En esa época, el entrenador de baloncesto de la prepa Berkeley High era un cristiano fundamentalista, Sid Scott, y siempre andaba sermoneando a los jugadores sobre religión. También era un gran racista. En todos mis años de prepa, y antes, el equipo titular siempre tenía tres jugadores negros y dos blancos. Mis amigos y yo tratábamos de explicarnos por qué siempre era así, pues aunque a veces había chavos blancos que debían estar entre los titulares, muchas veces era obvio que debían ser cinco chavos negros o por lo menos cuatro. Yo pensaba que el entrenador opinaba que, si tenía cuatro jugadores negros y uno blanco, los cuatro aislarían al blanco y no jugarían juntos, lo cual era ridículo; y si ponía a cinco negros, pensaba que la disciplina del equipo se iría al diablo y que sería un barullo indisciplinado, lo cual también era ridículo. Tampoco podía poner menos de tres negros porque sería inaceptable considerando quiénes formaban el equipo y lo buenos que eran los distintos jugadores. Así lo analizaba yo.
Pero cuando hablaba con mis amigos negros, varios de ellos jugadores del equipo, me explicaban con mucha paciencia: mira, no es solo Sid Scott, son los ex alumnos y cosas que vienen de arriba de la escuela, la gente de autoridad de la escuela, no quieren un equipo negro. El entrenador sí es un pinche racista y todo eso, pero no es solo él. Yo les contestaba que era el entrenador, que era un pinche racista, pero ellos tenían más razón que yo.
Mis amigos y yo nos visitábamos, nos quedábamos a dormir y nos poníamos a hablar de todo eso; especialmente cuando el movimiento de derechos civiles cobró fuerza, se filtró a todo y la gente expresaba directa y firmemente lo que le dio vueltas en la cabeza por muchos años. Una vez, en mi último año de prepa, fuimos a un partido nocturno de fútbol. Fue algo excepcional; nunca teníamos partidos nocturnos pues la dirección de la escuela temía que se armaran peleas debido a "la naturaleza del estudiantado". Creo que ese fue el único partido nocturno que tuvimos. Fuimos en camión a Vallejo, que queda como a 20 ó 25 millas de Berkeley, y el viaje duró como una hora.
De ida y de regreso yo me senté con unos amigos negros del equipo y nos metimos en una conversación muy profunda sobre por qué hay tanto racismo en este país, por qué hay tanto prejuicio, de dónde viene, si se podrá cambiar y cómo cambiarlo. Ellos hablaban y yo escuchaba. Lo recuerdo muy profundamente; en esa hora aprendí más de lo que aprendí en muchas horas de clase, inclusive de los mejores maestros. Esas discusiones sucedían a todo momento, pero ese viaje fue una oportunidad concentrada de hacerlo. Muchas veces, cuando íbamos a partidos nos poníamos a hablar de tonterías, de cosas de muchachos; pero a veces, nos enfrascábamos en conversaciones muy serias como esa. La ocasión tenía algo especial porque era de noche y la oscuridad era propicia para una conversación más seria.