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Del Capítulo 9: "Llegando a ser comunista" (Leibel Bergman),

de una autobiografía de Bob Avakian

From Ike to Mao and Beyond
My Journey from Mainstream America to Revolutionary Communist

Entonces en nuestro grupo núcleo en Richmond habíamos unos cuantos que nos considerábamos activistas revolucionarios conscientes. Pero íbamos conociendo a muchas personas y la gente empezaba a enterarse de algo de nuestro trabajo y llamarnos desde diversas partes del Área de la Bahía e incluso otras partes del país, haciendo preguntas acerca de lo que hacíamos. Además, empezamos a conectarnos con otras personas con una política parecida a la nuestra. Íbamos más en la dirección de reconocer que era necesario tener mucho más claridad ideológica y en particular que era necesario tener bases mucho más firmes en el comunismo y la teoría comunista. Por ende, íbamos en esa dirección y veníamos conociendo a otras personas con una política parecida y hablando y luchando con ellas.

En cierto momento, decidimos que era necesario formar cierto tipo de grupo organizado no sólo en Richmond sino más ampliamente en el Área de la Bahía. Por eso, escribí un ensayo sobre nuestra posición, el cual hicimos circular a otra gente y llegó a ser la base de discusiones y la base de unidad, más o menos, para conjuntar personas, al comienzo solamente unas cuantas, a fin de formar algún tipo de grupo. No sabíamos con precisión qué tipo de grupo. Todavía éramos una colección mixta de ideologías pero claramente estábamos a favor de la revolución, tal como la entendíamos, e íbamos por el rumbo de abogar por el socialismo y el comunismo, a la vez que íbamos empezando a entender eso más a fondo.

Leibel Bergman

Por esos días tuve contacto con alguien quien tendría un papel muy importante en mi desarrollo pleno en un comunista y en darle más claridad ideológica a nuestros esfuerzos de formar la organización que luego sí formamos en el Área de la Bahía a fines de 1968, que llamamos la Unión Revolucionaria. Él se llamaba Leibel Bergman y había militado en el Partido Comunista en los años 30, 40 y comienzos de los 50. (Posteriormente también militó en PL por un corto tiempo, antes de decidir que realmente no iba por el rumbo correcto y que no podía ofrecer la necesaria alternativa al revisionismo del PC). Leibel era un comunista de larga trayectoria, pero rompió con el Partido Comunista en 1956 cuando éste asumió el programa de Jruschov de denunciar y calumniar efectivamente la experiencia entera del socialismo en la Unión Soviética hasta ese momento. Jruschov lo hizo en gran parte en la forma de denuncias a Stalin, pero lo hizo como parte de renunciar a los principios básicos del socialismo y del comunismo. Leibel hacía críticas a Stalin y al desarrollarse nuestro entendimiento teórico en la Unión Revolucionaria, empezamos a profundizar esas críticas a Stalin pero captamos que simplemente negar y echar por tierra toda la historia de la Unión Soviética bajo la dirección de Stalin iba a llevar de vuelta al cenagal de abrazar al capitalismo.1

Eso es una de las cosas que llegué a entender mediante muchas discusiones con Leibel. Él había escrito un ensayo que criticaba esa movida de parte del PC en Estados Unidos, de asumir ese programa de Jruschov. Y éste no simplemente denunciaba a Stalin; con eso y con la denuncia de Stalin como especie de ariete, Jruschov empezó a promover sus “tres pacíficas”: la “coexistencia pacífica” entre los países capitalistas y los países socialistas; la “competencia pacífica” entre el socialismo y el capitalismo; y la “transición pacífica” del capitalismo al socialismo. Es decir, Jruschov empezó a promover la idea de que la revolución ya no era necesaria, que de algún modo, por medios parlamentarios electorales y medios pacíficos era posible en general llegar al socialismo — que de algún modo los imperialistas permitirían crear una sociedad socialista y a la larga un mundo comunista, sin usar medios violentos para tratar de suprimirlo y ahogarlo en sangre. Leibel rechazó eso y escribió un ensayo que lo criticó el cual se hizo circular en el movimiento comunista no sólo en Estados Unidos sino en el mundo.

Como resultado de eso, Leibel fue invitado a China. Se fue a China como en 1965 y estuve allá cuando se lanzó la Revolución Cultural. Pasó unos años allá durante algunos de los puntos álgidos del auge de la Revolución Cultural y luego volvió a Estados Unidos. En cierto momento, se me acercó y me dijo: “Bueno, aparentemente tienes inclinaciones muy radicales y andas muy activo y parece que te opones fuertemente al chovinismo blanco” (así era la expresión que usó él). Él consideró que yo tenía el potencial de llegar a ser un comunista y decidió trabajar para desarrollarme a mí en uno.

