Entre algunos “socialistas democráticos” —cuyo programa en realidad no tiene por objeto realizar el socialismo, pero más bien representa un intento ilusorio de hacer que el capitalismo sea “más democrático” y menos desigual— hay una noción del “control democrático obrero” de la economía y en particular de los lugares donde trabajan. (Algunos anarquistas y otros “izquierdistas” también propagan una idea semejante.) Como indica el título de este artículo, eso es imposible bajo el capitalismo y en realidad obra en contra de la verdadera transformación socialista de la sociedad —y en última instancia del mundo en su conjunto— hacia la meta de abolir todas las relaciones de explotación y opresión, con la realización del comunismo a nivel mundial.
El “control democrático obrero” es imposible bajo el capitalismo: porque el capitalismo es un sistema en que las unidades de la economía —empresas, corporaciones, etc.— son la propiedad privada de capitalistas que las operan según el principio capitalista de la maximización de ganancias, las cuales los capitalistas acumulan explotando a los trabajadores en su empleo. Estos capitalistas están metidos en una feroz contienda entre sí, y están impulsados por dicha contienda, no solamente en un país particular sino a escala mundial. Esto los impele a buscar las condiciones más rentables de la producción, que incluye buscar situaciones, especialmente en los países pobres del tercer mundo (América Latina, África, el Medio Oriente y Asia), donde pueden explotar a las personas más despiadadamente.
Y el “control democrático obrero” sería destructivo para el socialismo auténtico: porque, en una sociedad verdaderamente socialista, arrancar de raíz los elementos residuales (o vestigios) de explotación, desigualdad y opresión que quedan como “restos” del capitalismo solamente se puede lograr con la transformación revolucionaria de la sociedad en su conjunto, sobre la base de una economía en la cual los medios de producción (tierra, fábricas y otras instalaciones de producción, máquinas y otra tecnología) son propiedad pública y no propiedad privada —y el objetivo es convertir estos medios de producción en la propiedad común de la sociedad en su conjunto— en lugar de ser la propiedad de diferentes grupos de personas que trabajan en diferentes partes de la sociedad. Sobre la base de esta propiedad pública de acuerdo con un plan general que abarca toda la sociedad, también se socializa la riqueza que se produce, y la asignación y distribución de esta riqueza — encarnado en un gobierno y llevado a cabo por un gobierno que de hecho representa los intereses de las masas de personas e institucionaliza los medios y vehículos para su participación activa y cada vez más consciente en la transformación de la sociedad. (Y, como abordaré más en el curso de este artículo, en una economía socialista autentica, la centralización, al nivel de la sociedad en general, es —y tiene que ser— principal, a la vez que la descentralización en los niveles menores y locales es secundaria y está subordinada a la centralización).
Es más, debido al desarrollo disparejo de las cosas —y específicamente en vista de que la maduración de posibilidades revolucionarias no ocurre en el mismo momento en todas partes del mundo— las revoluciones para establecer el socialismo por necesidad se llevarán a cabo en diferentes momentos en diferentes países. Y, si bien es posible desarrollar el socialismo en un país especifico durante cierto tiempo, no es posible continuar por un tiempo indefinido el desarrollo y la transformación socialista en un país específico, de por sí y en sí.
En todo esto, es crucial entender que el socialismo es, a la vez, un sistema de relaciones económicas, sociales y políticas, y en lo más fundamental es una transición —del viejo sistema explotador y opresivo, al sistema del comunismo, con la abolición de toda explotación y opresión— lo que sólo se puede realizar completa y finalmente a escala mundial, y no dentro de un país específico de por sí.
Esta comprensión es una fundamentación crítica y es necesario que conforme cualquier discusión y evaluación sobre la orientación, enfoque, política y acción en la sociedad socialista.
Principios fundamentales del desarrollo socialista
Como pone en claro la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, de mi autoría: El sistema económico socialista, en que los medios de producción son propiedad pública, representa los más altos intereses de la gente anteriormente explotada y oprimida, y de las masas de personas en su conjunto, y “permite que la sociedad consciente y colectivamente utilice y desarrolle las fuerzas productivas sociales a fin de transformar la sociedad y el mundo y de capacitar a la humanidad para verdaderamente encargarse del planeta y cuidarlo”1.
