He notado un fenómeno que viene cobrando fuerza en MSNBC y otros medios establecidos: al mismo tiempo que el régimen de Trump y Pence recurre a un comportamiento cada vez más ultrajante, los varios críticos —cuando se les pide explicar una u otra acción o declaración monstruosa— mueven la cabeza y admiten que simplemente no entienden por qué alguien haría una cosa tan irracional, tan despistada, tan contra productiva, tan cruel. Hay una implicación sobreentendida que no es posible que el régimen entienda lo que está haciendo — lo que en turno sugiere que esto no puede continuar para siempre, que todo va a implosionar a causa de su incompetencia tan patente y/o su inconsciencia.
Lo primero que hay que señalar es que las palabras y acciones del régimen, por descabelladas que parezcan a cualquier ser humano racional, no son arbitrarias, y no son fanfarronadas nada más. Estos tipos quieren decir exactamente lo que dicen. Desde el principio, nos han dicho que tomemos las palabras de Trump “con seriedad, pero no de manera textual”, que él simplemente está “comunicándose con su base”, y que le pondrá rienda los “adultos en el lugar”, y quizás por nuestros “controles y contrapesos” (cada vez más míticos). Esta línea de razonamiento parte de la premisa de que Trump sea solamente otro político corrupto de la derecha extrema, que hace uso de una retórica exagerada simplemente para llamar atención, y que en realidad obedece los límites de las normas acordadas del comportamiento civilizado. Si hemos aprendido algo en el año y medio pasado, es que este régimen no tiene vergüenza, ni escrúpulos, ni límites.
Las tendencias fascistas en la política derechista no son nada nuevo, por supuesto; lo que pasa es que por lo general las encubrían (levemente) con un lenguaje codificado y de “silbato para perros”, que permitía que esos políticos y sus seguidores racistas y xenófobos negaran creíblemente lo que son. Pero este régimen es diferente. Ya no se encubren. Esto permite que sigan subiendo la apuesta. Una consecuencia de esto es que elimina el punto medio: esto se debe a que cualquier cosa que no sea sacarlos del poder significa, en esencia, aceptarlos y consentirlos, y allana el camino para más atrocidades.
La falta de reconocer estos hechos obvios por parte de los medios de comunicación hace patentes las limitaciones y los tapaojos autoimpuestos de su punto de vista: no pueden entiender, porque no pueden permitirse entender. Si lo hicieran, tendrían que lidiar con dos hechos sencillos: primero, que el país está encaminado inexorablemente al pleno fascismo; y segundo, que lo único que podría terminar esta pesadilla es un levantamiento público masivo y sostenido.
Ya sé, ya sé: que sólo faltan cuatro meses para las elecciones a mitad de mandato, la ola azul, que apoderémonos de la Cámara de nuevo, que concentrémonos en eso. Lo siento, pero eso es una estupidez. Hay ocho palabras sencillas que refutan ese camino: No se puede sacar al fascismo con votos. Si bien algunos de los comentaristas por fin están reconociendo que, caray, quizás estos tipos realmente sean fascistas, ninguno de ellos, al parecer, pueden hacer el salto mental a lo que eso podría implicar en términos de una estrategia viable.
Den un vistazo, y háganse la pregunta: ¿qué son dispuestos a hacer estos cabrones para quedarse en el poder? La respuesta es obvia: cualquier cosa. ¿Cómo ascendieron al poder en primer lugar? Con trucas: manipulando la circunscripción electoral, fraude, piratería por internet, privación del derecho a votar, etc. Ahora tienen casi dos años en el poder. Los Demócratas ganaron la elección de 2016 con tres millones de votos, y miren donde estamos; ¿realmente creen que 2018 nos vaya a salir mejor? (Ni siquiera abordaré lo inefectivo que ha sido la camarilla Demócrata; eso es otra caja de Pandora.)
Saben lo que es un trinquete, ¿verdad? Es una rueda dentada que sólo permite movimiento en una sola dirección. Si uno tratara de mover en otra dirección, no pasa. Así funciona la política fascista. Siempre y cuando todo anda en la dirección que ellos quieren, pueden seguir fingiendo que nada ha cambiado, que esto es lo de siempre. Pero en el momento que empiezan a perder —en las cortes, en los medios, en las elecciones, lo que sea— recurren a todos los trucos posibles — y nada está fuera de los límites.
Esto lo vemos en todas partes: en la batalla en la Suprema Corte (¿Merrick Garland? Jamás. ¿Gorsuch y Kavanaugh? Sería injusto demorar la confirmación ni un segundo), la Prohibición a los musulmanes, la inmigración, la EPA (Agencia de Protección Ambiental), en todas partes. Cualquier batalla que ganen, por más feo y mortal el resultado, por más impopular, ya estuvo, adelante, a seguirle. ¿Pero perdieron algo? No va a quedar así.
