Edward O. Wilson, biólogo y autor de Harvard, murió el 26 de diciembre a la edad de 92 años. Rebasa el ámbito de esta carta examinar en detalle la metodología científica general de Wilson y sus aportes, tales como por ejemplo sobre el comportamiento social de las hormigas y sobre la biodiversidad, y su impacto en la sociedad. En este ensayo, me centraré brevemente en su aporte más duradero y, por desgracia, profundamente negativo: la resurrección del “biodeterminismo"1 en tanto un campo científico legítimo, mediante su promoción y popularización del concepto de la “sociobiología”.

En Sociobiología: La nueva síntesis, E.O. Wilson argumenta que la selección natural ha configurado desproporcionadamente los comportamientos sociales de todas las especies vivas, y se transmiten por medio de nuestros genes y que la evolución genética del comportamiento social “ventajoso” fue un esfuerzo por conservar los genes de una generación a otra. Como se ha demostrado repetidamente, esta visión biodeterminista es un ejemplo de la ciencia “basura”.
Sociobiología: La nueva síntesis es el título del libro de Wilson de 1975, en el que argumenta por primera vez, basándose en gran medida en sus investigaciones como entomólogo (científico que estudia los insectos), que el origen del “comportamiento social” humano, la forma en que nos relacionamos e interactuamos con los demás, nuestra moralidad, los tipos de organización social que desarrollamos, así como, en una medida importante, nuestras habilidades cognitivas, se determinaron de antemano en su inmensa mayoría por nuestros genes, las diminutas unidades biológicas de ADN de todas las especies vivas que llevan la información que constituye los caracteres heredados que se transmiten de una generación a otra. Según Wilson, este determinismo genético (determinado, definido y limitado por nuestros genes) es válido para la humanidad en su conjunto, y las características genéticas específicas del comportamiento social podrían aislarse en agrupaciones concretas (por ejemplo, las mujeres, los negros, etc.)
Para ser franco, Wilson en esencia argumentaba que la humanidad y nuestro potencial social colectivo como especie se limitan por una naturaleza humana inalterable (o invariable), incrustada en nuestra composición genética preexistente y determinada por ésta. Esto es lisa y llanamente basura científica — un ejemplo de ciencia mala
Como escribió Ardea Skybreak en su reseña de 1985 de NO ESTÁ EN LOS GENES, Racismo, genética e ideología, escrito por Richard Lewontin, Steven Rose y Leo J. Kamin (quizás la refutación más completa del libro Sociobiología de Wilson):
La sociobiología —que pretende derivar las características de los complejos comportamientos sociales y formaciones sociales (como las sociedades humanas), de supuestas propiedades de los genes y de las descabelladas especulaciones respecto al presunto valor adaptivo de diferentes configuraciones genéticas en el transcurso de la evolución biológica de nuestra especie— se ha convertido en la más concentrada expresión de la nueva ofensiva biodeterminista.
La sociobiología: Un ejemplo de la ciencia mala
La sociobiología es un ejemplo extremo de lo que Skybreak identifica como “ciencia mala”2, que ha tenido un impacto terrible más allá de los pasillos del mundo académico.
Wilson empleó lo que se conoce como “reduccionismo” para intentar explicar lo que Skybreak describe con precisión como los “complejos comportamientos y formaciones sociales” que caracterizan a la humanidad. De nuevo del artículo de Skybreak de 1985:
El reduccionismo explica las propiedades de todos complejos exclusivamente en términos de las propiedades de sus partes componentes, que son ellas mismas analizadas en forma aislada del proceso mayor. Tal reduccionismo analítico típicamente no reconoce la aparición de propiedades de la materia enteramente nuevas al nivel del todo más complejo y, a la inversa, ni siquiera reconoce que las partes componentes de un todo pueden manifestar propiedades resultantes de interacciones dentro del todo que sencillamente no tienen cuando están aisladas.
