Mi familia, mis amigos y yo todavía no sabíamos si estaba recuperado del todo porque en dos ocasiones me bajaron la dosis de cortisona y tuve una recaída de los riñones. Cuando suspendí completamente la cortisona, temíamos que recayera, pero ese verano trajo muchos cambios a mi vida.
Unos profesores de inglés me propusieron para un seminario sobre John Milton, el poeta inglés que escribió Paraíso perdido (y Paraíso reconquistado), que se daría a los estudiantes del cuadro de honor ese verano. Éramos unos diez estudiantes y el profesor era Stanley Fish, un experto en Milton muy célebre, apenas unos pocos años mayor que nosotros; creo que tenía 24 años. Ahora es una importante figura académica e intelectual y yo he escrito unos cuantos comentarios sobre sus libros en los últimos años. En esa época no lo conocía, pero me interesaba la literatura inglesa, me interesaba escribir poesía y la idea me entusiasmó, así que cuando me invitaron a participar, acepté.
Nos reunimos varias horas al día, cinco días a la semana, durante varias semanas y resultó muy interesante. Una vez el profesor llevó a un conferencista a tratar ciertos aspectos de la obra de Milton. Yo tenía gafas oscuras y el conferencista me miraba y me miraba, y al fin no pudo más y se dirigió a mí: ¿Por qué tiene gafas oscuras en el salón? Por alguna razón yo tenía una respuesta lista y le contesté sin vacilación: Platón escribió que los ojos son el espejo del alma y yo no quiero que nadie se asome a mi alma. Todo mundo, incluido el conferencista, se rió.
Nuevas perspectivas
En ese seminario conocí a Liz, quien fue una fuerte influencia para mí. Yo tenía muchas ganas de meterme más en cuestiones políticas y ella era de una familia progresista (sus padres eran simpatizantes del Partido Comunista y ella conocía gente que tuvo que quemar sus libros marxistas durante el macartismo). Liz me radicalizó; ese otoño estalló el Movimiento pro libertad de expresión y me atrajo mucho, pero Liz me hizo meter mucho más a fondo en él.
Yo estaba pasando por muchos cambios en poco tiempo, tal como sucede cuando en el mundo se dan grandes sucesos uno tras otro. La crisis de los misiles de Cuba fue en 1962 y dos años más tarde China detonó una bomba atómica. Recuerdo que un día iba caminando con un conocido después de una marcha de derechos civiles contra una compañía que no contrataba negros y vimos un periódico con un titular enorme: "China detona bomba atómica". El otro chavo era más radical que yo en ese entonces y le dije:
--Uy, eso es peligroso, qué mala onda.
--No, a mí me parece bueno.
--¿Por qué? Ese Mao es un loco; es peligroso que tenga una bomba atómica.
--No, es bueno, porque así Estados Unidos no podrá joder a China tan fácilmente.
Como se ve en el comentario que hice sobre Mao, yo todavía aceptaba la propaganda anticomunista, pero estaba abierto. Mis prejuicios chocaban con una persona que veía las cosas de otra forma y me quería abrir los ojos; eso pasaba todo el tiempo. De modo que cuando él dijo lo que dijo, no lo descarté de plano; tampoco lo acepté del todo, pero fue una de esas cosas que se quedan dándole a uno vueltas en la cabeza.
Eso sucedía cuando Estados Unidos estaba escalando la guerra de Vietnam, en 1964 y 1965. Yo todavía no había tomado posición sobre Vietnam. Algunos del Movimiento pro libertad de expresión, como Mario Savio, criticaban la guerra de Vietnam, y a mí no me gustaba mucho que lo hicieran. Yo todavía estaba pensando qué posición tomar y opinaba que no debía ser una línea divisoria, o un punto necesario de unión, en el Movimiento pro libertad de expresión. Pero en tiempos como esos muchas cosas contradictorias le dan a uno vueltas en la cabeza.
Desgarrado por Kennedy y los demócratas
Retrocediendo por un momento, el asesinato de Kennedy fue un perfecto ejemplo de lo contradictorio de mis ideas en ese tiempo. Ese día fui a la universidad y todo mundo estaba sacudido y triste por el asesinato, llorando en público. Recuerdo que una compañera de clase se enojó conmigo porque yo estaba distante y no expresaba emoción. Pero cuando me caló, aunque parezca mentira, escribí un poema en memoria de Kennedy. Me sentía como Phil Ochs en esa época, cuando dijo que sus amigos marxistas nunca entenderían por qué escribió una canción positiva sobre Kennedy y por eso no era marxista. Esas palabras también me retratan a mí en ese tiempo.
Mi padre era del Partido Demócrata. Hacia el final de su vida, se hartó con todo el sistema por todas las injusticias de este país y las injusticias que este país comete en el resto del mundo; pero buena parte de su vida fue un demócrata liberal. Le ofrecieron trabajo en el gobierno de Kennedy, pero no lo aceptó porque yo estaba enfermo y no me podía mudar, y él no quería alejarse de mí. A mis padres les dolió mucho el asesinato de Kennedy y creo que mi padre leyó mi poema a Kennedy en una reunión conmemorativa.
Las ideas contradictorias que caracterizaban a mis padres, y a mí, en esa época son bastantes comunes en círculos progresistas. Uno ve muchas de las injusticias, las "heridas supurantes" de la sociedad, la destrucción de tanta gente, y ve, en parte, que los que gobiernan son responsables. Pero tiene la ilusión y la esperanza de que los podemos hacer recapacitar, los podemos hacer ver los problemas y, como tienen poder para solucionarlos, uno quiere creer que harán algo si ven el problema. Esa es una falsa ilusión difícil de dejar atrás; a mucha gente le cuesta mucho trabajo desechar esas ilusiones, y así sucedió conmigo.
