Trasfondo del asesinato en masa: A finales de agosto, la guerra/invasión/ocupación de Estados Unidos de 20 años de duración contra Afganistán llegó a un humillante final. Derrotado por los insurgentes islámicos teocráticos del Talibán, Estados Unidos prometió retirar todas las fuerzas militares para el primero de septiembre. Pero a medida que se acercaba la fecha, colapsaron el gobierno y las fuerzas armadas que Estados Unidos había apuntalado para ayudarlo a luchar contra el Talibán, y las fuerzas del Talibán se apoderaron rápidamente de todas las ciudades importantes, incluida la capital, Kabul. Decenas de miles de afganos que habían trabajado con Estados Unidos o con el régimen pro estadounidense cayeron sobre el aeropuerto principal, temiendo represalias del Talibán y esperando poder salir. Esto se sumó al carácter humillante de la retirada de Estados Unidos, que se parecía cada vez más y más a la ruta de pánico de una “superpotencia” fallida.
En medio de esto, el Estado Islámico del Gran Jorasán (ISIS-K), un rival islámico teocrático del Talibán, llevó a cabo un atentado con bomba en el aeropuerto, lo que dejó más de ciento setenta afganos así como a trece soldados estadounidenses muertos.
En este contexto, Estados Unidos estaba desesperado por el contra-atacar a ISIS-K, tanto para detener nuevos ataques de ellos, pero aún más para tratar de despejar la imagen de debilidad y vulnerabilidad estadounidense. (Para ver más información sobre la derrota de Estados Unidos, haga clic aquí.)
La masacre
A las 4:45 p.m. del 29 de agosto, Zemari Ahmadi, un ingeniero eléctrico de 43 años de edad, contratado por una organización estadounidense de ayuda1, conducía por su densamente poblado barrio de Kabul y entró en el estrecho patio de la casa donde vivían él, sus dos hermanos y sus familias. Él acababa de terminar un largo día de trabajo y había traído a casa el maletero lleno de agua de su oficina porque no había en su vecindario.
…cuando [Zemari] Ahmadi entró en su patio, varios hijos suyos y los hijos de sus hermanos salieron, emocionados de verlo, y se sentaron en el auto mientras él lo hacía retroceder hacia adentro. El hermano del señor Ahmadi, Romal, estaba sentado en la planta baja con su esposa cuando escuchó el sonido de las rejas abriéndose y el auto del señor Ahmadi entrando … hubo una explosión repentina, y la habitación fue rociada con vidrios rotos de la ventana, recordó Romal. Él se puso de pie tambaleándose. “¿Dónde están los niños?”, le preguntó a su esposa.
“Ellos están afuera”, ella le respondió.
Romal y su esposa salieron corriendo a una escena de horror. Un misil Hellfire de Estados Unidos con 9 kilos de explosivos —disparado desde un dron [avión no tripulado] MQ-9 Reaper guiado por un operador a 1,590 kilómetros de distancia— había matado a la mayoría de su familia. Murieron Zemari Ahmadi y tres niños suyos —Zamir, 20; Faisal, 16 y Farzad, 10—, también murió su primo Naser, 304. Murieron tres hijos de Romal —Arwin, 7; Benyamin, 6, y Hayat, 2— así como dos niñas de 3 años de edad, Malika and Somaya, vecinas del barrio.
Estados Unidos intentó justificar esta masacre afirmando que Zemari era un terrorista de ISIS-K que planeaba otro ataque en el aeropuerto, que volvía a casa desde una casa de seguridad de ISIS con un automóvil lleno de explosivos… y que esos explosivos en su automóvil mataron a los civiles, pero ¡no el ataque de los drones!
Pero a partir del día después del ataque, una serie de artículos en el New York Times verificaron —por medio de un examen de video, análisis de la escena por expertos en explosivos y entrevistas con docenas de testigos, miembros de la familia y compañeros de trabajo de Zemari Ahmadi— que él y su familia eran completamente inocentes, el automóvil no llevaba explosivos y la familia no tenía conexión con ISIS ni con ninguna otra organización terrorista, aparte de las propias fuerzas armadas de Estados Unidos.
Tras los asesinatos, la máquina de propaganda se pone en marcha a toda velocidad
Casi inmediatamente, la máquina de propaganda de Estados Unidos se puso en marcha a todo vapor. Primero salió las bravuconerías: los portavoces militares decían que este acto de asesinato en masa demostró su capacidad de golpear a los “terroristas” desde “el otro lado del horizonte”, incluso después de haber sido expulsados de Afganistán. Según las conversaciones del New York Times con funcionarios militares de Estados Unidos, el ataque “asestó al ISIS Jorasán un golpe aplastante” and “demostró el grado al que los funcionarios de inteligencia de Estados Unidos han refinado su lista de objetivos”. El jefe del Estado Mayor Conjunto, Mark Milley, lo denominó un “golpe justo”.
No se trataba tan sólo de justificar un crimen. Al prometer poner fin a la “guerra eterna” en Afganistán, Biden enfatizó que Estados Unidos iba a “mantener la lucha contra el terrorismo en Afganistán y otros países”, pero que “para hacerlo, no necesitamos combatir en una guerra terrestre”. A lo que Biden se refiere es a que Estados Unidos se apoya cada vez más en los ataques con drones (así como en las incursiones de las Fuerzas Especiales) organizados y lanzados desde bases militares de Estados Unidos por todo el mundo, como un elemento crucial de mantener la dominación de su extenso imperio. El “atractivo” de esto para los imperialistas es que éstos creen que esto se puede hacer sin un intenso escrutinio público, ni los costos financieros y humanos de poner tropas de Estados Unidos en el terreno.