Este sistema hace que sea posible llevar a cabo el desarrollo general sin las dinámicas y consecuencias caóticas, destructivas y “desequilibradas” que son una parte integral del capitalismo. Como una parte clave de eso, es posible apoyar a sectores de la economía socialista que son estratégicamente importantes para el desarrollo y transformación socialista general pero que quizá no generen muchos ingresos positivos o que no generen ningún ingreso positivo en un momento dado. Hace que sea posible la flexibilidad necesaria en el desarrollo de la economía (y la planificación tiene que incluirla). Entre otras cosas, esto sienta la base para asignar recursos y fondos rápidamente para lidiar con circunstancias inesperadas, entre ellas emergencias surgidas de desastres naturales (tales como inundaciones, huracanes e incendios forestales), etc.
Pero esta propiedad pública, si bien es esencial, no garantizará de por sí que el desarrollo económico de hecho se realice con lineamientos socialistas (y no con lineamientos capitalistas). Una economía que se desarrolle sobre una base auténticamente socialista debe y puede “capacitar a las masas populares para que cada vez más dominen colectivamente los procesos económicos”. Por eso la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte también enfatiza lo siguiente:
Para desarrollar la economía de acuerdo a lineamientos socialistas, se necesita poner la política revolucionaria al mando de los asuntos económicos. Para alcanzar las metas y resolver los problemas de producción, el estado tiene que movilizar la actividad consciente del pueblo según los principios y los objetivos establecidos aquí y en otras partes de la presente Constitución2.
Pero lo siguiente también es de importancia decisiva: Es necesario que este activismo consciente se oriente y se fundamente, en primer lugar y ante todo, no en términos de los intereses particulares de individuos, o de unidades o sectores individuales de la economía, pero más bien de acuerdo con los intereses y objetivos más amplios de transformar toda la sociedad, y en última instancia todo el mundo, para poner fin a todas las relaciones de explotación y opresión — lo que abrirá la posibilidad de dimensiones totalmente nuevas de libertad para las masas de personas y en última instancia para toda la humanidad, tanto colectiva como individualmente.
En una sociedad socialista de este tipo, hay previsiones para mucha iniciativa local, incluida la de las personas que trabajan en diferentes unidades y sectores de la economía. Pero, una vez más, esto es —y tiene que ser— una iniciativa sobre la base y en el marco de la propiedad socializada de los medios de producción y la apropiación socializada de lo que se produce, y la planificación centralizada respecto a la asignación y la distribución de la riqueza social: no simplemente previsiones para los ingresos individuales (en la forma del pago por el trabajo) pero, sobre todo, para los objetivos y procesos esenciales de la sociedad socialista, lo que supone la asignación de recursos y fondos a diferentes partes de la sociedad y a diferentes sectores de la economía, a esferas como la educación, la ciencia, el arte y la cultura, la defensa y la seguridad, al cuidado médico y otros servicios sociales, a la superación de los desigualdades que continúan — y al apoyo para luchas revolucionarias por todo el mundo, con la orientación del objetivo fundamental de realizar el comunismo. Y esta socialización, en la que la centralización es principal, hace que sea posible hacer todo esto sobre una base y de una manera que contribuya y promueva al desarrollo sustentable y que lidie con la aguda crisis ambiental que la humanidad enfrenta.
En oposición a esta orientación y enfoque, el “control democrático” de las unidades de la economía, ejercido por las personas que trabajan ahí, en realidad obraría en contra de la transformación de la sociedad para arrancar de raíz los elementos residuales de la desigualdad, la opresión y la explotación que quedaran como “restos” del capitalismo. Aparte de los aspectos que quedaran de las relaciones opresivas basadas en la opresión por nacionalidad (o “raza”) y género, que pueden seguir persistiendo en cualquier momento dado, dichos elementos residuales (los “restos del capitalismo”) también incluyen las contradicciones entre diferentes tipos de trabajo, y en particular la contradicción entre el trabajo intelectual y el trabajo físico (mental y manual); las diferencias entre diferentes sectores de la economía (en términos de qué tan “rentable” lo son, en cualquier momento dado); las diferencias entre diferentes regiones del país (su nivel de desarrollo económico, etc.). De importancia crítica en todo eso es el hecho de que, debido a estas diferencias residuales (y a otros factores), los intercambios entre las empresas, los sectores de la economía, y demás, durante un tiempo tendrán que implicar cálculos del valor monetario — tendrán que tomar en cuenta la realidad de que esta situación implica aspectos del intercambio de mercancías, y la ley del valor, al mismo tiempo que es necesario ir restringiendo esto cada vez más a medida que la economía y la sociedad en general avancen por el camino del socialismo (vea la nota 3 al pie)3.
