El 25 de mayo, un hombre armado solitario aterrorizó y asesinó a 19 estudiantes y dos maestras dentro de la Escuela Primaria Robb en Uvalde, Texas, durante más de una hora mientras la policía se mantenía al margen y no hacía nada para detener al asesino.

Javier Cazares, cuya hija de cuarto grado, Jacklyn Cazares, murió en el ataque, corrió a la escuela cuando escuchó que había disparos y llegó cuando la policía se movilizaba afuera del edificio. Molesto porque la policía no hacía nada para detener el tiroteo, llamó a la gente: “Vamos a apresurarnos a entrar porque la policía no está haciendo nada de lo que se supone que debe hacer”. Y aunque la policía se negó a avanzar sobre el asesino, se formaron en cola, con rifles y pistolas eléctricas en la mano, para impedir que los padres y otras personas entraran a rescatar a sus hijos.

Contraste la parálisis policial en Uvalde con la manera en que, una y otra vez, la policía instantáneamente, casi instintivamente, abre fuego contra los indefensos negros, latinos, indígenas y otra gente de color, niños inclusive. La policía en las afueras de Filadelfia abrió fuego contra un automóvil lleno de personas inocentes y mató a Fanta Bility, de 8 años. La policía de Chicago disparó y mató a Adam Toledo de 13 años, en un instante cuando se volvió hacia ellos con las manos en alto. La policía de Detroit invadió el apartamento equivocado con una granada de choque e instantáneamente disparó y mató a Aiyana Stanley-Jones, de 7 años, que estaba durmiendo en un sofá. La policía de Cleveland asesinó a Tamir Rice, de 12 años, que estaba jugando con una pistola de juguete en un patio de recreo vacío menos de dos segundos después de llegar a la escena.

Lo que ilustra este marcado contraste es la profunda realidad de lo que ha dicho Bob Avakian: 

El papel de la policía no es de servir y proteger a la gente, es para servir y proteger el sistema que gobierna sobre la gente. De reforzar las relaciones de explotación y opresión, las condiciones de pobreza, miseria y degradación que el sistema ha impuesto sobre la gente y está determinado a mantenerla allí. La ley y el orden que representa la policía con toda su brutalidad y asesinato es la ley y el orden que refuerza toda esta opresión y locura.

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Mientras tanto, los voceros de ese sistema se apresuraron a defender a sus puercos policías. El gobernador de Texas, Abbott, un fascista fanático, primero dijo que la policía “mostró un valor increíble al correr hacia los disparos”. Y que “la razón por la que la cosa no fuera peor es porque los funcionarios encargados de aplicar la ley hicieron lo que hacen”. Más tarde fue obligado a retroceder cuando se revelaron los hechos, pero de lo contrario la mentira no habría sido cuestionada y propagada.

Tanto Trump como el odioso sapo fascista y senador, Ted Cruz, insistieron en no cancelar sus discursos ante la fascista Asociación Nacional del Rifle, y ambos solicitaron más policías armados en todas las escuelas (había docenas de policías armados dentro y fuera de la Escuela Primaria Robb mientras continuaba la masacre).

Biden canalizó el viejo estribillo obsceno de que las personas deberían consolarse (¡!) a sí mismas creyendo que “El Señor está cerca de los descorazonados y salva a aquellos con el espíritu quebrado”. Más necedades: en primer lugar, no existe ningún dios, y segundo, porque el representante en jefe de un sistema que ha batido el récord mundial de romper corazones y aplastar espíritus para expresar esas necedades muestra que “el Señor” es su primero y último recurso cuando no tienen ninguna otra cosa a fin de conseguir que la gente vuelva al redil después de que ese sistema haya causado estragos una vez más. Es su manera favorita de intentar conseguir que las personas se concilien con su opresión y la idea de que en realidad no se puede hacer nada. Y Biden también es tanto un paladín de la policía como lo es Trump, y el Partido Demócrata es un partido de marranadas de los puercos policías.