Una migrante llora por alguien que conoce y que resultó herido en el incendio mortal en un centro de detención en Ciudad Juárez, México, 27 de marzo de 2023. AP
3 de abril de 2023. La semana pasada, el día después de que un incendio en un centro de detención en Ciudad Juárez, México, segara la vida de 39 migrantes provenientes de seis países latinoamericanos, las familias de tres jóvenes —Dikson Aron Córdova, Edin Josué Umaña y Jesús Adony Alvarado— se reunieron en Protección, una aldea empobrecida del oeste de Honduras. Los tres habían partido juntos, tratando de alcanzar a Estados Unidos. Cada uno esperaba encontrar un trabajo y enviar dinero a sus familias. Sus nombres figuraban en una lista de víctimas, pero no se sabía si estaban vivos o muertos. José Córdova Ramos, padre de uno de los hombres, dijo sobre el calvario que él y los demás estaban viviendo: “Uno quiere ser fuerte, pero son golpes duros. Son insoportables”.
En Ciudad Juárez el 28 de marzo, una venezolana, que hace poco había salido de un centro de detención femenil, dijo en una protesta en demanda de justicia para las víctimas del incendio: “Estuvimos allí no hace mucho. Pudiéramos haber sido nosotros muriéndonos allí como animales, como cerdos sacrificados en un incendio. ¿Acaso importa? ¿Importan nuestros nombres a alguien?”
Las opciones a las que se enfrenta la gente
¿Por qué alguien metería todo lo que tiene en una mochila y emprendería un viaje de 3.000 kilómetros a pie? ¿Por qué elegiría dejar a todos sus seres queridos y partir hacia un lugar en el que nunca ha estado; un lugar donde la gente habla un idioma que no conoce, donde mucha gente lo odia sin saber nada de él salvo el color de su piel? ¿Por qué irían, sabiendo que serán objeto de terror, tal vez el robo, golpes y violaciones, por la policía, los militares y las bandas de delincuentes, con la posibilidad, una entre mil, de llegar a Estados Unidos y conseguir un trabajo de mesero, procesador de pollos o limpiador de casas ajenas?
La Guardia Nacional mexicana ataca con violencia a una caravana de migrantes rumbo a Estados Unidos.
La gente toma decisiones, pero no les toca elegir cuáles decisiones puede tomar. Los migrantes que murieron en Juárez tuvieron que tomar decisiones terribles. Pero, ¿quién tomó esas decisiones? ¿Qué determinó que ESAS fueran las decisiones? Como Bob Avakian escribió en Sobre “Lo que uno elige”... y cambios radicales: “[U]no no elige en un vacío. Lo hace en el contexto de las relaciones sociales en el que está enredado y las opciones que tiene dentro de dichas relaciones — las que no son de su propia elección. Enfrenta esas relaciones, no las elige”.
Los tres jóvenes hondureños se enfrentaron a las relaciones del sistema imperialista. El imperialismo no es sólo una palabra intelectual. Tiene un significado real y consecuencias reales en la vida de millones de personas. Aplasta vidas y espíritus. Envenena el planeta. Configura todas las decisiones que tome la gente, lo sepa o no.
En las numerosas entregas de la serie “Crimen Yanqui” de Revolución, se pone al descubierto lo que el imperialismo estadounidense ha hecho en México y Centroamérica: décadas de explotación implacable, guerras genocidas, destrucción de la agricultura de subsistencia, contaminación desenfrenada de la tierra, el agua y el aire, cambio climático devastador, acelerando y agudo, empobrecimiento en masa en el campo, millones de personas obligadas a vivir en míseros barrios marginales urbanos. Lean cómo Estados Unidos ha creado una catástrofe de sufrimiento humano en Venezuela. Todo esto es imperialismo en acción.
Bob Avakian escribe que una de las tres cosas que tiene “que ocurrir para que haya un cambio duradero y concreto hacia lo mejor: Las personas tienen que reconocer toda la historia propia de Estados Unidos y su papel en el mundo hasta hoy, y las correspondientes consecuencias terribles”.
Lea la Serie Crimen Yanqui.
El sistema imperialista obliga a innumerables personas a llevar una vida insoportable e invivible, mientras enriquece a un puñado de personas que controla no sólo enormes riquezas, sino también los medios para producirlas: la clase dominante del sistema. El imperialismo restringe y limita las decisiones a las que se enfrenta la gente, de modo que una mujer, ante la posibilidad de que su hija pequeña muera de hambre, “decida” llevar a su hija en un viaje que dura meses, pasando por un frío glacial y un calor abrasador, conocedora de que, si logra llegar hasta el final, tendrá que cruzar túneles de alambre de cuchillas patrullados por robo-policías fuertemente armados. Le dirán que “enseñe sus papeles” antes de que pueda seguir adelante. Y es muy probable que la devuelvan a las calles de una ciudad merodeada por soldados y policías con armas automáticas en busca de migrantes; una ciudad tristemente célebre en todo el mundo por la violencia contra las mujeres.
Este es el tipo de decisiones que el imperialismo les ofrece a las masas. Piense en la vida de Dikson Aron Córdova, Edin Josué Umaña y Jesús Adony Alvarado. Piense en las decenas de millones de personas como ellos, sin dinero y sin patria, vilipendiados por los fascistas y racistas estadounidenses, a los que los patean como si fueran balones de fútbol para satisfacer las necesidades de diferentes sectores de la clase dominante de Estados Unidos. Sus decisiones se tomaron antes de que nacieran. Piense en el sistema que causó su sufrimiento.
Y luego piense en lo que Bob Avakian ha dicho sobre la decisión a la que nos enfrentamos:
…tenemos dos opciones: o vivir con todo eso —y condenar a las generaciones del futuro a lo mismo, o a cosas peores, si es que siquiera tengan un futuro— o, ¡hacer la revolución!
— Bob Avakian, de su discurso filmado Por qué nos hace falta una revolución real y cómo concretamente podemos hacer la revolución.