Si cada unidad de la economía es, en efecto, “autónoma” —si las decisiones esenciales sobre cómo operan esas unidades, y cómo hacen los intercambios con otras unidades, quedan principal y finalmente en manos de los que trabajan en esas unidades— pues se intensificarán todas estas contradicciones. Si no se hacen las cosas de acuerdo con un plan general que abarca toda la sociedad, el que establece los términos básicos para la forma en que opere la economía en su conjunto y en que operen diferentes unidades y sectores de la economía —lo que incluye los intercambios entre diferentes unidades y sectores—, pues las unidades y sectores particulares serán impelidos a “operar por su cuenta” y a proseguir sus propios intereses particulares. En esa situación, lo que quizá beneficie a una unidad o sector particular de la economía bien podría perjudicar a otras partes de la economía, y al desarrollo de la economía y la sociedad en general — sobre una base socialista. (Por ejemplo, una fábrica que adquiere su maquinaria a otra fábrica sería impelida a buscar un precio bajo para esa maquinaria; y, en cambio, buscaría conseguir el mejor precio posible para los productos que vende a otro sector de la economía. De no hacerlo así, en esa situación, esa fábrica particular correría el peligro de “irse a pique” —de ser “exprimida desde los dos lados y expulsada”— con unos precios muy altos para el material que requiere y con unos precios muy bajos para sus productos). A la luz de los tipos de diferencias materiales residuales en la sociedad que he mencionado aquí, así como las influencias continuas de la ideología capitalista, incluida la noción de “velarse por uno mismo” por encima del bien social más amplio, en una situación donde las unidades de la economía son “autónomas”, los mismos problemas básicos podrían resultar de aumentar los salarios de los trabajadores en una unidad o sector particular de la economía, a iniciativa de los trabajadores ahí, en vez de haber determinado esos salarios por medio de un plan general a nivel de toda la sociedad y la toma de decisiones centralizada. Por las mismas razones básicas, también tenderían a agravarse las desigualdades entre aquellos que trabajan al interior de unidades particulares de la economía —por ejemplo, las diferencias entre los individuos que están en la gerencia y los que llevan a cabo el trabajo productivo material, y otras diferencias en el tipo de trabajo— en esta situación en que las unidades de la economía en efecto actúan “por sí solas”, en ausencia de un plan socialista general que abarque la sociedad en su conjunto, o en oposición a semejante plan.
Resumiendo, en términos básicos: En esta situación de “control democrático obrero”, las unidades y sectores de la economía tendrían que operar sobre lo que es en esencia una base capitalista. Las diferencias que encarnan desigualdades —en la economía y en la sociedad en su conjunto— aumentarían en vez de ser restringidas y, a la larga, superadas. Esto minaría los cimientos del socialismo y propulsaría las cosas por el camino de restaurar el capitalismo en la sociedad en general.
Más allá de eso, como también se enfatiza en la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, la orientación de la sociedad socialista tiene que ser internacionalista — y, como una expresión de esto:
Si bien presta la debida atención a satisfacer, sobre una base cada vez más amplia, las necesidades materiales, intelectuales y culturales de los habitantes en este estado [socialista] y a fomentar la mayor transformación de esta sociedad para seguir arrancando de raíz las desigualdades sociales y los aspectos que queden de explotación y opresión, el estado socialista debe darle la prioridad fundamental al avance de la lucha revolucionaria y el objetivo final del comunismo por todo el mundo y adoptar y llevar a cabo políticas y acciones que concuerden con esta orientación internacionalista y la pongan en práctica4.
Por las mismas razones básicas que se han explayado aquí, esta orientación internacionalista, también, se minaría seriamente si aquellos que trabajan en ciertas unidades de la economía procuraran implementar el “control democrático” de dichas unidades.