Esta comprensión con una fundamentación científica de la “aparición de propiedades totalmente nuevas...” es aplicable en general a la realidad. En este caso, tiene en cuenta no sólo las limitaciones biológicas que nos impone nuestra composición genética, sino su interacción más compleja con el resto de nuestro funcionamiento biológico (a nivel de órganos, o de todo el cuerpo), el entorno físico que nos rodea y, mucho más fundamentalmente, el contexto cultural y social más amplio, incluyendo y especialmente las ideas dominantes y el modo de producción subyacente de la sociedad en un período determinado3. Somos un producto de esta compleja mezcla interactiva, en un período determinado. Por eso tampoco existe una “naturaleza humana” inalterable. Lo que se considera una “naturaleza humana” “buena” y “normal” se ha transformado significativamente con el paso del tiempo y de la geografía — pensemos en la esclavitud, donde se consideraba que era normal poseer a otro ser humano, los períodos en que las razas diferentes del tercer mundo o las mujeres se consideraban abiertamente inferiores, etc.
Como señala más adelante Skybreak:
De hecho, no tiene validez la idea de que las diferencias individuales en las llamadas habilidades las determinan los genes. En primer lugar, todos los aspectos de un individuo reflejan la constante interacción entre su fenotipo (es decir, la suma de las características manifestadas por el individuo, resultante de la interacción de sus genes y su ambiente, pues el fenotipo no es fijo, sino que está en constante estado de cambio) y el medio externo4.
Desde el principio, el enfoque reduccionista de Wilson ignoró por completo y le restó importancia a esta compleja y dinámica interacción de diferentes factores, reduciéndola al gen, con lo que “fijó” tanto la naturaleza humana como su carácter inalterable.
Skybreak continúa en la siguiente afirmación (extraída de una sección más larga de la reseña que he incluido al final de esta carta):
De hecho, lo que resalta en la evolución humana es la extraordinaria flexibilidad de los individuos humanos, quienes son notablemente capaces de una amplia gama de comportamientos en respuesta a las cambiantes circunstancias sociales; además, esta flexibilidad y variabilidad es cualitativamente mayor a nivel de la sociedad humana, la cual desarrolla en mucho las capacidades humanas individuales y cuyos principios organizativos no pueden entenderse únicamente (ni siquiera principalmente) como colecciones de propiedades y actos individuales. Así que no es nuestra biología la que obstaculiza la emancipación de la humanidad de las anacrónicas relaciones sociales.
La sociobiología: herramientas dañinas y peligrosas de la opresión
El biodeterminismo y su última encarnación, la sociobiología, son modos de pensamiento ideológico extremadamente dañinos que penetran profundamente en nuestra sociedad, mediante los medios de comunicación, la cultura popular y diversas instituciones, desde la academia hasta la iglesia. Además del hecho de que es simplemente ciencia mala —que se interpone en el camino de determinar la comprensión más correcta de la realidad, tal como existe—, la sociobiología de Wilson se ha convertido en la piedra de toque científica para los argumentos dañinos, erróneos y pseudocientíficos que se han utilizado para justificar todo tipo de horrores y desigualdades producidos por el sistema capitalista-imperialista, de forma muy similar a la manera en que se ha utilizado la religión. Las comparaciones son instructivas.
Los oscurantistas religiosos declaran que el mundo es así porque “es el plan de algún ser sobrenatural o un ‘destino’ preestablecido”, como Dios quería. Aunque muchos sociobiólogos, incluido el propio Wilson, se declaran ateos (o “no religiosos”), su argumento sobre la manera de funcionar de la sociedad humana sigue prácticamente la misma línea. En lugar de un “ser supremo”, el gen se presenta como el árbitro último de por qué las cosas son como son — el gen como Dios.
Con eso como marco, se invierte la realidad científica y se considera que el capitalismo-imperialismo no es más que una extensión “natural” de nuestro “yo egoísta”, y se justifica que la naturaleza “perruna” del sistema fluye de una naturaleza humana inalterable5.

El gen egoísta de Richard Dawkins. Más ciencia “basura”. Según algunos biodeterministas, se supone que no sólo nuestros genes determinan el comportamiento social de los seres humanos sino que nuestros genes son naturalmente “egoístas”. De ese razonamiento es solamente un pequeño paso a argumentar que el sistema capitalista-imperialista es el “orden natural” de nuestro “gen egoísta”.
Una refutación científica liberadora y el camino hacia adelante
En primer lugar, no existe ninguna evidencia científica para que se pueda afirmar la existencia de una “naturaleza humana” inalterable predeterminada por nuestros genes. No existe un “gen egoísta” ni un “gen altruista”. De hecho, la investigación científica sigue revelando exactamente lo contrario, lo que refuerza la afirmación de Marx de que toda la historia humana encarna la continua transformación de la “naturaleza humana” en relación dialéctica con los cambios en la sociedad humana6.