Empecé a pasar mucho tiempo con él, y él ejerció una gran influencia sobre mí al animarme a leer mucha teoría comunista. Leí cosas como La historia del Partido Comunista de la Unión Soviética. Empecé a leer más que el Libro rojo, a adentrarme más en las Obras escogidas de Mao y otros escritos de Mao sobre la revolución china y sobre el comunismo. Empecé a leer los escritos de Lenin sobre el imperialismo y su famosa obra ¿Qué hacer? así como diversas obras de Marx y Engels (si bien tardía yo unos años antes de lograr aventarme a estudiar El capital de Marx y, después de alguna frustración y dificultad inicial para comprender el método de análisis de Marx, pude hacer el esfuerzo de leerlo todo y aprender muchísimo sobre la marcha). Además, con Leibel discutía y luchaba acerca de grandes cuestiones teóricas y políticas.

Leibel luchaba conmigo, a veces con sutileza, a veces muy agudamente. Por ejemplo, se celebraba a mitin en Berkeley que tenía algo que ver con el apoyo a la lucha del pueblo angoleño — en ese entonces Angola todavía era una colonia de Portugal y los revolucionarios angoleños libraban una lucha armada de independencia. En el mitin, los participantes debatían unos con otros acerca de Angola y la lucha de libertad allá y en cierto momento me puse de pie y di un discurso en apoyo a la lucha del pueblo angoleño, diciendo: “No importa que los portugueses piensen que los angoleños son una nación. No importa que todos los presentes piensen que los angoleños son una nación. No importa que yo piense que los angoleños son una nación. Lo que importa es que ellos creen que son una nación. Por eso deberían tener las posibilidades de liberarse”.

Leibel estuvo presente en el mitin y después me platicó sobre lo que dije. Dijo: “Bueno, sabes qué, planteaste varios puntos buenos, pero la manera en que lo hiciste no está bien. No se trata simplemente de lo que piense cualquiera, incluyendo el pueblo angoleño. Se trata de lo que es cierto objetivamente, de lo que es la realidad. Dado que es cierto que ellos son una nación oprimida, una colonia, pues deberían contar con apoyo en su lucha de liberación. Pero no se trata de lo que piense cualquiera. Se trata de lo que es la realidad”. Para mí, eso me dio una gran lección que todavía recuerdo hasta hoy día.

Por esos días salió un libro que tuvo mucha influencia en el movimiento radical. Se titulaba ¿Revolución en la revolución?, escrito por Régis Debray que ahora es un funcionario gubernamental burgués en Francia. En lo básico, expone la línea castro-guevarista sobre cómo hacer una revolución, específicamente en América Latina, y sostiene que no es necesario tener a un partido para dirigirla, simplemente es necesario tener un “foco” militar, en sus palabras — o sea, una fuerza militar que sería tanto la dirección política como el mando militar y que se desplazaría de un lugar a otros combatiendo y supuestamente regando las semillas de la revolución.

Este libro tuve una gran influencia sobre mí así que sobre otros conocidos. Pero el enfoque del libro, la posición esencial que planteaba, no era correcta y ejercía una influencia sobre las personas en una dirección equivocada. Me acuerdo haber discutido vigorosamente durante horas sobre el tema con Leibel pero que los argumentos de Debray me estaban convenciendo. En cierto momento, él se frustró mucho conmigo: en el curso de esta discusión, me dio una palmada en el muslo y me dijo: “Sabes qué, eres un imbécil”, por que yo me resistía tercamente a tomar en cuenta sus argumentos, que de hecho eran más correctos que los míos, y él resultaba frustrado. Pero por fin, me acuerdo de algo que de veras me impactó. Él dijo: “Toda esa línea de que no es necesario tener a un partido es realmente incorrecta, porque sin un partido no hay manera en que es posible basarla en el pueblo” — él hablaba de una lucha armada para la revolución en los países del tercer mundo. Le pregunté por qué.

Él dijo: “Porque a fin de basarla en el pueblo, es necesario hacer trabajo político en el pueblo. Es necesario organizar a las personas para llevar a cabo tareas económicas concretas, para llevar a cabo transformaciones de la economía y satisfacer sus necesidades económicas, hacer cambios de sus condiciones y relaciones sociales así como cambiar la política, la cultura y la ideología; y para hacer eso, es necesario tener una fuerza política que no sólo desplaza con el ejército de un lugar a otro sino que tiene raíces en el seno del pueblo y de hecho moviliza y dirige a las personas en lo político y en lo ideológico. El ejército es una fuerza aparte, que tal vez haga trabajo político pero que no puede reemplazar el proceso de echar profundas raíces y dirigir al pueblo a llevar a cabo estas transformaciones. Es necesario hacer eso con la dirección de un partido y sus cuadros — no es posible hacerlo con una fuerza armada compuesta de combatientes de tiempo completo y que tiene que desplazarse de un lugar a otro al hacer la guerra”. Eso fue algo muy profundo; me impactó de manera muy penetrante en ese entonces y desde ese entonces.

Continuará.

1. José Stalin dirigió al Partido Comunista de la Unión Soviética desde mediados de los años 20 hasta su muerte en 1953. Poco después de su muerte, Nikita Jruschov tomó las palancas del poder e instauró una forma de dominio capitalista con un disfraz socialista bastante tenue. Ver más sobre la evaluación de Stalin hecha por Bob Avakian, incluido su papel histórico y logros en general positivos junto con serias deficiencias y graves errores, en ¿Conquistar el mundo? Deber y destino del proletariado mundial, entre otras obras. [regresa]

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