Una ilustración concreta de estas verdades básicas
La orientación, los enfoques y las políticas fundamentales de una economía socialista auténtica —que funciona sobre la base de los principios abordados aquí, entre ellos el tratamiento correcto de la contradicción entre la centralización y la descentralización— se establecen en la Constitución para la Nueva República Socialista en América del Norte, en el Artículo I, Sección 2A, y se explayan con mayor detalle en el Artículo IV.
A manera de ilustración adicional, con ejemplos vivos, de lo que se ha esbozado y enfatizado hasta este punto, cabe recurrir a un artículo importante que aborda la experiencia pionera en China durante la Revolución Cultural ahí (desde mediados de los años 1960 hasta 1976) cuando China era un país socialista, con la dirección de Mao Zedong. (Un poco después de la muerte de Mao, en 1976, el socialismo fue derrocado y el capitalismo fue restaurado por medio de un golpe de estado contrarrevolucionario bajo la dirección de Deng Xiaoping, un funcionario de alto rango de larga trayectoria en el Partido Comunista de China quien, no obstante, fue —como Mao describió de manera concisa— “un dirigente seguidor del camino capitalista”.) Este artículo refuta los ataques contra la experiencia revolucionaria de la China socialista hechos por Alain Badiou, un crítico democrático-burgués a la Revolución Cultural en China. Se enfoca en una ciudad importante en China, Shanghái, una plaza fuerte de la revolución durante la Revolución Cultural, y su relación con las regiones rurales circundantes y con el país en su conjunto.
Aquí va una parte muy relevante de este artículo, que se inicia con la observación crítica de que “los intereses particulares y superiores están en contradicción objetiva, y el estado socialista tiene que dar dirección en identificar y manejar correctamente esta contradicción.” (énfasis agregado aquí) De ahí sigue esta importante discusión:
Tomemos un ejemplo de la economía socialista, en concreto la economía socialista de China en el período 1973‐76.
Como consecuencia de la Revolución Cultural, la economía socialista de China puso la política revolucionaria al mando del desarrollo económico. Se hicieron esfuerzos conscientes por eliminar las brechas entre el trabajo manual y el intelectual, entre la ciudad y el campo (y entre las regiones más avanzadas y las menos avanzadas), y entre el obrero y el campesino. Esto requirió de una coordinación a nivel de toda la sociedad y de una economía planificada guiada por prioridades político‐ideológicas y que operaba con capacidades para tomar decisiones y asignar recursos.
De este modo, a principios de los años 70, en un momento dado, una tercera parte del personal médico de las ciudades más grandes de China, como Shanghái, estaba de gira prestando servicios médicos móviles, principalmente en el campo. Shanghái también había enviado más de medio millón de obreros calificados a las regiones interiores y más pobres del país — para compartir sus habilidades y aprender de otros sectores de la sociedad. Además, durante los años de la Revolución Cultural, Shanghái retenía sólo el 10 por ciento de sus ingresos generados localmente, el resto iba al presupuesto nacional, ayudando a subsidiar las necesidades de gastos de las regiones más pobres, como Xinjiang y el Tíbet.
¿Pero qué hubiera pasado si estas políticas y prioridades establecidas centralmente hubieran estado sujetas, en nombre de una política igualitaria y de autodeterminación, a la toma de decisiones local, al consenso o el veto locales por parte de una Comuna de Shanghái? ¿Deberían los obreros de Shanghái “tener la última palabra” —deberían luchar por mantener y de hecho mejorar su posición “particular” (privilegiada) con respecto a las masas en el campo chino— o deberían ver su papel como una fuerza avanzada ayudando a transformar a todo el país y a estrechar gradualmente la diferencia entre la ciudad y el campo?
En una sociedad todavía caracterizada por importantes, y en muchas formas profundas, divisiones sociales y de clase y sus correspondientes influencias ideológicas —lo cual es la realidad de la sociedad socialista, al emerger de la vieja sociedad y por un largo período en la transición socialista— el correcto manejo de los tipos de contradicciones y de la toma de decisiones necesaria de que se ha hablado hasta ahora no resultará, y no puede resultar, de basarse en la espontaneidad de las masas (quienes, repetimos, se dividen en diferentes clases y en avanzadas, intermedias y atrasadas en todo momento). Esto tiene todo que ver con el que sigue habiendo la necesidad y un papel para un partido de vanguardia y con qué línea está al mando, influenciando la toma de decisiones y el debate entre las masas. (Al respecto, vale la pena anotar que tras el golpe de estado contrarrevolucionario en 1976, las políticas de “reforma” promulgadas por Deng Xiaoping incluyeron la revocación de la política de presupuestos. A Shanghái y otras áreas costeras se les permitió y animó a retener una porción más grande de sus ingresos generados localmente para que se pudieran constituir en “vitrinas” del desarrollo capitalista. ¡Esto fue propuesto como un correctivo a la intrusión burocrática y de arriba abajo por parte de los planificadores centrales!)