En segundo lugar, existe una gran cantidad de evidencia científica, basada en estudios e investigaciones revisadas por pares, que desacreditan inequívocamente la sociobiología como basura no científica. En particular, véase el pasaje de Ardea Skybreak en el Recuadro adjunto.
No debería sorprender que, a pesar de haber sido desacreditada científicamente en toda su extensión7, la clase dominante y sus acólitos en el mundo académico y los medios de comunicación hayan promovido la sociobiología hasta los cielos.
En lugar de la ciencia basura propagada por los órganos e instituciones de este sistema, que se filtra al “individuo en la calle”, el que le hace eco, lo que hace mucha falta es lo siguiente:
Así que una vez más quisiera retomar la cuestión de la “naturaleza humana” — específicamente tratándose del avance al comunismo, que no sólo representa una transición más allá del capitalismo y sus vestigios en la sociedad socialista sino en un sentido más amplio representa una transición desde toda una época anterior de la historia humana —incluyendo la primera sociedad comunal así como las diferentes formas de sociedades de clases— hasta una época completamente nueva de la existencia humana. Esta nueva época, del comunismo, no representa alguna suerte de “estado perfecto” —uno en el que de alguna manera no existen contradicciones ni en los seres humanos ni en la sociedad humana— pero al contrario un “plano” completamente nuevo en el que los seres humanos seguirán interactuando, entre sí mismos y con el resto de la naturaleza, sobre una base radical y cualitativamente diferente a la manera en que se han expresado esas relaciones en el pasado. (Bob Avakian en Los pájaros no pueden dar a luz cocodrilos, pero la humanidad puede volar más allá del horizonte. Vea la sección "Socialismo y capitalismo, Constituciones y leyes: Semejanzas — y profundas diferencias").

Según el libro Sociobiología de Wilson, las diferencias genéticas entre los hombres y las mujeres eran tan grandes como “para ocasionar una división sustancial del trabajo, incluso en las más libres e igualitarias sociedades futuras ... aún con educación idéntica para hombres y mujeres y un acceso igual para todas las profesiones, es probable que los hombres mantengan una representación desproporcionada en la vida política, los negocios y la ciencia” (Wilson, 1980B).
La publicación de Sociobiología: La nueva síntesis de E.O. Wilson generó una amplia y poderosa respuesta de una generación de jóvenes científicos. La refutación más exhaustiva llegó con la publicación en 1985 del libro NO ESTÁ EN LOS GENES: Racismo, genética e ideología, del que son coautores Richard Lewontin, Steven Rose y Leo J. Kamin. Me he basado en gran medida en la reseña de Ardea Skybreak de ese libro y estoy incluyendo un extenso pasaje de la reseña donde los autores detallan y refutan las características específicas del “biodeterminismo”.
De “El libro No está en los genes y el inicio de la contraofensiva ideológica”, de Ardea Skybreak:
...estoy completamente de acuerdo con el énfasis que ponen los autores en que las teorías biodeterministas se originaron (y siguen siendo alimentadas) en relación con una función social específica que es justificar el orden establecido y desalentar los trastornos y perturbaciones sociales. Esto está especialmente claro dadas las características comunes a todas las teorías biodeterministas que los autores extractan de la siguiente manera:
Primero, se afirma que las desigualdades sociales son una característica directa e ineludible de las diferencias entre los individuos intrínsecos. En segundo lugar, mientras que la ideología liberal ha seguido un determinismo cultural subrayando las circunstancias y la educación, el determinismo biológico considera que tales triunfos o fracasos de la voluntad y del carácter están codificados, en gran parte, en los genes del individuo; el mérito y la habilidad se trasmitirán de generación en generación dentro de las familias. Por último, se afirma que la presencia de tales diferencias biológicas entre los individuos conduce por necesidad a la creación de sociedades jerárquicas, ya que es propio de la naturaleza determinada biológicamente, formar jerarquías de status, riqueza y poder. Los tres elementos son necesarios para conseguir una justificación completa de las estructuras sociales actuales. (p. 88).