Acuérdense: un trinquete solo mueve en una sola dirección.
Si bien es alentador ver un nuevo nivel de disentimiento y protesta, no perdamos de vista el hecho de que a los fascistas les vale cacahuate lo que ustedes piensen o lo que piense el público — ni para quién y para qué voten.
Continuarán hasta que les obliguemos a detenerse. Y eso no va a lograr por los canales normales.
¿Entonces, qué hacemos? ¿Cómo ponemos alto a esta pesadilla? Incluso, ¿es posible?
No quiero dorar la píldora: no va a ser fácil, y no hay ninguna garantía del éxito. Pero, es posible. Millones de personas —casi seguramente la mayoría de los estadounidenses— odian esto y se angustian por lo que este régimen está haciendo a nuestro país, al mundo, y al propio planeta.
Imagínense si todas esas personas —todas— se lanzaran a las calles y permanecieran allí, exigiendo que el régimen sea expulsado del poder. ¿Qué pasaría? Nada sabe de ciencia cierta, pero hay varios ejemplos históricos que nos pueden dar unas claves. Aunque cada levantamiento tiene sus propias circunstancias particulares, cada uno nos presenta una instancia en que esta estrategia —donde un número cada vez mayor de personas se lanzaban a las calles y no regresaban a casa— funcionó concretamente.
En Egipto en 2011, Hosni Mubarak, que había permanecido en el poder durante treinta años, fue obligado a dejarlo después de menos de un mes de protestas masivas, desobediencia civil y huelgas generales. En Corea del Sur en 2016, la presidenta Park por fin fue sometida a un juicio político y condenada cuando tomaron las calles, primero cientos de miles, y después millones de personas. En el año en curso, en Armenia, la desobediencia civil masiva y una huelga nacional obligaron a Serzh Sargsyan a marcharse después de un arrebatamiento corrupto del poder.
¿Qué tienen en común estos levantamientos? Eran masivos, diversos, no violentos, sostenidos, y determinados. Cada uno creció hasta ser suficientemente grande que los poderes fácticos se vieron obligados a responder a sus demandas. Obviamente, esa no es la estrategia de primer recurso; en tiempos más normales, sería difícil movilizar a suficientes personas para crear una crisis de ese tipo. Pero, estos no son tiempos normales. Lo que este régimen anda haciendo le está sacudiendo a la gente profundamente; podemos ver la evidencia de eso en las protestas masivas, en enormes expresiones de apoyo y donaciones a la ACLU (Unión Americana de Libertades Civiles), Planned Parenthood, y otros grupos.
La repugnancia e indignación que siente la gente es auténtica. En este momento, la mayor parte de eso se canaliza hacia las elecciones a mitad de mandato. Pero, hagámosle frente: los Demócratas no van a detener esto. La dirección Demócrata ha puesto trabas a su ala progresista; ha despreciado a los pocos congresistas con principios, tachándolos de inconformistas indisciplinados, sin “civilidad”. Ni siquiera contemplarán un juicio de destitución — aunque semejante juicio debe ser obvio dado los crímenes monstruosos del régimen. Claro, quizás nos iba a ir mejor si los Demócratas controlaran la cámara y el senado (aunque es improbable que lo hagan). Pero ni eso solucionaría esta situación — y si canalizan la energía popular hacia caminos que casi seguramente fallarán, podría resultar en el desastre. Simplemente, esto ha avanzado demasiado. La estrategia inevitable de los Demócratas de “buscar puntos en común”, de transigir y capitular —ante el fascismo— es inadmisible.
Los políticos solamente hacen lo correcto si se les obliga a hacer lo correcto. Si bien tenemos que reconocer que hasta la fecha nada de la oposición ha llegado ni tantito a lo que se requerirá, sí existe un potencial profundo — pero solamente si se la transforme y se la imbuya de un entendimiento sombrío y honesto de lo profundo que es lo que nos confronta en realidad, además de un camino concreto para expulsarlo.
Para eso es el grupo Rechazar el Fascismo (RefuseFascism.org). Es el único grupo que ha planteado la demanda única y unificadora de que ¡El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse! Yo les recomiendo urgentemente a que lean su llamamiento, que ingresen, que donen, que hablen con sus amigos, familiares, y colegas, que sean una de las miles de personas ahora, que lleguen a ser decenas y luego cientos de miles, y al final millones, que se lancen a las calles —y permanezcan en las calles— hasta que se cumpla la demanda: En nombre de la humanidad, esta pesadilla tiene que terminar: ¡El régimen de Trump y Pence tiene que marcharse!