos de tus seres queridos, tus vecinos, tus maestros, y muchos que nunca conocerías. Un millón de vidas se perdieron en la epidemia opioide desde 1996. Y hoy día, más de 3 millones de personas solamente en Estados Unidos batallan con la adicción opioide, sobreviven a duras penas o se encuentran en el umbral de la muerte ya.
Esta situación se ha reconocido como una epidemia mortal, una crisis de salud pública, pero no la tratan así los de arriba.
Esta cantidad de muertos se ha disparado desde el comienzo de la pandemia de la Covid-19, con el aumento en el uso del altamente potente opioide fentanyl, junto con otros factores como estar aislado de las redes de apoyo y la resurgencia de problemas de salud mental como la depresión, lo que ha provocado recaídas y fallecimientos.
Las personas que sufren la adicción a las drogas son personas reales dignas de compasión y cuidado, que cayeron en las garras de un sistema que inflige dolor y sufrimiento innecesarios. Son personas reales a las cuales este sistema las desecha, las trata como fracasos, y las tira literalmente como desechos humanos. Este sistema del capitalismo-imperialismo es lo que provocó y sigue avivando la epidemia opioide en marcha, y este sistema impide su resolución.
Cómo empezó la epidemia opioide?
La epidemia opioide tiene una estrella: Purdue Pharma. Del Departamento de Justicia de Estados Unidos, octubre de 2020: “Purdue: por avaricia y violando la ley, priorizó el dinero sobre la salud y bienestar de pacientes…” Purdue Pharma comerciaba un narcótico altamente adictivo de la clase II conocido como OxyContin diciendo que era “menos adictivo”, afirmando que menos del 1% de las personas que tomaban la droga por receta médica resultaron adictos. Esta mentira se basó en la premisa de que el “sistema de liberación prolongada” de OxyContin desalentara el abuso y evitara la euforia asociada con otros opioides comunes como la morfina. No hubo ninguna evidencia ni estudios científicos que comprobaran esto; al contrario, las investigaciones mostraron que OxyContin era comparable, en eficacia y sanidad, a otros opioides disponibles.
Purdue lanzó campañas agresivas de comercialización y practicaba técnicas predatorias de ventas para colocar esta droga en manos del máximo número posible de médicos que la recetaran, cabe repetir, con la afirmación de que esta droga era casi inocua, una droga “milagrosa”. Comerciaban esta droga intencionalmente a médicos en pueblos mineros de carbón cuyas poblaciones trabajaban en las minas, un trabajo físico desgastador que a menudo resultaba en el dolor crónico y heridas. No sólo era mentira total la afirmación de que OxyContin era “no adictivo” o “menos adictivo”, sino que es dos veces más fuerte que la morfina, un hecho que Purdue Pharma encubría. Esta falsa representación del riesgo desembocó en una situación peligrosa, al aumentarse el potencial de las sobredosis y al dispararse las ventas y recetas de la droga OxyContin, tras el financiamiento sin precedentes de su promoción y propaganda, sobre la base, cabe repetir, de mentiras, y cabe repetir, para el propósito único de maximizar las ganancias.
Desde que OxyContin entró en el mercado en 1996, se han recetado y despachado millones de dosis. De los que se encuentran adictos a ese medicamento, algunos buscan tratamiento si es que lo consigan. Muchos se sobredosifican — y muchos de esos mueren. El retraso en el reconocimiento público del daño y el desastre que el lanzamiento de OxyContin provocó resultó en el intento de corregir y controlar la adicción opioide y las muertes por sobredosis, al establecer, estado por estado, restricciones a las prácticas de recetar medicamentos. Eso por su parte llevó a muchas personas adictas a buscar algún viaje más barato y más accesible por medio de drogas como la heroína cuando ya no podían acceder a OxyContin, Vicodin y otros opioides de la farmacia para mantener su euforia o evitar los síntomas horrorosos de la abstinencia. El fentanyl —un opioide sintético 50 veces más potente que la heroína, y 100 veces más potente que la morfina, al cual muchos consumidores de la heroína no buscan— lo usan cada vez más los vendedores y manufactureros de droga para cortar el producto, es decir, la heroína, para aumentar la potencia de la droga y sacar más ganancias de su venta. Fentanyl es responsable de un salto sin precedentes de muertes por sobredosis accidental en 2021.
No se trata de Purdue nada más, sino de todo el maldito sistema
Purdue no es algún “agente solitario” motivado por la “avaricia” en abstracto. Aunque se podría describir con razón las acciones de Purdue como el maníaco, frío, calculado y descarado desprecio por la vida humana, ellos estaban jugando de acuerdo al libro de reglas de este sistema del capitalismo, y lo estaban jugando bien. Venían ganando según los estándares de un sistema que opone a bloques de capital entre sí y capitalistas a que se compitan unos contra otros para expandirse o caer en la ruina, y que oponen a las masas de persona unas contra otras en una competencia para sobrevivir. Esto es un sistema que impulsa este tipo de desprecio descarado por la vida humana. Purdue es un ejemplo excepcional de esto, pero no es único. Hace poco, otros fabricantes de drogas como Teva Pharmaceuticals enfrentan demandas civiles por su rol en la producción, venta y distribución de opioides. En general, la mayoría de las compañías han aceptado resoluciones de las demandas fuera de las cortes.
En 2020, Purdue Pharma aceptó declararse culpable de cargos criminales relacionados con su comercialización del analgésico adictivo, y podría tener que pagar multas de aproximadamente $8.3 mil millones de dólares. Pero eso ocurrió después de años de intentos de sacar a la luz el daño que Purdue había hecho y sigue haciendo. Ya a partir de 1997 habían salido críticas a las afirmaciones fraudulentas de la compañía sobre la “droga milagrosa”, y gobiernos locales habían presentado demandas (Condado de Suffolk contra Perdue Pharma). No obstante, la Administración de Alimentos y Medicamentos de los Estados Unidos (FDA) colaboraba, se hacía de la vista gorda, o en muchos casos, exempleados de la FDA fueron a trabajar para Purdue. Por qué y cómo las propias instituciones del gobierno estadounidense por fin se involucraron en tratar de detener a Purdue y otros, tras años de indiferencia y en algunos casos complicidad activa, será el tema de un futuro artículo.
Este sistema del capitalismo allanó el camino para esta epidemia. El funcionamiento de este sistema crea un mercado para las drogas, literalmente. Mucho antes de la “epidemia opioide”, instituciones del gobierno estadounidense eran cómplices, como mínimo, en la entrada y el diluvio de cocaína crack (y la subsecuente “guerra contra la droga”) en las comunidades negras y latinas, primero como una táctica de contrainsurgencia contra el movimiento de liberación negra y el movimiento juvenil revolucionario general al final de los años 1960, y después en los años 1980 como una medida para financiar los contras brutales en Nicaragua. Es más, este sistema obliga a las personas a vivir en condiciones de modo que el peso de la vida cotidiana y las relaciones antagónicas entre las personas crean el deseo de escaparse. Todo esto se erige en un sistema económico que requiere que los capitalistas se compitan entre sí o se vayan a pique, que se expandan o mueran. Las ganancias al mando, y la vida humana lo que menos importa.