De lleno a la vida estudiantil
A esas alturas, en 1964, finalmente pude irme de la casa. Como me perdí muchas experiencias sociales, quería vivir en las residencias universitarias, aunque ya estaba en el tercer año de clases. Sin embargo, persistía la duda de si mi salud podría tolerarlo. Entre otras cosas, yo tenía una dieta sumamente estricta y cada día tenía que contar los miligramos de sodio que comía. Finalmente tuve una conversación con mi médico y me dijo: Yo creo que has llegado al punto en que si eres cuidadoso con lo que comes, si no comes nada salado y no le pones sal a los alimentos, puedes vivir en una residencia universitaria. Ese era el gran interrogante; estaba bastante fuerte pero la cuestión era la comida porque si me descompensaba podría tener una fuerte recaída.
Un amigo de prepa, Tom, vivía en las residencias y nos pusimos de acuerdo para compartir un cuarto; eso me facilitó mucho la transición. Para mí fue un paso muy importante porque por varios años me tocó ser muy dependiente y, aunque quería a mi familia, quería empezar a vivir por mi cuenta.
Físicamente, todavía tenía las huellas de la enfermedad y todavía estaba tratando de superar las huellas psicológicas. Mis amigos me sacaban a fiestas y mi gusto por el canto me ayudó a salir del cascarón. No sé exactamente por qué ni de dónde saqué el valor, pero cuando iba a fiestas a veces me ponía a cantar, y no necesitaba trago ni mota. Cantaba canciones de R&B, de Motown y otras. También lo hacía en la residencia. Cuatro residencias tenían la misma cafetería y los domingos ponían un micrófono para hacer anuncios. Un domingo, alentado por mis amigos y también por iniciativa propia, me paré, tomé el micrófono y me puse a cantar una canción de Mary Wells que me encantaba: "Bye, Bye Baby". Todo el mundo respondió con entusiasmo, así que se volvió una institución dominical durante el tiempo que viví en las residencias.
Dylan y la "Beatlemania"
Recuerdo cuando los Beatles vinieron por primera vez a Estados Unidos y fue un gran acontecimiento. Salieron en un programa como The Ed Sullivan Show y en la residencia todos se reunieron a verlos por televisión; todos menos Tom y yo, pues no nos gustaban y además queríamos expresar que nos gustaba otra clase de música y que no íbamos a seguir el rebaño. En retrospectiva, explicando por qué no me gustaba Jimi Hendrix, he dicho que los amigos, la música y otras influencias de la preparatoria me dieron una visión "nacionalista estrecha" y pensaba: "¿Qué hace Jimi Hendrix tocando esa música psicodélica de hippies blancos?". Después vi que esa era una posición estrecha, que no capté algo nuevo que iba contra la corriente, y he tratado de aprender de eso, no solo en el campo de la música sino en general.
Aunque reconozco esa estrechez de miras, creo que la posición que tomamos Tom y yo tenía algo positivo: ¿por qué tanto alboroto porque vienen unos muchachos ingleses a cantar rhythm and blues? Recuerdo que un amigo me contó que en esa época fue a una competencia de pista en Los Ángeles y que Mick Jagger estaba en el mismo hotel que los atletas y un día varios atletas lo rodearon y le dijeron: Ah, conque eres un gran cantante. Se pusieron a cantar canciones de doo-wop y de rhythm and blues, y lo desafiaron: A ver, canta esta rola o esta otra. La anécdota me gustó y me hizo mucha gracia. Más o menos en la misma tónica, Tom y yo resolvimos no dejarnos arrastrar por la Beatlemania. Años más tarde le tomé gusto a John Lennon, de una forma diferente, especialmente por sus ideas políticas y sociales, pero también por su música; pero en esa época no nos dejamos llevar por la Beatlemania.
Bob Dylan era algo totalmente distinto. En la universidad teníamos un compañero que cantaba todo su repertorio musical y que además se parecía. Estoy seguro de que ese fenómeno se dio por todo el país y también estoy seguro de que a Bob Dylan no le gustaba esa clase de "imitación". Este chavo tenía armónica, guitarra y todo, y así fue como empecé a oír las canciones de Dylan. A medida que me politicé, le entré más a su música y recuerdo en especial el disco The Times They Are A-Changing (Los tiempos están cambiando). Efectivamente los tiempos estaban cambiando y eso sembró muchos conflictos generacionales.
Una vez que estábamos con mis padres, Liz y yo pusimos esa canción a todo volumen, como para restregárselas en las narices: "madres y padres, no critiquen lo que no entienden". Yo no quería nada con los Beatles, pero Bob Dylan hablaba de los trastornos sociales y políticos del momento de una forma que le llegaba a muchos chavos de la clase media, pero no solo a ellos. Al principio muchas de sus canciones eran sobre la lucha de derechos civiles, como "The Lonesome Death of Hattie Carroll", sobre el asesinato de una empleada doméstica negra por un hacendado joven blanco en Baltimore, y otras canciones sobre horrores similares. También me encantaba la poesía de Dylan; a mí me gustaba la poesía y ese aspecto de sus canciones me cautivaba. No lo veía como un blanco que se pone a imitar la música de otros. Lo veía como un músico poeta y como la voz de una generación que planteaba muchas cosas en un momento en que "los tiempos están cambiando".
Próxima semana: Nuevos amigos, nuevas influencias; Malcolm X; y Un pie aquí y el otro allá.