Gran parte de No está en los genes está dedicada a la refutación punto por punto de estas tres afirmaciones, las cuales no tienen validez científica. Un importante argumento del determinismo burgués es que las diferencias dentro de la sociedad son “justas e inevitables porque son naturales” (p. 90), supuestamente producto de diferencias en las habilidades de los individuos biológicamente determinadas. Se presenta el argumento de que “la vida es como una carrera pedestre. En los malos viejos tiempos aristócratas tenían una cabeza de ventaja (o se les declaraba vencedores de hecho), pero ahora todos salen juntos para que gane el mejor — siendo éste determinado biológicamente” (p. 89). Si no se triunfa es porque no se tiene lo que se necesita. Pero, de hecho, no hay conexión causal entre las habilidades y capacidades intrínsecas del individuo y su posición particular en la sociedad (p. ej., el número de doctores no lo determina el número de personas capaces de llegar a ser doctores, sino lo determinan consideraciones económicas más amplias). No hay base biológica para la afirmación de Jensen de que “debemos asumirlo, la clasificación de las personas dentro de roles ocupacionales no es ‘justa’ en ningún sentido. Lo mejor que podemos esperar es que el verdadero mérito, dada una igualdad de oportunidades, actúa como base de la dinámica clasificatoria natural” (citado en la p. 89); ni para la afirmación de O. E. Wilson de que la probabilidad de que las diferencias entre hombres y mujeres se sustenten lo suficiente en los genes como para ocasionar una división sustancial del trabajo, incluso en las más libres e igualitarias sociedades futuras ... aún con educación idéntica para hombres y mujeres y un acceso igual para todas las profesiones, es probable que los hombres mantengan una representación desproporcionada en la vida política, los negocios y la ciencia” (Wilson 1980B, 191).
Y, ciertamente, no hay bases para creer que los gobernantes de la sociedad contemporánea gobiernan porque sean biológicamente superiores y estén mejor dotados para mandar y de allí que sean más resistentes a ser derrocados, como lo sugiere Richard Hernstein, de Harvard, en esta asombrosa afirmación: “Las clases privilegiadas del pasado no eran muy superiores biológicamente a las oprimidas, motivo por el que la revolución tenía buenas posibilidades de éxito. Al eliminar las barreras artificiales entre las clases, la sociedad ha estimulado la creación de barreras biológicas. Cuando la gente pueda acceder a su nivel natural en la sociedad, las clases más altas tendrán, por definición, mayor capacidad que las inferiores” (citado en la p. 89).
De hecho, no tiene validez la idea de que las diferencias individuales en las llamadas habilidades las determinan los genes. En primer lugar, todos los aspectos de un individuo reflejan la constante interacción entre su fenotipo (es decir, la suma de las características manifestadas por el individuo, resultante de la interacción de sus genes y su ambiente, pues el fenotipo no es fijo, sino que está en constante estado de cambio) y el medio externo. Es esta interacción dinámica la que da lugar a (o suprime) la infinita variedad de comportamientos humanos individuales. El individuo no está en un vacío sino en un contexto social desde sus más remotos comienzos. De allí que los autores de No está en los genes enfaticen que no se puede tratar “al individuo como ontológicamente previo a lo social”, y sin embargo es precisamente esto lo que hacen incesantemente los biodeterministas (más sobre esto posteriormente). En efecto, todo lo que se conoce hoy de los mecanismos del cambio evolutivo biológico y genético de la población va en contra de la existencia de genes específicos que codifiquen complejos comportamientos sociales, bien sea expresados a nivel de los individuos o, más ampliamente, de la sociedad. Por último, no existe tal cosa como una naturaleza humana (una colección de características individuales y sociales fijas que llevan inevitablemente a formas particulares de organización social y, especialmente, a diversos tipos de jerarquías) rígidamente predeterminada y biológicamente basada. De hecho, lo que resalta en la evolución humana es la extraordinaria flexibilidad de los individuos humanos, quienes son notablemente capaces de una amplia gama de comportamientos en respuesta a las cambiantes circunstancias sociales; además, esta flexibilidad y variabilidad es cualitativamente mayor a nivel de la sociedad humana, la cual desarrolla en mucho las capacidades humanas individuales y cuyos principios organizativos no pueden entenderse únicamente (ni siquiera principalmente) como colecciones de propiedades y actos individuales. Así que no es nuestra biología la que obstaculiza la emancipación de la humanidad de las anacrónicas relaciones sociales.