Pero la viabilidad de esta estrategia se basa en la premisa de que puede identificar y eliminar con precisión a los enemigos percibidos de Estados Unidos, y además puede hacerlo sin que resulten grandes números de civiles muertos, lo que también puede crear un “efecto bumerán”. La realidad sobre el terreno del bombardeo en Kabul amenazaba con hacer “reventar” ambas premisas, por lo que apuntalar estas premisas con bravuconerías y mentiras era de importancia estratégica para Estados Unidos.
Como de costumbre, la mayoría de los medios informativos pro-estadounidenses aceptaron esto, a pesar de la falta de toda evidencia para respaldar las afirmaciones de los militares — de la misma manera que los medios informativos se tragan y regurgitan las afirmaciones de los policías [en Estados Unidos] cuando matan a negros sin arma, como un acto de “defensa propia” y “homicidio justificado”. Pero en este caso la historia oficial rápidamente empezó a deshilacharse, debido en gran parte a los artículos del New York Times que desvelaban las mentiras de los militares.
En respuesta a esas denuncias, entre el 29 de agosto y el 13 de septiembre, los militares redoblaron esfuerzos, confeccionando una versión fantasiosa para “comprobar” que los asesinatos eran legítimos. El New York Times informa que los militares admitieron que “ellos no conocían la identidad” del hombre al que habían puesto en la mira, afirmaron que habían rastreado su automóvil, ya que realizaba “movimientos sospechosos” como “cargar paquetes pesados en el carro,” “posiblemente” había visitado una “supuesta ” casa de seguridad de ISIS, recogió y dejó pasajeros y así sucesivamente. Sobre la base de todo eso, ellos decidieron que tenían una “certeza razonable” de que había localizado a un objetivo de ISIS-K y “una certeza razonable” de que ellos quizá bombardearan un vecindario residencial hacinado y que “ninguna mujer, ni u otro civil no combatiente sería asesinado o herido”.
El 11 de septiembre de 2001 y la guerra DE terror de 20 años de duración de Estados Unidos
El 11 de septiembre de 2001 y la guerra DE terror de 20 años de duración de Estados Unidos
Con motivo del vigésimo aniversario del ataque del 11 de septiembre de 2001 contra las torres gemelas del Centro de Comercio Mundial en Nueva York, Andy Zee despeja las mentiras patrióticas y toda esa mierda (vídeo en inglés). Léalo también en forma de texto en español.
El colapso de las mentiras
El New York Times informó el 17 de septiembre: “Casi todo lo que los altos funcionarios de defensa afirmaron en las horas, en los días y en las semanas después del ataque de drones del 29 de agosto resultó ser falso”. Finalmente los “altos mandos del Departamento de Defensa” se vieron obligados a admitir que “el conductor del automóvil, Zemari Ahmadi, un trabajador de larga trayectoria de un grupo de ayuda estadounidense, no tenía nada que ver con el Estado Islámico”, y que todos los 10 civiles inocentes fueron asesinados por el misil estadounidense.
Pero a la vez que admitían ello, en esencia los funcionarios estadounidenses insistieron en que no era su culpa. El general Milley dijo: “Se trata de una horrible tragedia de guerra y rompe el corazón y nosotros estamos comprometidos a divulgar con toda transparencia lo que pasó en este incidente”. [énfasis añadido] El general McKenzie (bajo cuya autoridad se llevaron a cabo los asesinatos) dijo: “Nosotros no tuvimos el lujo de desarrollar un patrón de vida” de su objetivo. En otras palabras, era necesario “disparar primero and hacer preguntas después”. (Una vez más, la misma lógica usada por los policías asesinos para “justificar” sus asesinatos [en Estados Unidos].)
Pero ello es simplemente aún más mierda. Primero, de forma imprudente y desenfrenada llegaron a la conclusión de que Ahmadi era un terrorista de ISIS sobre la base de supuestas “pruebas” de acciones “sospechosas”. Luego llevaron a cabo su ejecución en medio de un barrio densamente poblado.
Tampoco fue una casualidad o “de una sola vez.” Durante el curso de la guerra, Estados Unidos lanzó más de 38.000 bombas sobre Afganistán y lanzó 12.000 ataques con drones. En julio de 2002 bombardearon una fiesta de bodas en Oruzgan, con un saldo de más de 30 personas muertas. El 4 de mayo de 2009, destruyeron las aldeas de Shiwan y Granai, con un saldo de 147 personas muertas. En octubre de 2015 redujeron a cenizas un hospital de Médicos Sin Fronteras en Kunduz, con un saldo de 42 afganos muertos. Se estima que al menos 111.000, y posiblemente más de 200.000 afganos han muerto debido a la guerra; decenas de miles de ellos eran civiles.
Y ahora, una vez más, incluso con su expulsión de Afganistán, Estados Unidos inflige asesinatos en masa desde el cielo — algo típico de estas fuerzas armadas “heroicas” para las que la vida de la población de Afganistán no cuenta para nada.
Como dijo Samia Ahmadi, uno de los hijos de Zemari que sobrevivió: “Estados Unidos nos usó para defenderse a sí mismo, y ahora han destruido a Afganistán”.