Pasar al contenido principal

EL FASCISMO Y EL SISTEMA ENTERO

Las razones por las que los representantes “tradicionales” de este sistema no pueden luchar contra los fascistas de la manera en que corresponde luchar en su contra, y las razones por las que se necesita librar esta lucha como parte de luchar por abolir todo este sistema

Con respecto a las elecciones —y el conflicto mayor del cual forman parte (y al cual concentran en la actualidad)— el hecho aleccionador de que la clase dominante “tradicional” no puede luchar contra los fascistas de la manera en que corresponde luchar en su contra se está manifestando de nuevo con relación al comentario de Biden de que la verdadera “basura” son los seguidores de Trump. (Biden aludía al reciente mitin de Trump en el Madison Square Garden, y en específico al “chiste” racista de un “comediante” de que Puerto Rico es una isla flotante de basura). La forma en que los demócratas han permitido que se les ponga a la defensiva en torno al comentario de Biden, y en que la cobertura de parte de los medios de comunicación “tradicionales” se les ha hecho el juego a los fascistas: pues, todo esto recalca agudamente el hecho básico de que los representantes “tradicionales” de la clase dominante imperialista no pueden luchar contra los fascistas de la manera en que corresponde lucha en su contra.

Estas fuerzas “tradicionales” (incluido el New York Times) por fin están reconociendo, y enfatizando, que Trump sí es un fascista de verdad (y el ex jefe del Estado Mayor de Trump, en su entrevista con el New York Times, hasta caracterizó el contenido del fascismo con bastante precisión), pero de ahí estas fuerzas “tradicionales” se ponen a la defensiva — y se niegan a seguir esa lógica a su conclusión: si Trump es un fascista, y claramente lo es, pues sus seguidores son seguidores del fascismo, y eso significa que son personas verdaderamente despreciables.

Como puse en claro en mi mensaje mediático REVOLUCIÓN #98 (@BobAvakianOfficial):

 No me vengan con esa tontería de que la razón básica por la que las personas apoyan a Trump se debe a que están sufriendo económicamente, y todo ese rollo. De hecho, muchos trumpistas están muy bien económicamente (y algunos son muy ricos). Pero incluso para aquellos que sí sufren penurias económicas, la pregunta que realmente va al grano es: ¿por qué apoyan al Donald Trump fascista integral, misógino (odiador de mujeres), racista, fomentador de ignorancia y mentiroso habitual? La respuesta sólo puede ser que, al mínimo, no ven nada malo en el racismo y la misoginia — lo que hace que ellos mismos sean misóginos y racistas (¡qué ironía más terrible para aquellas personas negras y otras personas de color que apoyan a Trump!). Al igual que aquellos que apoyaron a Hitler y a los nazis en Alemania, apoyan a un fascista porque para ellos el fascismo es atractivo

¡¿Se pondría a la defensiva, o debería ponerse a la defensiva, cualquier persona por haber dicho que aquellos que apoyaban a Hitler eran personas despreciables?!

Sin embargo, los políticos, medios de comunicación, comentaristas y otras fuerzas “tradicionales” no pueden seguir esta lógica a su conclusión lógica. Biden de inmediato “aclaró” sus comentarios indicando que solamente se refería a aquel “comediante” que contó el “chiste” racista sobre Puerto Rico (y a los “chistes” racistas sobre los latinos en general — y sobre el pueblo negro). Y una vez más, los medios de comunicación “tradicionales” permiten que el comentario de Biden llegue a ser algo que ponga a la defensiva a los demócratas.

Los demócratas no pueden zafarse de la línea —la que ha voceado continuamente durante 20 años Barack Obama, y otros— de que “todos somos estadounidenses” y que el problema es que los republicanos, y ahora Trump en especial, “nos están dividiendo” (“al pueblo estadounidense”). Los demócratas (y sus “sustitutos” en los medios de comunicación) se dejan que los pongan a la defensiva los representantes de Trump quienes señalan que, después de todo, los seguidores de Trump constituyen “la mitad del país”. Los demócratas (y otros representantes del sector “tradicional” de la clase dominante) no pueden reconocer, o admitir públicamente, que existe todo un fenómeno fascista de masas en Estados Unidos — un fenómeno del cual, como he dicho, Trump es tanto una manifestación como una fuerza impulsora. Los demócratas no pueden hacer frente a esto correctamente debido a que, en el marco de las elecciones, creen que hacerlo es una estrategia perdedora (lo que supuestamente alienaría a aquellos “votantes indecisos” en gran medida míticos). Y, por razones más fundamentales, los demócratas (y el sector “tradicional” de la clase dominante en general) no pueden hacerlo porque admitir que esencialmente la mitad de Estados Unidos es fascista revienta toda la mitología de la “ciudad luminosa en una colina” y de “líder del mundo libre”, la que es crucial para la manera en que intentan mantener la articulación de Estados Unidos y proyectar su poderío en el mundo.