Estos son ejemplos de algunas de las cuestiones cruciales que, por su misma naturaleza, no pueden ser resueltas a un nivel local estrecho. La espontaneidad dejada a su arbitrio, incluyendo en forma de toma democrática de decisiones, llevará al resurgimiento de la desigualdad y la influencia creciente de las relaciones mercantiles — y en últimas llevará de vuelta al capitalismo.
Los mismos principios se aplican a la responsabilidad internacional de la sociedad y la economía socialistas en hacer todos los esfuerzos por promover la revolución mundial. Esta es otra razón por la que se requiere un liderazgo de vanguardia con visión de futuro. Por ejemplo, la China revolucionaria estaba enviando alimentos y otras formas de ayuda material a las luchas revolucionarias en varias partes del mundo. Ante todo, el estado socialista tiene que ser una base de apoyo para la revolución mundial. Esto tiene que forjarse en cada fibra de la sociedad socialista — en sus estructuras económicas, en el sistema de planificación y sus prioridades, en la capacidad del estado socialista para enviar gente a diferentes partes del mundo para realizar tareas y responsabilidades internacionalistas. Todo esto requiere coordinación y mecanismos de asignación que abarquen toda la sociedad. Esta debe ser la perspectiva que se promueva en la sociedad. Y tiene que ser un frente central de lucha ideológica.
Para ser claros, las políticas de Mao por lo general ponían un mayor énfasis en la iniciativa local de lo que se ponía en la Unión Soviética cuando era socialista, y se transfirieron responsabilidades importantes a las regiones, las localidades, y las comunas rurales. Con esto vinieron iniciativas para simplificar las estructuras centrales administrativas, ministeriales, y de planificación, incluyendo la racionalización de personal. Sin embargo, esta “transferencia” de responsabilidades sólo fue posible sobre la base de que a nivel central dirija una línea revolucionaria.
Por otra parte, Alain Badiou llega a esta conclusión: “Finalmente, por falta de apoyo a los experimentos más radicales en la descentralización del estado (la ‘Comuna de Shanghái’ de principios de 1967), el viejo orden tuvo que ser restablecido en las peores condiciones”.
Como hemos mostrado, en muchas dimensiones distintas esta afirmación de Badiou de hecho se opone directamente a —y es refutada poderosamente por— la experiencia real de la Revolución Cultural en Shanghái y en toda China, y las lecciones que se deben sacar realmente de la síntesis —científica, materialista— de esa experiencia5.
De esta experiencia revolucionaria en China se han sacado profundas lecciones —y al mismo tiempo se han incorporado en el continuo desarrollo general del comunismo con el nuevo comunismo— en términos de los principios para desarrollar la economía, y el enfoque general de la transformación socialista de la sociedad, con el objetivo final de un mundo comunista.
Vea también los siguientes escritos citados en este artículo:
Recientes posteos de Bob Avakian en revcom.us:
- No hay derecho de matar con la religión
“Exenciones religiosas” no son motivo legítimo para rechazar las vacunas - Por qué el mundo está hecho tan tremendo desastre,
Y lo que se puede hacer para cambiar la situación radicalmente —
Un entendimiento científico básico - La abolición — real e ilusoria
- El marxismo vivo contra el marxismo vulgarizado — Una revolución liberadora, y no un reformismo muerto
- “CONTROL DEMOCRÁTICO OBRERO” — UN DELIRIO NOCIVO:
IMPOSIBLE BAJO EL CAPITALISMO, DESTRUCTIVO BAJO EL SOCIALISMO
Necesitamos una transformación revolucionaria de la sociedad, y del mundo —
y no una continuación democrático-burguesa, o restauración, del capitalismo