La dinámica real, mayor y más fundamental es (tal como señalé en, por ejemplo, mi discurso de 2017 ¡El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!) que la polarización actual es básicamente una extensión de la polarización que condujo a la Guerra Civil en los años 1860. Y, tal como también he señalado, el desenlace de la Guerra Civil —con la derrota de la Confederación de los propietarios de los esclavos y la abolición formal de la esclavitud— en sentidos decisivos se revertió al terminar la Reconstrucción en los años 1870, que básicamente allanó el camino para el “resurgimiento” del Sur no reconstruido, no solamente en el sentido de que en el propio Sur dominaban las fuerzas del mismo tipo, en esencia, que dirigían la Confederación esclavista, sino que también en el sentido de que ejercían cada vez más un poder desproporcionado en el país en su conjunto. Todo esto es una gran parte del trasfondo histórico y la base para la fuerza que tiene el fascismo en Estados Unidos hoy.

El hecho de que, en la situación actual, los fascistas han podido ganarse a un sector de la población, y en particular entre los hombres, que son víctimas propias de la supremacía blanca — esto se debe en gran medida al papel e impacto de la supremacía masculina. En este respecto, es un hecho que en el desarrollo histórico de Estados Unidos, la supremacía masculina —justificada en gran parte por una interpretación textual de la Biblia— ha estado entretejida fuertemente con la supremacía blanca. En aquellas zonas de Estados Unidos —especial pero no únicamente el Sur— donde, de manera histórica así como al día de hoy, la supremacía blanca ha sido más abiertamente agresiva, la supremacía masculina también ha sido así. Fíjense, por ejemplo, en los estados que han promulgado draconianas prohibiciones al aborto, con severas restricciones y represión, especialmente tras la revocación de Roe contra Wade de parte de la Corte Suprema dominada por los fascistas: en gran medida, son los estados de la antigua Confederación (y, en el habla de aquellos tiempos, zonas “Confederadas-adyacentes”).

Pero ahora, a diferencia de la época de la Guerra Civil (y el fin de la Reconstrucción), Estados Unidos ya no es un país con un impacto relativamente limitado en el escenario internacional: a lo largo de varios “ciclos”, o espirales, de acontecimientos mundiales, en particular dos guerras mundiales, Estados Unidos ha emergido como el país imperialista más poderoso del mundo, y el saqueador más grande de la gente y del medio ambiente. De una importancia aún más fundamental y decisiva, tal como enfaticé en “Algo terrible, O algo verdaderamente emancipador”:

Esta no es la época de la Guerra Civil en la década de 1860, cuando el objetivo de quienes luchaban contra la injusticia era abolir la esclavitud y —en términos de quienes gobernaban la sociedad— el único desenlace positivo posible era la consolidación y el fortalecimiento del gobierno de la clase capitalista en ascenso centrado en el Norte. Esa época desde hace mucho tiempo dejó de existir. Y este sistema del capitalismo, que se ha desarrollado y transformado en un sistema de explotación y opresión mundial, en el capitalismo-imperialismo, desde hace mucho tiempo se ha vuelto anticuado — yendo mucho más allá de su fecha de caducidad, mucho más allá de cualquier circunstancia en la que pudiera desempeñar un papel positivo. Es necesario que el objetivo ahora sea precisamente deshacerse de todo este sistema del capitalismo-imperialismo. 

Todo esto está relacionado con la cuestión crítica de que los representantes “tradicionales” de la clase dominante no pueden luchar contra los fascistas de la manera en que corresponde hacerlo. Y esto tienen implicaciones muy importantes precisamente con respecto al hecho de que se debe librar la lucha contra este fascismo, no con el fin de mantener (o restaurar) este sistema del capitalismo-imperialismo, tal como ha impuesto su dominación sobre las personas, en Estados Unidos y por el mundo entero, durante generaciones — sino más bien se debe librar esta lucha como parte de luchar por abolir todo este sistema monstruoso. Esto es de importancia estratégica, y muy inmediata, en la situación actual en que las contradicciones y los conflictos en Estados Unidos en general, y al interior de la clase dominante, están profundamente atrincherados e intensos, y claman por una resolución, pero no pueden resolverse de manera positiva dentro del marco y de los límites de este sistema.